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Rubén Martín Giráldez

Una carta urgente a mis editores, de Rubén Martín Giráldez


Rubén Martín GiráldezUna carta urgente a mis editores, de Rubén Martín Giráldez, publicada en la revista SPECIMENS

 

Querido Julio, tu manuscrito acaba de leérseme de arriba abajo y de darme la vuelta como a un pulpo. Y lo menos que puedo decir es:

Queridos Jekyll & Jill,

¿Qué tendría que hacer para convenceros de que le echaseis un ojo anormalmente

abierto a esta novelita de Julio Fuertes Tarín? Después de leerla me han saltado todas las alarmas y lo veo prácticamente un caso de impepinabile emergencia. Esto os va a gustar. Prometo. Apagadme las alarmas, echadme abajo la luz eléctrica. Sólo tiene una pega, pero el autor se revela tan atinado que la pega no es tal: tiene 70 paginitas de Word. No le sobra ni le falta una palabra. Es probable que este hombre sea el único autor vivo con el que me gustaría ir de la mano (no es que Chefjec fuese mal compañero de catálogo). Y veréis por qué. No sé si él estará de acuerdo, pero mi sensación es que escribimos cierta cosa hermana.

Como sé que andáis justos de tiempo y agradeceréis un resumen y la explicación de mi avidez, despeinado y urgencia, os soltaré en andanada mis impresiones sobre Isidoro, con algún extracto y no poca destrucción del intríngulis. Así que, editores, si uno u otro puede dedicarle un par de horas y leer lo mismo el cabo que el rabo, sáltese lo que viene a continuación y lea sólo la conclusión deste correo, que (ya lo adelanto) dice así: «¡Abrazos, amigos!».

Os lo publirreportajo:

Coincido con Fuertes Tarín en la necesidad de escribir canti, nadie nos lo quite de la sesera; sabemos que vamos a ser pocos y bien avenidos. Pero. En este caso, protagoniza el canto un niño de trece años, Wynston Sandoval, natural de Chile «aunque vive en Madrid y eso es todo lo que hay que saber por ahora». Ente medio paria, medio tonto, medio genérico y medio nada. Hay en Isidoro narrador, narrador infidente y narrador interpuesto y todos los narradores que hagan falta. El grano se mezcla con la aporía en los preliminares, la presentación del niño, su circunstancia, la premisa de una apuesta o de una promesa que se cumplirá dependiendo del resultado del encuentro deportivo que se celebra esa tarde. El narrador desvía un ya de por sí dedo torcido para engañar la peste a boca del idioma y progresa por las horas de ese día que, nos informa, es el Día de los Hechos. Y ya no calla, tanta voz, si no dice esto dice aquello otro, pero todo son razones para quedarse pelando cruentamente una ávida y desavisada pava narrada. La Voz primera, la de Manolo y la de los presagios y señales del Día. El narrador-Manolo queda para mero (pero mero no es malo, mero es…, ya lo veréis) apostillador calomelánico y cede mucha parte del discurso al narrador profeta:

«Leonardo Fresnedoso morirá en las próximas cuarenta y ocho horas pero eso él no lo puede saber, ahora mismo solo puede hacer fuerza e intentar compatibilizar la genialidad de su mente con el grumo y la urea, hacer de todo ese pastel el más leve de los contratiempos de la Humanidad.»

Un aire ferdydurkiano en el repaso de los alumnos y personajes varios que configuran (ahí es nada) el escenario. Y, como una señal para iniciados, aparece también Tyco Brahe, figurón que no deja de sideraros a los Jekyll ni a mí, quién sabe por qué; al poco, finta también como puede la bilis de nectarina el mismísimo Nicolás de Cusa. En pocas frases, en párrafos sólidos.

Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Comienza una debacle con estribillo. El estribillo revienta todo lo narrado cada vez —como el de «Some Velvet Morning», cuando Nancy Sinatra clama que es Fedra—, y está hecho de sucia carne de Lautréamont mechada con el speech de un locutor deportivo. Los Cantos, todo el tiempo misal pánico. El personaje Isidoro resulta ser una célula durmiente ducassiana, avidísima y exultante; despierta hoy aún no sabemos para qué, para disfrutar (por lo visto y de momento) del espectáculo de las horas que preceden al Día:

«Quiere correr (y le enfurece no poder hacerlo) hasta los cadáveres y observarlos detenidamente, quizá besarlos, bailar sobre ellos la danza apocalíptica que imagina para esta singular ruptura del séptimo sello, el mutismo de los dioses.»

Se encuentran el astrado dandy y Wynston, que para eso nos lo ha presentado antes. Isidoro le da al niño un tripi que comienza a hacer efecto de inmediato y que apadrina su carácter esa noche. El niño y el mesías villano han deambulado durante media novela por las calles de Madrid, pero ahora el territorio se funde disimuladamente con la ciudad de Valencia.

 «[…] de momento, antes de marchar hacia el Bernabéu para satisfacer tu desordenado apetito de narrativa épica, debo encontrar a unos amigos que nos acompañarán en este viaje.»

Me las prometo felices, prometéoslas también vosotros, Jekylles, porque no es para menos. Las cosas comienzan a salirse de madre, Isidoro va revelando su naturaleza y mediante una invocación de lectura obligatoria (p. 39 del manuscrito) y origen genial hace llegarse por allí al moro Gazel y la cosa ya se pone de un Walpurgis que van bien dados los que esperasen un caminito cantarín con los personajes del mago de Oz. Van a reunirse con el cuarto agregado a la comitiva: el Alférez, una mujer de tetas bélicas (el nombre de Catalina de Erauso está escrito en los legajos de alguna de esas estancias); una mujer, arca de mucho mal y de mucho bien, como dice el refrán.

«—¡Alférez, busco justicia!

—Buscas diversión, Isidoro, porque tú no sabes lo que es la justicia.»

Llegan pasajes demoníacos que me encantan, y nos hacemos vecinos y luego amigos, y claro, ¿cómo no compartirlos con vosotros?:

«El oscuro personaje va escribiendo a mano alzada sobre los papeles en blanco que ha conseguido en casa del Alférez, y para ello no necesita detenerse en ningún momento, ¡tal es su destreza! El niño, diligente sin motivo, le ayuda a echar esos mismos papeles en algunos buzones (estos buzones están muy lejos entre sí, de modo que la tarea de entregar todos los papeles manuscritos les lleva un par de horas).»

El papelito en cuestión convoca a doce catedráticos a Mascarada y Orgía en el Palacio del Marqués de Dos Aguas, residencia del Alférez. Y aquí se le hace sitio a la exquisita pregunta de Isidoro, tanto más desternillante por cuanto está puesta en boca de un demoño:

«¿Cuál es tu opinión acerca de España en la actualidad?»

Los 10 cuerpos de los orgiastas reposan en la orilla del Turia y sirven para ensamblar una embarcación, ya se verá mediante qué lógico procedimiento de Lego cárnico. En ella se bambolean, primero todos los protagonistas y luego sólo uno, bogando hacia el desenlace de la novela.

«¡Oh Isidoro, el de la pupila conjetural y avisada!, que vino a la Tierra a señalar no sé qué estructuras que operan sobre los hombres mientras los hombres seguían hacia delante en su inútil carrera, que no pudo llamar su atención ni con fuego ni con sangre, opina Manolo, ¡oh, Isidoro, el que se dedicó a matar y a ver matar, el que hizo del exceso su […] “me cago en Dios”, dice Licinia echando un poco de Guadalquivir por las fosas nasales.»

¡Leedla, mis editores, por cuarto y mitad de Dios! Os adjunto dos veces el pdf para que nadie se pelee y porque adjuntar sólo una vez algo que me parece tan tonante me da no sé qué.

¡Abrazos, amigos!

 

miércoles 13 de enero de 2015

Tu lectura es precisa y profunda, Rubén. Tú sabes, ¡tú y Thomas Mann! sabéis que el autor de canti se caracteriza precisamente por encontrar en la escritura una penosa dificultad. Escileando y caribdeando te escribo ahora, con la impresión de que tu lectura del texto y tus observaciones no dejan espacio para nada más, lo que no deja de ser la más feliz de las circunstancias para mí, que también te considero hermano: creo que compartimos una cierta idea de la literatura. La que a mí me interesa tiene que ser de ideas, sí, y de figuras, tiene que partir de una escritura orgullosa y con carácter, que no sea ajena a la materialidad de las palabras. «Lo que no es escritura tampoco es nada», te repito como si se nos ocurriera corear el himno de un equipo de fútbol. En cuanto a las ideas, y entro aquí a comentar las imágenes y tu duda sobre Wynston, una de ellas representa al cordero de Dios vestido de Lionel Messi, corriendo detrás del balón con los zapatos rojos y sosteniendo en la mano la carta de Le Mat del Tarot de Jodorowski, el loco, el bufón. Esta imagen tiene que ver principalmente con Wynston. La otra imagen que te mandé es uno de los muchos y ebúrneos diablos que pueden verse en la fachada del palacio del Marqués de Dos Aguas. Lleva las alas y el arma de los arcángeles arcabuceros que aparecieron pintados en el Virreinato del Perú. Esta imagen tiene que ver sobre todo con Isidoro. Respecto a lo demás, en fin, cuando digo que la literatura ha de ser de ideas me refiero a que es interesante funcionar con figuras eternas y universales aunque se las arrastre y se las oculte y se las vista de Kim Basinger. El hecho de que el joven Wynston no tenga nacionalidad ni apellido apunta, quiero creer, a que es un niño que funciona simplemente como figura de fábula universal, es el desgraciao total y ejemplar, un niño muy extranjero, medio tonto y más bien poco interesante. Lo mismo sucede con los escenarios. Esto de las figuras mudables, además, me parece que también produce que el texto revista una fachada de volubilidad y de capricho que personalmente me vuelve a poner en contacto con Rabelais o Lautréamont. O sea, matar tres pájaros de un tiro: divertirme, fabular y pagar mis deudas.

Sólo tengo una objeción: ¿no se escribe Tycho Brahe?

Julio


Rubén Martín Giráldez (España, 1979) nació en Cerdanyola del Vallès y es el autor de las novelas Menos joven (2013) y Magistral (2016), publicadas en Jekyll & Jill Editores, y de los ensayos burlescos «Siempre hay que volver a montar el caballo que casi te ha matado» (Thomas Pynchon, Editorial Base, 2016) y Thomas Pynchon: un escritor sin orificios (Alpha Decay, 2010), entre otros. Ha traducido a autores como Tom Robbins, Jack Green, Bruce Bégout, Blake Butler, Laird Barron, Leonard Gardner, Rudolph Wurlitzer, Jonathan Shaw o Morrissey. Sitio web: celinegrado.wordpress.com

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en Granite and Rainbow


Magistral de Rubén Martín Giráldez

José Braulio Fernández Riesgo reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en la revista Granite and Rainbow

No es como nada que hayáis leído, aunque se le parezca y sea tentador buscarle semejanzas. Ni siquiera es parecido a su anterior obra, Menos joven, aunque también sea tentador buscarle paralelismos. Nada más lejos. Lo irritante de los parecidos es la falta de originalidad; sin embargo, existen parecidos que conservan una esencia singularizadora, como es el caso que nos ocupa, y se resisten a ser emparentados con sus semejantes. Esa resistencia a formar parte de las categorías, de la eterna simplificación a la que el ser humano lo condena todo, es lo que hace de una obra más que un ejercicio de transmutación.

Las piezas de un idioma son relativamente simples, se trata de un puñado de letras. A partir de ahí comienza la complicación con las infinitas combinaciones que pueden realizarse para formar palabras. Es tan solo el comienzo. Después surgen otras, morfológicas, semánticas, sintácticas, dando lugar a palabras compuestas, locuciones, oraciones, refranes… Las primeras palabras que pronuncia un niño suelen ser sonidos próximos a la onomatopeya, una hazaña que los padres, siempre entusiastas, valoran de una forma desmedida. Aunque se comprende el alborozo: comunicarse será indispensable a lo largo de su vida y esos primeros sonidos eran el principio de esa extensa singladura. Esos sonidos eran el futuro en ciernes.

Sin embargo, no todo es tan sencillo. Los primeros sonidos emitidos por un niño deben ser seguidos progresivamente por el desarrollo de la competencia lingüística, que no es otra cosa que un mecanismo prácticamente automático que proporciona a los niños la habilidad para discernir entre las construcciones correctas y las incorrectas. Incluso, con cierta autonomía, discernir también y emplear las irregularidades del idioma. No pensemos los adultos que todos estos avances en el aprendizaje de los pequeños es fruto de nuestra pericia. No, nuestra capacidad tiene más límites que nuestro entusiasmo.

Más que de un aprendizaje en el sentido estricto, de lo que se trata es de un dispositivo psicológico connatural que se adapta paulatinamente al idioma que envuelve al pequeño. Es por eso que los niños aprenden a dominar un idioma con más facilidad que los adultos: el dispositivo que estos poseen está completamente cerrado, mientras que el de los niños es flexible, las conexiones aún no se han cerrado y pueden adaptarse con menos esfuerzo a las singularidades de distintos idiomas. Es, en síntesis, el proceso generativista de adquisición de la competencia lingüística, más psicológico que metódico.

“Cierra los ojos, pregustador, tápatelos sin confías en la espesura de tus manos. La diligencia, la disciplina, ¿habrá todavía quien se empeñe en convencernos de que nos hacen libres? Elegir someterse al orden no es un acto de voluntad voluntaria -déjame decirlo de manera villana-: la voluntad natural come con las manos. No me contradigo: comer con elegancia es un acto reflejo; hay animales elegantes, ¿verdad? Comer con avidez no siempre es cosa de instinto”.

Ante la complejidad que se advierte en la adquisición de la competencia lingüística no se explica la ineptitud para la comprensión de un texto, pues parece que el esfuerzo para adiestrar a nuestro cerebro ha sido lo suficientemente intenso para que no se le resista un ejercicio de una sencillez relativa como es la lectura, que reúne todas las secciones con las que se construye el idioma del que ya somos unos avezados domadores. Con esto ha tratado de jugar Rubén Martín Giráldez, poniendo a prueba tanto nuestra competencia como nuestra atención, a la vez que invitaba al lector a una deliciosa disyuntiva: ser consciente de la manipulación y ser acompañado durante el proceso o indignarse debido a la incomprensión (que puede interpretarse también como la opción caprichosa en la que, como he podido comprobar, alguno que otro incurre).

Y es que un idioma no es tan solo un método para comunicarse entre individuos, sino también una cultura. También, y sobre todo, una cultura (aunque haya necios que se desvivan intentando reducirlos a simples códigos de comunicación cuyo valor estiman en relación con el territorio en el que se utilizan). Y, lógicamente, poner en entredicho una cultura no le podía salir gratis al autor, no todos los lectores poseen la cintura ni el sentido del humor necesarios para someterse al juego que propone Giráldez, por un lado inteligente y por el otro despiadado.

Ser consciente del laberinto en el que te precipitas al abordar la lectura de Magistral requiere cierta voluntad. La lectura lineal de la obra no surte ningún efecto, puede resultar tediosa, surrealista, incomprensible, densísima. La lectura debe ser diagonal, desde arriba y desde abajo, desde los laterales, empezando por la portada (el único lugar en su sitio. O no, depende de la perspectiva). Nada es casual, todo tiene el propósito de probar al lector, de probar sus límites, de soltar en medio de su cerebro una granada con dispositivo de cuenta atrás y esperar. Esperar. Esperar. Esperar… Hasta que el libro se apodere de todos los conceptos preexistentes, de todos los principios y pautas y los contamine con su nuevo código. Es entonces cuando la obra cobra sentido, cuando se reelaboran todos los conocimientos, cuando las conexiones saltan por los aires y el idioma adquiere otra dimensión.

Giráldez juega a reescribir, a relativizarlo todo, a esconder pequeñas pizcas de clarividencia en los pliegues de las páginas que el lector atento detecta no sin dificultad. Giráldez es el demiurgo de un nuevo idioma, da a luz una nueva cultura a partir de la ya conocida que ha sido diseñada a partir de un idioma al que se ha dejado de dar tanta importancia. O, por mejor decir, un idioma al que se le debe dar menos importancia, puesto que en tiempos tan dispersos no es preceptivo que existan tablas de la ley a las que venerar. Detrás del idioma y de la cultura están las personas, son estas las que despiertan verdadero interés, el motor de todo, son estas a las que el autor prueba, a ver cuán dispuestas están a ser objeto de un juego de agudeza. Y no todas están dispuestas, no todas entran en el juego, no todas comprenden que tomarse tan en serio a sí mismas impide reírse de todo lo demás.

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Magistral lectura para este verano en Blisstopic



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Magistral de Rubén Martín Giráldez, en la lista de Blisstopic con los 20 libros que hay que leer sí o sí este verano:

La novela extraña e inclasificable, la novela que atenta contra la fórmula novela y, ya de paso, contra la crítica literaria, y contra el lector, contra la literatura española y contra la lengua española es una bárbara genialidad. Reparte en todas direcciones, carece de trama, de personajes, y juega ―algo habitual en el editor Jekyll & Jill― con el tratamiento creativo de la página, añadiendo mil detalles insospechados en un libro. «Magistral», en fin, es un verdadero mindfuck que sólo puede generar adicción. Rubén Martín Giráldez profetiza, con todo, que su libro lo van a leer unos 200 lectores, no más, todos ellos irrecuperables para el buen gusto y las listas de éxitos literarios. En nuestro caso no vemos conflicto, tenemos fe en nuestros seguidores entre los que seguro se encuentra el grueso de esa cifra. Si ya leyeron “Menos joven”, su anterior novela-artefacto, saben de qué les hablo. Y a quiénes hablo.

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Rubén Martín Giráldez

Magistral en el blog Crisdejulia



Rubén Martín GiráldezCristina P. Escribano reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez:

Soy un pobre bebedor de venenos que ha visto a Dios y tiene una cara y un coco como un piano.

Un argumento sin trama, un rey escritor que cuenta sus hazañas literarias, un mago del aforismo, un analista perspicaz, un opinador sobre la lengua, la crítica, la realidad literaria, los lectores, lo anodino, lo eterno y lo humano con bastante clarividencia.

La lectura de Magistral te deja un poso de aquí qué pasa, un gusto a esto a qué sabe, regustos de culturas distintas, desde el Renacimiento y las obras más ensayísticas al descarnado siglo XX de Celine, Artaud o Manganelli.

Imagino que Rubén Martín Giráldez es un artista que tendrá mucho camino que recorrer, mucho más que decir, ojala revolucione o dicte un por dónde (el listón lo deja alto, de momento). En cualquier caso, con su última propuesta (tiene, al menos otra obra en la misma editorial llamada: Menos joven) estamos ante una novela fuerte, muy pensada, reflexiva y fuera de cualquier normalidad. Cada frase del libro es soberbia, cada pensamiento un volcán.

La editorial que se ha atrevido es Jekyll and Jill, una de las editoriales más arriesgadas e interesantes del panorama y demuestra con esta apuesta su exquisitez y buen ojo para mostrarnos obras realmente interesantes. Autor y editores conforman un equipo increíble, el material está muy cuidado. Lo demás, sumergirse de golpe en las aguas del libro. Un fragmento al azar:

“¿Constituía yo una respuesta? Igual no, pero estaba convencido de ser –a diferencia de ellos- destilado, quintaesencial brandy de anarquía; y vosotros venga a repetir papillas y a tomar leche controlada, a presumir de virtudes demográciles, de politique-verité. Encendíais salvas salvíficas a autores vacuos y la atmósfera olía a pelos socarrados o a muerte, según incineraseis a un muerto más o menos calvo”.

Magistral, un libro de Rubén Martín Giráldez.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en revista Détour



Magistral de Rubén Martín GiráldezÓscar Brox reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez en la revista Détour:

A la lengua castellana no le vendría mal una escala de dureza, como la de Mohs con los minerales, o un test periódico que evaluase su resistencia. O las contraintes, las constricciones que definían las singularidades de la escritura del OuLiPo. La lista, tal vez, podría ser más que extensa y, a fin de cuentas, cada adición reflejaría una misma necesidad: llevar al límite las posibilidades expresivas de una lengua, reclamar un chute de vitalidad, perseguir incansable, más bien inconformistamente, todo lo que se puede llegar a decir, a hacer, a crear con las palabras. Magistral, el pequeño libro-texto-misil-novela-ensayo escrito por Rubén Martín Giráldez expone con sus dosis (des)medidas de ironía y elocuencia este punto. Así, hasta constituirse en una lección magistral de todo lo que puede dar de sí nuestra lengua.

Con Magistral sucede como con la bella aventura traductora de El secuestro, de Perec, o con la adaptación de las novelas de Gombrowicz al castellano, en las que lo bonito no es tanto detenerse a indagar en el qué, prácticamente imposible, sino perderse en el cómo. En el ritmo alocado e intermitente, en la panoplia de recursos expresivos que se suceden línea tras línea, en ese sano sentimiento de tocar narices, jugar con los lugares comunes y alumbrar un puñado de dudas en torno a lo que significa escribir, traducir y, por qué no decirlo, leer. De qué manera se imbrican estas tres actividades. En el texto de Martín Giráldez hay bardólatras, perezosos,  ocurrencias y un baile intermitente con cada recurso habido y por haber del acervo castellano. Hasta tal punto que bastan unas pocas hojas para renunciar a plantarle batalla y dejarse llevar por la musicalidad, por las rimas y las gracias, por el sentido del divertimento que parece proyectar el inacabable monólogo sobre las potencialidades de una lengua, de una escritura y de, en fin, una cultura. Por todo aquello que dejamos arrinconado, orillado por una moda pasajera o por el confort que proporcionan las reglas de oro del oficio. Por el oficio, que a veces es un concepto demasiado gris para hablar de la escritura. Funcional. Por los olvidos de siglos, esto sí, de oro, que hacían rico y moderno al castellano sin necesidad de ponerle una cresta de punki o pintarle un grafiti en la pared del comedor.

Martín Giráldez aprovecha el texto para ahondar en la importancia de la duda, es decir, en cómo los brotes de escepticismos nos sacan de todas esas certezas estancadas durante décadas. Cómo nos permiten llevar a cabo una potente zancada en busca de otra cosa. Hacer más elástico y permeable el lenguaje, tal vez, pero también preguntarnos cuál es nuestra relación con él, con lo que escribimos, con lo que traducimos. Con esas palabras vertidas en un procesador de textos que forman párrafos, capítulos y libros. Cuál es el pegamento secreto. El argumento, el meollo y el discurso. Qué se puede decir, o seguir diciendo, en una época fatalmente saturada por obras que no dicen nada. O que dicen demasiado de lo mismo, sin apelar a una pizca de intuición para revolverse contra los convencionalismos. Para no ser otro estéril ejercicio de vanguardia que, en cinco o diez años, morirá anclado en la moda que lo parió.

Tal vez Magistral, como ese Mujeres ilustres norteamericanas que figura como anexo (qué sería de las ediciones de Jekyll & Jill sin sus anexos), solo deparen una pregunta. Pero qué pregunta: ¿Qué es un libro? Un libro bajo sus influencias, bajo sus reflujos, herencias, ideas, juegos, tradiciones, constricciones y reglas. Y así, también, qué es un escritor, qué un lector y qué una cultura. Y qué lugar ocupan todos ellos, todos nosotros, qué lugar ocupamos en este mismo momento. El libro de Martín Giráldez podría ser como un número de magia que agota todo su repertorio de golpe, desatando tal clase de asombro que invita al K.O. A la confusión. A bajar los brazos. Y, sin embargo, su sabia combinación de ingenio y locura, de divertimento y de estudio, nos depara una interesante reflexión sobre la relación que mantenemos con la literatura. Como en las obras de Calvino, como en los ensayos de Eco, como en las historias juveniles de elige tu propia aventura. Solo que aquí, en vez de cíclopes, hay bardólatras, y los cantos de sirena que distraen al héroe de su empresa son los de una lengua vaga que anhela recuperar el vigor. La invención. La energía. Y, como demuestra este libro, la diversión.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en la revista Otra parte – Argentina



Magistral de Rubén Martín GiráldezJosé Ignacio González reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez en la revista cultural argentina Otra Parte:

El más famoso título de Henry Miller, Trópico de Cáncer, empieza avisando: “Esto no es un libro. Es un libelo […] un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios […]”. Magistral, de Rubén Martín Giráldez, es una filípica furiosa, una invectiva, una rara avis necesaria de las que agitan nuestras letras cada cierto tiempo. Su leve excusa argumental gira alrededor de un libro imaginario y justamente homónimo, pero no para ocuparse de su crítica (como en Sartor Resartus, en los cuentos de Borges o en La literatura nazi en América), sino para que el propio autor explique su recepción: la inteligencia de este constructo es tal que contiene, anticipa y acaba por desactivar sus posibles reseñas desfavorables.

Los temas que se ensayan bajo esa sátira desatada enmiendan la totalidad de la actual creación española a través de una apología esforzada del impulso al lenguaje castellano, que Giráldez considera perdido desde el tiempo de Gracián, y así está en Magistral el intento valiente de encontrar una voz singular, pero también la denuncia al lector narcotizado y a la crítica adocenada, el cuestionamiento de un idioma inutilizado (que en realidad va dirigido a los que no lo usan ni se atreven a expandirlo), los problemas de la traducción para trasladar los avances que se producen en las nuevas escrituras allende nuestras fronteras idiomáticas (qué decir donde pone too fart) y, por encima de todo, una profunda indignación ante los heraldos locales que osan proclamar la muerte de la Novela mientras que en Norteamérica están publicando autores de la talla gigante de Ben Marcus. Precisamente la epifanía que para el narrador supone la lectura de la obra de Marcus Notable American Women lo impele a incluir en el libro no sólo fragmentos de aquella, sino también las tapas y las primeras páginas, aunque con ligeras variantes con respecto al original que corrigen políticamente el título (Notable North American Women) o expresan la imposibilidad de que llegue incólume tras su translación (hay volcadas partes en inglés y otras en que se elige la cacofonía frente al significado, como traducir dates por dátiles).

Lo que queda claro en esta denuncia es que mientras el idioma anglosajón tiene una tradición de ruptura que empieza por Sterne y sigue con Joyce, Beckett, Burroughs o Burgess, y que el francés lo transgredieron Rabelais, Blanchot, Jabès o Genet, el español literario es para Giráldez una lengua muerta sostenida por burócratas acomodados y de la que nadie se preocupa desde Julián Ríos: Cela no es Céline igual que la opereta no llega a ópera, y carecemos de manifiestos como el de Ginsberg contra el conformismo de su generación. Consigue Magistral retorcer el habla y acuñar nuevos términos cuando estos no existen o no son suficientes, pero sin acudir al épater de las vanguardias, al galimatías babélico de Ríos o a la aliteración interna de Cabrera Infante; el autor sabe que del Verbo surge el mundo, y justamente ha logrado levantar un Golem y crear un castillo propio hecho de palabras como “cadaverítica” o “mezzosopranía”.

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Magistral, novela favorita en Santos Ochoa Alcañiz



En la página de Facebook de la librería Santos Ochoa Alcañiz:

«MAGISTRAL es el título (y el mejor adjetivo) de nuestra novela favorita en lo que va de año. Publicada por Jekyll&Jill Editores y escrita por Rubén Martín Giráldez.

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A continuación, una crítica de Alberto Olmos, por si alguien tiene curiosidad. Dice el autor que, como mucho, la leerán 200 personas en España. Os animamos a hacerle tragar sus palabras y que la leamos TODOS.

http://blogs.elconfidencial.com/…/ruben-martin-giraldez-li…/

Magistral en revista Leer



Jordi Corominas i Julián reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el número 274 de la revista Leer (julio-agosto-2016):

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No está bien que lo diga quien escribe, pero Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallés, 1979) pertenece a la única generación literaria, la nacida inmediatamente tras la muerte del Dictador, que no ha reivindicado serlo porque prefiere escribir y hablar mediante sus obras.
Si empiezo así esta breve reseña de Magistral es porque creo que en su fuero interno hay mucho de una serie de ideas que deberían debatirse a fondo. Acierta el narrador de este artefacto, que en cierto sentido supone una más que punzante continuación de Menos Joven, en amenazar de excomunión a los que clasifiquen a su obra de inclasificable. Hace bien, pues entre ese manto de experimentalismo hay una profundidad de campo esencial, la que siempre conviene leer entre líneas, y en ella se halla una enmienda total y absoluta a un sistema literario demasiado autocomplaciente entre una exasperante comercialidad, los me gusta de Facebook y una fachada que debe derribarse para reivindicar la calidad por encima de todas las cosas.
Es fácil suponer que una novela, que en realidad esconde desde mi modesto punto de vista el embrión de un potencial ensayo, de este tipo levantará consensos fáciles. Todos la elogiarán, remarcarán su brío y tuitearán el inmenso placer de leer un texto que fluye veloz, con un nervio salvaje que es cabreo y ganas de afiliarse con corrientes para nada comprendidas en nuestro país. Resulta sencillo alinearse con él desde la comodidad de estar en una moda inexistente, pues Magistral no puede analizarse con una sola lectura al ser un conjunto totalitario de palabras imposibles de aprehender a bote pronto.
Hay en este volumen mucha ironía y sentido del humor contundente, juegos léxicos, intertextualidad, amor por rehuir el formato clásico y, sobre todo, una crítica machacona. Habla la voz de Magistral de un ninguneo al español y uno, pues la duda ante este manuscrito es legítima, podía plantearse si hay engaño en esta crítica acérrima. Mi respuesta es negativa. Marcus huele a excusa para encajar piezas del puzle que recubre el contenido, ahí está la trampa, asimismo concebida desde una caja china repleta de inteligencia que antes de aparecer en las librerías ya preveía las reacciones suscitadas, el asombro y las onomatopeyas al por mayor. La profusión de las mismas es la burla riuscita del autor, quien sabe a la perfección que en nuestro ecosistema ahora mismo los que juegan con fuego deben quemar a los demás para que crezca la llama. Sin saña, con la sutileza de quien madura una prosa y la lanza no hacia la inmediatez, sino hacia una constancia que evite lo ramplón.

Fábula de Isidoro y Magistral en El Plural



Fábula de Isidoro de Julio Fuerte TarínJosé Ángel Barrueco, en El Plural, destaca Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín, y Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en su artículo Cuatro propuestas experimentales:

A Fábula de Isidoro, la primera novela de Julio Fuertes Tarín, quizá le haya perjudicado salir de imprenta al mismo tiempo que Magistral (ver el siguiente apartado), ya que el éxito de éste la ha eclipsado un poco. Pero los editores los han publicado a la vez y sus razones tendrán. Fuertes Tarín también rompe las reglas aquí, y parece guiarse por las sombras de Cela y de Rabelais. Al término de la narración de un único capítulo se incluye un capítulo XVI («De las costumbres y aptitudes de Isidoro»), un epílogo y el apartado Adenda I. Pero al lector le aguarda otra sorpresa: la inclusión de un cuento breve en extensión y diminuto en tamaño, pegado a la cubierta interior y titulado «La Fábula de Isidoro resumida a los niños», que viene estupendamente para los recovecos del argumento en el que a ratos uno se ha perdido, algo que se nos advierte al principio: La fábula de Isidoro es una cuestión demasiado compleja para nosotros, no digamos para ti.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez ha traducido algunos de los libros más singulares de los últimos años (ejemplos: Nada. Retrato de un insomne, Le Park o ¡Despidan a esos desgraciados!), y acaba de publicarse su traducción de Narcisa (Jonathan Shaw) y en septiembre leeremos su revisión de Fat City (Leonard Gardner). Pero quizá sea el estilo de otra de sus traducciones (la delirante Naturaleza muerta con pájaro carpintero) lo que de verdad ha impregnado su propia obra: Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, Menos joven y ahora Magistral son muestras del talento de un autor excéntrico y muy inteligente. La mejor sentencia sobre Magistral, que no es ensayo ni es novela ni es relato, pero lo es todo a la vez, la escribió Raúl Quinto en Facebook: Este libro de Rubén Martín Giráldez desactiva cualquier crítica y cualquier elogio, te convierte en un personaje ridículo si te atreves a hablar de él. A Magistral lo han acompañado la diversidad de opiniones y la polémica, como si amarlo o aborrecerlo significara pertenecer a uno u otro bando. Pero lo que importa es si uno disfruta o no de la lectura: en manos de cada lector debe quedar el veredicto.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Devaneos



 Magistral de Rubén Martín GiráldezEl alquimista del tedio reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el blog Devaneos

Pensaba no escribir nada. Pensaba dejar blanco sobre blanco sobre este fondo digital. Un fracaso neutro. Lo he pensado mejor y no, hay que escribir algo, un fracaso de reseña en todo caso, porque no hay reseña (nada de posarse sobre la margarita e ir desojando el argumento, si lo hubiera), sino una aproximación a la experiencia de leer una novela como Magistral, iba a decir del tipo de Magistral, pero lo dejamos en Magistral y quitamos el tipo.
Si hubiera llegado a la novela de Rubén Martínez Giráldez sin haber leído Rayuela o Ulises de Joyce, mi experiencia hubiera sido otra. Hablo de estas dos novelas porque ambas dos son eso que se llama hoy con mucha alegría una fiesta del lenguaje, ya un lugar común; un cajón de sastre, donde va a parar todo lo raruno, lo singular, lo excéntrico, aquello que rompe el molde.
Magistral es raruna, singular, y muchas más cosas. RMG no es Joyce, Magistral no es el Ulises, pero como dijo George Steiner no cabe duda de que el contraataque más exuberante lanzado por escritor alguno contra la reducción del lenguaje es el de James Joyce y por analogía algo parecido podemos decir de RMG y su pericia y destreza con el lenguaje para perpetrar una novela del todo punto hilarante, ambiciosa, laminar, potente, portentosa y demoledora.
La voz que narra, el autor de una novela titulada Magistral, quiere acabar con su lengua castellana, una lengua que en su opinión ya ha dado todo lo que tenía que dar de sí. Un planteamiento que el autor de la novela -Magistral(mente) mediante- pone en entredicho, dado que mientras para muchos escritores el lenguaje es ya casi un producto acabado, donde con cuatro movimientos de trilero, tienen un libro en el escaparate de una librería, otros como RMG, constato brutalmente que usan el lenguaje, las palabras, como materia prima para llevar su oficio de picapedrero al límite. Donde otros reproducen, dilatan, se clonan a sí mismos, RMG crea, innova, se aventura, roza lo ininteligible, se regodea en ello.
Podemos poner todas las pegas del mundo, todas las objeciones a la novela, todas nuestras limitaciones en nuestro leer al hacer nuestra denuncia, pero creo que deben ser ponderadas en su justa medida, si lo comparamos con todo lo que Magistral nos ofrece.
Pocas veces uno tiene la suerte de darse un atracón como éste. He gozado, sí. Me he descojonado, también. He tenido que volver una y otra vez sobre muchos párrafos, a fin de ordeñarlos, de sacarles el jugo, que lo tienen. He consultado el diccionario unas cuantas veces. He agradecido que Ben Marcus escribiera en inglés y no en pekinés.
Libros como el presente son un zasca en la (*)bocación lectora del lector que vaya en pos de lecturas complacientes, cómodas, arrulladoras, amables. Magistral, muerde, desconcierta, araña, tritura, desamodorra y lo más importante, (me) entusiasma.
RMG es un tragasables. Se la está jugando.

(*) bocación: palabro híbrido entre boca y vocación.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en La ventana Secreta 6



Magistral de Rubén Martín GiráldezFrancisco José Arcos Serrano reseña Magistral en el blog La ventana secreta 6:

«Una de las más lúcidas críticas volcadas hacia el escritor y el lector medio, lo que se traduce en una de las mejores novelas de este año»
Hoy os voy a hablar (intentarlo, al menos, ya que el título en cuestión huye de cualquier definición plausible) de un libro diferente, inaudito incluso en nuestro panorama literario.
A Rubén Martín lo descubrí gracias a Menos Joven, donde nos presentaba una historia extraña como pocas (de hecho todo el libro es un locutor retransmitiendo la jugada de su personaje principal Bogdano -el cual debe cazar a sus ídolos-, todo ello subido a un caballo (¿?).
Con Magistral vuelve a dejar ojiplático al lector con una sensación de estupor y confusión que no te abandona durante la lectura del libro ni hasta mucho tiempo después de haberlo cerrado (sin ir más lejos he necesitado unos días para asentar las ideas en mi cabeza para poder así escribir mis impresiones sobre lo que aquí nos quiere contar el escritor).
De las cosas que más valoro como lector y como reseñador es que el texto que tengo delante me remueva algo en el interior, y con Magistral, el amigo Rubén me ha dejado una sensación de caos (controlado en ocasiones, of course) intrínsecamente relacionado con la manera que tiene de jugar y estrangular el lenguaje para así ofrecernos unas páginas llenas de un peculiar juego narrativo que apabulla y sorprende a partes iguales.
Podríamos considerar que el escritor se toma este escenario bien como una broma infinita o como un despiece de esos tópicos que asolan nuestro lenguaje desde hace años.
No quiero finalizar este acercamiento a Magistral sin mencionar la edición del libro por parte de Jekyll and Jill, con uno de esos diseños interiores que juega constantemente con la estructura interna de estos alucinados pasajes; sin lugar a dudas, otra nueva muestra de lo que es capaz este pequeño sello zaragozano.
Queda claro que Rubén Martín Giráldez va por libre en esto de la narrativa, siguiendo un camino (el suyo propio) por el que no deja títere con cabeza, potenciando un discurso nuevo y radical que no se casa con nadie.
Rubén, hijo mío: quedo rendido a tus pies con ganas de más.

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Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez y Magistral en El Asombrario



Rubén Martín Giráldez

Anna-Maria Iglesia entrevista en El Asombrario a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de su novela Magistral.

 

Libelo, sátira, poética reconvertida en novela, artefacto… Estos son algunos de los apelativos utilizados para definir ‘Magistral’, la nueva novela de Rubén Martín Giráldez. Etiquetas genéricas de lado, no cabe duda de que ‘Magistral’ es un revulsivo, un texto que viene a incomodar, incluso a “violentar”, como reconoce el propio autor, al lector. Nadie se salva en este discurso en primera persona de los ataques del narrador: un escritor reconocido que, sin embargo, se da cuenta de su falibilidad y de la falta de su talento. Encumbrado. ¿Merecidamente? La duda del narrador le lleva a dirigir un extenso parlamento contra todos, lectores, críticos, editores, agentes y, sobre todo, la literatura española actual, a la que se tacha de fácil, inconsistente, y se la define como una literatura que ha ‘monigotado’ el lenguaje, que lo ha reducido a la nada.

Nadie se salva de su vehemencia. Contradictorio, generalizador y, a la vez, poseedor de la lucidez del loco, de la lucidez de aquel que en su locura dice aquello que no queremos escuchar. Magistral redobla la ironía, se dice lo que no se dice para, luego, afirmarlo nuevamente; en su redoble irónico, el texto sitúa al lector a la par del autor: ambos, como diría Michel Leiris, se enfrentan al cuerno de la literatura, de esa literatura que se define por el riesgo que supone cada una de las palabras que la componen.

“El castellano es hoy un idioma monigotado”, afirma el narrador, pero ¿es el castellano un idioma monigotado o quienes lo utilizan lo convierten en monigotado? Te lo pregunto porque si hay algo que demuestra ‘Magistral’ es que el castellano ofrece amplias posibilidades.

Yo, Rubén Martín Giráldez, pienso que el castellano está lleno de posibilidades. Lo que el castellano es un idioma monigotado lo dice el narrador. Yo no creo que no se esté utilizando un castellano interesante, justamente con Magistral demuestro lo contrario: las posibilidades de un idioma vivo. Pero como las tesis del narrador son muchas veces incoherentes, contradictorias, dice sí y no a la vez, no debe sorprender esta afirmación. El encanto del narrador es precisamente su carácter incoherente, es alguien que quiere entretener a través del habla y no quiere que el lector lo abandone, se parece al protagonista de la novela El Charlatán, de René-Louis des Forets: alguien que dice algo y, páginas después, se desmiente para sostener otra idea.

¿No te da la impresión de que se leen las opiniones de tu narrador como si fueran tuyas? ¿Que se ha equiparado a Rubén Martín Giráldez con el narrador?

Sí, puede, pero el narrador no soy yo. El narrador es quien dice que el lenguaje está estropeado y que ya no sirve para nada por el mal uso que se le ha dado y por la falta de ambición de los autores y, por tanto, considera que hay que utilizar otros idiomas. Yo pienso todo lo contrario: creo que hay que enriquecer el castellano, por un lado, tirando de lo popular y, por el otro lado, recuperando usos del castellano de Quevedo o de Gracián, es decir, volver atrás y salvar algunas expresiones que tenemos. Por esto, a veces pienso que Magistral es, por una parte, una novela en contra de la RAE, criticando la incorporación de algunos términos que no creo que deban incluirse en el diccionario, pues no me parecen frescos ni expresivos y que apuntan a usos que, creo, terminarán por quedar inservibles y, por otra parte, una novela en contra del elitismo que propone la pureza lingüística.

Hablas de lengua española, pero si en literatura la forma es contenido, lo que define ‘Magistral’ no es solo la elección de los términos, sino la construcción estilística, sintáctica y formal (me refiero a la incorporación de la obra de Ben Marcus). 

El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor; de hecho, creo que todo lenguaje o, mejor dicho, todo uso de lenguaje es autobiográfico. Yo empecé a escribir diarios cuando era muy joven sin ninguna pretensión de publicarlos, pero motivado por la idea, algo inocente, de que los diarios servían para contar la verdad y para contarlo todo. Pensaba el diario como una forma de confesión, tenía como referentes a San Agustín, a Rousseau…

¿Hasta llegar a Trapiello?

El Trapiello autor de diarios me interesa de hecho mucho. A partir de esta primera idea de diario como expresión de un todo y de la verdad absoluta, en parte motivada por la no publicación, se unió la idea de la escritura como exposición de uno mismo, idea que recogí del texto de Michel Leiris La literatura como tauromaquia y de la introducción que Bataille hace de este texto. Intento que el arte de escribir sea tan peligroso como ponerse frente al cuerno del toro o, como decía Leiris, quiero intentar que la obra reproduzca al menos la sombra del cuerno del toro. Y, además, me interesa particularmente Leiris porque hace una especie de cartografía de sí mismo a través de las palabras: parte del uso y de los significados de algunas palabras para radiografiarse a partir de ellas.

Con todas las diferencias que hay con Leiris, pienso en Natalia Ginzburg y en cómo en ‘Léxico familiar’ construye su historia familiar a partir del léxico de los miembros de la familia.

No tenía este libro presente, pero la idea de partida es precisamente este. Raymond Roussel tiene un breve ensayo, Como escribí algunos libros míos, donde reflexiona sobre este tema y observa de qué manera la musicalidad de ciertas palabras conducen a otras palabras y cómo son las propias palabras y su elección aquello que le ha llevado a escribir sus obras. Mi idea de escribir, aunque pueda resultar algo esotérico, es la idea de escribir al dictado; como decía hace unos días Don DeLillo y como dicen muchos otros, en este sentido yo no invento nada, cuando escribo no sé lo que voy a escribir a continuación: tengo una idea, tengo un personaje y, contemporáneamente al acto de escritura, voy conociendo hacia qué direcciones me llevan tanto las ideas como el personaje. Los juegos de palabras, el soniquete, los chistes malos… son aquello que te llevan a desarrollar el concepto.

Es decir, la construcción narrativa se basa en la constante remisión de una palabra a otra hasta alcanzar el concepto.

Y a partir de este remitir, se trata de ir descubriendo al narrador de Magistral. En el momento de construir el personaje, el punto de partida era evitar la figura de un narrador rencoroso al estilo de Bernhard o Dostoievski, ese narrador cabreado que sí que era el de Menos joven, y construir un personaje que lo ha logrado todo, alguien que no puede sentir frustración al haberle sido reconocido su talento, un talento que, sin embargo, él cree no tener. El narrador es un escritor que ha sido consagrado, pero que no reconoce tener el talento que le atribuyen y, por tanto, su discusión consigo mismo es en torno a un dilema: ¿confesar la falta de talento o no?

No confiesa su aparente falta de talento, pero titula una de sus obras ‘Magistral’.

Al inicio la novela iba a llamarse Regüeldo, pero al final decidí titularla Magistral porque me parecía la última provocación posible del narrador, si bien era consciente de que, como me dijo mi editor, el título iba a ser algo a lo que se iban a poder aferrar los detractores para sus críticas. La elección del título era una forma de exponerse y, de hecho, los críticos podrían decir que el libro no tiene nada de magistral, afirmación que me puede fastidiar, aunque, si te soy sincero, a mí me fastidia poco porque el título es algo que he puesto conscientemente, ante todo, porque me parecía necesario: quería que desde el título se explicitara esa exposición de la que te hablo, sabiendo que el propio título, como el texto, podía llevar a la identificación, que no es tal, del narrador con el autor.

Como te decía antes, corres el riesgo de que las tesis del narrador te las planteen a ti y que el título se piense como la calificación que tú das a tu novela.

Lo dice todo el narrador, desde el propio título. Además, el propio narrador explica que el calificativo “magistral” proviene de la crítica, pues es la crítica que lo ha elevado a ese nivel. Cuando el narrador escribe su novela Magistral, que no corresponde con el texto que el lector tiene entre manos, puesto que es un texto al que se hace referencia pero que en ningún momento aparece, es la crítica quien lo define como un excelente autor. Y, en este sentido, quien pone en duda el valor de la novela es el propio autor, que empieza a analizar cuáles son los fallos de Magistral, fallos que coinciden en parte de la relectura de mi propia novela Menos joven.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Asumiendo la separación entre autor y narrador, ¿podríamos leer ‘Magistral’ como un intento de poética?

La intención principal de Magistral es hacer posible que una poética sea una novela. Al principio, mi idea era la de escribir una sátira como las de Juvenal, pero en prosa y, de hecho, una de las primeras frases de Magistral proviene de la Sátira Primera, donde Juvenal habla de la vocación de sátiro, tema que también aborda Magistral.

Una sátira que, como afirmabas en una entrevista, desvinculas de la tradición lúdica del Oulipo y del surrealismo.

El Oulipo y el surrealismo reúnen obras de valor, pero no me interesan particularmente. Me interesa Artaud y los surrealistas disidentes, aquellos que estuvieron muy poco en el grupo de Breton, pienso en Bataille, en Leiris, en el propio Artaud… Respecto a la sátira, el carácter satírico de Magistral se ve en el hecho de que las tesis que apoya el narrador no son solo las que apoyo yo, sino que son unas tesis que el propio narrador va desmintiendo a lo largo de la novela. En este sentido, Magistral es una sátira y, a la vez, es un libelo escrito por el narrador, es un panfleto en el que se dice que el lenguaje español está agotado y, sin embargo, si Magistral es un texto conseguido, lo que se demuestra es lo contrario: Magistral es una celebración del español, demuestra que el español está fresco y está vivo

Es decir, ¿’Magistral’ es tesis y antítesis al mismo tiempo?

Yo creo que sí. Algunas críticas se han preguntado cómo es posible decir que es necesario abandonar el español porque está agotado y utilizar el inglés, pero en verdad Magistral sostiene todo lo contrario. Yo leo literatura norteamericana porque la traduzco, pero mis referentes son principalmente franceses o italianos, como es el caso de Manganelli y su Encomio del tirano, que volví a releer para poner un epígrafe …seguir leyendo

Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez y Magistral en El Cultural

Nuria Azancot entrevista a Rubén Martín Giráldez en El Cultural con motivo de la publicación de su novela Magistral.

Rubén Martín Giráldez: «Ya no sabemos leer»

Desde hace semanas un libro Magistral arrebata las redes. Escrito con las tripas y la razón, insulta al lector y le golpea mientras se ríe de bardólatras y farsantes. ¿Es un libelo? ¿Una novela? ¿Una reivindicación del lenguaje? ¿Una provocación? Todo eso y mucho más: es aullido, literatura, diversión, un auto de choque sacramental que “no sabe de la tinta la mitad”. Rubén Martín Giráldez, su autor, lo tiene claro: “¿No sería bonito que se pudiese poner freno a la literatura vacua?”

Rubén Martín Giráldez

Cocinero antes que autor, Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallès, 1979) está acostumbrado a amasar el lenguaje: tras sus estudios de Filología Hispánica aprendió cocina en la Escola d’Hostalatge de Barcelona y trabajó de cocinero cinco años («en esa época veía los trabajos de papeleo como algo obsceno, romanticismo adolescente del trabajo manual»). Luego, en una caja de ahorros, y de ahí, gracias a su primer libro, el ensayo burlesco Thomas Pynchon: un escritor sin orificios (Alpha Decay, 2010) comenzó a hacer informes de lectura y traducciones.

Magistral (Jekyll & Jill) es su segunda novela, casi casi a su pesar. Después de publicar la primera, Menos joven (2013), había empezado otra que le obligó a leer muchas veces Las mentiras de la noche de Bufalino. Leía también la correspondencia de Sade y las sátiras de Juvenal. Y de este último («salvando las distancias con gran descaro», nos dice) salió la idea inicial y la voz narradora de Magistral: «era un discurso que se alimentaba a sí mismo y de sí mismo. Por el camino recordé The Electronic Revolution de Burroughs, la idea del lenguaje como virus, a Ben Marcus, y el libro se fue volviendo más violento y urgente e interrumpió la novela que tenía en marcha».

Pregunta.- No parece que sea fácil ponerle «una jaula en la boca» al verborreico protagonista de Magistral, pero ¿y a Martín Giráldez?
Respuesta.- A mí es más fácil callarme, porque no tengo capacidad para profundizar en más de cuatro o cinco aspectos de la existencia humana, así que no soy de los que tienen una opinión para cada tema. Y luego, como la mayoría, aunque me desentienda de ciertas convenciones sociales que me harían completamente infeliz, estoy sujeto a las normas de cortesía y a un rechazo total a hacer daño a los demás. Puede chocar, después de oír cómo se las gasta el narrador de Magistral, y seguramente es más una declaración de intenciones que otra cosa, pero llevo medio empezado el camino de perfección, que sólo tengo 37 años.

P.- ¿Qué parte de la rabia, del humor, de su propia pasión por el lenguaje le ha prestado a Magistral?
R.- Pues creo que escribo como pienso y casi como hablo, o con una prosodia muy similar, al menos. En lo referente al lenguaje comparto bastante lo que dice el libro, ahí hay menos desdoblamiento. Cuando me preguntan qué clase de cosa escribo tengo que responder «novela ambiciosa». No hay que engañar al lector: mi novela se llama Magistral; a cambio de tanta arrogancia, escribo presumiendo que mi lector es más inteligente que yo, porque de lo contrario ya no sabría ni por dónde empezar.

P.- ¿Qué es Magistral, un libelo para ser leído en voz alta, una declaración de principios literarios, una provocación…?
R.- Me encantaría que alguien radiara mis novelas. Ésta se podría haber llamado Lenguaraz, ¿no?: el narrador se empeña en una diatriba contra el lenguaje castellano, lo acusa de haber dejado de servir para la expresión potente y, sin embargo, demuestra con su locuacidad la salud del idioma (o eso quiero creer). Un panfleto fallido. Luego hay una imprecación contra los malos escritores españoles, pero no acaba de definirse qué cosa es eso ni se profundiza ni se aportan ejemplos…, para empezar, porque eso convertiría la novela en un estudio o en un ensayo. Magistral funciona mejor cuanto más se ríe uno del vocero, de sus ditirambos, de sus imprecaciones pero ¿no sería bonito que la meta cómica del libro se cumpliese un poco y se le pudiese poner freno a la literatura vacua?

P.- Parafraseando al personaje del libro, ¿en la literatura española actual «vale el todo vale, pero no todo vale lo mismo»?
R.- Brevemente: 1. no leo suficiente literatura española actual como para levantar acta de nada, pero las veces que un libro reciente me deja del revés de placer termino preguntándome por qué no puedo tener ese placer más a menudo (mi placer suele ser proporcional a la ambición de la autora o del autor que leo); 2, seguimos a luminarias con menos calidad de la que se les supone, y 3, la crítica valora con las mismas palabras lo bueno y lo menos bueno, y con total sinceridad, porque ya no sabemos leer. Pero, por otro lado, me digo: a lo mejor, la década oscura del anti-intelectualismo y del miedo a no ligar si se nos mueve la máscara de cafres ha terminado; a lo mejor la exigencia es divertida, alentadora y buena y tonificadora para todos los públicos. Precisamente, a la crítica y a los medios corresponde subrayar la relevancia de una literatura que dialogue con nuestro amor propio.

P.- Qué le pasa a un autor cuando deja de ser «el menor problema de la literatura para convertirse en el mayor problema del lenguaje»?

R.- En el contexto de la novela señala lo contrario: un lenguaje allanado y estandarizado al que no se le levantan ya ni las tildes.

P.- ¿Cuándo descubrió que en literatura lo amable «es enemigo de lo bueno», y que la obra fácil es «innecesaria»?
R.- Puedo estar más o menos de acuerdo con esta afirmación de mi narrador si convenimos en que «difícil» no significa «críptico» y «fácil» significa «insultante», y si convenimos que «el término medio» significa «prosa de relleno, prosa aftersun«. La contención ¿qué produce?: produce becketts o monsieur testes pero también produce nada. Esta es la verdad absoluta para mí y la verdad absoluta de mi narrador; de ahí que sea tan categórica: explica mi funcionamiento, no el de otros. Al eliminar cortapisas, protocolos y cortesías, abro la posibilidad de decir lo que pienso, lo que no pienso, lo que pensaba y lo que me figuro que pensaré, todo en una sola voz.

P.- Alguien puede molestarse con afirmaciones como «el escritor de raza no existe porque la estupidez no es una raza sino un estado», o «para qué escribir si no se cree un genio, si no crees que seas el mejor, no me hagas perder el tiempo»…

R.- Bueno, esos zurriagazos se han de volver contra mí; era consciente mientras lo escribía (igual que con el presuntuoso título). Esas frases me parecen un ejemplo de la manera de argumentar de la voz: si te tomas demasiado en serio mereces que se rían de ti, y si no eres lo suficientemente ambicioso mejor que cojas esa otra puerta. En Magistral recibes cada vez que pasas la página, y si pasas otra página será porque te gusta, y si te gusta… castigo, y si no te gusta… suplicio. Dicho esto: sólo puede uno sentirse insultado directamente si no sabe leer ficción o adolece de las miserias que se afean en el texto.

P.- El libro no tiene trama ni personajes, pero ¿es una novela?
R.- El charlatán de Louis-René des Fôrets y El encomio del tirano, de Manganelli, son discursos y son novelas…, o Yo, el Supremo, de Roa Bastos… Yo las leí así, vamos. A mí, Magistral me parece convencionalísima. Ahora: ¿pienso que Magistral puede destacar por entrega, valentía y brío? Sí.

P.- ¿Qué relación tienen su primera novela, Menos joven, y este segundo relato?
R.- Menos joven era una soflama burlesca contra la autocompasión del que no ha podido completar su formación intelectual como querría. Cuando el narrador de Magistral desgrana los defectos de su novela, en realidad dejo que precipite todo lo que considero concesiones en Menos joven, y todo lo que creo que funcionaba también aparece ridiculizado y pisoteado. Los dos libros son fábulas autobiográficas cargadas a reventar de afectación. No concibo escribir otra cosa, de momento.

P.- Es autor también de dos libros de ensayo en los que Pynchon (una visión muy peculiar de Pynchon) es protagonista: ¿es una manera de embromar de nuevo al lector que idolatra al nortemaricano, de reírse de sí mismo quizás?
R.- Sí, desde luego. La primera vez que escribí sobre Pynchon en Alpha Decay fue para decir que me sacasen de El arco iris de gravedad, por Dios, que me ahogaba. Y los lectores como si nada. Así que hace poco participé en un libro de artículos (Pynchon) que publica la Editorial Base con autores como Jon Bilbao, Paula Lapido, David Aliaga, Anahita Rouyan, Albert Fernández, Fran G. Matute, Simon Peter Rowberry o Antoni Mora, principalmente para decir que lo llevo un poco mejor y que estoy terminando de leer Mason & Dixon.

P.- ¿Cómo le influye como narrador su trabajo como traductor?
R.- Tomo notas relativas a usos del lenguaje, me escandalizo al hacerme consciente de fosilizaciones a las que nos hemos acostumbrado y que no significan nada ni habladas ni escritas o r
edescubro expresiones que pienso que conservan sentido o han adquirido uno novedoso y pienso en cómo salvarlas. Para mí, esas elecciones tienen que ver con un método autobiográfico al estilo del de Michel Leiris, que fue un etnógrafo de sí mismo.

P.- ¿Qué autores contemporáneos le interesan más?
R.- Creo que es Vilas quien ha dicho que escribir una novela es un servicio a los demás; pues en esa vena de vitalistas frenéticos: J. F. Ferré, Orejudo, Julián Ríos, César Aira…, También Valero Sanmartí, un satirista buenísimo, y si nos ponemos a sacar muertos, Miguel Espinosa o Casavella; últimamente tengo a los franceses muy abandonados, así que diré Angela Carter, Adam Levin, Christopher Higgs, Joshua Cohen, Ben Marcus, Joy Williams, A. M. Homes, Stephen Dixon, William H. Gass, Tom Robbins…

P.- ¿Y de los clásicos?
R.- Mi ideal es una mezcla de Rabelais, Gracián, Sterne, Céline, Swift, Sade y Manganelli con los andares de Antoine Volodine y el tema de la autobiografía al estilo de Leiris. Aprendí lo fecundo de la combinación autobiografía+mentira de Les nourritures terrestres de Gide, y los anteriores me dejaron claro que el humor es la única vía seria.

P.- ¿Está la joven literatura española tan condicionada por el mercado y por la precariedad como dicen?
R.- Supongo que sí. Publicar es cuestión de casualidad; y luego, mi vivencia particular es que con dos sueldos de traductor en casa y dos hijos no se puede hacer otra cosa que trabajar de sol a sol. Debe de condicionar la forma narrativa, por fuerza. Y lo que no se publica y se celebra, muere; lo que no se pliega a las convenciones, por muy obra maestra que sea, tiene todos los números para no publicarse jamás. Jamás. Estoy contra la idea absurda de que «el tiempo lo pone todo en su sitio».

P.- ¿Qué importancia tiene en el libro su editorial, Jekyll & Jill, y el alarde tipográfico que desarrolla, por ejemplo, con el libMagistral Rubén Martín Giráldezro de Ben Marcus?
R.- La maquetación, que es obra de Víctor Gomollón (editor de Jekyll & Jill junto con Jessica Aliaga), terminó de crear la novela y le dio relevancia a nuevos aspectos. Por ejemplo: los fragmentos en inglés no pertenecen íntegramente a la novela de Ben Marcus, sino a un diccionario biográfico de mujeres americanas cuyos grandes logros han sido ninguneados a lo largo de la historia y que se vienen publicando desde 1971 en distintos volúmenes con el mismo título que la novela de Marcus: Notable American Women. Eso afecta a las pseudotraducciones que aparecen en Magistral e incluso a mi postura a la hora de identificar la voz que remata el libro y que yo imagino femenina.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en Libros y Literatura



Magistral de Rubén Martín GiráldezSergio Sancor reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en Libros y Literatura

Si eres lector, este libro te va a escocer. Si eres crítico literario – ¡presente! – este libro te va a hablar, no desde las tripas, sino desde el mismo órgano que te dé la vida – decide tú cuál – porque lo que ha hecho Rubén Martín Giráldez con Magistral es poner sobre el papel eso que no se dice, pero se intuye y que convierte a esta nueva lectura en una de las más interesantes de lo que va de año – y han sido pocas, lo cercioro – y una de las más estimulantes – casi tanto como que te den una descarga en la entrepierna -. Los lectores tendemos a coger lecturas fáciles. No estamos acostumbrados a que nos pongan las cosas difíciles y, creedme, con esta obra a mí se me hace cuesta arriba contar algo que no termine por parecer vacuo y sin fundamente, con toda la chicha que hay para cortar, envasar, y después llevarnos al gaznate. Y es que estas son las cosas que me suceden siempre con este autor – que no se prodiga demasiado, una pena, aunque su labor como traductor la siga desde hace tiempo -, que hay tanto dentro de lo que escribe que al final me parece estar haciéndole un flaco favor y tiendo a creer que mis reseñas no definen a la perfección lo que está dispuesto a contarnos. Pero como decía, si eres lector, este libro te va a escocer. Si eres crítico, este libro te hablará de tú a tú o quizás de tú a lo que quieras que seas. Porque no hay que olvidar que en España, por mucho que nos cueste reconocerlo, hay más subhumanos que otra cosa en este mundo tan romántico – y podrido a la vez – del mundo literario.

Me topé con Magistral de casualidad. No estaba buscando nada, pero en una de mis redes sociales apareció la portada del nuevo libro de Rubén Martín Giráldez y ya no pude quitármelo de la cabeza. Menos joven fue toda una sorpresa y una de las lecturas que siempre recomiendo, así que no me lo pensé demasiado cuando salí a las librerías a buscarlo. En la primera no lo encontré y ni siquiera tenían constancia de llegarles; en la segunda, no lo habían distribuido todavía; en la tercera, por fin, me lo pusieron en las manos. Esa sensación de haber encontrado un tesoro, ¿la conocéis? Pues esa misma me embargó. Y bien, ¿de qué trata Magistral? Pues de la literatura, así en genérico, pero también del vertedero en el que se ha convertido el lenguaje. Una obra que nos habla, tras haber tenido éxito, de todas esas voces que creen saberlo absolutamente todo, pero que no dejan de ser fauces que vomitan halagos sin demasiado sentido. Y de lectores, y de escritores, y de otras especies que pueblan este universo de letras, que lo emborronan, o que simplemente lo llenan de mierda. Y puede parecer que yo lo digo desde una posición llena de ira, y tendréis razón. Porque no hay nadie más ciego que el que no acaba de darse cuenta de lo que existe …seguir leyendo

Magistral Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Le Cool



Magistral Rubén Martín Giráldez

Juan Carlos Portero anota Magistral, de Rubén Martín Giráldez

Magistral es un ejercicio atrevido, arriesgado, un artefacto fascinante capaz de hacer saltar el lenguaje por los aires. Un directo a la mandíbula de lectores, autores, críticos, editores y reseñistas. Demasiadas palabras estúpidas. Es una sátira de los actos del habla, de los actos de escritura y de los actos sociales. “No ha nacido todavía el libro que las tiene a quien no lo lee, al menos de manera directa, y no creas que no lo siento. Ojalá pudiese dirigirme a ti que no lees, que jamás te acercaras a mis regüeldos, y descubrir con qué deseas que te fascine”. Para Magistral el idioma español es inservible y al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo. Para Giráldez, el castellano, reanimado, es de una exuberancia tremenda. En el patíbulo los cimientos de la Obediencia, las Grandes Operetas Amables, la connivencia de los bardólatras y la pasividad del lector. Vanguardia, literatura “dura”, experimentación. En Magistral hay juegos cruciales (pero sutiles) de maquetación, tipografía, paginación y una cubierta de otro libro incrustada en el libro. ”En la traducción, como en la escritura musical, hasta la manera de sentarnos nos condiciona los puntos yo me siento muy alto para llegar mejor a las teclas negras”.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Alejandro Hermosilla


El escritor Alejandro Hermosilla reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez en su blog Avería de pollos
«Por lo general, no hablo de libros nuevos —¡una expresión odiosa! ¿existen libros nuevos o viejos en el océano de los papeles o la biblioteca marina?— en avería sino hasta que han transcurrido varios meses o un año. No lo hago por ningún motivo ético concreto o un necesario distanciamiento sino porque conforme los compro, se ponen en fila detrás de los que llevan esperando su momento durante meses. Pero con Magistral, la gigantesca uña de ballena linguística compuesta por Rubén Martín Giráldezhe hecho una excepción no tanto por el revuelo crítico que ha armado sino porque Diego Sánchez me advirtió de su parecido en el tono de la voz narrativa con Ruido. Una novela que aún no sé ni cuándo ni dónde publicaré pero entiendo que cuando lo haga, será el momento adecuado. Y, en fin, lo cierto es que me alegro de haber puesto en primer lugar de mis lecturas a Magistral para empezar porque, siendo sinceros, estaba asustado o más bien, tenía cierto temor de que sus posibles concomitancias con Ruido, anularan mi propuesta. Lastraran su posible originalidad y radicalidad. Pero no es así. Los dos textos no se solapan sino que al contrario, se entrelazan, establecen un diálogo sordo entre ellos y tal vez, leídos en el futuro se complementen a manera de una improvisación distorsionada realizada entre los gritos de multitudes histéricas asistiendo al naufragio de la literatura. A los estertores de ese mundo cultural que, -lo sepa o no y desee reconocerlo o no- ha sido el mayor ejecutor de la escritura. QuieMagistral de Rubén Martín Giráldezn más ha hecho por hundir la literatura en el barro de la extrañeza y la indiferencia, transformándola en una caja vacía llena de palabras que no dicen nada.
¿Qué puedo decir de Magistral? No demasiado teniendo en cuenta que es una obra que se comenta a sí misma. Es un texto caníbal y torbellino. Una indigestión literaria que recoge heces y vómitos culturales en un discurso alterado y crispado. Nervioso y vibrante hasta el punto de descomponerse en palabras que únicamente aspiran a la putrefacción. O mejor, a la ruina. La construcción de una literatura derruida y repetitiva que sondea y alcanza límites que son habitaciones solitarias. Habitáculos cerrados donde el sonido en vez de expanderse, se contrae. Se apaga. Porque Magistral es la exposición de un ocaso. La voz de los muertos enojada por haber sido desterrada del mundo del arte, luchando por volver a un territorio que se encuentra opacado, abollado y vejado por los vivos. La inteligencia cultural. O la mano que asfixia la espontaneidad. Arranca con saña las raíces de la poesía y la creatividad y convierte el mundo, cualquier texto literario, en ininteligible. Creo, sí, que Magistral narra cómo maquinal, obsesiva e impiadosamente -con la cabezonería además de quien se cree con la razón absoluta- la crítica ha destruido la literatura. Y también, las esperanzas y expectativas del lector que más que condicionar, determinan, ejecutan la propia escritura. Magistral, sí, es Pedro Páramo desarrollándose en el interior de los suplementos literarios. O la cabeza de un escritor. Una conversación, repito, entre muertos. O más que un diálogo, un monólogo. El túnel, la novela de Sábato, adaptada a la época del ruido y la esterilidad. En resumen, una zarpa emergiendo de una tumba cerrada intentando capturar el ritmo de la vida, y viéndose imposibilitada para ello. Y también, una garganta tapada entre las miles de gargantas de ese mundo que la información oculta: el de la ira y la violencia de los sanos. Las Universidades, como campos de batalla, los periódicos como tricheras y las televisiones, como bombas nucleares» …seguir leyendo
Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en La Opinión de Murcia


Ruby Fernández reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en La Opinión de Murcia (28 Mayo 2016)

La mare llengua.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral – editorial Jekyll and Jill – no es una novela de alta literatura como algunos críticos se han empeñado en catalogar la última creación de Rubén Martín Giráldez, sino que es una farsa tragicómica poco amistosa y accesible, debido al exceso de cultismos que el autor en cuestión utiliza para explicar y dirimir lo que puede que sea el problema mas antiguo dentro del panorama actual, el idioma, estas son algunas de las razones por las que no todo el mundo puede acceder a entender la soluble aunque escasamente líquida novela que se nos presenta. No diremos que este panegírico cambiará la forma de ver el nido de la literatura cañí y a sus famélicos depredadores, pero si nos instará a no perder el tiempo con necios que no tiene nada que contar.
Experimento literario antagónico de si mismo que se escribe a la vez que lees en voz alta, ya que Magistral únicamente puede y debe leerse con ese volumen alto desprendido de toda vergüenza , declamando rítmicamente hasta que el verso perfore. Este no es un libro en el que venir a relajarse, es un volumen nervioso, lleno de improperios dirigidos a todos y cada uno de los engranajes de la cadena idiomática ¿Dónde se ha visto cosa igual?.
Idioma el nuestro, condenado al más férreo de los ostracismos posibles aun siendo más rico en pastos que las ‘modernas’ lindes de Ben Marcus. Una de las cosas que llama la atención es que Magistral va guiando la opinión y el pensamiento del crítico y lector de manual, dejándolos en evidencia y reafirmando la idea de vacío y simplicidad del gran público y sus parlanchines.
 
La novela que perfectamente podría comenzar en el interior de una cárcel de máxima seguridad, en la que un diálogo entre cultos convictos ataviados con el traje de ‘gala’ del estado y mirando siempre al frente -por si hubiese que callar-, observan atentos el combate en tres asaltos donde la porfía entre los 3 contendientes está servida. El protagonista de Magistral es ácido y perspicaz, pretencioso, presuntuoso, adicto y snob que critica un idioma con el que bien juega inventando neologismos para hacer menos pesado su tedio. Este tipo al igual que el libro en su totalidad cae mal, páginas contra gurús y arcanos lingüísticos, no es un libro fácil pero sí divertido. Ante todo es una novela sobre el poder indirecto del lenguaje, que no del tiempo.
En sus páginas demos advertir que lectura y traducción son dos de los agentes externos que más debilitan a un libro publicado. Un mal lector, un mal ‘maquillador’ tiran por tierra el trabajo del rápido e incisivo escritor del texto más válido. No debería existir la literatura amable y Rubén lo deja claro rapeando-lo hacia el final enfundado en la sudadera del Illmatic de  Nas, porque ante todo vivimos en un musical.
Magistral es trampantojo y verdad absoluta, es juego de palabras , metáforas y  lucha contra los corsés, no es novela sino comentarios bien hilados salidos de una boca ficticia e intangible aunque con semicuerpo real. Este, se introduce en los suburbios sacando las heces a la superficie para hacernos conscientes  de las mismas, muchas se hunden y otras tantas quedan a flote alegando la necesidad social del ‘tener que comer en todas las mesas’.
Armado alrededor de una falla plagada de petardos lingüísticos y conceptuales que te explotan en la cara, Magistral tendrá que ver danzas en su honor en la noche de San Juan, pero no te preocupes querido Rubén, aquí como en Magistral, los báquicos y aturdidos receptores de vergüenza callarán.

 

Magistral Rubén Martín Giráldez

Magistral en el blog de Joan Flores Constans

Joan Flores Constans reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en su blog Je dis ce que j’en sens:

 

«No hay peor idea que dejar la lengua en manos de profesionales.»
Un incontinente, verborreico y maleducado narrador -volveré más tarde sobre esto- inunda las compactas páginas de este artefacto en forma de libro de un discurso a ratos dócil a ratos inasible en el que se lamenta hiperbólicamente del estado de una lengua cuya morfología se ha convertido en un traje con tendencia a quedarse estrecho para un cuerpo semántico que se halla en constante expansión. Hablando más que escribiendo -no sé por qué los monólogos me han parecido siempre eminentemente orales; profundidad de gargantas aparte, teniendo en cuenta que el narrador es un descarado pornógrafo-, sus frases, en plena sinergia física aristotélica, suman más que la suma de las palabras que contienen, y van cayendo, inclementes, en las orejas del lector, insisto, orejas, con la regularidad y la cadencia de los golpes al yunque del herrero, clang, clang, clang, CLANG; clang, clang, clang, CLANG…

«¿Un lector qué es? Lector es quien no escribe lo que lee. Se podría pensar, entonces, que lo opuesto a un lector es un escritor. No. Lo opuesto al lector es el bardólatra. Bardólatra y lector, ambos igualmente despreciables; al final los unos y los otros son secuaces de los unos y los otros.»

Y cuando digo oral no quiero decir solamente ni vocal ni bucal, también me refiero a la musicalidad; la música escrita no suena ni que sea Wagner, la música sorda no se oye ni que sea Cage. Me refiero al ritmo de las palabras, no a aquello de la-rima-y-el-ritmo con que nos cuelan literatura infantil bajo el nombre de poesía, pero también al uso recreativo de las larvarias polisemias y a los ludicoulipianos malabarismos con las alteraciones léxicas, como si tuviera en sus manos la redefinición semántica de una neolengua que, paradójicamente, se cae a pedazos no de puro antigua sino por desaprovechada; rust never sleeps, el orín destruye más y más rápido que la fatiga de los materiales. La simplificación sólo es productiva en matemáticas, y únicamente para no tener que operar con magnitudes inmanejables.

«Cuando una lengua sirve para decir una cosa y la opuesta con idéntica formulación, cuando la expresión ambiciosa no se distingue de la adocenada, se hace imperiosa una reforma.»

La lengua, de la cual el léxico es solamente una manifestación ectoplasmática que acude cuandoledalagana al conjuro con copa y con puro de los realacadémicos, se suele emplear -esa sería, al parecer, su función literaria- para recrear una historia, adaptándose a unos factores que son legión, igual que la pintura figurativa recrea la realidad pelo a pelo del pincel. Pero algunas veces la lengua se recrea a y en sí misma, y en un paroxismo onanista, al-hamadea, llega, avanza, se lanza, finta, acelera y se detiene, salta y bucea, aparece y desaparece quién ve do va para volver a manifestarse después, se deja coger y se escurre; es decir, la lengua -los antiguos lo llamamos estilo- como objeto, el lienzo como fin, el sonido como obra acabada.

«La mediocridad se acerca. Alguien la trae a cuestas. Con ocarinas sonoras y pífanos profanos y con caballos excesivos traen una venganza carca y virulenta.»

El caso es que el narrador… Bueno, ya va siendo hora de dejar de hablar del «narrador» para referirse  a la entidad que nos interpela a través de las páginas porque, a diferencia de lo habitual, esta figura acostumbra a tener una identidad -no sólo quién soy yo sino también qué soy yo- que se disuelve en el tipo de Magistral: es el que cuenta, es cierto, el que ametrallea opiniones dum-dum y bombardea veredictos de fragmentación, pero, a semejanza de un innombrable beckettiano, más que un personaje es una Voz; presumida, prepotente y pretenciosa, pero con la volatilidad de aquello que basa su fuerza en su inmaterialidad, en su capacidad para herir sin dejar rastro físico.

«Uno es quien es cuando escribe.»

Hay que volver otra vez -¿revolver?- al símil musical, e insistir en el hecho de que la experiencia oyente no se encuentra en la partitura, el material que precede, persiste y permanece, sino en la ejecución, etérea, inestable, única. Una Voz justiciera que busca argumentos en Thomas Bernhard -ahí está la Voz Reger, sentado delante de Notable American Women con barba blanca de Tintoretto Marcus, renegando de la Kunsthistorischesliteratur- pero los enuncia con educación victoriana -pasada por el tamiz de Monty Python, ahí es nada su equilibrio entre erudición y disparate- irreverentemente explícita. Hablar de ajuste de cuentas sería demasiado piadoso, no se trata tanto de devolver golpe por golpe como de pura aniquilación, sangre, sudor y babas, un furibundo ahoraeslamíatevasaenterar al que no le duelen prendas a la hora de ajusticiar al adversario.

«Hay en la literatura española mil tragabolas por cada tragasables.»

Como era de esperar, pocos actores, nunca mejor dicho, implicados en la cuestión literaria española, si es que existe esta entelequia más allá de una lengua de expresión común, y aún, salen indemnes de la bilis, pues pura bilis es, de La Voz, que se ensaña con particular furia contra los escritores, los autores de La Gran Novela Amable©, y los críticos que, en mesa camarilla, aplauden y corean a los autores del entretenimiento.
En realidad, el material de fondo acaba siendo un solapamiento de algarabías cuando a la charlatanería insustancias de los chamarilleros de La Literatura Amable©,

«No hay vida después de la cortesía, quiero decir con esto; no hay literatura amable [©]»,

charla vacua e improductiva, se le suman las loas y los panegíricos de la crítica oficialista, los corifeos estomagoagradecidos que van tejiendo su red de complicidades, protectora por si en algún salto les falla el pie y acaban precipitándose en caída libre en las inflexibles fauces de La Literatura: autores y críticos entrelazados en un valse circular perpetuum mobile de 3/4 ahoraporti mañanapormí pasadoporambos, comiéndose sus órganos sexuales externos ad maiore patria gloriam y para deleite del conventículo.
Es en ese ruidoso ambiente de sorbetones seminales y orgasmos fingidos donde se manifiesta con chocarrera presencia el poder crítico del silencio: para desenmascarar la apariencia, para evidenciar la vacuidad del discurso, la impostura de los razonamientos, la falsedad de las máscaras: el problema del sexo de pago es que, por más que finjan los intervinientes, todos saben que es una cuestiMagistral de Rubén Martín Giráldezón de dinero.

«Ya se sabe que lo que más debilita a un libro es la lectura. La lectura y la cálida acogida, la admiración incondicional: cuando el odio y la envidia dejan de formar parte de las estridulaciones del panorama patrio, malo: muerto el perro, se acabó el lenguaje. ¿Qué son nuestros libritos? Nada de lo que haya que avergonzarse: productos de ocio, animales inanimados de compañía para la muerte.»

¿Y la literatura? La literatura, bien, gracias, aquí, ya ves, anar fent… Desde que el californiano de la Nueva Era descubrió que su cerebro tenía un componente emocional -sí, sí, lo sé, eso es otra historia, pero dejadme que me recree un poco en lo que los americanos postskinnerianos entienden por psicología-, parece que la literatura ha hecho presa en esa parte del cerebro y, simplificando que es gerundio, se ha dedicado a ser un alburrotador de emociones, cuando lo que debería ser es un procreador de conmoción: que actúe dirrectamente sobre las intrañas del lector y deje en paz el sentimiento; que requiera procesamiento intelectual, no reacciones primarias; cuando se consigue aislar de la obra literaria -¿literaria?- la totalidad de los elementos ornamentales, los que solamente tienen la función de asombrar al lector corriente -es decir, al lector ordinario pero también al lector TDAH que busca una traición en cada capítulo, una intriga en cada página, un asesinato en cada párrafo, una mentira en cada línea, mierda en cada palabra-, debe quedar el esqueleto, más aún, la médula; o, si se prefiere, las heces, ese «fondo del orinal» que La Voz cita, donde se esconde/enmascara/oculta la verdad…seguir leyendo

 

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en El Imparcial



Magistral de Rubén Martín GiráldezFrancisco Estévez reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en El Imparcial:

Palabras, palabras, palabras… no nos acostumbramos aún al relieve atronador que adquiere hoy día la célebre frase de Hamlet. Y, sin embargo, frente al ruido y el manoseo impúdico del lenguaje, frente al vaciamiento de sentido, de cuando en cuando renace el milagro y las palabras vuelven a decir. A ese mirlo blanco convenimos en llamarlo Literatura. Así, con L mayúscula, pues lo merece. Esta novela es buena muestra. Hay libros sobre los que uno sabe ya que escribirá, independiente del juicio, pues su autor solicita curiosa atención, genuina expectación, tras su obra anterior. Si novelista es aquel que sabe contar una historia, quien tiene un mundo propio con voz original, en España tenemos la fortuna de contar con un puñado de ellos.

Más raro aún es que un desconocido como Rubén Martín Giráldez destacara en el 2012 entre sus pares nóveles con una estupenda y memorable ópera prima, Menos joven, ya comentada por este cronista aquí (aquel año, saltaba a la palestra Iván Repila, Sara Mesa conseguía ser finalista del premio Herralde, y Joaquín Pérez Azaústre inauguraba insólito camino, por citar algunos novelistas coetáneos). Las cualidades de esencialidad, deseo de trascendencia y búsqueda de mundo propio descubiertas en aquella obra primera se han refinado en un paroxismo de compleja salida. Si Menos joven pudiera representar la forma inteligente, desprejuiciada y socarrona de encajar la tradición literaria, la presente novela, Magistral, supondría la crítica autorial sobre la obra perfecta, sobre el estado y la función de la literatura y sobre la propia crítica literaria.

Se puede resumir con facilidad la trama de Magistral y no debo sintetizar con exactitud la cantidad de matices arpegiados en el libro. Un soberbio escritor analiza sin tapujos su propia obra titulada con exactitud Magistral, al ser esta perfecta. Tras concitar un éxito total dedica sus anhelos y altanería a reflexionar sobre la recepción lectora, el estado de la crítica, la literatura como terapia, como lenitivo o como vómito y la posibilidad de cambiar de idioma puesto que “el lector hoy es enemigo del vate, el admirador […] su mayor obstáculo”. La novela Magistral en su perfección agotó el lenguaje, llegó al “crepúsculo de los verbos” con arribo al famoso lenguaje cero e “inauguró un silencio”. Aquí arranca la reflexión, ¿qué hacer con un lenguaje agotado? A partir de este engreído monólogo, supuesto, porque parece desdoblarse avanzada la novela, asistiremos a un sermón impenitente y admonitor a propósito del criterio y otras cuestiones del pensar como la crítica. Los mandobles atizados a la republica de las letras y a la crítica son despiadados, aunque no falten motivos para identificarlos con parte de la realidad española.

No advirtió en vano Pío Baroja que la novela es un saco donde entra todo. Y aún no hemos comprobado el calado de la célebre frase. El género novelístico posee un hambre voraz y se alimenta vampíricamente de cualquier texto a disposición. Ahora bien, que la novela se fagocite primero al autor y después a sí misma es costumbre insólita. Aquí se nos presenta un autor que habla en monólogo sobre su propia obra la cual, de forma mañosa, no se da nunca a conocer al lector. Se entremezclará, sin embargo, fragmentos, comentarios y citas desviadas de la novela Notable American Women de Ben Marcus (2002) y aquí llega el exquisito saber hacer de la editorial Jekyll and Jill. La editorial con acierto y como demanda la novela no renuncia siquiera a encuadernar con lomos de chirriante color, con otra cubierta incrustada, y una tipografía propia de otras… literaturas.

Nuestro protagonista está ansioso en su búsqueda de la lengua perfecta, como en aquel libro de Umberto Eco. El deseo, la creencia de una suerte de esperanto literario. Y si no leo mal el sentido de esta novela pareciera coincidir con la apuesta del malogrado semiótico: el triunfo sólo cae del lado de aquellos con sensibilidad al espíritu. La novela tiene una necesidad de nombrar artísticamente que poco desfallece. Las frases finales, ya atisbadas con anterioridad, recogen un sentido oculto en juego de muñecas rusas donde se agazapa a la postre y tras de todo la propio voz narrativa que vuelve al silencio. Y eso hace inaugurar otro silencio mayúsculo al cerrar el libro que reproduce con fría exactitud lo ocurrido tras publicar la novela Magistral de la que se habla en su interior.

Si no desnorta la sátira ni deslumbra el vitriólico monólogo ni indigna el airado desprecio al interlocutor ni acongojan las múltiples técnicas literarias y registros lingüísticos, el lector experimentará ese vértigo sensitivo que desprende la novela de Rubén Martín Giráldez. Y quizá también, aún padeciendo todo ello a la vez. Lo peor que pudiera pasarle a este libro es ser pasto de teóricos literarios, narratólogos, críticos literarios y otras pedanterías del lector. Lo mejor es ser disfrutado y entendido como un bello y lúcido desatino, un arabesco que toma cuerpo de abecedario diáfano, en definitiva, “es una fiesta, es un tumor”. El deleite queda asegurado al lector esforzado. Pero también al lector de a pie, sensible y con sana curiosidad, que no le preocupe tanto el galimatías, sino sentir la desazón de esa falta de totalidad. En el fondo, quizá sea este lector el destinatario oculto solicitado por Magistral. Pero quién tomará el pulso debido a Magistral y, por ejemplo, compondrá los “Madrigales de Atila” solicitados por su protagonista.

En unas antípodas estéticas pero en sintonía sensible anda cerca de Detrás de la boca de Menchu Gutiérrez, escritora exigente como pocos. Y tiene diálogo con Misión del ágrafo, el lúcido ensayo de Antonio Valdecantos (La uÑa RoTa, 2016). No extraña que se aluda aquí a Giorgio Manganelli, del que por fin se traduce algo de su crítica al español (La literatura como mentira, Dioptrías, 2014), y ojalá lleguen su versión de Pinocho o sus comentarios sobre la ciencia-ficción.

Si el personaje de Unamuno se escapará de Niebla y pertrechado de angustia existencial pasará por el lenguaje extraterritorial de Beckett para zambullirse conceptista y surgir polisémico, quizá tuviéramos una ascendencia fallida del protagonista. Pero simplemente serían puras etiquetas, vanas sombras. La intención estética del presente libro es buscarle tres pies al gato. Lo que concuerda con aquel Ortega y Gasset que se preguntaba qué es leer.

Por otro lado conviene subrayar aquí como Jekyll & Jill son vanguardia entre nuestras editoriales. Frente al libro hermoso pero papel mojado editan libros que “son”. Un paseo por su catálogo descubrirá al lector ávido de ambrosías nuevas la prosa de Julio Fuertes Tarín en Isidoro olas brutales delicadezas de los hermanos Grimm en Del enebro. La pareja de editores ha elaborado en poco tiempo un catálogo de exquisiteces, donde, por si fuera poco, es autoridad en poner en circulación voces de raro exotismo. Por ejemplo, trajo a España las valiosas Últimas horas de la escritura de Sergio Chejfec, que de algún modo extraño dialoga con Magistral entre líneas.

Poner en circulación el debate sobre la trascendencia narrativa es tarea necesaria y compleja. Pero esta novela es más. Tras el parapeto de una prosa exquisita y deslenguada hay una fina reflexión sobre la Literatura y la lengua. Dicen que con la edad uno ya dice lo que le da la gana. Es falso. La libertad de palabra nace de una postura en la vida, no del tiempo. Aquí tenemos una muestra. Sin incienso alguno Magistral nos pone en el brete de leer, no de pasar ojos sobre las líneas. Leer en el sentido pleno del verbo. Independiente de las preferencias estéticas de cada uno, esta novela crea su propio lenguaje, su ser. En su redondo título acaso su esencia: Magistral. Como pocas veces se puede afirmar de algo.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Feria del Libro de Madrid: 5 recomendaciones para no perderse



Magistral de Rubén Martín GiráldezLa cueva del erizo recomienda Magistral, de Rubén Martín Giráldez, como uno de los cinco libros para no perderse en la Feria del Libro de Madrid.

«Suele suceder poco, pero cuando un libro nos escuece, es bienvenido. La nueva novela de Rubén Martín Giráldez deja a las claras algo que pasa en este país desde tiempos – ya – inmemoriales: que el mundo editorial y todo lo que lo rodea, tiene un poco de tufo a rancio y a falto de valor. Una de las voces más estimulantes de este panorama literario ha creado una obra que, a pesar de su corta extensión, nos lanza puñetazos en cada página y consigue que encontremos aquello que tanto nos hace falta hoy en día: que lo diferente se convierta en imprescindible.»

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Rubén Martín Giráldez en El Mundo Cataluña

Magistral-el-mundo

La máquina de hurras

Rubén Martín Giráldez revoluciona el panorama literario español con ‘Magistral’ (Jekyll & Jill), una novela que es una carcajada, una crítica feroz que carga las tintas contra todo lo imaginable.

  • LAURA FERNÁNDEZ 
Rubén Martín Giráldez, foto de Iván Cámara para El Mundo
Foto: ©IVÁN CÁMARA

He aquí la historia de un libro que es un puñetazo, un puñetazo Magistral. Un puñetazo novela, un puñetazo confesión: la de un narrador soberbio, tan soberbio que cree estar por encima del Bien y del Mal literario, un narrador que considera a los lectores «probadores de venenos», porque todo ahí fuera, cualquier cosa que puedan llevarse a los ojos, es «veneno», sobre todo, si es español, porque el escritor español es un mal escritor, y el idioma español, es un idioma inútil, porque se mal-utiliza o se utiliza de cualquier manera y de cualquier manera es siempre una manera horrible. «Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo. Hay que tener arrestos para escribir con el lenguaje crudo con el que uno piensa, y si uno piensa en el idioma de los informativos nacionales, quizás es mejor que pierda el tiempo en pérdidas de tiempo de muy otra clase», dice el narrador, que fue un autor genial, el autor de la genial Magistral, hasta que descubrió que su talento no era talento en absoluto si se lo comparaba con el talento de Ben Marcus. Ben Marcus existe, sí, y escribió un libro titulado Notable American Woman que fascinó hasta tal punto al soberbio narrador de Magistral que lo convenció de que lo suyo no era para tanto. Y, veamos, ¿quién es el narrador de Magistral? El narrador de Magistral es también el autor de Magistral, o, mejor, es el propio Magistral, el libro, que no tiene manos y las echa de menos, que ni siquiera tiene boca, así que no puede estar hablando, aunque cree que lo está haciendo y eso, quizá, le ponga triste, o le enfade o le asuste. ¿No se asustaría cualquiera al comprobar, un día, que no es más que un libro?

«Es una novela torrencial, para leer en voz alta, como Menos joven. Pero no tenía por qué llegar tan pronto. De hecho, después de Menos joven quise probar a escribir una novela convencional, una novela con estructura y personajes y todo eso porque temía que se me encasillara en la vanguardia, que se me etiquetara como experimental. Pero digamos que no soy un escritor disciplinado, que, cuando siento que está viniendo, me preparo y escribo, y que Magistral apareció y tuve que escribirla», cuenta Rubén, Rubén Martín Giráldez, el autor, que nada tiene que ver con el narrador de la novela, o un poco. «He metido ahí todos mis prejuicios, lo que he pensado alguna vez, lo que pienso de verdad, y cosas que, mientras escribía, me susurraba: ‘Esto no lo digas, no, ni se te ocurra’». Pero ¿es Magistral una novela, una novela en forma de libelo? «Magistral es la respuesta afirmativa a tres preguntas: 1) ¿Puede un discurso ser una novela?; 2) ¿Puede la recomendación de un libro ser una novela?; y 3) ¿Puede una poética ser una novela?», contesta. Y, también: «Magistral es una novela contra el elitismo, es una novela exigente, pero porque el narrador es un narrador soberbio, pero el humor desactiva la pedantería y la solemnidad. Si no te crees más listo que el lector no hay forma de que puedas resultar pedante». Al principio, Magistral iba a llamarse Menosprecio de corte. Luego iba a llamarse Hurra, porque «siempre me fascinó aquella expresión de Céline, la de la máquina de hurras», confiesa. Finalmente, se tituló Regüeldo y, en algún momento, se convirtió en Magistral. La novela es un ataque frontal («La auténtica literatura, o lo que es lo mismo: la literatura no española, no avisa de cuáles son sus planes») pero también es un juego (el narrador tiende al lector la contracubierta del libro que está leyendo, el libro de su admirado Ben Marcus, y lo hace literalmente, y eso, sí, es posible) que, por momentos, se vuelve inquietante. «Al final, quería que tuviera algo de novela de terror», dice. Y lo tiene. Al final, el libro, de repente, empieza a darte órdenes. «Después de todo», dice Rubén, «no soy más que un entertainner».

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Rubén Martín Giráldez

Entrevista a Rubén Martín Giráldez por Iletrado pero cuerdo


Rubén Martín Giráldez

Iletrado pero cuerdo entrevista a Rubén Martín Giráldez a propósito de la publicación de Magistral:

Una danza de la muerte bufa. Charlando con Rubén Martín Giráldez

«Puede que en vuestros libros haya espacio y pastitas para todos, pero aquí no.»

Rubén Martín Giráldez, Magistral.

Permítanme, para empezar, que me autocite. En junio de 2013 escribí lo siguiente: «Les ruego encarecidamente que dejen a un lado cualquier idea preconcebida. No sean escrupulosos ni alcen la bandera del convencionalismo literario porque se llevarían un tremendo chasco si decidieran leer Menos joven, obra de Rubén Martín Giráldez. Les ruego encarecidamente que la lean, eso sí. Se reirán y comprenderán que la vida es mejor si cuenta con una pizca de enloquecimiento verbal, si gozamos de las artes y las letras como meros instrumentos del placer, tanto visuales como sentimentales, si jugamos con el lenguaje y rompemos de tanto en cuanto los guiones establecidos y nos saltamos alguna que otra norma sin sentido aparente». La lectura de esta obra publicada por Jekyll & Jill me reconfortó tremendamente, pues encontré en ella algunos de los ingredientes básicos de mi mundo (irreal): humor, sarcasmo e ironía, el absurdo. Pero no se confundan, no todo en ella era divertimento, si bien la prosa de Martín Giráldez destila gracia y salero. Háganme caso, léanla y sabrán a qué me refiero.

En el mundo hay demasiadas palabras, y también demasiada estupidez, y me da a mí que este autor que sabe lo que son las «jitanjáforas» (discúlpenme, pero servidor no alcanza tal nivel de sapiencia y necesitó consultarlo con la almohada, con el farmacéutico de guardia y finalmente con el diccionario) se ha dado cuenta. Dicho esto, si ya les rogué en 2013 que leyeran Menos joven, permítanme que insista, permítanse algo exótico en 2016, permítanse profundizar en un episodio genial de esa larga querella que existe entre la tradición y la invención, entre el orden y la aventura, entre el aburrimiento y… el ay!

Magistral es un ejercicio fascinante sobre cómo sabotear el lenguaje, con sus motivos bien argumentados y sus reflexiones. El protagonista de esta novela destruye, maldice, rompe, separa, ¡ilumina! Rubén Martín Giráldez se preocupa por la bienintencionada experimentación del lenguaje, por sus posibilidades (que son infinitas, pues nosotros lo creamos y podemos hacerlo y deshacerlo a nuestro antojo) y por todos los que vivimos en un mundo que según Robert Coover está en venta o en préstamo y que es objeto de risa en su totalidad. Y es que no podemos obviar el hecho de que somos palabra, mal que nos pese.

Inconformista, reveladora, atrevida, arriesgada, necesaria (por qué no decirlo), dificultosa, a ratos incomprensible… Si algo debo (debemos) aplaudir y respetar aquí es la ambición de un autor que se preocupa por el estado de la literatura y todo cuanto la impregna, la esclaviza o la emancipa. En términos pugilísticos diríase que Martín Giráldez ha lanzado un directo de izquierda acompañado de un crochet para intentar noquear a lectores, autores, editores, críticos y reseñistas, y creo que lo ha conseguido (con creces), y yo que me alegro, oigan. Pero como lo interesante es saber qué tiene que decir(nos) este hombre que me ha prometido —¿lo hizo?— hacerse una foto montando una clara a punto de nieve, mejor lean esta entrevista que se ha ido gestando a ratitos entre misiones sinpañales y despertares de monstruíllo. Ah, y no quisiera dejar pasar por alto el hecho de que son Jekyll & Jill los que publican esta nueva locura ingeniosa de Rubén, benditos sean.


magistral-ruben-martin-giraldez-1Pregunta: Corrígeme si me equivoco. Magistral es una confesión o más bien una declaración sobre cómo ves todo lo que rodea a la literatura española actual.

Rubén Martín Giráldez: Bueno, si digo que es una confesión desactivo toda la novela, porque entonces ya podemos tildarla de generalizadora, exagerada o voluntariamente rocambolesca como si tuviese que responder a una realidad argumentable. Es una sátira de los actos de habla, de los actos de escritura y de los actos sociales, y pretende dar sopas envenenadas con honda a escritores y lectores, pero no es un estado de la cuestión, es más una suma de todos los prejuicios justificados e injustificados implacables de los que he hecho acopio durante años o de los que sorprendo en otras personas.

P: Pero…

R. M. G.: Pero, por no escaquearme, también puedo decirte que sí, que el punto de partida es la intención de levantar acta de TODO cuando es evidente que no lo conozco todo. La única manera de explorar eso con pretensiones totalizadoras es mediante la comedia: pensando y obrando a la vez de una manera y de la opuesta a esa manera. Creyendo firmemente que SÍ y firmemente que NO. Un hipócrita drogado con suero de la verdad y más Trajano que Bifronte.

P: Si en Menos joven, tu anterior novela, abogabas por destruir los ídolos, aquí haces lo propio, entre comillas, con la literatura española, que defines como sumisa, carente de talento (a la hora de imaginar). Llegas a afirmar que «el escritor que piense que no se puede hacer nada nuevo, que no nos haga leer nada suyo». ¿Cuál sería el escritor ideal de Rubén Martín Giráldez, la literatura idónea?

R. M. G.: Bueno, yo proponía sostener una charla con tus ídolos, no destruirlos, pero a Bogdano, el protagonista, la cosa se le iba un poco de las manos.

Responder qué literatura debe hacerse y qué literatura no es fácil: literatura buena sí y literatura mala no. No es verdad que tenga que haber de todo, porque no hay tiempo para todo y entonces, necesariamente, existe la posibilidad de que una persona dedique toda su vida a cosas malas. Y sería una pena. Así que intentemos reducir al mínimo lo que no tiene valor. Y ahí entramos en una cuestión de gustos y de juicios donde la verdad es la de cada uno. Hay una pulsión infantil que no quiero explorar demasiado para que no se me estropee, y es la de desear (inevitable y tiránicamente) que mi ideal de idoneidad sea el de todos y que sea yo quien dé con la clave para convertirme así en el Bien Común Denominador. Son fantasías de grandeza que funcionan como combustible, que tampoco se me alarme nadie: mientras no sea el mejor (ser el peor no entra en mis planes, siento la inmodestia, pero tampoco vamos a jugar a eso) todavía hay posibilidad de ser el mejor.

P: En Magistral tratas algo que suele pasar totalmente desapercibido como es el ‘estilo’. De hecho, escribes: «Que la vehemencia somete a cualquiera que ande buscando estilo es cosa que no debería sorprender a nadie». En este sentido, la sensación que obtengo es que crees que en España pocos se atreven a traspasar los límites del lenguaje, a romper cualquier barrera («El castellano es hoy un idioma monigotado»). Ves el castellano como una lengua hermética, encerrada en sí misma, poco dada a experimentar. ¿No es así?

R. M. G.: La tesis de Magistral es que el idioma español es inservible. Mi opinión, en cambio, es que el castellano, reanimado, es de una exuberancia tremenda. Evidentemente, hay unos cuantos escritores y escritoras en español con voluntad de estilo a los que eso, el estilo, no les parece una tara ni una impostura, sino que lo tratan como uno de los elementos que genera el contenido y a veces hasta el tema de sus libros, pero es más abundante una literatura aquejada de rechazo frontal al estilo (que sólo me parece interesante si es una opción estilística; en caso contrario, es estéril, como la pose antiintelectualista que tras más de treinta años de moda ha dejado de ser pose y ¿ahora qué?: ahora ya podemos decir orgullosamente que somos imbéciles), de miedo y cautela (la cautela no está mal, no exageremos) y de una devoción injustificada y cómica por lo correcto; no hablo de lo correcto políticamente (que también, claro) sino de lo correcto de las formas, ideas de armonía, sobriedad, elegancia, representación, lirismo, tabuización del humor…, que a mí se me hacen muy cuesta arriba. Claro: esa es mi opinión, soy el primero que entiende que Magistral a muchos se les va a atragantar para toda la vida, y vanagloriarse de eso sería de gilipollas.

P: Y de ahí que te sirvas de Ben Marcus y de la “Boca Norteamericana”, para dar a entender eso de que: «Este idioma está maldito, este idioma está débil, este idioma está difícil. Este idioma nuestro tiene lo que se merece: nada y gente sin ambición. Manantiales de falta de ambición. Aquí paz y después pereza».

R. M. G.: Es la voz de un rey-bufón que juega a insultar, así que es extremista para todo; una voz no tan previsible como pueda parecer en un primer momento, porque no viene del rencor, porque jamás ha tenido que adular ni ha conocido otra cosa que la grandeza. Un jefe de bufones sin más perspectiva que la extensión que abarca su dominio. Hay que ponerlo en ese contexto, me parece, aunque lo voy descubriendo a medida que hablo contigo.

También parece que identifica plenamente ambición con forma, no me había fijado hasta ahora. Es una simplificación perversa. Pero, en cualquier caso, detrás de todo eso que cuento no hay desgarro, sino júbilo ante el convencimiento absoluto de que las posibilidades del lenguaje están a mi alcance o lo estarán. Es una danza de la muerte, pero una danza de la muerte bufa que se ríe de quienes aseguran que algo se muere en la literatura este año o el año pasado. Está claro que no. Hay que ser compasivos con esa gente porque, en mi opinión, es su manera de pedir ayuda: son ellos quienes se están muriendo, ya sea escribiendo mal, escribiendo con elegancia lírica, correcta y comedida o escribiendo que esto se acaba. O leyendo, que no sé qué es peor. Dejad que se suban los primeros a los botes ...seguir leyendo

 

magistral en El coloquio de los perros

Magistral en El coloquio de los perros



magistral en El coloquio de los perrosDiego Sánchez Aguilar reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en la revista El coloquio de los perros.

               «El autor que escribe para un público, a decir verdad, no escribe: quien escribe es ese público y, por esta razón, ese público no puede ya ser lector; la lectura no es más que en apariencia, en realidad no la hay. De ahí, la insignificancia de las obras hechas para ser leídas, nadie las lee. De ahí, el peligro de escribir para otros, para despertar el habla de los demás y que se descubran a sí mismos: los demás no quieren oír su propia voz, sino la voz de otro, una voz real, profunda, incómoda como la verdad.»

Maurice Blanchot

          He querido empezar con esta cita de Blanchot porque creo que resume una de las ideas principales de Magistral, y porque me identifico plenamente con ella, con ese deseo que me lleva, cada vez que abro un libro, a buscar la voz de otro, una voz incómoda como la verdad. En Rubén Martín Giráldez he encontrado esa voz y, sí, es incómoda como la verdad. Y mucho más incómoda es cuando hay que hacer una reseña, cuando hay que hacer un comentario sobre una novela que se ríe de los autores que escriben para un público, y que se ríe de los lectores que rechazan esa verdad, y que se ríe de los críticos que ensalzan las obras que no están escritas sino por el público.
Es difícil escribir una crítica de Magistral porque esta novela incluye dentro de su material narrativo varias críticas de Magistral. Podría decir, por ejemplo, que es una obra “inclasificable”, y ya Magistral se está riendo de mí: «El hueco perfecto para que la prensa metiese la palabra “inclasificable” como cuña de hospital».
Es difícil escribir sobre Magistral porque esta novela nos está provocando para que, como críticos, como prensa, advirtamos al lector de que no es una novela. Y ya al plantearse el crítico el hacer esta advertencia, está dando la razón a la durísima diatriba o sátira que incluye esta novela. Es decir, por qué todavía tenemos que plantearnos si una obra como esta es o no es una novela. Hasta qué punto todavía estamos apegados a la tradición de la novela realista que exige un argumento y unos personajes, para que nos veamos tentados a poner “novela” entre comillas: «El probador de venenos quiere que le contemos una historia, una ficción manipulativa que le ponga puño en las tripas y satisfacción estética en las mientes. ¿No hay epopeya acaso en un discurso, en una doctrina escrita o en una homilía? ¿Y si lo que se dice no es ficción, sino verdad? ¿La enunciación es menos elevada que la invención? La opereta debería construir su lenguaje tratando de solventar las carencias del lenguaje, y no resignarse a usar la lengua dada como una llave de boca fija».
Y bien, lo que está claro tras esta introducción es lo que no es Magistral. No es una novela convencional. Metamos la cuña de hospital y digamos que es inclasificable, como si no hubiera existido toda una tradición de novelas inclasificables, como si no hubiera existido Thomas Bernhard, ni Gombrovicz, ni André Breton, ni Maurice Blanchot, ni Lautréamont, ni Kafka, ni Vilas, ni Alejandro Hermosilla, ni Mario Bellatin, ni etc.
Magistral es un discurso, una sátira, un panfleto, una diatriba y muchas cosas más. Podríamos caer también en la tentación de ser ordenados y disciplinados y decir que esta novela tiene tres partes.
Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Víctor Balcells



Rubén Martín Giráldez

Víctor Balcells reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez.

“Magistral”, de Rubén Martín Giráldez

Una conferencia de Albert Serra me permitió comprender cómo podía empezar esta reseña. En su tono enfático y a lo largo de una hora de monólogo ininterrumpido, reveló de forma explícita su poética. De entrada, Serra se refirió a Amos Vogel, teórico del cine, en concreto a su libro Film as a subvertive art (1974), para introducir el concepto de “imagen inédita”. La idea de “imagen inédita” podría ser el reverso del “lugar común”, aquello que habiendo expatriado (o por lo menos deformado) el molde consensuado explora terrenos inexplorados. Ponía este ejemplo: si debemos rodar una escena romántica, encontraremos multitud de escenas románticas en las que basarnos a lo largo de la historia del cine. Casi todas ellas ofrecerán puntos en común que, con el tiempo, se han convertido en “el molde” consensuado. En otras palabras, “lo que el espectador espera de acuerdo con lo que conoce”. Sin embargo, dijo Serra, una situación hipotética: ¿qué pasaría la primera vez que alguien, salvados todos los obstáculos de censura e imposibilidad de emisión, rodó con vocación artística, por ejemplo, un parto? Supongamos que ocurrió a principios de los años sesenta. Nos podemos imaginar a la persona encargada del rodaje accediendo en primer lugar a un archivo de películas. Lo vemos abandonar la tarea abatido porque no hay una “historia del cine de partos” todavía, y vemos cómo esa misma tristeza se transforma primero en miedo y luego en ansiedad creadora cuando comprende que será el primero en establecer una posible “forma de rodar un parto”. En esta situación, las decisiones que tome acerca de los planos podrían sentar las bases iniciales de lo que sería el molde. Suponiendo que su película tuviera mucho éxito y fuera vista y estudiada, podemos suponer también que ese molde podría llegar a fijarse en lo canónico a través de sucesivos abordajes de lo mismo. Y así, a lo largo de los años, se formaría un molde claro y una expectativa de lo que “se espera ver cuando se ve un parto filmado”.

Esta imagen inédita inicial, con el tiempo, tiende a perder su carácter inédito en el contexto del colectivo. Es asimilada y la asimilación le resta extrañeza y fuerza. Asimismo -espero no estar cometiendo un gran atentado intelectual; fabulo- podemos encontrar un efecto parecido de desgaste por exceso de uso y presencia de determinadas imágenes con pretensión poética como “pesa menos que una pluma” y etc: los lugares comunes. Según creo, el mito es el único vehículo que mantiene el sentido de lo inédito en el molde (curiosa paradoja, habría que pensar en ello).

Puede decirse por otro lado que, desde que existen los archivos, existen también los cazadores de imágenes inéditas. Es una vocación moderna. Albert Serra se definió a sí mismo como tal. Su película Historia de la meva mort es un ejemplo. Rodada originalmente en 4:3, con una composición pensada para ese formato, se proyectó finalmente en formato 2:35. Pocos días antes de la presentación, el director tomó la decisión de cambiar el formato contra el consejo de los directores de fotografía, que habían pensado todo el film en 4:3. El resultado es sorprendente: todas las composiciones de plano parecen escindidas en dos y el espectador, habitualmente, debe jugar con el fuera de campo (por arriba y por abajo) de forma intensiva y, además, debe desdoblar su atención en las asimetrías del formato resultante. Así, en Albert Serra, la concepción general ya adopta presupuestos que buscan la imagen inédita. Si repasamos escena por escena encontraremos en los diálogos, en el decorado, en el propio montaje, elementos que exploran ese aspecto. Cuando enfrentamos este tipo de cine, se dificulta el visionado y entendimiento por parte del espectador, pues uno debe reinterpretar lo visto de una nueva forma (o menos conocida): éste no puede dejarse llevar en el molde “de lo que conoce” (y que le permitiría incluso no pensar para yacer ahí, a la espera del desenlace, conceptualizando en esencia el cine como un entretenimiento repetitivo y, a lo sumo, como un acertijo), y debe enfrentar, todo el tiempo, “la extrañeza” formalizada en un extraño formato, tempos insólitos, extravagantes diálogos, elementos sutilmente simbólicos de escenario, etc.

En mi opinión, Magistral, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll & Jill, 2016), debe leerse en esta clave. Lo que será pensado y percibido al acercarse a esta novela no tiene mucho que ver con lo que uno, comúnmente -no hace falta definirlo otra vez-, espera y percibe al leer una novela al uso. De entrada, debemos aceptar que no hay una trama, no hay un espacio, no hay personajes claramente dibujados. Hay una voz que elucubra. Esta voz nos habla de una novela titulada Magistral que, al parecer, ha sido determinante, decisiva, profundamente traumática para el castellano y nuestra cultura en general (de modo que el tema es el mundo literario, pero fantásticamente extrapolado a un todo inefable y claro por la vía del lenguaje imaginativo). La reveladora obra (el propio autor confiesa Magistral de Rubén Martín Giráldezque “no decía nada”, construyendo así sólidamente la divertida paradoja que conforma este texto) ha conducido al colapso de lo conocido y ante nosotros sólo se abre el turbulento -pero en verdad dichoso- camino del misterio de la decadencia, la figura del ocaso que antecede al vuelco de paradigma. Esta voz construye una forma contemporánea del comentario; la novedad reside, creo, en la puesta en escena de su propia contradicción: así Magistral combina la flagelación con la auto-flagelación, destila su propia vanidad para sucumbir finalmente ante ella, declara su novedad para declararse finalmente epígono de alguien todavía más grande y presenta en última instancia el indisoluble problema entre tradición y progreso (la voz dice, casi corrigiéndome, pero, según creo, parafraseándome: lo mío es más bien elaborar comentarios sobre el límite borroso entre problema y solución).

Hay un comentario de Italo Calvino a una obra de Manganelli (Nuovo commento. Por cierto, Manganelli es citado en Magistral no por casualidad) que parece adaptarse mágicamente por la vía de la tergiversación (cortando aquí y allá, lamento decirlo) a lo que sentí al leer Magistral. Cuando leí -con parcialidad y todavía bajo el influjo del libro de Rubén- las palabras de Calvino, quedé francamente perturbado por la correspondencia (estaba en un Ferrocarrils de la Generalitat, de regreso de Sabadell, y atravesábamos el bosque):

Se comienza diciendo: he comprendido todo, un comentario a un texto que no existe, cómo hará para mantenerlo sin ninguna narración […] luego, cuando ya no lo esperamos, llegamos a cierto umbral  en el que la iluminación inesperada nos alcanza: pero ¡es verdad, el texto es Dios y el universo! ¿Cómo no he podido entenderlo antes? Entonces lo leemos desde el principio conscientes de que la llave es el texto, es el universo como lenguaje, discurso de un Dios cuyo único significado es la suma de los significantes, y todo se sostiene de forma perfecta.
Aunque un crítico ha dicho que Magistral “no se parece a nada que nadie haya leído nunca”, mi impresión en las primeras páginas fue exactamente la contraria. Hay muchos elementos que remiten a un tipo de literatura que, en general, suele incluso disgustarme y aburrirme. Podría aventurarme a llamarla la estirpe de los Textos para nada de Beckett. La condición sine qua non para que este tipo de obras no me aburran tiene que ver con el estilo y con su capacidad para nombrar. En primera instancia, uno diría que Magistral tiene algo muy Lobo Antuniano (por citar a uno inter pares); puede leerse con la voluntad de construir un todo u, omitiéndolo, sencillamente se puede proseguir a la espera de las iluminaciones que el autor deposita en la mente de quien lee. No tengo claro que esta obra necesite ser comprendida en su conjunto, puesto que su voluntad parece, como característica propia del comentario, aforística. La comprensión del conjunto, en este caso, lleva a la paradoja y al Ouroboros mental, según he comprobado. De modo que pasajes como:

Había muerto la diferencia, por no hablar de la distinción. El criterio tuvo tanta culpa como los perpretadores de opinión: habíamos llevado el idioma al cero, habíamos vuelto la lengua castellana muelle y fantocha. Me habían elegido a mí como podrían haber elegido a cualquiera, Magistral presidía una tontomaquia puesta en marcha en quién sabe qué copetín infame, pero (y esto era lo peor) bienintencionado.
me bastaban para incendiar mi ánimo y ensalivar mi boca por lo general seca (estoy muy cansado de leer literatura, así lo digo y así lo lamento) y para seguir adelante con renovado brío. El texto crece y, tal y como De Chiricho decía de sus cuadros, existe una especie de ejercicio similar al de pelar una alcachofa en sus sucesivas capas, un deseo repentino de llegar al corazón y la consecuente decepción final (que el autor ha orquestado a propósito, se entiende): en el centro de la alcachofa no hay nada.

Pero, ¿qué es lo que tiene este texto que se eleva por encima de tantas otras obras de caracter metaliterario, elucubrador y aforístico? Ahora desenfundo, como quien dice, una pistola y me apunto frente al espejo. Así veo yo la labor del crítico literario. Me entristece por Rubén que se le haya tildado -justamente- de genial sin haber postulado una teoría completa de su genialidad (en alguna reseña incluso se ha juntado tontamente eso de abtruso + genio; en otras se ha dado efectivamente la audacia de la hipótesis titubeante, cosa que es de celebrar, y, supongo, habrá la todavía más tonta y dominante combinación de comentarios que venga a decir: “abtruso + pretensión = nunca genio”, emitidos supongo por los tontilocos que aborden la lecutra sin pensarla. Diría incluso que podrían sacarse nuevas variantes y que Magistral se amoldaría felizmente a todas, siendo la sombra que proyecte sobre ellas siempre más poderosa en su carnavalesca disposición). Me parece que la propia obra exige del exterior comentarios y audacias de ese estilo más que juicios, pues ella misma contiene su propio juicio. De modo que aventuremos una hipótesis de bardólatra. Magistral es una obra poderosa porque nombra con precisión. Rara avis español. No hay que desestimar la grave decadencia del Nombre en nuestra lengua. Puesto que existe una relación estrecha entre el sonido de cada palabra y lo que representa efectivamente, una fijación histórica de los significados en sus sucesivas mutaciones, no ser preciso al nombrar nos expulsa al triste mundo de lo endeble (mani di pastafrolla, se diría en italiano de un escritor flojo en el Nombre). Están equivocados los escritores si creen que lo esencial es otra cosa. Eso es lo esencial en términos de fuerza y de eso depende y se destila, creo, lo que vagamente se llama el alma del propio texto (en cualquier molde posible). Los etimologistas son personas mucho más audaces de lo que creemos (Me imagino a Corominas solitario en medio del pirineo, en medio de una ventisca y perseguido por osos, consagrado a la caza de la variante y el matiz en el significado de cada palabra, pueblo a pueblo, vieja a vieja) y su trabajo no debe ser olvidado. Este fragmento ejemplifica la precisión en el nombrar:

Nuestra palabra ya no es de libelista, que qué es eso y qué vale, sino de traductores, y así nuestra palabra es ley y pirula y todo lo que a ella escapa, aventura, picadillo palare y fabla rucia y bable gramática parda; la equis ha tachado al rey Alfonso el Sabio, ya no opina nuestra lengua, ¡que va!, sino que vierte, vuelca y derrama -y, si la apuran, glosa-, es coreuta, derviche arcano, ringleader, arcipestre, cognoscenti, cantora, cantatriza, porque si en la literatura española la claridad está prohibida, en la traducción el esoterismo triunfal es… la norma.
También podemos ver en él otros elementos. Recuerdo un texto de James Wood en el que se comenta un pasaje sensual de Philip Roth en El mal de Portnoy. En aquel pasaje que ahora no tengo a mano se pone de manifiesto que, además del nombrar, existen otros elementos que pueden vigorizar un fragmento. Tanto en ese caso, como en este que he transcrito, se construye una tensión entre disparidades de grado, pero no de orden. Además de la precisión, el lector se siente elevado y lanzado contra el suelo varias veces dentro del mismo pasaje debido, pienso, a la combinación de estratos de lenguaje de las más diversas procedencias que mueven del oscurantismo a la claridad para representar, en efecto y en la técnica, el propio concepto del que se habla. A mí esto me parece un logro asombroso. Diríase casi que uno debe re-configurar la clave de su percepción varias veces en la misma frase. Eso sin duda es un truco al alcance de pocos. De dominarlo, como es el caso, el escritor se convierte en hipnotista. Por otro lado, fíjense en la puntuación y en el ritmo que se desprende de la misma. Recuerdo un antiguo volumen de prosodia (impreso en 1890) que sustraje a una librería de viejo en la que trabajaba. En la primera página el autor dice:

No habiendo libros buenos de prosodia a que acudir, se perpetúan muchas malas prácticas de los más fecundos versificadores. Los versos se hacen por todos al oído, dejándose ir los poetas por la gravitación cuyas leyes rigen la métrica española; pero, ignorantes de esas leyes y sin pautas fijas a que atenerse, suelen infringirlas o desdeñarlas; a veces con buena fe; a veces con perversión de oido; a veces conociendo que obran mal, pero consintiendo en el error por no existir, impresos, códigos sancionados de PROSODIA y de VERSIFICACIÓN cuyos artículos en la mano pudiera acusarlos de lesa métrica la crítica severa y razonada.
No cito el pasaje para decir a continuación que Magistral satisfaría a dicho autor, sino para señalar precisamente un signo contemporáneo de la obra: parece que “la voz” actúe “a veces con perversión de oído” y “a veces conociendo que obra mal”, y otras veces al revés. En eso puede residir uno de los niveles de la bufonada. Existe una oscilación entre pasajes muy ceñidos a la regla y pasajes libres y atonales. En todo caso, resulta difícil demostrar una intención de estas características sin un análisis minucioso que no puedo acometer aquí, pues sería equivalente a introducirse en el inefable problema euclidiano de las paralelas.

Sigo con algunos comentarios menos interesantes acerca de la estructura y de su relevancia para el conjunto. Lo dividiría en tres partes (esta elección tripartita es gustosa para mí, pues en el 3 y en el 7 existen los rasgos más herméticos) que corresponden con dos tomas de aliento del narrador. El autor de Magistral deja entrar, poco a poco, a Ben Marcus, escritor referente del que, en cierta medida, se declara deudor en varias ocasiones (“¿devasto a Marcus o me convierto en su director de propaganda?”).  La tercera parte, precisamente -si no he entendido mal-, es un pasaje donde habla el mismo Marcus para juzgar al autor de Magistral y a su lengua (“Más despacio, avanzo a base de singultos, te supero, me necrofollo tu idioma por el agujero de las oes…” / “Tenías muy presente que si jugabas con la voz, la voz buscaría la manera de apuñalarte”). Ni siquiera sabemos si habla Ben Marcus. Puede que sea Ben Marcus, dice esa misma voz, “a lo mejor soy una persona”, añade, certificando que una voz podría no ser nada. En cualquier caso Ben Marcus es recibido por nosotros como un ente superior todavía más hábil que quien creíamos el más hábil. Puede encarnar fácilmente ese papel porque se trata de un autor norteamericano que ha llegado muy poco por la vía de la traducción (como otros autores y obras inclasificables cuyo proceso de traducción y edición se constituye en una pirrónica empresa) y que por tanto se enviste fácilmente con la potencia de “el otro”, la figura paterna que juzga y fagocita, Saturno que simboliza la tradición y que engulle a sus hijos. La última frase, donde por primera vez se pronuncia el nombre de “Rubén” dislocando finalmente toda la estructura que uno pudiera haber concebido en una babel de capas mentales, será el tormento de los exegetas del futuro. Iba a citarla pero no lo hago (de todas formas, confío que a estas alturas todos los lectores hayan abandonado y quedemos aquí unos cuantos trasnochados todavía dispuestos a lanzar al ruedo hipótesis cada vez más endebles y truculentas; los ociosos de la ebriedad).

En todo caso, al cerrar el libro la cabeza de uno hierve de ideas y posibilidades. Conseguir este efecto es arduo para el escritor, pues habitualmente el caldo se concibe, cocina, come y digiere dentro de la misma obra, de forma que cuando uno termina de leerla queda exonerado de tener que pensarla. Que aquí ocurra exactamente lo contrario es de celebrar. El construir para sostener un efecto que se prolongue más allá de la lectura es signo de que la obra se inserta en el poco frecuentado ámbito de quienes rinden tributo a la imaginación (la más exacta de las ciencias, cuidado). Por otro lado, hay algunas cosas que reprochar. La prosa de Rubén me ha inspirado la suficiente confianza como para exigirle que incluyera, también, muestras de esa obra titulada Magistral de la que todo el tiempo se habla y que fue definitiva para nuestra cultura. Entiendo el juego que supone su ausencia, pero precisamente esa ausencia me parece tópica y falta de audacia en el contexto de una posible tradición en la que podríamos encuadrar el texto (quizá se contrarresta con la irrupción devastadora de Marcus al ser una grandeza que cubre otra grandeza, pero debería haberse intentado ese añadido). Sea como sea, está claro que desde hace ya varias líneas el terreno es pantanoso en este texto-comentario, el scroll ha descendido mucho hacia abajo sin claridad y el propio comentario del comentario pierde su fuerza, si es que la ha tenido. De modo que lo dejo aquí con la esperanza de haber impulsado a alguien hacia la lectura de este magnífico libro.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez en El Confidencial por Alberto Olmos

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Alberto Olmos

Alberto Olmos reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en El Confidencial.

‘Magistral’, el libro más extraño publicado este año en España es una genialidad
El escritor catalán Rubén Martín Giráldez plantea en ‘Magistral’ un delirante divorcio tanto del castellano como de la literatura española, y se inventa su propia lenguaMagistral de Rubén Martín Giráldez en El Confidencial por Alberto Olmos

Un total de 200 lectores estima Rubén Martín Giráldez que tendrá su novela ‘Magistral‘ (Jekyll&Jill). Doscientos y pico, para ser exactos, pues así define su libro: “Libelo breve y ambicioso, un masaje de tortura para doscientas y pico personas”. La literatura es la única expresión artística donde las reseñas llegan a más lectores que la obra de la que hablan.

En su carta de presentación al editor Siegfried Unseld, Thomas Bernhard se despedía con esta afirmación: “Sigo mi propio camino”. Rubén Martín Giráldez también va por libre, bailando sobre el asfalto de su genialidad. Si nuestro autor fuera de Chicago o de San Francisco, tendría más traducciones que ahora lectores. Pero el pobre hombre es de Cerdanyola del Vallès, que también es ocurrencia. En esta su segunda novela, Giráldez inventa el independentismo idiomático, que no lleva al catalán, sino mucho más lejos: al galimatías.

 

Matrimonio perfecto

Rubén Martín Giráldez ha encontrado en Jekyll & Jill la editorial a su medida: que levanten la mano aquellos que hayan comprado alguna vez un libro de Jekyll & Jill. Pues eso.

Si nuestro autor fuera de Chicago o de San Francisco, tendría más traducciones que lectores. Pero el pobre hombre es de Cerdanyola del VallèsSito en Zaragoza, este pequeño sello propone con cada nuevo libro una edición interventiva, esto es, meterle mano a la forma tradicional del libro. Aunque aún los hacen con páginas, suelen enriquecer sus libros con minilibros adheridos al interior de la cubierta, añadir fotos polaroid entre capítulo y capítulo, láminas con bordados, mapas, pegatinas, dibujos, calcomanías… Hay alguna imprenta en España que está hasta las narices de Jekyll & Jill, pues nunca le encargan un libro que no parezca los juegos reunidos Geyper.

Ay, todo esto resulta apestosamente romántico: un escritor que sabe que va a vender 200 ejemplares y una editorial que no tiene empacho en publicarlo. Permítanme decir que este tipo de editor y este tipo de autor son los que vale la pena querer. A los demás, que los quiera Muñoz Molina.

 

Apalear lo español

Necesito unos segundos de reflexión para tratar de explicarles qué diablos es ‘Magistral’ y por qué me parece una genialidad. Digamos para empezar que la novela de Rubén Martín Giráldez no se parece a nada que nadie haya leído nunca. ‘Magistral’ no tiene trama, no tiene personajes, no tiene ni siquiera propuesta: ella misma es la historia de su propia recepción.

'Magistral', de Rubén Martín Giráldez.

Al igual que hizo en su anterior obra, ‘Menos joven’, el ocurrente sardañolense (o ‘cerdanyolenc’) se inventa autores y libros que no existen, juega con todas las coordenadas canónicas de la novela y convierte la propia lectura del libro en un recorrido por cómo el libro ha sido recibido. “En las presentaciones todos compraban ‘Magistral’, lo empezaban a leer allí mismo y ya no paraban de sangrarles la narices”.

O también: “Cuando un periodista me escribe para decirme que está leyendo ‘Magistral’ y que le está pareciendo fabulosa, yo sé que no está leyendo ‘Magistral’ y que no le está pareciendo nada”.

El libro, sobre todo en sus primeras páginas, apalea con gusto cualquier cosa que tenga que ver con el idioma español, particularmente su literatura. Así, sobre los escritores españoles, considera que “más parecía que estuviesen de vacaciones de verano en el lenguaje que escribiendo”, pues su estilo puede calificarse como -ojo al juego de palabras- “prosas estercolares”. Lo dice también de otro modo (no deja de decirlo, de hecho): “Mis coetáneos y yo fuimos el menor problema de la literatura para poder ser el mayor problema del lenguaje”, o mejor así: “Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo”, quizá debido a las “interminables listas de agradecimientos” que aparecen al final de las novelas -y que a mi juicio señalan con exactitud cuánto le interesa a un autor la literatura y cuánto la vida social-.

Los lectores también reciben lo suyo: “¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?”.

¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?Y la crítica: “En España no se puede escribir la primera frase de ‘Magistral’, pero sí puede uno escribir cosas como “me miro mis manos” y recibir elogios al día siguiente.”

Y, claro, el propio idioma (“Puede que haya llegado la hora de hacerle al castellano un hoyo en la hermosura”) y el propio autor (“Soy un fraude refugiado”).

El estilo de Giráldez, como hemos visto, es ingenioso, neologista (‘viceprimersiguiente’, ‘demográciles’), poético y un punto esnob. Me encanta.

Me encanta porque, cada pocas páginas, fragua en una frase memorable (“Lo que más come esta boca es voz”) y porque, pretendiendo huir del castellano a lomos de acritud y vocablos inventados (a la manera de Oswaldo Lamborghini en ‘El fiord’, digamos), deja la sensación de que en literatura española aún puede hacerse algo nuevo, radical, nada complaciente.

“Este libro, si ve la luz, se come la luz y os ahorra veros las caras tal y como son de verdad”.

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Rubén Martín Giráldez

Entrevista a Rubén Martín Giráldez en ABC



Inés Martín Rodrigo entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de su nueva novela Magistral. Diario ABC (10-5-2016)

Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez: «Si hubiese confiado mi subsistencia al puño apretado éste ahora estaría en la mierda»

Este joven autor, interesado en «celebrar el idioma» y cuyos referentes son Sade y Gracián, acaba de publicar Magistral, su segunda novela, una obra en la que despliega esa voz brutal de la que ya dio cuenta en Menos joven

– ¿Cuáles son sus intereses como escritor?
– Me gustaría celebrar el idioma, por abreviar, pero eso no significa que la forma pase a un primer plano. Aunque no me interesa nada la parte de juego del surrealismo o del OuLiPo, reconozco que el flirteo con la verborrea produce chispa, y a la chispa ya se sabe que con arrimarle un poco de pelo ya se da por incensada. Quiero decir que a los narradores (a los narradores que uso yo, digo) les gusta mucho oírse, y a mí —que no me gusta nada hablar y mucho menos oírme— siempre me da curiosidad lo que tienen que decir y cómo lo dicen.

– ¿Y como lector?
– Huyo como lector de lo mismo que como escritor: de la gandulería del «contar historias y emocionar a la gente». Hasta los videojuegos han superado ese estadio. Resulta que tenemos vértebras, no podemos andar por ahí sin atrevernos a flexionar las articulaciones. Y no me refiero a sesudeces porque sí, me refiero a «Las mentiras de la noche» (Anagrama) de Gesualdo Bufalino, por ejemplo. Me refiero a diversión auténtica, no a diversión aprendida.

– ¿Sobre qué temas suele escribir?
– Pues cuando no escribo sobre la lengua escribo sobre lo que le ande cerca: la boca, el sexo, la memoria, la ética, los insultos, el mal, el humor, los amigos, los padres…, autobiografía disfrazada, los únicos temas existentes abordados como si fuese el primero en abordarlos. Un lector no debería exigir menos que eso a aquéllos a quienes paga.

– ¿Dónde ha publicado hasta el momento?
– Empecé publicando en Alpha Decay un ensayículo bufo titulado «Thomas Pynchon: un escritor sin orificios», y después han ido surgiendo cosas para Aristas Martínez, E. D. A., Editorial Base, algún fanzine… Con Jekyll & Jill Editores, las dos novelas. Ha sido como escribir un papel para una actriz escogida de antemano, porque difícilmente hubiesen podido aparecer en una editorial que no fuese Jekyll & Jill: en «Menos joven» había una doble cubierta, el libro era una réplica de las ediciones Gallimard, llevaba calcomanías y algunas páginas estaban subrayadas y anotadas en lo que parecía lápiz; en «Magistral» hay juegos cruciales (pero sutiles) de maquetación, tipografía, paginación y una cubierta de otro libro incrustada en el libro.

– ¿Con cuáles de sus «criaturas» se queda?
– Creo que «Magistral» es mejor que «Menos joven». A «Menos joven», probablemente, le cambiaría cosas que la harían mejor que «Magistral». Y así. Todo se andará.

– Supo que se dedicaría a esto desde el momento en que…
– Lo que me interesaba a mí desde siempre eran los diarios y la literatura autobiográfica. Escribo diarios intermitentes desde los trece años, pero no pretendía darles dignidad de estilo hasta el día en que se me ocurrió introducir un poco de MENTIRA. O lo que es lo mismo: cuando leí «Les nourritures terrestres» de André Gide.

¿Cómo se mueve en redes sociales? ¿Qué perfiles tiene?
Twitter es esa aplicación donde emiten diálogos entre Gonzalo Torné y Luis Magrinyà, para que se haga una idea. Yo uso Facebook, que aborrezco periódicamente porque a veces me da muchos minutos de esterilidad, pero la verdad es que bastantes trabajos me han llegado gracias a él. Además, prácticamente todo mi círculo de amistades sale ya de ahí, así que ahora no me voy a poner estupendo. Habrá que tragar con sus mil inconvenientes y trampas.

– ¿Cuenta con un blog personal?
– Abrí un blog llamado Célinegrado, pero cuando tuve oportunidad de publicar en papel la verdad es que quedó humillantemente relegado a la friend zone, el pobre. Ahí cuelgo los enlaces a lo que publico y traduzco. A veces Célinegrado me reprocha que lo tengo hecho un Tumblr, así que también me hice un Tumblr curricular.

– ¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practica?
– Me dedico a la traducción literaria, y desde hace casi dos años me dejan publicar artículos en «El Trujamán», la revista de traducción del Centro Virtual Cervantes, tremendamente recomendable para todo aquél que sospeche que la eme con la u: mu. Léanla todos, por favor, hay artículos geniales de gente sabia como Carlos Mayor, Ismael Attrache, Mª José Furió, José Aníbal Campos, Carlos Fortea, Andrés Ehrenhaus, Pablo Moíño, África Vidal, David Paradela, Juan de Sola…, de los que sale uno como de darse un baño en astucia.

– ¿Forma parte de algún colectivo/asociación/club?
– Gran no.Magistral de Rubén Martín Giráldez

– ¿En qué está trabajando justamente ahora?
– Tengo 100 páginas de la próxima novela y bastante trabajo antes de poder continuar. Acabo de entregar la traducción de la «Autobiografía» de Morrissey, que publicará pronto la editorial Malpaso (me dicen que ya se puede contar). La verdad es que me ha puesto a prueba en su buen centenar de aspectillos del oficio y, además, es la única figura de acción por la que siento devoción (devoción crítica).

– ¿Cuáles son sus referentes?
– Sade y Gracián. Muertos que no se mueren ni que los maten.

– ¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacaría?
– Mi deuda hoy es con Juan Francisco Ferré, Antonio Orejudo, Manuel Vilas y Julián Ríos, por decir sólo algunos…, es una deuda que se cifra en la cantidad de instantes de verdadero placer que me han proporcionado, y es una deuda que —sin haberles preguntado— sé que no van a tratar de cobrarse, porque la euforia de lenguaje y pensamiento de esa gente viene de la generosidad, sólo hay que leerlos para darse cuenta. Anden: vayan a darse cuenta.

– ¿Qué es lo que aporta de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?
– A mí me encantaría conseguir lo siguiente:
Acercaos, que la lengua no muerde, que la lengua no es una lanza térmica, ¿qué os puede pasar?, no seáis tontos, tocadla, tocalá-tocalá… ¡FLASH!
Pues sí era una lanza térmica. No haberme hecho caso.

– ¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer como escritor para sobrevivir?
– Si hubiese confiado mi subsistencia al puño apretado éste ahora estaría en la mierda y Dios en la de todos.

Enlace a la entrevista

 

Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez en Aragón Radio



El próximo lunes, 9 de mayo, Rubén Martín Giráldez hablará con Sergio del Molino e Iguázel Elhombre en el programa Preferiría no hacerlo de Aragón Radio con motivo de la publicación de su libro Magistral.

Rubén Martín Giráldez

 

RUBÉN MRubén Martín Giráldez - Foto: Alfonso Rodríguez BarreraARTÍN GIRÁLDEZ (Cerdanyola del Vallès, 1979)
Ha publicado la novela Menos joven, el relato «Prólogo a Centauros extirpados» en la antología Doppelgänger: ocho relatos sobre el doble + bonus track (ambos en Jekyll & Jill Editores) y el ensayo burlesco Thomas Pynchon: un escritor sin orificios (Alpha Decay, 2010). Ha traducido a autores como Tom Robbins, Jack Green, Bruce Bégout, Blake Butler, Leonard Gardner, Ernest Haycox o Laird Barron. Una de sus últimas traducciones es Cosmotheoros, el libro de Christiaan Huygens aparecido en nuestra editorial en 2015. Su web: celinegrado.wordpress.com

Como para resucitar el gusto sería necesario que esta nación se hubiese tomado alguna vez en serio aquello de que nuestro cuerpo es un templo y la boca su excusado, lo más factible será ir pensando en reconstruir la lengua para poder mentir al menos sobre lo limpio que teníamos aquel palacete forrado de piel y pelos y perforado sin remedio nueve o diez veces. A lo mejor deberíamos ir pensando en cambiar un idioma que ya no sirve. Puede que haya llegado la hora de hacerle al castellano un hoyo en la hermosura y cagarle lombrices dentro hasta rellenarlo. El castellano es hoy un idioma monigotado, toca asaltar otras lenguas.

Tras Menos joven, Rubén Martín Giráldez vuelve con Magistral, una voz brutal con la lengua negra como salsa putanesca de demonio.

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Javier Avilés reseña Magistral de Rubén Martín Giráldez



 Javier Avilés reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en su blog literario El lamento de Portnoy.
Resulta, además, una guía muy útil que les detallará parte de lo que se van a encontrar a lo largo de su lectura.

Magistral Rubén Martín GiráldezMagistral Rubén Martín Giráldez«Si uno dobla convenientemente su ejemplar de Magistral por las páginas 48 y 80 obtendrá un aparente volumen de la novela Notable American Women de Ben Marcus. Así, Magistral, la novela de RMG se compone de: un alegato de la novela Magistral, que quiso llamarse Regüeldo, escrita por la voz narradora de Magistral de RMG, (voz que no es la de RMG); Notable American Women, de Ben Marcus, o más bien, la simulación de esa novela; fragmentos de la traducción de NAW, o Notable North American Women, de Ben Marcos; y la irrupción de la Boca Norteamericana y su alegato contra Magistral.

La cuestión es que al doblar el libro para obtener nuestro ejemplar de NAW de Ben Marcus, libro tomado en préstamo en la Biblioteca de Sacramento, CA, quedan unas 30 páginas en el aire, fuera de las cubiertas, como un apéndice fuera del relato. De esa forma tenemos como fuera de la novela la parte en la que la voz narradora, que no es la de Giráldez, trata sobre la traducción y sobre todo sobre la traducción de Marcus.
Rubén Martín Giráldez, recordemos, es novelista y traductor…seguir leyendo
Magistral Rubén Martín Giráldez

Isabel Sucunza habla sobre Magistral en CatRàdio

Magistral Rubén Martín GiráldezIsabel Sucunza, de Llibreria Calders, habla sobre Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el programa Els Experts, de Catalunya Ràdio. 

Rubén Martínez Giráldez reinventa el castellà en el seu nou llibre Magistral, editat per Jekyll and Jill, una editorial de Saragossa que tracta els seus llibres com petites obres d’art. Rubén Martínez Giráldez és escriptor i traductor.

AQUÍ pueden escuchar el podcast.

Jekyll & Jill en El Hype



Víctor Gomollón con perroJekyll & Jill desvela sus novedades en esta entrevista por Jesús García Cívico para la revista El Hype:

«Acabamos de publicar Maleza viva, el libro de microrrelatos de Gemma Pellicer—comenta Víctor— y la semana que viene presentamos dos títulos muy hermanados, libros que posiblemente tengan el mismo tipo de lector, Magistral (2016), el segundo título con nosotros de Rubén Martínez Giráldez y Fábula de isidoro de Julio Fuertes Tarín. También tenemos un segundo título de Paco Inclán.»

Leer artículo completo AQUÍ

Cosmotheoros en la lista de los 10 mejores libros de 2015, Estandarte



CosmotheorosCosmotheoros, de Christiaan Huygens, en la lista de los 10 mejores libros de 2015 en la revista de literatura Estandarte.

Cosmotheoros, conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones
Christiaan Huygens
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Ilustraciones de Alejandra Acosta
Jekyll & Jill

Cosmotheoros significa «el observador de las estrellas», y Christiaan Huygens afrontó en él el primer tratado que conjetura la vida extraterrestre desde el punto de vista científico, basándose en las teorías que le precedieron. Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, Johannes Kepler, Tycho Brahe o René Descartes guían a Christiaan Huygens, que publicó su Cosmotheoros —escrito en latín e inglés— en 1698. Christiaan Huygens (La Haya, 1629-1695), fue un destacado matemático, físico, horólogo, astrónomo, diseñador y pulidor de lentes, fabricante —junto a su hermano Constantijn— de telescopios, fellow de la Royal Society de Londres y miembro cosmotheoros7fundador de la Académie des Sciences de París. La edición de Jekyll & Jill nos impresiona por su detallismo —el libro incluye fotografías, una extensa biografía cronológica de la familia Huygens y multitud de notas—, además de por las ilustraciones de Alejandra Acosta, que ha pintado y bordado con hilos de colores una veintena de posibles vidas extraterrestres.

 

Los mejores libros de 2015 en Babelia, El País



947384_953407591406564_4725359286695133655_nDos de nuestros títulos en las listas de Los libros de 2015 del suplento Babelia, El País:
Cosmotheoros. Christiaan Huygens, Jekyll & Jill, en la lista de Fernando Castanedo, escritor y crítico literario.
Últimas noticias de la escritura. Sergio Chejfec, Jekyll & Jill, en la lista de Nora Catelli, escritora y crítica literaria.

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