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La canción de NOF4 en Lector Salteado

Mario Aznar reseña La canción de NOF4 en Lector Salteado:

Fernando Oreste Nannetti pasó más de veinte años de su vida encerrado en el pabellón penitenciario del manicomio de Volterra, en Italia, donde escribió una obra extraña y fascinante sobre un muro de más de setenta metros de largo. Escribía o inscribía —pues el resultado está muy cerca del grafiti y es considerado muestra emblemática de Art Brut— con la hebilla metálica del chaleco o cinturón —según la versión— de su uniforme, realizando esforzadas hendiduras en la superficie poco cómplice de la pared.

lacanciondenof4Este es el material principal del que se alimenta la singular novela de Raúl Quinto, La canción de NOF4, editada este año por Jekyll & Jill con una fabulosa ilustración de cubierta, obra de Alejandra Acosta. Aunque fuera apócrifo, el material de partida es indudablemente bueno, hay que admitirlo, y la imagen que proyecta es de una potencia obnubilante. Por eso en estos casos el riesgo es exponencialmente mayor. ¿Cómo no desbaratar una historia ya de por sí subyugante y atractiva? Es un caramelo envenenado. Un caballo de Troya que el poeta Raúl Quinto se propone y logra capear con éxito aplastante.

Quinto ha abierto las puertas de la enorme trampa de madera, ha saludado al enemigo y lo ha sentado a su mesa. El resultado es una narración hipnótica con vocación fabulística, pulso de ensayo y raigambre poética.  SEGUIR LEYENDO

5 de Sergio Chejfec en Lector salteado



Mario Aznar reseña 5, de Sergio Chejfec en Lector salteado:

5 (CINCO Y NOTA), SERGIO CHEJFEC

Hay espacios que se leen, como también hay textos que se recorren, que se transitan. El paseo como tópico intelectual ha suscitado en los últimos años nuevas ediciones y miradas renovadas sobre un fenómeno tan cotidiano que su sola presencia en un contexto artístico lo vuelve singular. Las implicaciones estéticas del caminar y sus usos metafóricos son infinitos y desbordantes, mediados casi siempre por el ejercicio de la idealización romántica que debe tanto a las escrituras de Rousseau, Baudelaire o Walser. Como es sabido, donde se dan la mano el ocio y la ciudad moderna surge una nueva forma de mirar, y también una nueva forma de hacer. Las rutinas del paseante solitario atraviesan las fronteras del día a día y llenan páginas de ensoñación sinuosa e imaginativa, de simbolismo y divagación psicogeográfica.

El escritor argentino Sergio Chejfec conoce bien esta tradición, pero se sitúa en sus márgenes para proponer desde allí un centro móvil, lúcido y fragmentario, emparentado al mismo tiempo con la ensoñación del flâneur y con ese otro rostro facetado de la reflexión y el pensamiento. Si la narración es duración —cambio, transformación—, el espacio, y más concretamente el espacio urbano, parece el medio idóneo para indagar sobre sus límites y su naturaleza. Tradicionalmente, la trama y las distintas peripecias que la conforman han sido asumidas como la forma ideal para expresar el proceso de transformación que opera sobre todas las cosas. Las acciones ocurren, los hechos se suceden, las causas tienen efectos, los efectos son consecuentes y las consecuencias son el resultado de esas acciones transformadoras que toda “novela que se precie” debe asumir como núcleo de su estructura. Pero esta lección ha sido ya puesta en duda demasiadas veces.

5-coverimageParece que solo podemos hablar del tiempo apelando, precisamente, a determinados atributos espaciales. Por eso decimos que el tiempo se alarga, se acorta, pasa, corre, vuela o se detiene. De hecho, la linealidad con la que nos referimos a la sucesión temporal puede dibujarse en un papel para mayor comprensión de cualquiera. Esto significa que ambas esferas son indisolubles, la del tiempo y la del espacio, y el relato no pertenece exclusivamente a ninguna de ellas, sino que participa de ambas en grados capaces de una contorsión todavía inédita. La singular literatura de Chejfec trabaja sobre ese nudo en el que el paseo no es ya un recorrido desde el punto A hasta el punto B (lo vimos en Mis dos mundos, editada por Candaya en 2008), sino que asume formas ensayísticas que no se desarrollan linealmente, sino por acumulación, en forma de vorágine o bola de nieve, como hemos podido leer, más recientemente, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill, 2016).

Con su escritura digresiva y tantas veces visual, Chejfec propone una cartografía del pensamiento —casi siempre del pensamiento privado, personal, quizá intransferible—que a través de una refinadísima destreza narrativa logra transponer lo que el propio autor —o ya la voz narradora— intuye en el prólogo como “el pliegue más profundo del mundo”. Este ejercicio tiene lugar en escenas más o menos deslavazadas o parciales, que suceden de costado, que son la culminación del realismo precisamente por esa insistencia que comparten los hechos y los pensamientos en presentarse siempre de forma sesgada y decididamente oblicua.

 

En un momento temí que el director descubriera la ausencia de un cuarto entero, o de toda la cocina o el baño, una cosa imposible de faltar, y que de todos modos esa falta me señalara como culpable de algo importante, cuya trascendencia se comprobaba en la dificultad de ser precisado.

 

5 (Cinco y nota) (2019), el último libro de Chejfec editado por Jekyll & Jill, supone la consumación de este proyecto implícito de espacialización del tiempo. No en vano se trata de un libro cuyas primeras páginas se recorren a vista de pájaro, sobrevolando las fotografías aéreas en blanco y negro de un pequeño estuario. Esa infraestructura marítima es el puerto de Saint-Nazaire, ciudad en la que el autor ubica la primera narración («Cinco») de las dos que componen el libro; la otra se titula «Nota», más extensa y retrospectiva. En una de estas imágenes, con una tipografía borrosa que podría pasar desapercibida a cualquiera, se lee: «Vaguer la nuit dans des lumieres narratives» , como en uno de los poemas del escocés John Burnside. Esas luces narrativas salpican el texto de Chejfec otorgándole un dinamismo fantasmático (y algo fantasmagórico), que está y no está al mismo tiempo. 

 

En el centro aparece la palabra yo. Parece un esquema equivocado, porque no previó que algunas de las líneas que van de un nombre a otro pasarían por el centro, implicando a ese yo. Quizá asignándole otro ángulo habría podido evitarlo, pero no lo intentó. Entonces hay líneas que al llegar al centro hacen un rodeo para dejar en claro que no lo atraviesan, con lo cual terminan dibujando un recuadro central presumiblemente no deseado, pero inequívoco.

 

Junto a las transformaciones del espacio que registra Teju Cole en Ciudad abierta o la singularización de lo cotidiano que lleva a cabo Gonzalo Maier en Material rodante, la apuesta literaria de Sergio Chejfec completa una suerte de constelación en la que, como artificios hiperrealistas, la novela sirve para plasmar esa lógica no-narrativa en la que tantas veces se traduce la vida. La escritora ecuatoriana Daniela Alcívar, gran conocedora de la literatura de Chejfec, ha experimentado en Siberia con esta ruptura de la narratividad en la que el cuerpo no se siente del todo cómo hasta pasado un tiempo—y un trauma— prudencial. Esa prudencia, que guarda una cruda relación con la espera, se respira en las páginas del libro de Chejfec como si fuera un mecanismo retórico y al mismo tiempo una condición de existencia. El lugar que ocupa el otro, las líneas que separan los espacios hasta hacernos sentir otros, la vivencia de uno mismo en otro espacio, la posibilidad de escribir esa vivencia o la posibilidad de escribir, sin más, son algunas de las incógnitas que viven en este libro extraordinario. “El viaje, promesa de la travesía, para él no prometía nada”: así comienza el relato. Pero Chejfec, quién sabe si involuntariamente, nos lo promete todo.

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