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Saturno de Eduardo Halfon en Blumm, la manía de leer



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Bernardo Luis Munuera reseña Saturno, de Eduardo Halfon en su blog literario Blumm, la manía de leer:

«Usted, padre, también se burlaba de mi trabajo literario. Le parecía a usted ridículo que su hijo pretendiese ganarse la vida escribiendo. Se avergonzaba usted de mi vocación. A sus amigos les solía mentir. ¿Lo recuerda, padre? Entré al restaurante y usted, recio, imponente, ya estaba hablando con uno de sus socios. Al verme, usted me dio una palmadita en la espalda. Te presento a mi hijo, el ingeniero. Otras veces, yo era un abogado. Nunca pudo usted aceptar que su primogénito no siguiera sus mismos pasos. Nunca pudo usted comprender que mi vocación no era la suya. Yo, padre, le daba pena. Lo humillaba. Ante sus ojos, yo era un fracaso y, por lo tanto, como padre, usted también era un fracaso. Y esa frustración, ese dolor, salía en sus bromas e insultos. ¿Lo recuerda, padre? No soy ingeniero, le dije a su socio. Soy un escritor. Yo escribo, rematé con estoicismo. Usted, padre, me devoró con su mirada»[1].

«Los romanos identificaban a Saturno, su antigua divinidad agrícola, con el dios griego Cronos, hijo de Urano (el Cielo) y de Gea (la Madre Tierra), que tras expulsar a su padre se hizo dueño del mundo. Se casó con Rea y tuvo numerosos hijos, pero Gea le predijo que uno de ellos le arrebataría el poder y los devoró a todos salvo a Júpiter, a quien Rea logró poner a salvo en Creta, donde creció alimentándose con la leche de la cabra Amaltea; cuando estuvo preparado, se enfrentó con su padre y lo destronó, convirtiéndose en señor de todos los dioses»[2].

«No pienso en absoluto en la muerte, pero la muerte piensa continuamente en mí»[3]. Thomas Bernhard se atreve a abrir un libro de Álvaro Colomer: Los bosques de Upsala.

Cuando lees Saturno, de Eduardo Halfon, te preguntas si, para ser escritor, tienes que acabar suicidándote, si tienes que terminar, a la fuerza, devorado por una madeja de demonios rojos a los que diste entrada un día frío de enero. Te lo preguntas así, ahora, en abril, sin mucho sentido común de por medio.

Saturno es una metáfora en sesenta y ocho páginas. Una metáfora que rotula la peculiar relación de un padre con el hijo de puta de su hijo —piensa el padre— que ha decidido destinar su vida a la escritura. Y así como Saturno lo hizo, así el padre quiso «irrelevar» su paraíso, la escritura. El protagonista, entonces, entra en una enumeración de suicidios; y lo hace en barrena. Es una metáfora también, sí, donde Rea, o la escritura, logra salvar a Eduardo, o al narrador de Saturno.

El libro se lee antes de que puedas actualizar el timeline de Twitter. Así que, con la angustia y la ansiedad que soportan hoy los libros, qué me dices de la ventaja. Además, la edición está numerada y es una edición preciosista; está cuidadísima. Enhorabuena. Ni que fuese un libro de poesía, doctor Jekyll. Pero aunque no lo sea, ¿cuándo una metáfora no ha sido el tropo perfecto para hacer poesía, poeta? Pues imagina una metáfora de sesenta y ocho páginas sobre la prosa depurada de Halfon, sin tilde en la «o». Querré leer más de Halfon, sin duda. Saturno ha sido un sabroso aperitivo. Y no sé por dónde empezar. ¡Por turno!

[1] Eduardo Halfon en la página 40 de Saturno, título editado por Jekyll & Jill el 3 de marzo de 2017.

[2] Fragmento del comentario al óleo de Francisco Goya “Saturno devorando a un hijo” publicado en la página 170 de Goya. Los grandes genios del arte, Biblioteca El Mundo, 2005.

[3] Cita de Thomas Bernhard con la que Álvaro Colomer abre Los bosques de Upsala (Alfaguara, 2009).

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Magistral en Blumm, la manía de leer



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Magistral, de Rubén Martín Giráldez, entre las lecturas favoritas de 2016 para Bernardo Luis Munuera en su blog literario Blumm, la manía de leer:

Magistral, de Rubén Martín Giráldez, está editada por Jekyll & Jill en 2016. Otra joya. Magistral. Si me preguntasen que diese una razón de por qué elijo Magistral como favorita, diría que por el jugoso juego jodidamente jueno que hace con el lenguaje, trastabillándolo y fabricando con él una semántica espectacular. Forjar ficción así es magistral. Este libro no lo prestaría por nada del mundo. Es el tipo de libro que no quieres perder de vista de tu biblioteca, es el tipo de libro que lo coges fuera de hora, lo abres y te recreas con alguna página. En la ficha editorial, al igual que en el anterior, podéis leer más razones inteligentes. Como aperitivo, este fragmento:

Como mi bravata no era amable, tuvisteis que hacerla pasar por amable amansándola con vuestra lectura de mayordomos. ¡Mira que hay que ser retorcido para hacer pasar una soflama por una obra amable! Hay que reconocer, eso sí, que de esta forma conseguisteis desactivar casi por completo su sentido, y brindasteis con coños para celebrarlo. ¡No! No vale decir que yo soy bueno y decir que el que está a mi lado es bueno y decir que el que está a mi lado es bueno, porque eso es imposible o, como mucho, paraverdad, porque yo no veo a mi lado más que individuos aquejados de corrección, libretistas muertos de miedo de hacer una frase que no se entienda a la primera, copistas locos por evitar la menor arruga en la frente de su dios hipnótico, el lector, el praegustador, el probador de venenos. Al fin y al cabo ése fue el motivo que me llevó a escribir un libelo breve y ambicioso, un masaje de tortura para doscientas y pico personas —¿cuántas más pretendes que te lean?, ¿te van a traducir acaso, galano? No ha nacido todavía el libro que lastime a quien no lo lee, al menos de manera directa, y no creas que no lo siento.

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