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Tantas mentiras de Paco Inclán en La Font de Mimir



tantas-mentiras-la-font-de-mimir1El Club de lectura de la librería La font de Mimir recomienda el libro Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela, de Paco Inclán.

Llibreria La font de Mimir, Costa i Cuxart, 5 (Barcelona)

LOS OTROS ASSANGE
(relato extraído del libro Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela, de Paco Inclán)

Dirección General de Extranjería de la República del Ecuador,
avenida 6 de diciembre (entre La Niña y avenida Colón), Quito

Pasé cuarenta horas encerrado con otros extranjeros
en la Dirección General de Extranjería de Ecuador.
Todos esperábamos lo mismo: una firma.

Paradójicamente, el primero en perder los nervios ha sido un monje budista que, en inglés tibetano, ha soltado una serie de improperios que no he logrado entender del todo. Al parecer tiene prisa pues de madrugada debe viajar a la ciudad de Ambato para impartir una conferencia sobre cómo acceder a la paz espiritual. Ataviado con su túnica naranja, hacía apenas un rato que con gesto afable nos había estado repartiendo unos folletos sobre meditación al grupo de veinte extranjeros que permanecemos encerrados desde ayer por la mañana en la Dirección General de Extranjería de Ecuador. Esperamos con ansias la llegada de un señor al que los funcionarios nombran como El Embajador, que es el único que puede autorizar con su firma nuestros visados. Nos aseguraron que aparecería antes de las cuatro de la tarde. Son las diez de la noche del día siguiente.

La oficina cerró oficialmente ayer viernes. La información es confusa: a medianoche de hoy sábado entrará en vigor una nueva ley de extranjería y los funcionarios no nos aseguran si sus efectos serán de carácter retroactivo. De serlo nuestros trámites quedarán invalidados en un par de horas. Ningún extranjero se atreve a moverse de allí hasta que el mentado «embajador» firme sus documentos. Yo tampoco. La sola idea de tener que comenzar de cero la tramitación de mi visado me hace mantenerme firme en esta oficina ubicada en la avenida Colón de la ciudad de Quito. Habían sido meses de espera para conseguir que una funcionaria sin rostro del consulado de Ecuador en Valencia me autorizara la entrada en el país, previo pago de ciento veintiséis euros, no sin antes atormentarme con una serie de quebraderos burocráticos a través de notarías, colegio de médicos, detectores de metales, laboratorios de análisis sanguíneos, el ambulatorio, justificante de antecedentes penales, «vacíe sus bolsillos y deje sus pertenencias sobre la bandeja», vacunas, pago de tasas, detectores de metales, fotocopiadoras, «quítese el cinturón», fotografías tamaño carné con fondo azul y el cajón de mi infancia donde guardo mis amarillentos expedientes académicos. Tras cuatro meses de idas y venidas, a punto de tirar la toalla, obtuve un visado de entrada como misionero, ante la imposibilidad de que se me expendiera uno de cooperante o trabajador foráneo, estatus más relacionados con mi actividad a desarrollar en Ecuador. «Para eso usted debería acudir a la embajada en Madrid». Era 18 de marzo y estaba a punto de comenzar la mascletà en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Miles de personas jadeaban sudorosas al otro lado de la ventana del consulado. «No, no, está bien, póngame de misionero», decidí para acabar rápido con esto. Pero todavía faltaba que desde la Dirección General de Extranjería en Quito me firmaran el visado, un trámite que debía solicitar dentro de los primeros treinta días de mi entrada en el país andino, donde aterricé anteayer …seguir leyendo