Íñigo Linaje reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Artes & Letras de Heraldo de Aragón:
Todos sabemos que hay cosas que es mejor no decir. Podemos empezar por ahí; por la inquietante visita que un escritor recibe en su casa. Por una amenaza disfrazada de advertencia: «mejor no andar hablando demasiado». El error cometido por el joven novelista es el siguiente: haber publicado una singular carta al padre en forma de libro: un artefacto literario envenenado y lleno de odio. Este episodio cierra el último relato de ‘Biblioteca bizarra‘ (Jekyll & Jill, 2018), un volumen que reúne seis crónicas que Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) había publicado previamente en revistas y libros colectivos. El texto final aborda los años de formación del escritor, y consigna la desaparición —a manos de fuerzas militares— de otros compatriotas vinculados a las letras. Decía Cioran que un libro debe constituir un peligro para el lector; si no es un libro fallido. Dice Vila-Matas que si un escritor no se atreve a todo, jamás será un escritor. El propio Halfon lo advierte en su última novela: «Ninguna historia es imperativa, ninguna necesaria, salvo aquellas que alguien nos prohibe contar». He ahí una rotunda declaración de principios: es lo que Michel Leiris denomina literatura como tauromaquia. Todo lo que Eduardo Halfon ha hecho hasta la fecha en su obra, ha sido exponer su vida en el ruedo amenazante de la realidad, e intentar reconstruir, por medio del lenguaje, el edificio en ruinas de su identidad. Una reconstrucción, a través de la memoria, de sus orígenes familiares y su itinerario vital, algo que queda expuesto de manera magistral en la quinta crónica del libro, que lo mismo funciona como móvil evocador que como poética personal: «La memoria narrativa —dice— no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas. De cuadros. Abro el álbum de mi memoria y veo varias fotografías, y quiero narrarlas. Darles sentido». Economía verbal e intensidad lírica, claridad y contención: son los rasgos que mejor definen a este audaz orfebre de la lengua castellana. A su pasión por los libros dedica el texto que da título al volumen; a los prisioneros de una cárcel de Bogotá el segundo de la serie. Pero si hay una crónica brillante, y de una ternura conmovedora, es ‘Halfon, boy’, una carta dirigida a su hijo (y revés amable del último relato) donde el futuro padre muestra sus miedos e inquietudes ante la perspectiva de la paternidad. A medio camino entre la confesión y el reportaje, y con una prosa extremadamente delicada, Eduardo Halfon hace en estas páginas —igual que en sus mejores narraciones— un ejercicio soberbio de introspección. Y ensambla, con una naturalidad y contundencia poco habituales, vida y literatura, memoria y verdad. La generosidad siempre delante. ÍÑIGO LINAJE