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Entrevista a Claudio Romo en Revista PenúltiMa



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Paco Inclán entrevista a Claudio Romo, autor de las ilustraciones de la novela La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi, en Revista PenúltiMa.

El ilustrador chileno Claudio Romo es el autor de la portada y las ilustraciones de interior que acompañan a la novela La coronación de las plantas de Diego Lombardi. Después de publicar en Chile, México e Italia, la obra de Romo llega por primera vez a España de la mano de la editorial Jekyll&Jill.

 

Tus ilustraciones en La coronación de las plantas pueden verse como una atractiva baraja de naipes. Nos introducen de manera muy gráfica en la desconcertante magia de la novela de Lombardi. ¿Cómo fue la conexión creativa con el texto? ¿Lo visualizaste rápido?

Fue muy rápido. Víctor Gomollón, el editor de Jekyll&Jill, me sugirió un estilo xilográfico y visualicé la serie a la manera del grabado popular decimonónico, con cortes duros de alto contraste, dibujo primitivo.

¿Podrías hablarnos de la lira popular chilena y la influencia en tu obra de aquellos grabados decimonónicos? Pienso que es interesante ubicar al lector español en la tradición del grabado y la xilografía en Chile.

La lira popular tuvo su desarrollo entre las últimas tres décadas del siglo XIX  y las dos primeras del siglo XX. Eran periódicos de tamaño de un pliego escritos por poetas populares e impresos en talleres tipográficos. Se colgaban en las plazas de los pueblos y las ciudades para comunicar los sucesos acaecidos en Chile y el mundo. Estaban escritos en octavas e ilustrados con xilografías y clichés tipográficos importados de Europa. A diferencia de los poetas, los xilógrafos eran anónimos, no existe registro de sus nombres; lo más seguro es que fueran obreros tipográficos que participaban en las ediciones y terminaban ilustrándolas como parte del servicio. Los temas eran variados: política, temas sociales, hechos sobrenaturales, eventos patrióticos  pero todos  con la particularidad de ser vistos desde la perspectiva del pueblo. En las colecciones que han sobrevivido se pueden apreciar hechos portentosos, como la aparición de un culebrón demoniaco que se comió a una niña o las señales del fin del mundo presagiadas por la aparición de poderosos cometas. También eran frecuentes las protestas en contra de las injusticias, como las matanzas obreras, la pena de muerte para los pobres o los abusos de las clases dominantes.

Cuéntanos cómo fue el proceso creativo de la ilustración de portada… esos pezones tirando leche azul celeste.

Víctor me sugirió una portada muy vegetal, semejante a un grimorio. Entonces pensé en un personaje, una personificación de las plantas, un Señor del Veneno, a la manera de una deidad pagana, indígena, que operara como un lugar de culto. Respecto a la leche celeste turquesa, la imagen la saqué de una litografía que dibujé hace años en México. Formaba parte de una serie de grabados llamada Láminas de anatomía apócrifa, una versión pagana de San Lorenzo personificado como luchador de lucha libre que expulsaba de sus pezones una leche negra mientras era asado por un fuego azul.

Un escritor argentino, un ilustrador chileno y un editor español dan como resultado un excelente libro transoceánico. ¿Cómo valoras tu primera participación como ilustrador en una editorial española?

En lo personal es un gran placer presentar mi trabajo por primera vez en España en una editorial como Jekyll&Jill. Comparto la mirada estética de sus ediciones, su visión del arte, la tipografía y el diseño del libro; la concepción del libro como un objeto cultural depositario de variados flujos de producción artística.

En tu libro El álbum de la flora imprudente (Lom, 2007) también trabajas un herbario que defines como «un bestiario vegetal, un catálogo de plantas ficticias». Podríamos hablar de casualidad, aunque Jekyll&Jill haya hecho de intermediario. Aunque se traten de dos herbarios con perspectivas diferentes, ¿ves alguna conexión entre ambas obras?

Es una bonita casualidad. Las descripciones botánicas de Diego fueron sugerentes, las imágenes fueron saliendo fácilmente. Sentí una conexión con su mirada a la naturaleza, una naturaleza psicoactiva, como un ser caleidoscópico, mutante y vinculado a mitos vernáculos.

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Entrevista a Diego S. Lombardi en PenúltiMa



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Paco Inclán entrevista a Diego S. Lombardi, autor de la novela La coronación de las plantas, en Revista PenúltiMa.

Con su primera novela, Reflexiones de un cazador de hormigas, Diego Lombardi obtuvo el prestigioso premio ALBA narrativa. Con la segunda nos propone un viaje al mundo mágico de las plantas en el que el escritor argentino descifra mensajes ocultos de un herbario con poderes lisérgicos. Con pluma hábil, Lombardi nos arrastra por escenarios y personajes que parecen extraídos de un lugar donde, en palabras del autor, la materia aún no se configura y los pensamientos adquieren una densidad aterradora.

 

La primera es fácil: ¿qué has querido contarnos con La coronación de las plantas?

El libro surge por las ganas de compartir una historia y una serie de sensaciones e imágenes que fueron conformándose alrededor de infinidad de notas y entradas, producto del registro de vivencias personales, lecturas y meditaciones, hilvanadas por un designio que tiene que ver más con la intuición que con el artificio. El hecho de no poder controlar o racionalizar ciertos aspectos del proceso agrega una esfera que excede cualquier intento de explicarme. Sí queda en evidencia una exploración de los distintos grados de enlace entre los elementos, un tiempo que pierde su aparente linealidad, voluntades que trascienden cualquier dualismo y el horror de descubrir el doble fondo de una realidad tambaleante. La novela debe leerse como un mensaje de las plantas que me fue revelado durante todo aquel tiempo que pasé deambulando entre las plantas las plantas las plantas y que, por pertenecer a un mundo desconocido, se expuso a través de la única conexión común, hallada en terrenos arcaicos y primitivos e impregnada de intenciones olvidadas por la cultura.

En la novela llama la atención la mezcla de la sabiduría mística de las plantas con constantes referencias a la cultura occidental; una mezcla de herbario mágico con cultura ocultista-pop al fondo. ¿Qué conexión estableces entre ambas?

En la novela aparecen muchas cosas que me interesan y que provienen de fuentes de lo más diversas. La conexión es, tal vez, un hecho fortuito. La cosa pop está ahí, Marilyn Monroe llega sin que la busques; el conejo que atosiga con una lanza a un hombrecillo en el espacio liminar de un herbario del siglo XVI digitalizado y disponible en el portal de la Biblioteca Estatal de Baviera, difícilmente; aunque, ¿quién sabe? Antes de darte cuenta te habrás alejado demasiado por seguirlo a través del infinito hoyo negro del mashup.

La aparición de personajes misteriosos y escenas desconcertantes otorgan una dimensión mágica a la lectura de La coronación de las plantas. A medida que avanza la lectura, lo que llamamos realidad y fantasía se acaban confundiendo. Hay momentos en los que no se sabe muy bien qué está pasando, un desconcierto muy estimulante para los que nos gusta que nos saquen de nuestra esfera plana y predecible. ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela? ¿Igual de desconcertante o tenías claro el qué y cómo querías contarlo?

Me dejé arrastrar durante un par de años por un concepto difuso, una escena y la persuasiva presencia de las plantas. La irrupción constante de estos elementos terminó por tamizar todas mis observaciones y tuvo su momento más significativo durante una larga temporada en el monte. Sobre esta búsqueda y exploración fueron manifestándose personajes, algunos de forma esporádica y poco nítida, otros de forma insistente y concreta, provenientes de realidades tan distintas que parecen de fantasía. No fue sino hasta regresar a la ciudad cuando pude organizar y destilar el material de varios archivos y tres cuadernos de tapa dura, lisos y forrados en papel araña verde. Para ese entonces había logrado componer una imagen bastante clara del libro que quería hacer y me senté frente al teclado durante algunas semanas y en total abstracción. Al terminar, lo que bien dices: el desconcierto.

El lenguaje está muy cuidado. Gracias a eso logras introducir al lector en escenarios muy confusos a la vez que perfectamente verosímiles. No es fácil hacer que parezca fácil lo que fue complicado. ¿Trabajaste con muchas versiones antes de enviar el manuscrito a la editorial?

Hubo una primera versión casi idéntica a la definitiva, por supuesto que mucho más torpe y arrebatada. Continué trabajando el manuscrito durante algunos meses, limando asperezas y amenizando las formas. He cuidado el lenguaje como a un jardín. Aun así debo advertirte que al fondo, en los yermos que separan largas parrafadas, crece oculta una planta, esa que siempre es arrancada ni bien se la distingue de entre las rosas.

Ahora que están de moda todo tipo de terapias, ¿por qué no recurrir al poder mágico del herbario? ¿Qué cambios sociales experimentaríamos si se normalizara el consumo de plantas como método sanador, mágico y/o terapéutico?

Para esbozar una respuesta más concreta tendríamos que definir múltiples aspectos. ¿Puede considerarse un método sanador una dieta basada en plantas y frutos? ¿Desde qué lugar una persona decide tomar un té de tilo para relajarse, vaporizar flores de Bach para armonizar su vida o cocinar una pócima para acceder a planos de existencia más sutiles, allí donde la materia aún no se configura, pero donde los pensamientos adquieren una densidad aterradora? Considero el consumo de plantas, más que un método, una herramienta que puede desencadenar procesos de toda índole. He visto alguna vez el anuncio de una crema facial que hecha de aloe vera promete eliminar cualquier tipo de cicatriz; han transcurrido eones y aún continúo untándome, porque no veo mi cicatriz, pero la siento. ¿Sigue estando ahí? ¿Puedes, por favor, decirme?

¿Cómo valoras tu primera experiencia editorial en España? ¿Qué tal ha sido el proceso con Jekyll&Jill?

Publicar es siempre satisfactorio y conlleva la posibilidad de poder compartir mi trabajo con más personas. El proceso con Jekyll&Jill ha sido maravilloso. Víctor es un editor detallista, que asume riesgos e imprime en sus libros una dedicación asombrosa. Contar, además, con el alucinante y ponzoñoso lápiz de Claudio deviene en una situación ideal que nada deja librado al azar, haciendo de esta novela un objeto delicado y complejo.

La coronación de las plantas es una novela rica en referentes literarios y cinematográficos, ¿cuáles son tus lecturas y películas de referencia?

Tengo en más alta estima aquellas obras de carácter menos perecedero, que asumen riesgos en su contenido y estilo, resultan atractivas por sus particularidades o demuestran maestría en su ejecución. Ni qué hablar de esas creaciones en las que se ha apostado todo. Me gustan los clásicos, el pulp, el género, lo experimental. Que se deslicen referencias ha sido algo inevitable, como así también la filtración de cierto bagaje común a una generación inicialmente educada por la homogénea luz del televisor, aún lejos de la variedad y oferta de contenidos que, junto al acceso a Internet, llegaría en décadas posteriores.

¿A quién recomiendas la lectura de La coronación de las plantas?

A quienes hayan soñado con gorgojos en el arroz is arroz, escuchado los gritos del pasto recién cortado o comprendido de qué se trata acariciar a un gato en la madrugada.

¿Y a quién un viaje herbo-lisérgico?

Un viaje herbo-lisérgico podría salvarte la vida, asustarte y dejarte confundido o entretenerte con imágenes de colores vistosos; cada persona leerá lo que le permitan sus ojos, así como la intención y el contexto serán fundamentales en el desarrollo de la odisea. Recomendado para todos, lo que es casi lo mismo que recomendado para nadie.

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Saturno

Entrevista a Eduardo Halfon en El Cultural de El Mundo


Eduardo Halfon: «Si la literatura es mi casa, entonces yo estoy alquilado»

Decir que es guatemalteco es como no decir nada. Eduardo Halfon nació en Guatemala pero pronto emigró a EE. UU, en donde, dice, nunca ha dejado de ser un invitado. Descendiente de judíos árabes y europeos, la mezcla es el todo en su literatura, como queda claro en Saturno (Jekyll & Jill) y Clases de chapín (Fulgencio Pimentel)

ALBERTO GORDO | 28/04/2017 |  Edición impresa

Foto: Lucía Corral

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) es un escritor extraño. Para empezar, dice, su “lengua fuerte” no es el español, en la que escribe, sino el inglés, que aprendió a los diez años cuando emigró con su familia a USA. En Guatemala se había criado como un niño distinto, judío en un catolicísimo país: “Las tradiciones, las fiestas, los ritos, nunca fueron los míos”, dice. Allí sintió por primera vez el desarraigo. Su árbol genealógico nos da una idea: sus antepasados proceden de Beirut, Alepo, Alejandría y Lodz, en el caso de sus abuelos; y de Ucrania, Egipto, Palestina y España, en el de sus bisabuelos.

Tampoco su historia es la del escritor cuya vocación lo llamó desde niño. Halfon, ingeniero como Benet, era el “primogénito biemportado” de su familia hasta que descubrió los libros.

Tenía treinta años. Publicó una novela breve durísima, Saturno, que cayó como un hachazo en su familia: una carta al padre en la que, como Kafka, cortaba de raíz con su vida anterior. Se publicó en Guatemala en 2003. “Se agotó y nunca llegó a salir del país”, recuerda ahora. “Aún hoy es un libro prohibido en mi familia, del que no se habla. Ahora lo miro con simpatía, porque fue como entrar gritando en la literatura”.

Gracias a la editorial zaragozana Jekyll & Jill, Saturno se podrá leer ahora en España. Con éste coincidirá en las librerías Clases de chapín (Fulgencio Pimentel), que incluye tres antologías, dos de ellas tempranas: Clases de machete, Clases de dibujo y Clases de hebreo.

Desde su propia biografía, Halfon trata en sus libros los grandes temas de la narrativa judía. Está la búsqueda de la identidad, la relación entre padres e hijos, la diáspora, la asimilación, el baile entre lenguas. Hoy vive en Nebraska con su mujer, que es bióloga, y con su hijo Leo, que tiene seis meses. Desde allí conversa con El Cultural.

Pregunta.- Leído junto a Clases de chapín, uno siente que Saturno, aunque sea anterior, tiene mucho más que ver con sus libros posteriores, los que forman parte de su gran proyecto narrativo: El boxeador polaco, Monasterio o Signor Hoffman. ¿Está de acuerdo?
Respuesta.- Sí, la voz de Saturno es la de mis últimos libros. Ahí está, desde mi primer libro, la voz del narrador que ahora me acecha. Aunque aún no tiene nombre. Veo los cuentos de Clases de chapín, en cambio, como un taller de escritura en el que trato de descifrar cómo se escribe un cuento. Percibo ahí a un escritor buscando su pluma: está tanteando, está experimentando con diferentes técnicas, tiempos, voces y temas.

Se podría decir que Halfon despertó dos veces a la literatura. La primera en 2003, con Saturno. La segunda, cinco años más tarde, cuando decidió contar la historia de su abuelo polaco. De niño pensaba que lo que su abuelo tenía tatuado en el antebrazo era un número de teléfono que no quería olvidar. Pero un día, no mucho antes de morir, su abuelo le llamó, lo sentó a su lado y le contó su historia. Que era también la historia de cómo sobrevivió en Auschwitz gracias a un boxeador al que los nazis mantenían con vida para que los entretuviera peleando. Un día Halfon le habló de esa historia a Andrés Trapiello, que reaccionó así: “Si no la escribes tú, la escribo yo”.

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P.- ¿Sin la historia de su abuelo no sería el escritor que es?
R.- Es que mis temas, si están antes de El boxeador polaco, es por accidente. Es en ese libro cuando tomo conciencia de lo que quiero o debo escribir, y con el tiempo se ha convertido en mi libro madre. Yo no sé cómo llamarlo: no es un estilo, no es un tono. Es una especie de voz que de pronto encuentro y de la que no puedo desprenderme. Ahora en otoño se publicará el quinto libro de esa serie: Duelo.

 

Un invitado en la tierra

P.- ¿Cuándo cree que terminará su obra en marcha?
R.- No lo sé. Creo que hay dos posibles finales: o mato a ese otro Halfon narrador, o él me elimina a mí. O muere él o muero yo. No hay otra manera de salir de este embrollo.

P.- La infancia es una constante en sus libros, pero está muy presente en Clases de chapín. ¿Cómo vuelve a la infancia como escritor? ¿A través de traumas, de desvelamientos…?
R.- Siempre vuelvo a la infancia. Es algo que no pienso, que surge. Me interesa el momento en que abandonamos la infancia, cuando dejamos de ver el mundo como niños y nos despertamos a la realidad cruel de los adultos. Esa frontera está en Clases de chapín y estará en Duelo, en donde vuelvo a mi segunda infancia en Estados Unidos, al desarraigo, a cómo cambié de casa, de país, de lengua.

P.- ¿Es en esa mudanza cuando abandona al niño y adopta la mirada adulta?
R.- Algo sucedió ahí, sí. Aunque fue natural, no dramático. Nos mudamos al lugar en el que vacacionábamos, en Florida. Lo veía como una vacación larga, digamos. El trauma quizás me salió más tarde en forma de rechazo a Guatemala, e incluso a mi lengua materna. En Estados Unidos yo era también un desubicado. Pero siempre intentando aparentar ser norteamericano. Me comencé a vestir como los norteamericanos, empecé a hablar y a actuar como ellos. Es lo que hacemos los emigrados. Siempre he escrito desde ahí, desde fuera. Siempre he sido el extranjero. Por ahí aparece el judaísmo: el judío pertenece primero a una diáspora y luego al país donde nace.

P.- Steiner dice que el papel del judío es siempre el de ser un “invitado en la tierra”.
R.- Y de ahí su habilidad camaleónica, el hecho de poder adaptarse hasta físicamente. Como en Zelig de Woody Allen.

P.- ¿Cuándo le empezó a interesar el judaísmo como tema?
R.- Sólo cuando empecé a escribir. Es irónico que decidiese abandonar mi pasado por la literatura y que, más tarde, la misma literatura me lleve de vuelta a mis raíces. El judaísmo me interesa como narrativa, como búsqueda de una identidad, no como religión.

P.- ¿Es un tema que va ganando peso en su obra?
R.- Sí. Porque le he perdido el miedo.

P.- ¿A qué tenía miedo?
R.- Miedo a lo prohibido. Miedo a ofender a mi familia. Pero no sé si miedo es la palabra correcta. Hablaría más bien de un falso respeto. Fui quitándomelo poco a poco de encima hasta que en Monasterio lo traté de frente, haciendo un libro desde Israel, desde el Mar Muerto. Pero el miedo no me lo quito. Sigue conmigo, cada vez que escribo. Hay que escribir desde el miedo.

P.- ¿Su familia es religiosa?
R.- Más que religiosa, es muy tradicional. Está muy apegada a las tradiciones. Mi educación fue judía, me crie en un ambiente completamente judío. Cuando toco el tema sé que muevo esa higuera, sé que meto el dedo en la llaga. Y por supuesto ellos gritan.

P.- Ese es el gran tema de “padres e hijos” de los grandes narradores judíos, de Bellow a Philip Roth. ¿Se mira en ellos?
R.- Es algo más inconsciente. Ningún escritor católico se pregunta por qué es católico, qué significa ser católico. Los narradores judíos vuelven a eso una y otra vez. Si en algo nos parecemos todos es en que nos enfrentamos, quizás a nuestro pesar, a ese espectro enorme que es el judaísmo.

P.- ¿Por qué llegó un momento en que quiso recuperar el español, la lengua que previamente había rechazado?
R.- Fue algo impuesto. Tuve que volver a Guatemala al terminar la universidad. No podía quedarme en Estados Unidos: yo no soy norteamericano, todavía hoy sigo aquí como invitado, con una visa. Cuando regresé a Guatemala empecé a recuperar la lengua. Empecé a leer y a escribir y a trabajar la lengua de una manera más consciente para ponerla al servicio de la literatura. Fue todo un aprendizaje.

Saturno

P.- ¿Cómo funciona la autobiografía en sus libros? ¿Manipula los hechos, pero se mantiene fiel a las emociones, a las sensaciones, a los miedos?
R.- Así es. Mi biografía es un telón de fondo. Yo pongo, digamos, la escenografía: el poste de aquí es mi infancia, la luz de allá es mi rostro. Todos los elementos del escenario se corresponden con mi vida, pero el drama que sucede ante ellos, la historia que escribo ya no lo es. Ya es otra cosa. Es algo creado, artificial. Es ficción. No sé por qué lo hago así, no sé qué necesidad tengo de escribir de esa manera. ¿Verosimilitud, quizás? Es posible. Alguien lee Saturno y cree que yo, Eduardo Halfon, estoy al borde del suicidio. En mi familia lo leyeron pensando que era un ataque tremendo a mi padre. Esa es la lectura literal, pero creo que no es correcta. Aunque tampoco me molesta si sirve para que el texto pegue más fuerte.

P.- Sin embargo se ha señalado la falta de dramatismo en sus libros. ¿Es una decisión consciente, estilística?
R.- Eso es porque soy más cuentista que novelista. Yo escribo cuentos de hasta 130 o 150 páginas, pero son cuentos. Mi intención es cuentística: la acción permanece entre líneas, el drama no florece, sino que se mantiene en otro lado. Creo que ahí está la diferencia con la novela, y no en la longitud. En el cuento hay una intensidad contenida. Para que un cuento funcione ha de haber una bomba, pero esa bomba no puede llegar a explotar nunca. El cuentista ha de ser libre. Hace piruetas, te muestra un camino y después te lleva por otro. Así lo entiendo yo. Cuando me dicen que mis libros no terminan, o que tienen una estructura extraña, siento que no se han leído bien, o que se han leído con ojos de lector de novelas. Hay que cambiar de ángulo. Creo que la falta de dramatismo tiene que ver con eso.

 

“La literatura no es mi patria”

P.- ¿Qué cuentistas le interesan? No es fácil rastrear en sus cuentos las influencias obvias.
R.- He ido perdiendo las influencias a medida que hallaba mi propia voz. Leo todo el tiempo a los mismos: Carver, Cheever, Malamud, Williams. También a Chéjov. O al Bolaño cuentista, que fue importantísimo para mí. Pero no soy capaz de ver qué han dejado en mí. Creo que, sin darme cuenta, los he ido matando a todos.

P.- Dice que no sabe “cómo se siente una persona ligada a un pedazo de tierra”. Y que tampoco cree que la literatura sea algo así como su patria. ¿Puede el desarraigo llegar a ser total?

R.- No siento que la literatura sea mi patria, y lo siento cada vez menos. Cuando empecé sí tenía ese entusiasmo, esa esperanza de escritor joven. Cuando lees de joven eres un lector voraz, buscas todas las respuestas en los libros. Pero ese entusiasmo va menguando. Cada vez siento más que mi vida está por otra parte: escribo, leo, pero ahora soy padre. Esto tomó prioridad. Si la literatura es mi casa, entonces yo estoy alquilado. Estoy de paso por la literatura.

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Saturno

Eduardo Halfon

NADAL SUAU | 28/04/2017 |  Edición impresa

Desandar el camino en la obra de un autor es siempre una forma muy peculiar de diálogo: la mayor influencia que pesa sobre su lectura pasa a ser él mismo. En el caso de Eduardo Halfon, ese viaje nos lleva simultáneamente a corroborar la coherencia de su voz y la versatilidad que puede adquirir. Todo ello, en dos libros breves que le convierten en uno de los escritores mejor editados en España: tras Pre-Textos y Libros del Asteroide, las exquisitas Jekyll & Jill y Fulgencio Pimentel rescatan, respectivamente, Saturno y Clases de chapín (recopilación de los relatos contenidos en los volúmenes Clases de hebreo y Clases de dibujo, de 2008 y 2009, más los inéditos que se reúnen bajo el epígrafe Clases de machete).

Saturno asume convincente y equívocamente la herencia de la Carta al padre kafkiana para proponer una voz en primera persona que se dirige a su progenitor en tono recriminatorio, dolido, exacerbado. Esa voz oye otras muchas voces que rememoran el amplio catálogo de escritores suicidas que pueblan la literatura universal.

Así, la herencia familiar, que llevada a la síntesis perfecta no es sino la vida, y la muerte escogida, que es el suicidio, se entremezclan en un texto breve muy denso. Hay una decodificación inmediata que reconoce a Saturno como dios devorador de sus hijos o bien como emblema de la melancolía, y ambas lecturas están presentes en las sesenta páginas insomnes que lo llevan por título; sin embargo, hay más elementos en juego, siempre traspasados por cierta ambigüedad.

El narrador alude a la literatura y el lenguaje como “el mundo de la madre”, inaccesible para el hombre práctico y ejecutivo que fue el padre, ¿pero no es la literatura una devoradora de hijos a su vez? Por otra parte, el lenguaje o la literatura sirven al escritor para hablar del padre (“nunca pudo comprender que mi escritura era toda sobre usted”), pero a fin de cuentas, nos dice él mismo, “el padre es un nombre”, lenguaje en definitiva, aunque eso sí: el lenguaje de la tradición y la ley (“usted era la ley, padre”). El padre es identidad y fiscalización de esa identidad, un camino por el que el texto desemboca en lo judío y enfila su camino hacia un final sobrecogedor.

Clases de chapín también es magnífico, y presenta los registros halfonianos que más me han sorprendido. Que tanto el título como los epígrafes aludan al concepto de “clase” sólo puede remitir a la idea de aprendizaje (falso: también puede ser una referencia a la existencia de categorías), y ese es uno de los asuntos de estos relatos, entrelazado íntimamente con la presencia constante de niños o el peso reiterado de lo familiar entendido como conflicto, como Leviatán de imposible superación para el individuo. Un buen ejemplo de ello es el relato “Un buen machete”, en el que una adolescente que está desarrollando un desasosegante odio hacia su hogar descubrirá las amenazas que existen fuera de él.

Si los familiares son Leviatán, dejarlos atrás es entrar en territorio de lobos, lo cual remacha el concepto institucional, restrictivo pero proveedor de ley y orden, de la familia. Por cierto, en Clases de chapín las mujeres (o las niñas) están especialmente amenazadas en cuanto trasgreden las fronteras paternas. La alteridad, ya tenga la forma de una mano con muñones o de vecino nazi, está fuera del hogar, pero también dentro (puede ser una culebra, o un sapo negro). A esta dialéctica, Halfon le da una forma narrativa intensiva, que en el estilo se permite derivas no especialmente halfonianas, como en el transpirante “Mucho macho”. En todos sus matices, Clases de chapín y Saturno son libros admirables.

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Isabel del Río entrevista a María Melero



La cura de María MeleroIsabel del Río entrevista a María Melero, autora de La Cura, en La Odisea del cuentista:

BREVE BÍO
Tras estudiar diseño e ilustración, ha trabajado para empresas como Dear Deer, No Time Comunicación, y colaborado con revistas como SPY, Finerats Magzine, Exclusive, Oh! Dear Zine y Zunder.
Entre las exposiciones en las que ha participado se encuentran: la “Hunger for today, breart for tomorrow”, para La Mano Zurda en Madrid; “No hay Crisis Creativa”, para la Universidad de la Cultura de Sevilla; y “13”, exposición de láminas serigrafiadas en el Palacio Provincial de Cádiz, bajo la organización de Estudio Gráfico Malla.
Actualmente, podemos encontrar sus obras en las galerías No_Lugar y Red House en Sevilla, y en Artevistas Gallery de Barcelona.
La Cura es su primer libro en solitario.
http://mariamelero.com

ENTREVISTA
La Cura es un recetario que nos muestra cómo sanar uno de los mayores males a los que está expuesto el ser humano: el miedo al miedo. En él, María Melero, autora e ilustradora de la obra, muestra su propio camino terapéutico, una especie de viaje chamánico en que enfrenta a sus demonios para poder asimilarlos y, con el auto-reconocimiento, descubrirse a sí misma y dar un nuevo paso en su evolución personal.
IDR. ¿Cómo fue la gestación y el parto de esta obra?
MM. En principio, ni siquiera iba a ser un libro. Ilustré toda la historia para sanar un problema interno, personal, y así acabé encontrando la cura. Luego me pareció que quedaría bien como libro y Víctor, de Jekyll & Jill, me dio esa oportunidad.
IDR. ¿Crees en lo que aseguraba Jung de que ‹‹la sombra es el origen de la creatividad››? (en el Prólogo de Jessica Aliaga)
MM. En mi caso, la mayoría de las veces sí, yo no lo llamaría sombra, pero sí.
IDR. ¿Qué se siente al mostrarte desnuda ante los lectores?
MM. Creo que la gente agradece que la obra de un artista sea sincera, yo no he pensado en el público a la hora de llevar a acabo La Cura, ni suelo pensar en eso cuando trabajo en algún proyecto personal, al final, la gente lo capta y les gusta. Además recibo correo de gente dándome las gracias por tanta sinceridad, gente que se ha sentido identificada y se han sentido más arropados sabiendo que no son bichos raros, y eso es el mayor regalo que el libro me está dando.
IDR. Has trabajado como ilustradora para diarios, revistas y otros autores, pero, si no me equivoco, esta es tu primera obra en solitario. ¿Cómo te sientes ante tal reto?
MM. Me sorprendo a mi misma al darme cuenta de que no me asusta, lo estoy disfrutando muchísimo, pero no me planteo mucho más. La Cura es mi trabajo más personal e importante hasta ahora, pero una vez hecho, paso a centrarme en otra cosa, le doy mucha importancia y me hace feliz, por supuesto, pero tengo más proyectos en la cabeza con los que tengo y quiero seguir a delante.
IDR. La Cura no es un libro fácil, ni pretende serlo. ¿Cuál ha sido la reacción del público? ¿Y de los medios?
MM. Probablemente habrá gente que no termine de entenderlo o digerirlo, pero ha sido sorprendente la facilidad con la que el público ha captado el mensaje, pensé que pocos lo entenderían, pero muchas más personas de las que imaginaba se sienten identificadas.  Por ahora, las críticas son buenas.
IDR. ¿Cómo fue tu muerte metafórica?
MM. Fue un proceso duro y lento, no sabía a donde me llevaría, de ahí la necesidad de recrear toda la historia a través de la ilustración. Cuando llegué a una conclusión, me di cuenta de que tenía un final, que comenzaría siendo el principio de un nuevo yo en muchos aspectos. La Cura me ha dado la capacidad de conocerme y entenderme a mi misma como nunca antes lo había hecho y eso es un regalo, ¿no crees?
IDR. Háblanos sobre tu proceso creativo. ¿De dónde nace la inspiración? ¿Cuándo y cómo te pones ante el papel (o la pantalla)?
MM. Ahora tengo que hacerlo a diario, tenga o no ganas, ¡y que suerte la mía! Pero normalmente, si tengo ganas de expresar algo que ya no quiero ni necesito tener más dentro, está lloviendo y suena la música que más me apetece escuchar en ese momento, ya está, ya está todo perfecto para comenzar a pintar.
IDR. La Cura es un libro que recomiendo a mis pacientes por su capacidad de despertar del letargo al subconsciente y hacernos reaccionar ante ciertos aspectos de nuestra vida que necesitan un buen meneo. ¿Pretendías crear una obra de “mesilla de noche”? ¿Un libro al que recurrir en distintas etapas vitales?
MM. No lo pretendía, ¡ni siquiera pretendía publicar un libro! Pero ojalá La Cura acabe siendo eso, un libro al que recurrir cuando alguien lo necesite. ¡Buah, sería genial!
IDR. “El Veneno” tapa toda situación difícil. ¿Crees que nuestra sociedad ha confundido el veneno con el antídoto y vive adormecida a la realidad, y a ellos mismos? ¿Qué tratan de insensibilizarse y expulsar toda responsabilidad?maria-melero1
MM. Sin duda. Me duele aquí, me tomo una pastilla; estoy triste, me tomo otra pastilla; tengo ansiedad, me tomo otra pastilla. La mayoría de la gente no se para a pensar en por qué le duele la cabeza, está triste o tiene ansiedad. La realidad es que queremos una solución rápida y fácil que tape todo aquello que no nos gusta, y yo no creo que esa sea solución alguna. Entiendo que no es fácil pararse a analizar nuestra propia persona y situación, que a veces es duro y angustioso, pero el camino es así, complicado y hermoso a la vez, y al final hay un regalo sí o sí.
IDR. Una pregunta más autobiográfica: ¿cuándo empezaste a dibujar? ¿Cuál fue el momento de inflexión en que decidiste que querías dedicarte al arte?
MM. Dibujo y pinto desde pequeña, nunca he parado, pero me planteé dedicarme a esto en serio a los 19 años. Yo solo quería pintar, al principio nadie pensaba que podría ganarme la vida con la pintura y la ilustración, así que eso me dio más fuerza, en plan: “lo consigo por misma”. Ahora miro hacia atrás y me digo: “Bien María, bien”.
IDR. ¿Crees que actualmente el arte precisa de discurso? ¿Que el público no puede llegar a él sin comprender el contexto? ¿O crees que “una imagen vale más que mil palabras”?
MM. Yo soy de las que piensa que la obra de un artista está completa cuando hay un discurso detrás, si lo que pintas es pura estética, se queda vacío. Mi trabajo es mi forma de expresión, es muy necesario para mí. No importa que no todo el mundo lo entienda, pero yo siempre intento contar cosas.
IDR. ¿Cuál crees que es el papel del artista en nuestra sociedad? ¿Y la del editor?
MM. Creo que cada vez se valora más al artista y a los editores les interesamos por lo mismo. De todas formas, yo tuve la suerte de toparme con Jekyll & Jill, Víctor, su editor, es un tío que ama lo que hace y sabe lo que quiere, pero sobre todo, respeta al autor tanto como a la obra, y encima se lo curra tanto…, es tan cuidadoso y creativo con cada edición, ¡que el resultado es aun mejor que el que tenía en la cabeza! ¡¡Me lo como!!
IDR. ¿Cómo ha sido tu experiencia trabajando con Jekyll & Jill?
MM. Maravillosa. Víctor entendió a la primera el mensaje de La Cura. Le gustó tanta sinceridad y se la jugó, y encima me ha tratado en todo momento fenomenal, ha hecho que sienta que mi libro es aun más importante de lo que yo pensaba. Jekyll & Jill es conocida por lo cuidadoso de sus ediciones y así lo he podido comprobar.
IDR. ¿Qué consejo le darías a un artista que busca casa para su trabajo?
MM. Que llamen a la puerta de Jekyll & Jill, jajaja. Es importante que tengan primero un proyecto de peso, que se lo tomen en serio y que exijan sus derechos como autor/a y artista.
IDR. ¿Algún nuevo proyecto del que nos puedas hablar?
MM. Ahora mismo estoy trabajando para una editorial de Nueva York, ilustrando la novela de una escritora que pronto verá la luz.
También ando preparando mi próxima exposición, que será en febrero de 2017 en Madrid, junto con la ilustradora alemana Angela Dalinger.
IDR. ¿Qué estás leyendo actualmente?
MM. Estoy leyendo por segunda vez: El héroe de las mil caras de Joseph Campbell.
IDR. ¿Nos recomiendas alguna lectura?
MM. El gran mensaje de David Hockney (conversaciones con Martin Gayford) y Hombres que comen cebolla y cantan nanas al amanecer de Sara Herreras Peralta.

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Paco Inclán e Incertidumbre en HAY Festival Querétaro



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Códice Informativo (Querétaro, México) entrevista a Paco Inclán con motivo de la publicación de su nuevo libro, Incertidumbre, y su participación en el HAY Festival de Querétaro:

El inicio de la estrecha relación entre el autor, editor y periodista español Paco Inclán y México se remonta al año 1998, cuando el valenciano viajó por primera vez a nuestro país. Llegó incluso a vivir aquí durante un periodo de dos años, entre 2005 y 2007, en la Ciudad de México. Sus colaboraciones para el diario Milenio y la revista cultural Replicante, las lecturas de autores como Mariano Azuela y Sergio Pitol, y los tacos de lengua, a los cuales se aficionó en Guadalajara, son algunas de las evidencias que esta relación le ha dejado a lo largo de casi dos décadas.
En palabras del propio Inclán, México ha sido una parte fundamental en su proceso creativo de escritura. Probablemente sea esa una de las razones por las que el escritor haya elegido Querétaro para presentar, el pasado viernes 2 de septiembre, en el marco del Hay Festival 2016, su más reciente libro, el cual reúne una serie de relatos bajo el título Incertidumbre y fue publicado por el sello editorial independiente Jekyll&Jill.
«Yo parto mucho de mis experiencias, he viajado mucho en los últimos años, de hecho aquí (en Incertidumbre) hay relatos ubicados en Islandia, Irlanda, Chile, Guinea Ecuatorial, Portugal… Son experiencias viajeras, situaciones que voy viviendo o provocando» explicó en entrevista con Códice Informativo «Cuando escribo relato o ficción intento ser verosímil, intento transmitir al lector ‘vale, esto es ficción, pero créetelo’».
A Paco Inclán le impacta el efecto universal que la literatura tiene; independientemente de dónde vengan y de dónde sean leídos, hay textos que producen emociones, y es precisamente lo que él aspira a escribir. «Me gusta mucho la idea de que un lector se lleve la historia a su propia referencia (…) en una charla que di con jóvenes en una biblioteca me puse a leer el primer relato del libro, que está basado en Irlanda. Es una historia de desamor con una irlandesa. Me impactó mucho que estaba leyendo la historia y cuando levanté la mirada vi una chica que estaba llorando (…) se lo llevó a su propia historia. Creo que es la experiencia más bonita que he tenido en este libro y aquí».
Incertidumbre se podrá solicitar próximamente en las distribuidoras que Jekyll&Jill tiene en México.

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Julio Fuertes Tarín

Entrevista a Julio Fuertes Tarín



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Isabel del Río entrevista a Julio Fuertes Tarín con motivo de la publicación de su novela Fábula de Isidoro

 

BREVE BIO

Premio Jóvenes Talentos Booket con el relato Una deslumbrante muestra de esplendor heterogéneo, vuelto a publicar en la antología de jóvenes narradores Bajo Treinta (Salto de Página, 2013, selección a cargo de Juan Gómez Bárcena). Ha publicado relatos en las antologías La vida es un bar. Cuentos de noche. Malasaña (Amargord, 2011), Black Pulp Box (Aristas Martínez, 2012) o en revistas digitales como Playground, Kamchatka (esta última perteneciente a la Universidad de Valencia) o la revista Quimera.

Ha traducido, entre otras cosas, las novelas Richard Yates de Tao Lin (Alpha Decay, 2011), Robar en American Apparel de Tao Lin (Alpha Decay, 2012) y La dieta de los no hola de Sam Pink (Alpha Decay, 2013).

Link a la reseña de Fábula de Isidoro:

http://laodiseadelcuentista.blogspot.com.es/2016/07/resena-de-fabula-de-isidoro-de-julio.html

ENTREVISTA

IDR. ¿Cuáles fueron tus inicios en el mundo de los libros y quién te empujó a él?

JFT. Gocé del privilegio de nacer en una casa llena de libros y al lado de una madre empeñada en hacer de mí un lector, lo cual supone más de la mitad del trabajo. Mi padre siempre reivindicó la escritura frente a los futuros suculentos que yo, a los once o doce años, iba proponiendo para mí: notario, físico nuclear y más cosas. Creo que sus palabras fueron “no te dediques a apretar tornillos”.

IDR. ¿Cuál es el primer libro que recuerdas que te marcara especialmente?

JFT. Me cuesta mucho encontrar un recuerdo en ese magma de Barco de Vapor, fantasía épica y novelas de Terry Pratchett. Un primer libro apabullante fue sin duda Romancero gitano de Lorca, que andaba rodando siempre por casa y que me parecía un maravilloso volumen de conjuros, es decir, lo mismo que me parece hoy.

IDR. ¿Qué te consideras antes: lector o escritor?

JFT. Debe de haber doscientos aforismos sobre el modo en que el escritor es a la vez el primer lector de su obra o acerca de ese lector ideal que hay que fabricar para escribirle a él una novelita. Luego están los que dicen que uno escribe la novela que quisiera leer, es decir, que uno fabrica un autor a su propia medida. Creo que, como en cualquier acto comunicativo, uno es a la vez emisor y receptor. En todo caso, me da mucha tiricia llamarme a mí mismo escritor porque ni vivo de esto ni mi obituario saldría en los suplementos culturales. La gente se podría confundir.

IDR. Fábula de Isidoro es una novela compleja, incluso bizarra y violenta, que remueve cimientos e invita a segundas lecturas. ¿Cómo está reaccionando el público?

JFT. Se tiende a tomar al lector por medio tonto: “esta novela no es para el lector medio” es un ejemplo de las barbaridades que se pueden decir a la ligera. Pero muchas de las personas que me han hecho comentarios sobre la Fábula (sobre todo los lectores más jóvenes y desprejuiciados) tenían una idea bastante clara de los mecanismos que estaban actuando en la novela: personajes que cambian de nombre, espacios inconcretos en su concreción; también la sensación fabulesca, en la medida en que casi todos los elementos de la novela tienen más de estructura y de carácter que de simulación psicológica o de gran engranaje narrativo, aunque sean versiones muy tergiversadas y esperpénticas de los procedimientos de la fábula. Estos lectores no solo han reconocido muchos de los fundamentos del texto sino que se han echado unas buenas risas con él, lo cual parece un síntoma muy positivo.

IDR. En la novela atacas al lector con múltiples tabús, en un ambiente apocalíptico y onírico que no permite réplica, sin saber muy bien qué es más condenable o si, en realidad, existe el bien y el mal. ¿Qué tratabas de provocar?

JFT. Últimamente digo que la Fábula es una novela social, aunque en el texto no me da la gana acudir a palabras como “bipartidismo” o “desahucio”. Si el que escribe no está comprometido con la escritura, difícilmente podrá estar comprometido con cualquier otra causa. Una novela que hable de política en sentido profundo no puede dejar de cuestionar moralmente incluso al autor, lo cual es difícilmente compatible con según qué registros que me parecen llenos de vanidad y que se deben más a tendencias periodísticas que al diálogo con la tradición y al cuestionamiento de la misma.

IDR. Fábula de Isidoro es una obra dura y oscura, incluso morbosa, ¿cómo haces para que tus historias no te afecten?

JFT. Creo que casi cualquier persona sensible y despierta que viva en nuestra sociedad está tan jodida que este texto es incapaz de levantarle una ceja. Es así en mi caso: si pienso en Isidoro pienso en sufrimiento más bien diluido, convertido en entretenimiento para el lector, pero no en el Horror Verdadero. Estoy seguro de que en España afecta más a la materia del alma ser autónomo, parado o guitarrista que escribir una cosa como la Fábula.

IDR. Si tuvieras que resumir la moraleja de la novela, ¿cuál sería?

JFT. Creo que si pudiera hacer eso no habría escrito la novela y habría escrito un párrafo en Facebook. Una parte importante de la intención del texto es desactivar cualquier posibilidad de moraleja veloz o satisfactoria. En este sentido, cuando hablé del texto con los editores insistí en que se trataba de un texto insatisfactorio y tirando a incómodo. Me parece la actitud más responsable teniendo en cuenta que cualquier persona lee diariamente en las redes sociales unas doscientas opiniones más rígidas que las tablas de Moisés.

IDR. ¿Por qué estos personajes? ¿Cómo fue la creación de Isidoro, Wynston, el Alférez y los demás?

JFT. Pensaba en personajes cuestionables y que no fueran de fiar. Los hay totalmente carentes de interés, como Wynston, pero también los hay sofisticados, construidos a partir de referencias culturales y de gestos, como Isidoro o el Alférez, inscritos en una misma especie de jerarquía celestial o demoníaca. Tienen que ver tanto con pinturas de arcángeles arcabuceros como con la monja guerrera y travesti Catalina de Erauso.

IDR. La locura es parte del ambiente y de todos los personajes. Todos sufren su propio mal y egoísmo, todos cometen faltas, pero ¿cuál sería para ti el peor de todos?

JFT. No lo sé, intento tratar a todos con cierto cariño, aunque se puede apreciar en el texto que no tengo mucho amor para el mundo académico. Isidoro también es bastante mal tipo, la verdad.

IDR. ¿Crees que hay solución? ¿O estamos condenados al fracaso y la estupidez como en Fábula de Isidoro?

JFT. Creo que esta novela se parece más a la fotografía fantástica de un momento concreto y lamentable. Tampoco creo que estemos peor que nunca, tampoco, mirando los porcentajes de alfabetización y de escolaridad. No tengo una gran opinión del siglo XXI, pero sí tengo una opinión fuerte acerca de quienes querrían haber nacido en el siglo XIX. En fin: quizá dentro de dos o tres mil años podamos celebrar alguna cosa.

IDR. ¿Cuál crees que es el papel del escritor en la sociedad actual?

JFT. Escribir lo mejor posible, que ya es bastante.

IDR. ¿Cuál es tu método? ¿En qué te inspiras? ¿Qué haces antes de ponerte a escribir?

JFT. No soy excesivamente metódico, pero la acción y la expectativa son muy importantes para mí, así que cada vez que planteo una narración termino haciendo esquemas llenos de flechas y líneas de tiempo por todas partes. Si no hago eso soy incapaz de recuperar esa sensación de linealidad con la que en principio va a experimentarse el texto una vez acabado. En Cómo se pinta un dragón, José Ángel Valente habla de la gestación en el Tao y de que la edad se cuenta allí a partir de la concepción, no del alumbramiento. Luego cita a Carlos Drumond de Andrade: “vive con tus poemas antes de escribirlos”; yo intento hacer eso, es decir, pienso mucho antes de escribir y no me siento hasta que no tengo un párrafo cerrado.

IDR. ¿Algún proyecto del que pueda hablarnos?Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

JFT. Una novela en la que no todos los personajes son despreciables. Me cuesta muchísimo terminar un texto, así que no tiene mucho sentido hablar de esto ahora: nos vemos en un par de años o así.

IDR. ¿Qué es lo que te atrae de una historia y qué te hace abandonarla?

JFT. Hay un comentario de Umbral acerca de Cela en el que dice algo parecido a lo siguiente: en una novela, lo que no es escritura tampoco es nada. En general me molesta ver una prosa prevista y endeudada hasta las cejas. Creo que la palabra, la acción y la expectativa son tres unidades básicas, llenas de resonancias y connotaciones, y con ellas habría que establecer un combate honesto y hasta las últimas consecuencias (que tampoco serían muy graves, teniendo en cuenta que la escritura es una actividad por lo general sedentaria y tranquila).

IDR. ¿Qué le recomendarías a un autor novel que busque editorial para su manuscrito?

JFT. Que envíe correos en los que el peso de su propuesta recaiga exclusivamente sobre el manuscrito y no en notas introductorias llenas de fantasía y humor. Que no envíe poesía a editoriales que no publican poesía.

IDR. ¿Qué estás leyendo ahora?

JFT. Un ciclo de textos de Cela titulado A la pata de palo, que era de mi padre y viene con unas ilustraciones muy inquietantes; un regalo fantástico llamado Critical Theory Today de Lois Tyson y Coño potens de Diana J. Torres. Un buen potaje.

IDR. ¿Nos recomiendas algún título?

JFT. Cualquier cosa que tenga carácter. Cárcel de amor de Diego de San Pedro es como una película de Tim Burton escrita en un castellano tremendo y cósmico. Ágape se paga, de William Gaddis, está llena de dolor de glándula pineal. El cuento de Onetti Bienvenido Bob, dentro del cual es imposible fiarse de nadie.

Isabel del Río – Julio 2016

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Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez y Magistral en El Asombrario



Rubén Martín Giráldez

Anna-Maria Iglesia entrevista en El Asombrario a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de su novela Magistral.

 

Libelo, sátira, poética reconvertida en novela, artefacto… Estos son algunos de los apelativos utilizados para definir ‘Magistral’, la nueva novela de Rubén Martín Giráldez. Etiquetas genéricas de lado, no cabe duda de que ‘Magistral’ es un revulsivo, un texto que viene a incomodar, incluso a “violentar”, como reconoce el propio autor, al lector. Nadie se salva en este discurso en primera persona de los ataques del narrador: un escritor reconocido que, sin embargo, se da cuenta de su falibilidad y de la falta de su talento. Encumbrado. ¿Merecidamente? La duda del narrador le lleva a dirigir un extenso parlamento contra todos, lectores, críticos, editores, agentes y, sobre todo, la literatura española actual, a la que se tacha de fácil, inconsistente, y se la define como una literatura que ha ‘monigotado’ el lenguaje, que lo ha reducido a la nada.

Nadie se salva de su vehemencia. Contradictorio, generalizador y, a la vez, poseedor de la lucidez del loco, de la lucidez de aquel que en su locura dice aquello que no queremos escuchar. Magistral redobla la ironía, se dice lo que no se dice para, luego, afirmarlo nuevamente; en su redoble irónico, el texto sitúa al lector a la par del autor: ambos, como diría Michel Leiris, se enfrentan al cuerno de la literatura, de esa literatura que se define por el riesgo que supone cada una de las palabras que la componen.

“El castellano es hoy un idioma monigotado”, afirma el narrador, pero ¿es el castellano un idioma monigotado o quienes lo utilizan lo convierten en monigotado? Te lo pregunto porque si hay algo que demuestra ‘Magistral’ es que el castellano ofrece amplias posibilidades.

Yo, Rubén Martín Giráldez, pienso que el castellano está lleno de posibilidades. Lo que el castellano es un idioma monigotado lo dice el narrador. Yo no creo que no se esté utilizando un castellano interesante, justamente con Magistral demuestro lo contrario: las posibilidades de un idioma vivo. Pero como las tesis del narrador son muchas veces incoherentes, contradictorias, dice sí y no a la vez, no debe sorprender esta afirmación. El encanto del narrador es precisamente su carácter incoherente, es alguien que quiere entretener a través del habla y no quiere que el lector lo abandone, se parece al protagonista de la novela El Charlatán, de René-Louis des Forets: alguien que dice algo y, páginas después, se desmiente para sostener otra idea.

¿No te da la impresión de que se leen las opiniones de tu narrador como si fueran tuyas? ¿Que se ha equiparado a Rubén Martín Giráldez con el narrador?

Sí, puede, pero el narrador no soy yo. El narrador es quien dice que el lenguaje está estropeado y que ya no sirve para nada por el mal uso que se le ha dado y por la falta de ambición de los autores y, por tanto, considera que hay que utilizar otros idiomas. Yo pienso todo lo contrario: creo que hay que enriquecer el castellano, por un lado, tirando de lo popular y, por el otro lado, recuperando usos del castellano de Quevedo o de Gracián, es decir, volver atrás y salvar algunas expresiones que tenemos. Por esto, a veces pienso que Magistral es, por una parte, una novela en contra de la RAE, criticando la incorporación de algunos términos que no creo que deban incluirse en el diccionario, pues no me parecen frescos ni expresivos y que apuntan a usos que, creo, terminarán por quedar inservibles y, por otra parte, una novela en contra del elitismo que propone la pureza lingüística.

Hablas de lengua española, pero si en literatura la forma es contenido, lo que define ‘Magistral’ no es solo la elección de los términos, sino la construcción estilística, sintáctica y formal (me refiero a la incorporación de la obra de Ben Marcus). 

El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor; de hecho, creo que todo lenguaje o, mejor dicho, todo uso de lenguaje es autobiográfico. Yo empecé a escribir diarios cuando era muy joven sin ninguna pretensión de publicarlos, pero motivado por la idea, algo inocente, de que los diarios servían para contar la verdad y para contarlo todo. Pensaba el diario como una forma de confesión, tenía como referentes a San Agustín, a Rousseau…

¿Hasta llegar a Trapiello?

El Trapiello autor de diarios me interesa de hecho mucho. A partir de esta primera idea de diario como expresión de un todo y de la verdad absoluta, en parte motivada por la no publicación, se unió la idea de la escritura como exposición de uno mismo, idea que recogí del texto de Michel Leiris La literatura como tauromaquia y de la introducción que Bataille hace de este texto. Intento que el arte de escribir sea tan peligroso como ponerse frente al cuerno del toro o, como decía Leiris, quiero intentar que la obra reproduzca al menos la sombra del cuerno del toro. Y, además, me interesa particularmente Leiris porque hace una especie de cartografía de sí mismo a través de las palabras: parte del uso y de los significados de algunas palabras para radiografiarse a partir de ellas.

Con todas las diferencias que hay con Leiris, pienso en Natalia Ginzburg y en cómo en ‘Léxico familiar’ construye su historia familiar a partir del léxico de los miembros de la familia.

No tenía este libro presente, pero la idea de partida es precisamente este. Raymond Roussel tiene un breve ensayo, Como escribí algunos libros míos, donde reflexiona sobre este tema y observa de qué manera la musicalidad de ciertas palabras conducen a otras palabras y cómo son las propias palabras y su elección aquello que le ha llevado a escribir sus obras. Mi idea de escribir, aunque pueda resultar algo esotérico, es la idea de escribir al dictado; como decía hace unos días Don DeLillo y como dicen muchos otros, en este sentido yo no invento nada, cuando escribo no sé lo que voy a escribir a continuación: tengo una idea, tengo un personaje y, contemporáneamente al acto de escritura, voy conociendo hacia qué direcciones me llevan tanto las ideas como el personaje. Los juegos de palabras, el soniquete, los chistes malos… son aquello que te llevan a desarrollar el concepto.

Es decir, la construcción narrativa se basa en la constante remisión de una palabra a otra hasta alcanzar el concepto.

Y a partir de este remitir, se trata de ir descubriendo al narrador de Magistral. En el momento de construir el personaje, el punto de partida era evitar la figura de un narrador rencoroso al estilo de Bernhard o Dostoievski, ese narrador cabreado que sí que era el de Menos joven, y construir un personaje que lo ha logrado todo, alguien que no puede sentir frustración al haberle sido reconocido su talento, un talento que, sin embargo, él cree no tener. El narrador es un escritor que ha sido consagrado, pero que no reconoce tener el talento que le atribuyen y, por tanto, su discusión consigo mismo es en torno a un dilema: ¿confesar la falta de talento o no?

No confiesa su aparente falta de talento, pero titula una de sus obras ‘Magistral’.

Al inicio la novela iba a llamarse Regüeldo, pero al final decidí titularla Magistral porque me parecía la última provocación posible del narrador, si bien era consciente de que, como me dijo mi editor, el título iba a ser algo a lo que se iban a poder aferrar los detractores para sus críticas. La elección del título era una forma de exponerse y, de hecho, los críticos podrían decir que el libro no tiene nada de magistral, afirmación que me puede fastidiar, aunque, si te soy sincero, a mí me fastidia poco porque el título es algo que he puesto conscientemente, ante todo, porque me parecía necesario: quería que desde el título se explicitara esa exposición de la que te hablo, sabiendo que el propio título, como el texto, podía llevar a la identificación, que no es tal, del narrador con el autor.

Como te decía antes, corres el riesgo de que las tesis del narrador te las planteen a ti y que el título se piense como la calificación que tú das a tu novela.

Lo dice todo el narrador, desde el propio título. Además, el propio narrador explica que el calificativo “magistral” proviene de la crítica, pues es la crítica que lo ha elevado a ese nivel. Cuando el narrador escribe su novela Magistral, que no corresponde con el texto que el lector tiene entre manos, puesto que es un texto al que se hace referencia pero que en ningún momento aparece, es la crítica quien lo define como un excelente autor. Y, en este sentido, quien pone en duda el valor de la novela es el propio autor, que empieza a analizar cuáles son los fallos de Magistral, fallos que coinciden en parte de la relectura de mi propia novela Menos joven.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Asumiendo la separación entre autor y narrador, ¿podríamos leer ‘Magistral’ como un intento de poética?

La intención principal de Magistral es hacer posible que una poética sea una novela. Al principio, mi idea era la de escribir una sátira como las de Juvenal, pero en prosa y, de hecho, una de las primeras frases de Magistral proviene de la Sátira Primera, donde Juvenal habla de la vocación de sátiro, tema que también aborda Magistral.

Una sátira que, como afirmabas en una entrevista, desvinculas de la tradición lúdica del Oulipo y del surrealismo.

El Oulipo y el surrealismo reúnen obras de valor, pero no me interesan particularmente. Me interesa Artaud y los surrealistas disidentes, aquellos que estuvieron muy poco en el grupo de Breton, pienso en Bataille, en Leiris, en el propio Artaud… Respecto a la sátira, el carácter satírico de Magistral se ve en el hecho de que las tesis que apoya el narrador no son solo las que apoyo yo, sino que son unas tesis que el propio narrador va desmintiendo a lo largo de la novela. En este sentido, Magistral es una sátira y, a la vez, es un libelo escrito por el narrador, es un panfleto en el que se dice que el lenguaje español está agotado y, sin embargo, si Magistral es un texto conseguido, lo que se demuestra es lo contrario: Magistral es una celebración del español, demuestra que el español está fresco y está vivo

Es decir, ¿’Magistral’ es tesis y antítesis al mismo tiempo?

Yo creo que sí. Algunas críticas se han preguntado cómo es posible decir que es necesario abandonar el español porque está agotado y utilizar el inglés, pero en verdad Magistral sostiene todo lo contrario. Yo leo literatura norteamericana porque la traduzco, pero mis referentes son principalmente franceses o italianos, como es el caso de Manganelli y su Encomio del tirano, que volví a releer para poner un epígrafe …seguir leyendo

Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez y Magistral en El Cultural

Nuria Azancot entrevista a Rubén Martín Giráldez en El Cultural con motivo de la publicación de su novela Magistral.

Rubén Martín Giráldez: «Ya no sabemos leer»

Desde hace semanas un libro Magistral arrebata las redes. Escrito con las tripas y la razón, insulta al lector y le golpea mientras se ríe de bardólatras y farsantes. ¿Es un libelo? ¿Una novela? ¿Una reivindicación del lenguaje? ¿Una provocación? Todo eso y mucho más: es aullido, literatura, diversión, un auto de choque sacramental que “no sabe de la tinta la mitad”. Rubén Martín Giráldez, su autor, lo tiene claro: “¿No sería bonito que se pudiese poner freno a la literatura vacua?”

Rubén Martín Giráldez

Cocinero antes que autor, Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallès, 1979) está acostumbrado a amasar el lenguaje: tras sus estudios de Filología Hispánica aprendió cocina en la Escola d’Hostalatge de Barcelona y trabajó de cocinero cinco años («en esa época veía los trabajos de papeleo como algo obsceno, romanticismo adolescente del trabajo manual»). Luego, en una caja de ahorros, y de ahí, gracias a su primer libro, el ensayo burlesco Thomas Pynchon: un escritor sin orificios (Alpha Decay, 2010) comenzó a hacer informes de lectura y traducciones.

Magistral (Jekyll & Jill) es su segunda novela, casi casi a su pesar. Después de publicar la primera, Menos joven (2013), había empezado otra que le obligó a leer muchas veces Las mentiras de la noche de Bufalino. Leía también la correspondencia de Sade y las sátiras de Juvenal. Y de este último («salvando las distancias con gran descaro», nos dice) salió la idea inicial y la voz narradora de Magistral: «era un discurso que se alimentaba a sí mismo y de sí mismo. Por el camino recordé The Electronic Revolution de Burroughs, la idea del lenguaje como virus, a Ben Marcus, y el libro se fue volviendo más violento y urgente e interrumpió la novela que tenía en marcha».

Pregunta.- No parece que sea fácil ponerle «una jaula en la boca» al verborreico protagonista de Magistral, pero ¿y a Martín Giráldez?
Respuesta.- A mí es más fácil callarme, porque no tengo capacidad para profundizar en más de cuatro o cinco aspectos de la existencia humana, así que no soy de los que tienen una opinión para cada tema. Y luego, como la mayoría, aunque me desentienda de ciertas convenciones sociales que me harían completamente infeliz, estoy sujeto a las normas de cortesía y a un rechazo total a hacer daño a los demás. Puede chocar, después de oír cómo se las gasta el narrador de Magistral, y seguramente es más una declaración de intenciones que otra cosa, pero llevo medio empezado el camino de perfección, que sólo tengo 37 años.

P.- ¿Qué parte de la rabia, del humor, de su propia pasión por el lenguaje le ha prestado a Magistral?
R.- Pues creo que escribo como pienso y casi como hablo, o con una prosodia muy similar, al menos. En lo referente al lenguaje comparto bastante lo que dice el libro, ahí hay menos desdoblamiento. Cuando me preguntan qué clase de cosa escribo tengo que responder «novela ambiciosa». No hay que engañar al lector: mi novela se llama Magistral; a cambio de tanta arrogancia, escribo presumiendo que mi lector es más inteligente que yo, porque de lo contrario ya no sabría ni por dónde empezar.

P.- ¿Qué es Magistral, un libelo para ser leído en voz alta, una declaración de principios literarios, una provocación…?
R.- Me encantaría que alguien radiara mis novelas. Ésta se podría haber llamado Lenguaraz, ¿no?: el narrador se empeña en una diatriba contra el lenguaje castellano, lo acusa de haber dejado de servir para la expresión potente y, sin embargo, demuestra con su locuacidad la salud del idioma (o eso quiero creer). Un panfleto fallido. Luego hay una imprecación contra los malos escritores españoles, pero no acaba de definirse qué cosa es eso ni se profundiza ni se aportan ejemplos…, para empezar, porque eso convertiría la novela en un estudio o en un ensayo. Magistral funciona mejor cuanto más se ríe uno del vocero, de sus ditirambos, de sus imprecaciones pero ¿no sería bonito que la meta cómica del libro se cumpliese un poco y se le pudiese poner freno a la literatura vacua?

P.- Parafraseando al personaje del libro, ¿en la literatura española actual «vale el todo vale, pero no todo vale lo mismo»?
R.- Brevemente: 1. no leo suficiente literatura española actual como para levantar acta de nada, pero las veces que un libro reciente me deja del revés de placer termino preguntándome por qué no puedo tener ese placer más a menudo (mi placer suele ser proporcional a la ambición de la autora o del autor que leo); 2, seguimos a luminarias con menos calidad de la que se les supone, y 3, la crítica valora con las mismas palabras lo bueno y lo menos bueno, y con total sinceridad, porque ya no sabemos leer. Pero, por otro lado, me digo: a lo mejor, la década oscura del anti-intelectualismo y del miedo a no ligar si se nos mueve la máscara de cafres ha terminado; a lo mejor la exigencia es divertida, alentadora y buena y tonificadora para todos los públicos. Precisamente, a la crítica y a los medios corresponde subrayar la relevancia de una literatura que dialogue con nuestro amor propio.

P.- Qué le pasa a un autor cuando deja de ser «el menor problema de la literatura para convertirse en el mayor problema del lenguaje»?

R.- En el contexto de la novela señala lo contrario: un lenguaje allanado y estandarizado al que no se le levantan ya ni las tildes.

P.- ¿Cuándo descubrió que en literatura lo amable «es enemigo de lo bueno», y que la obra fácil es «innecesaria»?
R.- Puedo estar más o menos de acuerdo con esta afirmación de mi narrador si convenimos en que «difícil» no significa «críptico» y «fácil» significa «insultante», y si convenimos que «el término medio» significa «prosa de relleno, prosa aftersun«. La contención ¿qué produce?: produce becketts o monsieur testes pero también produce nada. Esta es la verdad absoluta para mí y la verdad absoluta de mi narrador; de ahí que sea tan categórica: explica mi funcionamiento, no el de otros. Al eliminar cortapisas, protocolos y cortesías, abro la posibilidad de decir lo que pienso, lo que no pienso, lo que pensaba y lo que me figuro que pensaré, todo en una sola voz.

P.- Alguien puede molestarse con afirmaciones como «el escritor de raza no existe porque la estupidez no es una raza sino un estado», o «para qué escribir si no se cree un genio, si no crees que seas el mejor, no me hagas perder el tiempo»…

R.- Bueno, esos zurriagazos se han de volver contra mí; era consciente mientras lo escribía (igual que con el presuntuoso título). Esas frases me parecen un ejemplo de la manera de argumentar de la voz: si te tomas demasiado en serio mereces que se rían de ti, y si no eres lo suficientemente ambicioso mejor que cojas esa otra puerta. En Magistral recibes cada vez que pasas la página, y si pasas otra página será porque te gusta, y si te gusta… castigo, y si no te gusta… suplicio. Dicho esto: sólo puede uno sentirse insultado directamente si no sabe leer ficción o adolece de las miserias que se afean en el texto.

P.- El libro no tiene trama ni personajes, pero ¿es una novela?
R.- El charlatán de Louis-René des Fôrets y El encomio del tirano, de Manganelli, son discursos y son novelas…, o Yo, el Supremo, de Roa Bastos… Yo las leí así, vamos. A mí, Magistral me parece convencionalísima. Ahora: ¿pienso que Magistral puede destacar por entrega, valentía y brío? Sí.

P.- ¿Qué relación tienen su primera novela, Menos joven, y este segundo relato?
R.- Menos joven era una soflama burlesca contra la autocompasión del que no ha podido completar su formación intelectual como querría. Cuando el narrador de Magistral desgrana los defectos de su novela, en realidad dejo que precipite todo lo que considero concesiones en Menos joven, y todo lo que creo que funcionaba también aparece ridiculizado y pisoteado. Los dos libros son fábulas autobiográficas cargadas a reventar de afectación. No concibo escribir otra cosa, de momento.

P.- Es autor también de dos libros de ensayo en los que Pynchon (una visión muy peculiar de Pynchon) es protagonista: ¿es una manera de embromar de nuevo al lector que idolatra al nortemaricano, de reírse de sí mismo quizás?
R.- Sí, desde luego. La primera vez que escribí sobre Pynchon en Alpha Decay fue para decir que me sacasen de El arco iris de gravedad, por Dios, que me ahogaba. Y los lectores como si nada. Así que hace poco participé en un libro de artículos (Pynchon) que publica la Editorial Base con autores como Jon Bilbao, Paula Lapido, David Aliaga, Anahita Rouyan, Albert Fernández, Fran G. Matute, Simon Peter Rowberry o Antoni Mora, principalmente para decir que lo llevo un poco mejor y que estoy terminando de leer Mason & Dixon.

P.- ¿Cómo le influye como narrador su trabajo como traductor?
R.- Tomo notas relativas a usos del lenguaje, me escandalizo al hacerme consciente de fosilizaciones a las que nos hemos acostumbrado y que no significan nada ni habladas ni escritas o r
edescubro expresiones que pienso que conservan sentido o han adquirido uno novedoso y pienso en cómo salvarlas. Para mí, esas elecciones tienen que ver con un método autobiográfico al estilo del de Michel Leiris, que fue un etnógrafo de sí mismo.

P.- ¿Qué autores contemporáneos le interesan más?
R.- Creo que es Vilas quien ha dicho que escribir una novela es un servicio a los demás; pues en esa vena de vitalistas frenéticos: J. F. Ferré, Orejudo, Julián Ríos, César Aira…, También Valero Sanmartí, un satirista buenísimo, y si nos ponemos a sacar muertos, Miguel Espinosa o Casavella; últimamente tengo a los franceses muy abandonados, así que diré Angela Carter, Adam Levin, Christopher Higgs, Joshua Cohen, Ben Marcus, Joy Williams, A. M. Homes, Stephen Dixon, William H. Gass, Tom Robbins…

P.- ¿Y de los clásicos?
R.- Mi ideal es una mezcla de Rabelais, Gracián, Sterne, Céline, Swift, Sade y Manganelli con los andares de Antoine Volodine y el tema de la autobiografía al estilo de Leiris. Aprendí lo fecundo de la combinación autobiografía+mentira de Les nourritures terrestres de Gide, y los anteriores me dejaron claro que el humor es la única vía seria.

P.- ¿Está la joven literatura española tan condicionada por el mercado y por la precariedad como dicen?
R.- Supongo que sí. Publicar es cuestión de casualidad; y luego, mi vivencia particular es que con dos sueldos de traductor en casa y dos hijos no se puede hacer otra cosa que trabajar de sol a sol. Debe de condicionar la forma narrativa, por fuerza. Y lo que no se publica y se celebra, muere; lo que no se pliega a las convenciones, por muy obra maestra que sea, tiene todos los números para no publicarse jamás. Jamás. Estoy contra la idea absurda de que «el tiempo lo pone todo en su sitio».

P.- ¿Qué importancia tiene en el libro su editorial, Jekyll & Jill, y el alarde tipográfico que desarrolla, por ejemplo, con el libMagistral Rubén Martín Giráldezro de Ben Marcus?
R.- La maquetación, que es obra de Víctor Gomollón (editor de Jekyll & Jill junto con Jessica Aliaga), terminó de crear la novela y le dio relevancia a nuevos aspectos. Por ejemplo: los fragmentos en inglés no pertenecen íntegramente a la novela de Ben Marcus, sino a un diccionario biográfico de mujeres americanas cuyos grandes logros han sido ninguneados a lo largo de la historia y que se vienen publicando desde 1971 en distintos volúmenes con el mismo título que la novela de Marcus: Notable American Women. Eso afecta a las pseudotraducciones que aparecen en Magistral e incluso a mi postura a la hora de identificar la voz que remata el libro y que yo imagino femenina.

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Rubén Martín Giráldez en El Mundo Cataluña

Magistral-el-mundo

La máquina de hurras

Rubén Martín Giráldez revoluciona el panorama literario español con ‘Magistral’ (Jekyll & Jill), una novela que es una carcajada, una crítica feroz que carga las tintas contra todo lo imaginable.

  • LAURA FERNÁNDEZ 
Rubén Martín Giráldez, foto de Iván Cámara para El Mundo
Foto: ©IVÁN CÁMARA

He aquí la historia de un libro que es un puñetazo, un puñetazo Magistral. Un puñetazo novela, un puñetazo confesión: la de un narrador soberbio, tan soberbio que cree estar por encima del Bien y del Mal literario, un narrador que considera a los lectores «probadores de venenos», porque todo ahí fuera, cualquier cosa que puedan llevarse a los ojos, es «veneno», sobre todo, si es español, porque el escritor español es un mal escritor, y el idioma español, es un idioma inútil, porque se mal-utiliza o se utiliza de cualquier manera y de cualquier manera es siempre una manera horrible. «Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo. Hay que tener arrestos para escribir con el lenguaje crudo con el que uno piensa, y si uno piensa en el idioma de los informativos nacionales, quizás es mejor que pierda el tiempo en pérdidas de tiempo de muy otra clase», dice el narrador, que fue un autor genial, el autor de la genial Magistral, hasta que descubrió que su talento no era talento en absoluto si se lo comparaba con el talento de Ben Marcus. Ben Marcus existe, sí, y escribió un libro titulado Notable American Woman que fascinó hasta tal punto al soberbio narrador de Magistral que lo convenció de que lo suyo no era para tanto. Y, veamos, ¿quién es el narrador de Magistral? El narrador de Magistral es también el autor de Magistral, o, mejor, es el propio Magistral, el libro, que no tiene manos y las echa de menos, que ni siquiera tiene boca, así que no puede estar hablando, aunque cree que lo está haciendo y eso, quizá, le ponga triste, o le enfade o le asuste. ¿No se asustaría cualquiera al comprobar, un día, que no es más que un libro?

«Es una novela torrencial, para leer en voz alta, como Menos joven. Pero no tenía por qué llegar tan pronto. De hecho, después de Menos joven quise probar a escribir una novela convencional, una novela con estructura y personajes y todo eso porque temía que se me encasillara en la vanguardia, que se me etiquetara como experimental. Pero digamos que no soy un escritor disciplinado, que, cuando siento que está viniendo, me preparo y escribo, y que Magistral apareció y tuve que escribirla», cuenta Rubén, Rubén Martín Giráldez, el autor, que nada tiene que ver con el narrador de la novela, o un poco. «He metido ahí todos mis prejuicios, lo que he pensado alguna vez, lo que pienso de verdad, y cosas que, mientras escribía, me susurraba: ‘Esto no lo digas, no, ni se te ocurra’». Pero ¿es Magistral una novela, una novela en forma de libelo? «Magistral es la respuesta afirmativa a tres preguntas: 1) ¿Puede un discurso ser una novela?; 2) ¿Puede la recomendación de un libro ser una novela?; y 3) ¿Puede una poética ser una novela?», contesta. Y, también: «Magistral es una novela contra el elitismo, es una novela exigente, pero porque el narrador es un narrador soberbio, pero el humor desactiva la pedantería y la solemnidad. Si no te crees más listo que el lector no hay forma de que puedas resultar pedante». Al principio, Magistral iba a llamarse Menosprecio de corte. Luego iba a llamarse Hurra, porque «siempre me fascinó aquella expresión de Céline, la de la máquina de hurras», confiesa. Finalmente, se tituló Regüeldo y, en algún momento, se convirtió en Magistral. La novela es un ataque frontal («La auténtica literatura, o lo que es lo mismo: la literatura no española, no avisa de cuáles son sus planes») pero también es un juego (el narrador tiende al lector la contracubierta del libro que está leyendo, el libro de su admirado Ben Marcus, y lo hace literalmente, y eso, sí, es posible) que, por momentos, se vuelve inquietante. «Al final, quería que tuviera algo de novela de terror», dice. Y lo tiene. Al final, el libro, de repente, empieza a darte órdenes. «Después de todo», dice Rubén, «no soy más que un entertainner».

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Rubén Martín Giráldez

Entrevista a Rubén Martín Giráldez por Iletrado pero cuerdo


Rubén Martín Giráldez

Iletrado pero cuerdo entrevista a Rubén Martín Giráldez a propósito de la publicación de Magistral:

Una danza de la muerte bufa. Charlando con Rubén Martín Giráldez

«Puede que en vuestros libros haya espacio y pastitas para todos, pero aquí no.»

Rubén Martín Giráldez, Magistral.

Permítanme, para empezar, que me autocite. En junio de 2013 escribí lo siguiente: «Les ruego encarecidamente que dejen a un lado cualquier idea preconcebida. No sean escrupulosos ni alcen la bandera del convencionalismo literario porque se llevarían un tremendo chasco si decidieran leer Menos joven, obra de Rubén Martín Giráldez. Les ruego encarecidamente que la lean, eso sí. Se reirán y comprenderán que la vida es mejor si cuenta con una pizca de enloquecimiento verbal, si gozamos de las artes y las letras como meros instrumentos del placer, tanto visuales como sentimentales, si jugamos con el lenguaje y rompemos de tanto en cuanto los guiones establecidos y nos saltamos alguna que otra norma sin sentido aparente». La lectura de esta obra publicada por Jekyll & Jill me reconfortó tremendamente, pues encontré en ella algunos de los ingredientes básicos de mi mundo (irreal): humor, sarcasmo e ironía, el absurdo. Pero no se confundan, no todo en ella era divertimento, si bien la prosa de Martín Giráldez destila gracia y salero. Háganme caso, léanla y sabrán a qué me refiero.

En el mundo hay demasiadas palabras, y también demasiada estupidez, y me da a mí que este autor que sabe lo que son las «jitanjáforas» (discúlpenme, pero servidor no alcanza tal nivel de sapiencia y necesitó consultarlo con la almohada, con el farmacéutico de guardia y finalmente con el diccionario) se ha dado cuenta. Dicho esto, si ya les rogué en 2013 que leyeran Menos joven, permítanme que insista, permítanse algo exótico en 2016, permítanse profundizar en un episodio genial de esa larga querella que existe entre la tradición y la invención, entre el orden y la aventura, entre el aburrimiento y… el ay!

Magistral es un ejercicio fascinante sobre cómo sabotear el lenguaje, con sus motivos bien argumentados y sus reflexiones. El protagonista de esta novela destruye, maldice, rompe, separa, ¡ilumina! Rubén Martín Giráldez se preocupa por la bienintencionada experimentación del lenguaje, por sus posibilidades (que son infinitas, pues nosotros lo creamos y podemos hacerlo y deshacerlo a nuestro antojo) y por todos los que vivimos en un mundo que según Robert Coover está en venta o en préstamo y que es objeto de risa en su totalidad. Y es que no podemos obviar el hecho de que somos palabra, mal que nos pese.

Inconformista, reveladora, atrevida, arriesgada, necesaria (por qué no decirlo), dificultosa, a ratos incomprensible… Si algo debo (debemos) aplaudir y respetar aquí es la ambición de un autor que se preocupa por el estado de la literatura y todo cuanto la impregna, la esclaviza o la emancipa. En términos pugilísticos diríase que Martín Giráldez ha lanzado un directo de izquierda acompañado de un crochet para intentar noquear a lectores, autores, editores, críticos y reseñistas, y creo que lo ha conseguido (con creces), y yo que me alegro, oigan. Pero como lo interesante es saber qué tiene que decir(nos) este hombre que me ha prometido —¿lo hizo?— hacerse una foto montando una clara a punto de nieve, mejor lean esta entrevista que se ha ido gestando a ratitos entre misiones sinpañales y despertares de monstruíllo. Ah, y no quisiera dejar pasar por alto el hecho de que son Jekyll & Jill los que publican esta nueva locura ingeniosa de Rubén, benditos sean.


magistral-ruben-martin-giraldez-1Pregunta: Corrígeme si me equivoco. Magistral es una confesión o más bien una declaración sobre cómo ves todo lo que rodea a la literatura española actual.

Rubén Martín Giráldez: Bueno, si digo que es una confesión desactivo toda la novela, porque entonces ya podemos tildarla de generalizadora, exagerada o voluntariamente rocambolesca como si tuviese que responder a una realidad argumentable. Es una sátira de los actos de habla, de los actos de escritura y de los actos sociales, y pretende dar sopas envenenadas con honda a escritores y lectores, pero no es un estado de la cuestión, es más una suma de todos los prejuicios justificados e injustificados implacables de los que he hecho acopio durante años o de los que sorprendo en otras personas.

P: Pero…

R. M. G.: Pero, por no escaquearme, también puedo decirte que sí, que el punto de partida es la intención de levantar acta de TODO cuando es evidente que no lo conozco todo. La única manera de explorar eso con pretensiones totalizadoras es mediante la comedia: pensando y obrando a la vez de una manera y de la opuesta a esa manera. Creyendo firmemente que SÍ y firmemente que NO. Un hipócrita drogado con suero de la verdad y más Trajano que Bifronte.

P: Si en Menos joven, tu anterior novela, abogabas por destruir los ídolos, aquí haces lo propio, entre comillas, con la literatura española, que defines como sumisa, carente de talento (a la hora de imaginar). Llegas a afirmar que «el escritor que piense que no se puede hacer nada nuevo, que no nos haga leer nada suyo». ¿Cuál sería el escritor ideal de Rubén Martín Giráldez, la literatura idónea?

R. M. G.: Bueno, yo proponía sostener una charla con tus ídolos, no destruirlos, pero a Bogdano, el protagonista, la cosa se le iba un poco de las manos.

Responder qué literatura debe hacerse y qué literatura no es fácil: literatura buena sí y literatura mala no. No es verdad que tenga que haber de todo, porque no hay tiempo para todo y entonces, necesariamente, existe la posibilidad de que una persona dedique toda su vida a cosas malas. Y sería una pena. Así que intentemos reducir al mínimo lo que no tiene valor. Y ahí entramos en una cuestión de gustos y de juicios donde la verdad es la de cada uno. Hay una pulsión infantil que no quiero explorar demasiado para que no se me estropee, y es la de desear (inevitable y tiránicamente) que mi ideal de idoneidad sea el de todos y que sea yo quien dé con la clave para convertirme así en el Bien Común Denominador. Son fantasías de grandeza que funcionan como combustible, que tampoco se me alarme nadie: mientras no sea el mejor (ser el peor no entra en mis planes, siento la inmodestia, pero tampoco vamos a jugar a eso) todavía hay posibilidad de ser el mejor.

P: En Magistral tratas algo que suele pasar totalmente desapercibido como es el ‘estilo’. De hecho, escribes: «Que la vehemencia somete a cualquiera que ande buscando estilo es cosa que no debería sorprender a nadie». En este sentido, la sensación que obtengo es que crees que en España pocos se atreven a traspasar los límites del lenguaje, a romper cualquier barrera («El castellano es hoy un idioma monigotado»). Ves el castellano como una lengua hermética, encerrada en sí misma, poco dada a experimentar. ¿No es así?

R. M. G.: La tesis de Magistral es que el idioma español es inservible. Mi opinión, en cambio, es que el castellano, reanimado, es de una exuberancia tremenda. Evidentemente, hay unos cuantos escritores y escritoras en español con voluntad de estilo a los que eso, el estilo, no les parece una tara ni una impostura, sino que lo tratan como uno de los elementos que genera el contenido y a veces hasta el tema de sus libros, pero es más abundante una literatura aquejada de rechazo frontal al estilo (que sólo me parece interesante si es una opción estilística; en caso contrario, es estéril, como la pose antiintelectualista que tras más de treinta años de moda ha dejado de ser pose y ¿ahora qué?: ahora ya podemos decir orgullosamente que somos imbéciles), de miedo y cautela (la cautela no está mal, no exageremos) y de una devoción injustificada y cómica por lo correcto; no hablo de lo correcto políticamente (que también, claro) sino de lo correcto de las formas, ideas de armonía, sobriedad, elegancia, representación, lirismo, tabuización del humor…, que a mí se me hacen muy cuesta arriba. Claro: esa es mi opinión, soy el primero que entiende que Magistral a muchos se les va a atragantar para toda la vida, y vanagloriarse de eso sería de gilipollas.

P: Y de ahí que te sirvas de Ben Marcus y de la “Boca Norteamericana”, para dar a entender eso de que: «Este idioma está maldito, este idioma está débil, este idioma está difícil. Este idioma nuestro tiene lo que se merece: nada y gente sin ambición. Manantiales de falta de ambición. Aquí paz y después pereza».

R. M. G.: Es la voz de un rey-bufón que juega a insultar, así que es extremista para todo; una voz no tan previsible como pueda parecer en un primer momento, porque no viene del rencor, porque jamás ha tenido que adular ni ha conocido otra cosa que la grandeza. Un jefe de bufones sin más perspectiva que la extensión que abarca su dominio. Hay que ponerlo en ese contexto, me parece, aunque lo voy descubriendo a medida que hablo contigo.

También parece que identifica plenamente ambición con forma, no me había fijado hasta ahora. Es una simplificación perversa. Pero, en cualquier caso, detrás de todo eso que cuento no hay desgarro, sino júbilo ante el convencimiento absoluto de que las posibilidades del lenguaje están a mi alcance o lo estarán. Es una danza de la muerte, pero una danza de la muerte bufa que se ríe de quienes aseguran que algo se muere en la literatura este año o el año pasado. Está claro que no. Hay que ser compasivos con esa gente porque, en mi opinión, es su manera de pedir ayuda: son ellos quienes se están muriendo, ya sea escribiendo mal, escribiendo con elegancia lírica, correcta y comedida o escribiendo que esto se acaba. O leyendo, que no sé qué es peor. Dejad que se suban los primeros a los botes ...seguir leyendo

 

Rubén Martín Giráldez

Entrevista a Rubén Martín Giráldez en ABC



Inés Martín Rodrigo entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de su nueva novela Magistral. Diario ABC (10-5-2016)

Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez: «Si hubiese confiado mi subsistencia al puño apretado éste ahora estaría en la mierda»

Este joven autor, interesado en «celebrar el idioma» y cuyos referentes son Sade y Gracián, acaba de publicar Magistral, su segunda novela, una obra en la que despliega esa voz brutal de la que ya dio cuenta en Menos joven

– ¿Cuáles son sus intereses como escritor?
– Me gustaría celebrar el idioma, por abreviar, pero eso no significa que la forma pase a un primer plano. Aunque no me interesa nada la parte de juego del surrealismo o del OuLiPo, reconozco que el flirteo con la verborrea produce chispa, y a la chispa ya se sabe que con arrimarle un poco de pelo ya se da por incensada. Quiero decir que a los narradores (a los narradores que uso yo, digo) les gusta mucho oírse, y a mí —que no me gusta nada hablar y mucho menos oírme— siempre me da curiosidad lo que tienen que decir y cómo lo dicen.

– ¿Y como lector?
– Huyo como lector de lo mismo que como escritor: de la gandulería del «contar historias y emocionar a la gente». Hasta los videojuegos han superado ese estadio. Resulta que tenemos vértebras, no podemos andar por ahí sin atrevernos a flexionar las articulaciones. Y no me refiero a sesudeces porque sí, me refiero a «Las mentiras de la noche» (Anagrama) de Gesualdo Bufalino, por ejemplo. Me refiero a diversión auténtica, no a diversión aprendida.

– ¿Sobre qué temas suele escribir?
– Pues cuando no escribo sobre la lengua escribo sobre lo que le ande cerca: la boca, el sexo, la memoria, la ética, los insultos, el mal, el humor, los amigos, los padres…, autobiografía disfrazada, los únicos temas existentes abordados como si fuese el primero en abordarlos. Un lector no debería exigir menos que eso a aquéllos a quienes paga.

– ¿Dónde ha publicado hasta el momento?
– Empecé publicando en Alpha Decay un ensayículo bufo titulado «Thomas Pynchon: un escritor sin orificios», y después han ido surgiendo cosas para Aristas Martínez, E. D. A., Editorial Base, algún fanzine… Con Jekyll & Jill Editores, las dos novelas. Ha sido como escribir un papel para una actriz escogida de antemano, porque difícilmente hubiesen podido aparecer en una editorial que no fuese Jekyll & Jill: en «Menos joven» había una doble cubierta, el libro era una réplica de las ediciones Gallimard, llevaba calcomanías y algunas páginas estaban subrayadas y anotadas en lo que parecía lápiz; en «Magistral» hay juegos cruciales (pero sutiles) de maquetación, tipografía, paginación y una cubierta de otro libro incrustada en el libro.

– ¿Con cuáles de sus «criaturas» se queda?
– Creo que «Magistral» es mejor que «Menos joven». A «Menos joven», probablemente, le cambiaría cosas que la harían mejor que «Magistral». Y así. Todo se andará.

– Supo que se dedicaría a esto desde el momento en que…
– Lo que me interesaba a mí desde siempre eran los diarios y la literatura autobiográfica. Escribo diarios intermitentes desde los trece años, pero no pretendía darles dignidad de estilo hasta el día en que se me ocurrió introducir un poco de MENTIRA. O lo que es lo mismo: cuando leí «Les nourritures terrestres» de André Gide.

¿Cómo se mueve en redes sociales? ¿Qué perfiles tiene?
Twitter es esa aplicación donde emiten diálogos entre Gonzalo Torné y Luis Magrinyà, para que se haga una idea. Yo uso Facebook, que aborrezco periódicamente porque a veces me da muchos minutos de esterilidad, pero la verdad es que bastantes trabajos me han llegado gracias a él. Además, prácticamente todo mi círculo de amistades sale ya de ahí, así que ahora no me voy a poner estupendo. Habrá que tragar con sus mil inconvenientes y trampas.

– ¿Cuenta con un blog personal?
– Abrí un blog llamado Célinegrado, pero cuando tuve oportunidad de publicar en papel la verdad es que quedó humillantemente relegado a la friend zone, el pobre. Ahí cuelgo los enlaces a lo que publico y traduzco. A veces Célinegrado me reprocha que lo tengo hecho un Tumblr, así que también me hice un Tumblr curricular.

– ¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practica?
– Me dedico a la traducción literaria, y desde hace casi dos años me dejan publicar artículos en «El Trujamán», la revista de traducción del Centro Virtual Cervantes, tremendamente recomendable para todo aquél que sospeche que la eme con la u: mu. Léanla todos, por favor, hay artículos geniales de gente sabia como Carlos Mayor, Ismael Attrache, Mª José Furió, José Aníbal Campos, Carlos Fortea, Andrés Ehrenhaus, Pablo Moíño, África Vidal, David Paradela, Juan de Sola…, de los que sale uno como de darse un baño en astucia.

– ¿Forma parte de algún colectivo/asociación/club?
– Gran no.Magistral de Rubén Martín Giráldez

– ¿En qué está trabajando justamente ahora?
– Tengo 100 páginas de la próxima novela y bastante trabajo antes de poder continuar. Acabo de entregar la traducción de la «Autobiografía» de Morrissey, que publicará pronto la editorial Malpaso (me dicen que ya se puede contar). La verdad es que me ha puesto a prueba en su buen centenar de aspectillos del oficio y, además, es la única figura de acción por la que siento devoción (devoción crítica).

– ¿Cuáles son sus referentes?
– Sade y Gracián. Muertos que no se mueren ni que los maten.

– ¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacaría?
– Mi deuda hoy es con Juan Francisco Ferré, Antonio Orejudo, Manuel Vilas y Julián Ríos, por decir sólo algunos…, es una deuda que se cifra en la cantidad de instantes de verdadero placer que me han proporcionado, y es una deuda que —sin haberles preguntado— sé que no van a tratar de cobrarse, porque la euforia de lenguaje y pensamiento de esa gente viene de la generosidad, sólo hay que leerlos para darse cuenta. Anden: vayan a darse cuenta.

– ¿Qué es lo que aporta de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?
– A mí me encantaría conseguir lo siguiente:
Acercaos, que la lengua no muerde, que la lengua no es una lanza térmica, ¿qué os puede pasar?, no seáis tontos, tocadla, tocalá-tocalá… ¡FLASH!
Pues sí era una lanza térmica. No haberme hecho caso.

– ¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer como escritor para sobrevivir?
– Si hubiese confiado mi subsistencia al puño apretado éste ahora estaría en la mierda y Dios en la de todos.

Enlace a la entrevista

 

Gemma Pellicer - Maleza viva

Maleza viva – Entrevista a Gemma Pellicer



Gemma Pellicer - Maleza vivaIsabel del Río entrevista a Gemma Pellicer en La odisea del Cuentista con motivo de la publicación de su libro Maleza viva.

¿Cuáles fueron tus inicios en el mundo de la escritura?
Fueron, creo, bastante comunes. Fui una niña lectora a la que le gustaba más leer que jugar. Leía lo que caía en mis manos: novelas, tebeos y cuentos de autores clásicos y juveniles. A los 9 años empecé a escribir un diario, lo que no era nada extraño entre los jóvenes de principios de los ochenta. A los 12 años empecé a fantasear con la idea de escribir y a esbozar pequeños cuentos, que regalaba a mi abuela con algún dibujo que lo ilustrara.

¿Qué eres antes: lectora o escritora?
Lectora. La lectura es el verdadero (y más firme) camino para llegar a poder escribir algo decente. Y para desarrollar, dotándola de profundidad y alcance, tu imaginación. Estoy convencida de ello.

¿Quién te inició en el mundo de la lectura?
Mi abuela nos contaba cuentos o historias a mis hermanas y a mí cuando nos acostábamos. En casa la lectura habitual de los mayores era, básicamente, de periódicos. Pero también recuerdo a mi padre encerrándose en su despacho a trabajar. Lo que consistía en emborronar muchos papeles, mientras fumaba un cigarrillo tras otro. Esos momentos los recuerdo con mucha nitidez. Escritura y lectura fueron siempre de la mano.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos relacionados con libros?
La primera biblioteca que descubrí como tal, en el sentido de estar formada por un montón de libros puestos a mi alcance, fue la de mi escuela. Habían erigido una casita en mitad del patio del colegio para tal cometido, y yo era feliz. Recuerdo cómo, a partir de cierto momento, dejamos de leer en clase todos los viernes para desplazarnos hasta la biblioteca a leer en voz baja lo que nos diera la gana durante una hora entera. A mí, esa hora, se me pasaba volando. También recuerdo la colección de tebeos y cuentos infantiles que había en casa de mis abuelos maternos. Y la biblioteca enorme con libros para mayores en casa de los paternos…seguir leyendo

Gemma Pellicer y Maleza Viva



gemma pellicerIsabel Del Rio entrevista a Gemma Pellicer con motivo de la publicación de Maleza Viva en La odisea del cuentista.

«Las piezas que reúne el libro son producto de la imaginación, aunque también aparezcan en él personajes e historias reales, y aun otros que son arquetipos, como el hombre cautivo, el hombre libre o la figura del tentetieso. En definitiva, hay vida e invención entremezcladas en la recreación ficticia de experiencias vividas.»

La entrevista completa se puede leer AQUÍ

 

Isabel del Río entrevista a Paco Inclán



tantas mentirasIsabel del Río entrevista a Paco Inclán en el blog La odisea del cuentista.

Paco Inclán, 1975. Zurdo. Psicogeógrafo rururbano, por decir algo raro. De Godella, un pueblo del extrarradio de Valencia. He pasados varios años viajando de aquí para allá con diferentes proyectos, por citar un par: dieciocho meses en un proyecto radiofónico con emisoras comunitarias en la frontera entre Ecuador y Colombia. Y soy el mayor experto sobre catalanes que jugaron a pelota vasca entre 1924 y 1952, algo que no me ha servido para nada, solo para contarlo. No quiero whatssap. Desde el año 2008 soy el editor de la revista Bostezo (www.revistabostezo.com), desde donde han surgido otros proyectos editoriales y culturales. Organizo saraos, aunque juraría que quiero dejarlo.

I. ¿Qué eres primero: lector, periodista o escritor?
PI. Me veo como uno del pueblo que escribe. Estudié periodismo pero nunca me he adaptado al oficio al modo canónico. Prefiero lo de escritor, que es como más libre y a tu aire, sin ataduras. Y soy un lector disperso. Supongo que va todo junto.

¿Cómo se te encendió la llamita para Tantas Mentiras? ¿De dónde surgió la idea?
PI. No hubo una sola llama, fue más bien un incendio prolongado, un proceso lento, años viajando, metiéndome en líos, tomando notas, contando esas historias y otras a los amigos en barras de bares, dejando que ellos las mejoraran con sus aportes. Encontré cierta coherencia en los relatos que componen Tantas mentiras. Fueron tomando forma a través del tiempo hasta que tuve la oportunidad de estar tres meses únicamente dedicados a terminarlos. Empecé otros, pero al final se publicaron los que di por concluidos …seguir leyendo

Entrevista a Sergio Chejfec



sergio-chejfecIletrado pero cuerdo entrevista a Sergio Chejfec con motivo de la publicación en España del ensayo Últimas noticias de la escritura.

De su libro Modo linterna extraje ciertas frases o subrayados, eso que en Últimas noticias de la escritura, cuando hace mención a Feyerabend, dice que sirve para «extraer una hebra de pensamiento o una frase conclusiva». Una de esas frases conclusivas es esta: «[…] un escritor es alguien abierto al mundo, un ser curioso por todo lo que ocurre y alguien para quien ningún saber resulta ajeno o extravagante». ¿De ahí parte Últimas noticias de la escritura, como mecanismo para comprender más y mejor todo cuanto rodea a la escritura?

Sergio Chejfec: Es curioso que esa frase parezca tan concluyente cuando se propone como lo contrario (el opuesto de ese otro lugar común, el de la torre de marfil). De todos modos no es tan importante lo que uno haya querido decir, como la idea de que el escritor puede saber mucho o poco acerca de lo que escribe, puede estar o no especialmente interesado en el mundo, etc., pero aquello que lo definirá es esa tensión más que cualquier diagnóstico en un sentido u otro. …seguir leyendo

Gran Fin Monoperro

Entrevista a monoperro, autor de Gran Fin



MP1El blog Arty Animal realiza una entrevista a monoperro con motivo de la publicación de su libro Gran Fin.

«Gran Fin es un libro enigmático, sobre todo por la singular natura de su origen que nos impulsa a descubrirlo. Acompañado de misteriosos dibujos, este ejemplar nos promete una experiencia extraordinaria. Gran Fin ha hecho un viaje muy extenso hacia su materialización, y está hoy disponible gracias a la casa editora Jekyll & Jill.

En la siguiente entrevista su autor, monoperro, nos revela detalles íntimos sobre el proceso de creación.

Cómo surgió la idea de Gran Fin?
Realmente no hubo una idea previa para hacer Gran Fin, fue algo que lentamente ocurrió. Como se cuenta en el prólogo del libro yo fui recibiendo una serie de textos dictados (que fueran dictados por mi inconsciente o por una entidad espiritual, no puedo asegurarlo) pero esta última opción siempre tuve la intuición que era la correcta. Esto es lo que realmente ocurrió, no es una ficción que yo he creado para darle credibilidad al libro, como me han sugerido algunas veces. Lo que sí fue una idea fue lo de hacer un libro con esos textos, pero no fue mi idea, fue algo que me impulsaron a hacer las personas de mi alrededor, mi mujer sobre todo y otros amigos, que de hecho me ayudaron a ordenar los textos y a seleccionarlos, porque yo simplemente los había escrito en hojas suelta y ni siquiera los tenía ordenados cronológicamente. Los dibujos surgieron durante el proceso de ordenación y selección de los textos, para mi esos dibujos materializan, o mundanizan el texto.
El libro desde que empecé a recibir los dictados hasta que salió ha pasado por todo tipo de procesos, incluso se ha atascado varias veces en las que creí que iba a ser imposible sacarlo adelante, pero parece que algo mágico rodea al libro que cuando parece que ya no hay más opción surgen situaciones casi imposibles que lo reflotan (por ejemplo que unos editores de la categoría de Jekyll & Jill se fijen en él y decidan editarlo) es como si el mensaje quisiera ser transmitido a toda costa a pesar de que parece que algo trate de impedirlo.

MP9Podrías abundar sobre estos dictados? Cómo ocurrían? Cómo ocurrió el primero y cómo el último? Cuánto tiempo entre ellos?
Creo que para entender los dictados, sin confundirlo con historias fantasiosas sobre este tipo de experiencias, hay que entenderlos como algo más habitual y cotidiano de lo que parece, estoy seguro que esa voz la tenemos todos. Tengo que contar que a mi me ha gustado siempre experimentar sobre la conciencia en todos los ámbitos, en esa época con mi mujer nos aventuramos a realizar unas meditaciones que implicaban unos ejercicios que nos llevaban un par de horas al día y que realizamos durante 90 días cada una. Después de esas meditaciones yo escribía y dibujaba mis experiencias internas, así en el curso de estas meditaciones, que hicimos varias durante un par de años escribí una serie de textos que no reconocía, no solo no me parecían míos sino que, aunque suene extraño, tenían una textura diferente, no había ironía, ni sarcasmo, eran duros y directos. Uno de los primeros que reconocí decía algo así como mañana es tarde. Al principio los textos me asustaron, me parecían muy agresivos, y temí que fuera un juego de mi mente. …seguir leyendo

 

 

Entrevista a Rubén Martín Giráldez, en Psychonauts



 

http://psychonauts.es/ruben-martin-giraldez/

 

 

“Quiero escribir novelas cada vez más potentes hasta que se me pele la lengua y me falle”

Son tiempos de un comedimiento implacable, uniforme, asumido hasta un punto que pocos son los escritores que rabian, que dejan la casa patas arriba, resistiéndose a caer en el pozo del llamado “democratismo cultural”, ese “todo vale lo mismo” aplicado al mundo del arte, que no es otra cosa que un generador atroz de mediocridad. En ese sentido, creemos firmemente que Rubén Martín Giráldez pertenece a esa minoría que toma al lenguaje por los cuernos, que no se molesta en desquebrajar ciertos tópicos y en cuidar conscientemente, como un bonsai, otros tantos. Quizá porque sabe bien que todo esto no es más que una broma divertida, un juego donde el talento y la picardía, están a la orden del día. O quizá sea también por su clarísima conciencia, reafirmada en su primera novela: Menos Joven: “Todo este lenguaje se va cayendo. Todo este lenguaje se está cayendo.”

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Francisco Ferrer Lerín en Ínsula



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El número 825 de la prestigiosa revista literaria Ínsula dedica un extenso dossier a la obra de Francisco Ferrer Lerín, con los artículos «Francisco Ferrer Lerín, una forja de ensueños», de Túa Blesa; «La risa de Ferrer Lerín», de Antonio Viñuales; «La chatarra maleable de los sueños», de Carme Riera; y «Diálogo con Francisco Ferrer Lerín», de Félix de Azúa.

«Manso equilibrio», la obra de Santiago Morilla que ilustra la portada de este número de Insula, alude a la lectura del libro «Mansa chatarra», el conjunto de textos de carácter onírico de Francisco Ferrer Lerín que José Luis Falco Gens seleccionó para esta edición.

«Mansa chatarra» (Jekyll & Jill, 2014) recibió el Premio Extraordinario Cálamo2014.

mansa chatarra lerín

Entrevista a Francisco Ferrer Lerín en Diario ARA

Jordi Nopca entrevista a Francisco Ferrer Lerín en el diario ARA. (8-11-2014). Aquí la transcripción en castellano de la versión larga.

FRANCISCO FERRER LERÍN. POETA Y NOVELISTA
-‘Mansa chatarra’ recoge una pequeña parte de su producción literaria, desde ‘El monstruo’, escrita en el año 1963 –cuando contaba solamente con 21 años–, hasta ‘Domicilios, 21’ (2013). ¿En estos 50 años de trayectoria, qué ha cambiado, en su proceso de creación?
Fundamentalmente el tratamiento de las fuentes literarias. Con el paso de los años la imaginación disminuye y, también, se procesa peor el material conseguido a través de las lecturas. Quiero decir que mi primer libro édito, «De las condiciones humanas» (1964), está influido por la ‘poesía del inventario’ de Saint-John Perse pero el resultado es una literatura independiente de la del poeta antillano, literatura, esta última, que sedimento y proceso integrándola en un magma de creación propia. En «Fámulo» (2009), en especial en la sección «Paleografías», las fuentes son inmediatas, se vampirizan con total desparpajo pero se deja espacio para la manipulación, para la descontextualización y otros cambios, eso sí dentro de un magma propio de menor dimensión que en los tiempos de juventud. Finalmente, en los poemas de la sección «Experimenta» de «Hiela sangre» (2013), la copia es total; textos de origen no pretendidamente literario (traducciones robotizadas halladas en la red, epígrafes, índices) son volcados sin más, con levísimas manipulaciones.
-Una de las constantes de su obra ha sido la fragmentariedad, desde los poemas de ‘De las condiciones humanas’ (1964) hasta ‘Mansa chatarra’ (2014). ¿Cómo defendía la brevedad expresiva en los años 70, cuando publicó ‘La hora oval’, en un contexto literario donde preponderaba la novela?
«La hora oval» (1971) recoge textos de 1959 a 1970 y fue publicado en una colección de poesía. Quiero decir con esto que su ‘aspecto prosa’ no ha de inducir a error; pretendía escribir poemas pero ya entonces no tenía claro cuáles eran los límites de este género; de hecho la expresión ‘escritura fronteriza’, que nunca he sabido si fue acuñada pensando en mi obra, es la que más me conviene. O sea que los textos de «La hora oval», y similares, no entraron en conflicto con ninguna tendencia narrativa, por lo que nunca tuve que defenderlos, cosa que, por otra parte, no hubiera hecho ya que mi paso por la literatura se produce en términos de apartamiento de las modas y, sobre todo, fuera de los corrillos y asambleas.
-¿Cuando escribía ‘De las condiciones humanas’, había dejado ya los estudios de medicina? En ‘Níquel’ cuenta que prácticamente “nadie entonces hablaba en catalán”. Aunque resida en Jaca desde hace años, ¿qué cambios ha observado en la ciudad de Barcelona cada vez que ha ido volviendo a la ciudad donde nació y creció?
Empecé los estudios de Medicina en 1959 y los abandoné en 1962, iniciando entonces un recorrido por otras Facultades barcelonesas. Concretamente, al abandonar Medicina empecé Filosofía y Letras, disciplina en la que me licenciaría (Filología Hispánica). Lo que digo en «Níquel» es que ‘nadie entonces hablaba en catalán, (…) nadie que yo tratara’ y sigo con otras precisiones sobre el tema; estamos en 1961 y esa situación, nada incómoda por cierto, era la que se daba en Barcelona en amplios sectores de la burguesía donde convivían a la perfección ambas lenguas; en mi casa mis padres hablaban entre ellos en catalán y conmigo en castellano. En el total de mi familia, materna y paterna, donde todos los apellidos son catalanes excepto «Lerín», ocurría lo mismo, con variaciones, claro está, que iban desde un tío mío, de ‘la seba’, que impartía clases de catalán en un colegio religioso (ya en los cuarenta), hasta algún sector que no entendió que yo aceptara la plaza de profesor de lingüística catalana en una universidad del sur de España. La Barcelona actual no es la de 1968, que es cuando la dejé; esta obviedad se concreta, en mi caso, en la desaparición de los cines y librerías que frecuentaba a diario y en la omnipresencia de las hordas turísticas (el turismo es la más nefasta de las actividades productivas, es lamentable que esta forma de prostitución, de la venta del paisaje y de la cultura, sea la única manera de que España salga adelante). Si detrás de su pregunta está la cuestión lingüística le diré que pese los ingentes esfuerzos inmersores no se aprecia, en el ámbito en que me muevo, demasiada diferencia respecto a aquellos años.
-Su única incursión en la novela fue en el año 2005, ‘Níquel’, posteriormente incluída en ‘Familias como la mía’ (2011), que era completada con las prosas de ‘Nora Peb’. ¿Es verdad que su estímulo inicial fue un encargo de Frederic Amat? ¿Por qué no llegó a convertirse en película?
Estuve treinta y tres años sin escribir y un episodio fortuito, una conferencia que di en el Instituto Francés de Barcelona, permitió que un grupo de seguidores durmientes de mi poesía asistiera a la misma al verla anunciada en la prensa. A través de ellos entré en contacto con Frederic Amat, con el que mantengo gran amistad. Amat quiso rodar un mediometraje apoyado en mi vida y obra (acababa de rodar uno sobre el único guión que escribió García Lorca y otro sobre el único guión de Joan Brossa) pero al comprobar que BTV ya había emitido, dentro del programa «Lletres», un reportaje sobre mí de más de una hora, me propuso que escribiera un guión, y así lo hice. «Die Rabe», incluido en mi libro misceláneo «Papur» (2008), es un guión técnico y literario que, como tantos maravillosos proyectos, no pudo culminarse.
-“Los naipes nacieron conmigo. No tengo conciencia exacta de cuándo empecé a manejarlos pero sí tengo presentes varios hitos en esa prehistoria de mi vida de jugador”, escribe en ‘Níquel’. Las partidas de póquer son uno de los ejes temáticos de la novela, junto a la ornitología, los servicios secretos y el gusto por la seducción. ¿Qué queda de todo ello en el Francisco Ferrer Lerín de hoy?
“Níquel”, mejor “Familias como la mía”, es una novela, es ficción pues. Es sabido que toda primera novela incorpora elementos autobiográficos por lo que es de suponer que en mi caso también fue así. El póquer, en especial una variedad del mismo, el póquer sintético, fue un juego que practiqué con cierto éxito en los años en que dejé de escribir, dedicando buena parte de sus beneficios a la causa naturalista, en especial a la recuperación de las poblaciones de aves necrófagas de las provincias de Huesca y Lérida. Algunas anécdotas de aquellas partidas se recogen en la novela. También, mi paso por IBM y BULL me permitió conocer, hasta donde fue posible, el funcionamiento de determinada agencia norteamericana de prospectiva e inteligencia con delegación en Barcelona. Y de ello, con las naturales reservas, también escribo. El póquer desapareció de mi vida hace ya muchos años, la ornitología de campo la practico de forma amateur y no sé en qué acabarían las aventuras de aquellos simpáticos espías con los que mi madre coincidía a menudo en el ascensor ya que su ‘oficina’ estaba justo encima de la vivienda de mis padres. ¿Seducción? Intento mantenerme en forma.
-¿A raíz de la publicación de la novela, qué tipo de comentarios le llegaron en relación a los vínculos de Pablo Amatller con los servicios secretos? ¿Cuál fue su reacción?
Esa es la parte de la novela que ha resultado menos convincente. Por un lado existe la creencia de que toda persona que colabora para esos servicios es James Bond cuando, la realidad, es que su aspecto es similar al de un funcionario del catastro. Lo que se narra en el libro es la progresión de un individuo desde una prueba de inteligencia realizada en la infancia en el departamento paidométrico de los Jesuistas de Sarriá hasta participar en algunos actividades no declarables. Mi novela no tiene una intención moralizante, sólo informa de que no hay hechos inocuos, como por ejemplo apuntarse a unos cursos gratuitos de programación en una multinacional.
-Una historia que cuenta en el libro que despertó mi curiosidad fue el viaje a Magán para comprobar si el geógrafo del siglo XIII Yakut Abdilla ar-Rumí tenía razón cuando aseguraba que la tierra era comestible. ¿Hay una base autobiográfica, en esta historia, aunque seguramente sus amigos y usted no acabaran siendo atacados por una manada de chacales dorados?
La ingesta de barro, concretamente el de la localidad portuguesa de Estremoz, era común entre las damas elegantes del XVI; es fácil rastrear sus consecuencias en la iconografía de la época: rostros demacrados, pálidos, fruto de la opilación y el estreñimiento. El episodio descrito en la novela es pura ficción, reconociendo siempre que la ingesta de barro y la posible existencia de adives en esa región (Cervantes, El Quijote por ejemplo), en el XVI, son hechos admitidos, y que mi amistad con Félix de Azúa y Pedro Gimferrer ya existía, no en el XVI, pero sí en los sesenta.
-En ‘Mansa chatarra’ encontramos notables historias de seducción (‘La heredad’) pero también de acoso y asesinato (‘Muerte de Joan Marsh’). En ‘Níquel’ contaba también un inquietante proyecto de Pablo Amatller y su amigo Octavio Torres, que pretendían anestesiar con éter a una chica –Ramona– y “llevar a la práctica provechosas fantasías” con ella “tumbándola sobre un poyo”. La exploración de la sexualidad conlleva a veces un acercamiento literario a la brutalidad. Sin embargo, sus palabras son siempre pulcras, aunque cuente un intento de violación. ¿Por qué?
Soy un científico y así veo y describo las cosas. La sociedad está impregnada de moralina, de hipocresía. Y el sexo sigue siendo el principal tabú; la tradición judeo cristiana, en la que seguimos estando inmersos, condiciona nuestras palabras y nuestras obras. Además, la historia de la literatura rebosa de lances amorosos en los que la violencia, el castigo corporal, se enseñorean de la acción y condicionan la definición del placer.
-“Sólo algunos tratados botánicos –Pío Font Quer–, zoológicos –Perrier– y etimológicos –Corominas, pese a la aburrida rémora localista– consiguieron emular esa maravillosa sensación de libro total, de fuente inagotable de información sin vocación de cripticismo”, escribe en ‘Níquel’. ¿Qué otros ‘libros totales’ añadiría a esta pequeña enumeración? ¿Y en la confección de ‘Bestiario’, cuáles fueron los referentes fundamentales?
Libros totales son, por ejemplo, El AntiguoTestamento, el Diccionario de Autoridades y el “Diccionari Català-Valencià-Balear” editado por Moll. “El Bestiario de Ferrer Lerín” se nutre del “Tesoro de la Lengua Castellana o Española” de Sebastián de Covarrubias, del “Diccionario Infernal” de Collin de Plancy y de multitud de diccionarios, manuales y tratados, algunos dudosos, cuando no apócrifos.
-¿En estos últimos cinco años, cuáles han sido las lecturas –ya sean poesía, narrativa o ensayo– que más le han impresionado¿ ¿Por qué motivos?
En poesía, “Los muertos y los vivos” (Bartleby, 2006) de Sharon Olds, por el sensual manejo de los tópicos domésticos: la muerte, la ternura, la infancia, la ancianidad. En filosofía, “Contingencia, ironía y solidaridad” (Paidós, 2009) de Richard Rorty por su profundo debate sobre el ironismo. En teoría literaria, “La gran licencia” (Universidad Diego Portales de Santiago de Chile, 2013), una selección de artículos de John Ashbery, realizada por Gonzalo Torné, en la que hallo importantes aportaciones al conocimiento de Borges y Elisabeth Bishop. En narrativa, “El interior” (Malpaso, 2014), una novela del argentino Martín Caparrós, una obra de viaje, de aventura, de descubrimiento, que utiliza herramientas nuevas, y que me está aportando forma y contenido para mi próxima novela.
-Ha aparecido en libros como ‘Paseos con mi madre’, de Javier Pérez Andújar, en ‘Bartleby y compañía’, de Enrique Vila-Matas y en ‘El diario de un hombre humillado’, de Félix de Azúa. ¿Cómo reaccionó ‘leyéndose’ en cada caso?
Siempre es agradable que los amigos se acuerden de uno.
-En ‘Efeméride’ –incluído en ‘Mansa chatarra’– explica el día en que cumplirá ochenta y siete años. Escribe que “una de las ventajas que tiene alcanzar cierta edad es posibilitar la culminación de proyectos como (…) el mecanismo de clausura de sueños”. ¿Ha experimentado esa misma sensación, aunque solamente tenga setenta y dos años?
La vengo experimentando desde hace tiempo. Los sueños constituyen, en la actualidad, mi más preclara fuente argumental, por delante de los recuerdos y el plagio. Los sueños son el registro de lo soñado y sólo se registra lo último, lo cercano al despertar. Con la vejez se duerme de modo interrumpido lo que proporciona un provechoso caudal de sueños. Consciente del gran valor que tienen los sueños para la buena marcha de mi producción literaria procuro mimarlos y fomentarlos; no sólo consigo, a veces, clausurarlos cuando resultan molestos sino que propicio la continuación de los sueños poco desarrollados o de excelente factura.
-Empezó a escribir en un blog en el año 2008. Una parte de las entradas ha formado parte más adelante de dos libros: ‘Gingival’ (2012) y el último apartado de ‘Mansa chatarra’ (2014). ¿Estimuló el blog su creatividad en algún sentido? ¿Tiene pensado publicar más material relacionado con él?
Tenía una página en la que insertaba información y textos pero fue atacada y destruida por un grupo integrista lo que animó a dos de mis doctorandos de la universidad de Zaragoza a proponerme la apertura de un blog. Este soporte permite la rápida publicación de textos breves a medida que los voy produciendo, a la vez que los comentarios ayudan a delimitar los márgenes de error. Pero lo principal es que el modelo de texto que cuelgo en el blog ha resultado ser, en este momento, el que mejor se acomoda a mi modo de entender la escritura; su extensión, su cadencia, su carácter pantanoso y la posibilidad de acompañarlo de imágenes hacen que incluso una singladura de mayor dimensión como en la que estoy enfrascado participe de este tipo de estructura.
-La presencia de la muerte –observada a menudo sin truculencia– aparece con frecuencia tanto en sus prosas como en sus poemas. ¿Diría que las menciones a la extinción (propia o ajena) son menos frecuentes en la actualidad que cuando escribía ‘La hora oval’ (1971) y ‘Cónsul’ (1987)?
No lo sé, habría que repasar toda la obra. En principio parecería que la asunción del fenómeno ‘muerte’ es más fácil a los 90 años que a los 15. En la serie “Necrologías”, que publiqué a lo largo de varias semanas en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, se dio la circunstancia de que rellené el espacio, la segunda parte del binomio que indica el año de nacimiento y de defunción en la ficha biográfica del autor, proponiendo 2016 para este segundo acontecimiento. Creo recordar que la cosa quedaba así (Barcelona, 1942 – Canfrán quemado, 2016). En cuanto a la extinción masiva, o mejor, el espongamiento poblacional, es correlato lógico de mi intensa ética ambiental que, de manera ineludible, concluye que todos los problemas del planeta suceden por el incontrolado crecimiento demográfico humano.
-En ‘Sueños 1’ recuerda tres de los sueños más repetidos en el verano de 2004. En uno de ellos comenta un espacio que quedaba más allá del “estanque colmado por escombros” de las afueras del colegio de los jesuitas donde estudió en los años 1949, 1950 y 1951. Acaba dudando de si se trata de un sueño o si realmente visitó aquel “lugar de muerte”. ¿Ha confundido realidad y sueño en alguna otra ocasión?
En el colegio San Ignacio, ’los Jesuitas de Sarriá’, estudié Preparatorio, Ingreso y los tres primeros cursos de Bachillerato. De esos cinco años guardo muchos recuerdos, no todos prescindibles. El episodio de la visita a ese espacio de desolación ha conformado varios sueños de los que su recuerdo se solapa, inevitablemente, a la rememoranza del hecho vivido en el llamado ‘mundo real’. Tantos años de vida acarrean muchas situaciones de duda, entre ellas las que inpiden discernir entre lo sucedido en esos dos planos.
-El primero de ‘Sueños 1’ está dedicado a “la corporeidad insólita y gigantesca” que se le aparece de niño, cuando iba con sus padres por la Nacional II. En uno de los poemas de ‘Fámulo’ (2009), ‘Matusalén (2)’ revive esta experiencia en verso: “De qué estaban hechas / esas formas, coliflores / de algodón, o, tal vez, orografías de matorral, incluso / abriendo, con violencia, / los ojos, / no consigo, / que se vayan”. ¿Continúa siendo visitado por este sueño? ¿Es uno de los momentos más felices de su infancia, el trayecto en coche y el diálogo con sus padres?
Hace tiempo que no lo sueño, a ver si lo recupero esta noche. Sí, la felicidad reinaba en ese reducto, básico en mi niñez, adolescencia, madurez e incluso en la senilidad, que es el coche. Ese día, pese a la discusión suscitada, se daba un intenso clima de amor y complicidad; la figura del hijo único, tan vilipendiada por los natalistas, es capital en la configuración de los sentimientos de un escritor y de un artista en general.
-“Está la ciudad durmiendo con sus tripas vaciándose sobre esta playa”, leemos en ‘Corvus corax’, texto escrito en el año 1970, incluído ahora en ‘Mansa chatarra’. ¿Diría que una de las constantes de su obra es la fisicidad?
“Corvus corax” es un homenaje a “Pepe le Moko” (1937) de Julien Duvivier. Mi texto busca recrear la atmósfera argelina y/o marroquí del filme. La fisicidad, como preponderancia de lo físico, es un concepto ligado a ‘ir al grano’, a evitar fisuras por donde penetren metáforas y espiritualidades. Recuerdo un viaje al prepirineo con Javier Marías, un viaje desde el zoo de Barcelona con el maletero cargado de cabezas de caballo partidas destinadas a apaniguar las aves necrófagas, en el que mi amigo no dejó de interrogarme o de elucubrar en voz alta acerca de la razón por la cual yo realizaba tamaña performance. ‘¿Buscas la cifra de lo inaudito?’, repetía, entre otras desesperadas frases. ‘Pues no, Javier, busco, en primer lugar, evitar la extinción de estas aves y, despúes, extasiarme ante el espectáculo único de su descenso y festín, y también. cómo no, asistir al proceso de transformación y desaparición de la carroña’.
-¿Trabaja en algún proyecto nuevo? ¿Qué puede contarme en relación a él?
En este diciembre, en la nueva editorial valenciana Leteradura, saldrá “30 niñas”, cuentos adultos. En otoño de 2015, “Edad del insecto”, prosas breves y poesía, en Malpaso. “Obras públicas”, relatos, no tiene aún fecha de salida y no debo ahora dar el nombre del editor. A medio plazo, espero cumplir mi compromiso con Tusquets, mis editores de “Fámulo”, “Hiela sangre y “Familias como la mía”, entregándoles “Vórtex”, la novela en la que vengo trabajando desde hace demasiado tiempo y que preferiría no resultara póstuma.

Entrevista a Francisco Ferrer Lerín en Diario de Ibiza (10-10-2014)


Fernando de Lama publica una amplia entrevista a Francisco Ferrer Lerín en el Diario de Ibiza (10-10-2014)

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) participó ayer en el tercer ciclo de lecturas poéticas que coordina Enrique Juncosa en el MACE. Ferrer Lerín lleva el sello de ‘poeta maldito’, aunque siempre lo ha rechazado y preparó una lectura con poemas de toda su trayectoria, desde su juventud como ‘la hora oval’, hasta textos más recientes como los de ‘Fámulo’, Premio de la crítica en 2010. Afirma que desde niño tenía «un ruido dentro» que le impulsaba a escribir, «un ritmo» necesario para todo escritor: «sino, lo que escribes se te cae de las manos», dice.
«Un escritor es siempre un ladrón y un mentiroso»
Comienza disparando: «no me gustan nada las entrevistas y desde hace ya tiempo las concedo solo con un cuestionario previo. Esto es una excepción», avisa. dice que muchas veces se le ha malinterpretado porque la ironía «no se puede reflejar en la prensa», aunque luego se muestra abierto, divertido, dueño de un humor cáustico que siempre subraya con una mirada furtiva a través de sus gafas oscuras. cuenta mil anécdotas, pero alerta de que miente mucho para dejar en el aire y a gusto del consumidor tomarlas como reales o inventadas. Literarias.
—Una de las últimas entradas de su blog es una foto de unas lagartijas en Formentera comiéndose una manzana, ya no tengo que preguntarle si conocía las Pitiüses.
—Conocía las Pitiüses, aunque la foto es de una amiga mía. Yo soy zoólogo, además de filólogo, y el mundo de los reptiles es el primero al que me aproximé dentro del mundo de la zoología.Las lagartijas me maravillan y entre la Península y las islas hay un fenómeno que las distingue y es que aquí comen también fruta, algo impensable en la Península. La foto yo la encuentro genial, es una manzana tirada en el suelo y las lagartijas van en masa…
—Es una de sus pasiones.
—tengo un relato sobre eso. La única relación homosexual completa que he tenido en mi vida fue con un macho de lagartija. Hace muchos años paseando por Montjuïc en una tarde de invierno vi una lagartija que estaba tomando el sol en unas condiciones malas, porque ya hacía frío. Me la llevé a casa y estuvimos conviviendo mucho tiempo. En verano la cosa empezó a complicarse debido a la desnudez de mi cuerpo, así que la llevé a la montaña.
—En otra foto aparece sujetando a un gato muerto por una pata, no sé si es una acción poética.
—Forma parte de un grupo que denomino acciones, que son actitudes o gestos algo insólitos. esto es un muladar cercano a Jaca, donde vivo, donde secularmente se echaban los animales muertos para que se los comieran las aves necrófagas. Es un gato atropellado que como en la carretera no iba a servir para nada, lo llevé al muladar para que las aves dieran cuenta de él.
—Perdone por esta introducción tan rara. Vamos con la literatura. Empezó su carrera literaria muy joven pero durante años fue intermitente, hasta la publicación de la novela ‘Níquel’ en 2005, cuando volvió a coger carrerilla.
—Sí. Empiezo a escribir con 15 años y publico mi primer libro con 20. Es algo que entonces me resultaba muy fácil y no le daba ningún valor. Escribía de forma compulsiva, pero de golpe un día lo dejé. Quizás porque no lo valoraba. Mi caso no es igual al de compañeros de mi generación, lo que luego se llamaron los ‘novísimos’, porque desde el primer momento se dieron cuenta de que lo que hacían iba a tener una gran trascendencia e iban a ganar el Nóbel.
—¿Y por qué volvió?
—Dejé de escribir en el año 72, durante 33 años me dediqué a otros negocios que nada tenían que ver con la literatura. Me llamaron para dar una conferencia en Barcelona y al terminar hay una serie de personas, jóvenes, que salen de entre el público y que se revelan como seguidores durmientes y me piden que vuelva. en ese momento conozco al escenógrafo Frederic Amat, que había grabado dos mediometrajes con textos de Federico García Lorca y Joan Brossa y me pide algo parecido. Escribo un guion y vuelvo a la literatura después de 33 años. Lo que pasa es que escribo un guion que es literario y técnico y a pesar de que ya teníamos apalabrada a Penélope Cruz como protagonista, él no está convencido de que se pudiera hacer y como tantos proyectos maravillosos se vino abajo. Pero yo ya tenía el guion y una serie de amigos como Félix de Azúa, Amat, Savater… me piden que lo convierta en una novela, que posteriormente fue ‘níquel’, una palabra bonita, grave, bisílaba, eufónica… que no tiene nada que ver con la novela. No tuvo éxito, pero a través de mi amigo Antoni Marí Muñoz llegó a conocimiento de Tusquets, que compró los derechos y que con un añadido se convirtió en ‘Familias como la mía’.
—¿Y su regreso a la poesía?
—También fue a través de Toni Marí,con un libro que se llama ‘Fámulo’ que recoge mi retorno a la escritura poética. tiene una parte casi biográfica y otra que yo denomino paleográfica, que es la más interesante. Con los años todos los escritores vamos perdiendo el poder de imaginación y lo que en mis primeros libros es influencia de algunos autores que he leído, en aquellos años la copia es evidente. Me refiero a que el escritor es siempre un ladrón y un mentiroso, se apropia de lo que dicen de los demás y tergiversa. Pero con los años cada vez se es menos mentiroso y lo que se hace ya es copiar directamente. Desde que nació la milonga autonómica en cada comunidad hay un erudito que escribe un volumen de 500 páginas sobre los nombres de las piezas de las ruedas de los carros, por ejemplo. Yo leo todo lo que recibo y recibí un libro de un erudito local de un pueblo de Salamanca y me sorprendió la riqueza del léxico. Mientras iba leyendo iba apuntando en un folio las palabras que me chocaban y cuando acabé me di cuenta de que ahí había un poema. Solo tuve que retocarlo un poco y salió un poema maravilloso. Y en eso estoy. Cada vez modifico menos los textos y cada vez plagio más. Uno de mis últimos poemas es el índice de un libro que encontré en Lérida que se llama ‘De los cementerios’, que cierra el último libro que me ha publicado Tusquets, que se llama ‘Hiela sangre’. Pero ojo, que yo soy muy mentiroso. A partir de 2005 todos los años he sacado un libro.
—Se le ha emparentado con el grupo de los ‘novísimos’, pero no sé si se siente a gusto.
—Yo no estoy en el libro de los ‘novísimos’, entre otras cosas porque me fui de Barcelona en 1968 y nunca he vuelto. Esta pregunta debería hacérsela a los popes que decidieron quién debía y quién no debía estar. Ahí había un trasfondo ideológico clarísimo y yo no pertenecía a eso.
—A lo largo de su vida ha ido compaginando la literatura con la ornitología, su gran pasión. ¿En una balanza qué pesa más, las letras o los pájaros?
—La escritura, sin ninguna duda. Cuando dejo de escribir yo apuesto por la ornitología y me traslado a los Pirineos al único centro que había de estudio de la naturaleza para ejercer como ornitólogo,que lleva el CSIC. Estuve allí una temporada larga hasta que por cuestiones extraornitológicas, concretamente porque estaba en manos del Opus Dei, lo dejé. En cualquier caso la ornitología queda ahí flotando y ahora soy un aficionado. Pero curiosamente la ornitología no ha influido en mi literatura, que yo recuerde solo hay un poema o dos centrados en ese mundo.
—Vamos, que no es un poeta de la naturaleza.
—En absoluto. Yo la naturaleza la veo con ojos de científico, de clasificador. Para mí es naturaleza versus literatura. A mí me inspiran las ciudades con un poso. No la ciudad corrompida, pero sí con una historia que se vea en las calles.
—¿Y se siente más poeta o prosista?
—Yo me siento escritor. Para mí la palabra escritor lo engloba todo. Un escritor es un poeta, un periodista, un ensayista, un dramaturgo…
—Está a punto de presentar su último libro, ‘Mansa chatarra’.
—Es un libro que salió ya en junio, que lo ha montado un profesor de Literatura de la Universidad de Valencia, José Luis Falcó, y es una selección de mis textos en prosa o prosa poética relacionados con el mundo de los sueños. Ha salido en una pequeña editorial zaragozana que se llama Jekyll & Jill, que son dignos de admiración. Es un libro cuidadísimo que físicamente ya vale la pena tenerlo en las manos, aunque espero que el contenido supere al continente.
—He leído que una vez dijo que odia a los escritores de su generación y ellos le odian a usted.
—Esto es una frase sacada de contexto y que no tiene nada que ver con la realidad, pero es que en los medios es muy difícil practicar la ironía… nunca he querido ser original. Se me ha llamado ‘raro’, e incluso ‘raro entre los raros’ y yo nunca he pretendido serlo. En mi vida se dan una serie de circunstancias, el mundo de la ornitología, de la poesía, del póker, de los servicios secretos…que han creado a mi alrededor una aureola que a veces me pesa como una losa porque lo que me interesa es que se critique mi obra como poeta, como escritor. No pertenezco a ninguna facción poética ni a ningún grupo político, vivo en un pueblo del Pirineo paniaguando buitres. Se me ha llamado también ‘padre nutricio de la generación novísima’ e incluso ‘de la secta novísima’ y yo no he pretendido influir a nadie, quizás coincidiéramos en la misma carroña, como los buitres.
—Quizás por esa pasión por las aves necrófagas ha escrito crónicas necrológicas en la prensa…
—Tiene que ver. Los buitres me impresionaron desde la primera vez que me introduje en ese mundo, cuando hacía el servicio militar y esto ha podido influir en mí y en otra pasión inconfesable que es la del mundo de los cementerios. Yo tengo un poema que es una relación geográfica de lugares de toda España proclives al ahorcamiento. El mundo de la muerte siempre me ha rondado. Cuando estudié medicina estuve interno en la morgue del hospital clínico durante dos años. No sé si habrá visto fotos mías en la red bailando con un cadáver…
—Dentro del mito de Ferrer Lerín, de esa aureola que le molesta, está el tema del póker, del que se dice que usted vivió en varias épocas.
—Colgué los hábitos hace veinte años. desde niño tuve facilidad para el póker. Mi padre era médico y era muy aficionado y ya entonces le desplumaba a él y a sus amigos. Así que durante una época de mi vida aproveché el póker como fuente de ingresos. Beneficios que por otra parte destinaba siempre a la causa naturalista. Yo era estudiante y a veces jugaba los sábados para tener dinero y poder pagar la gasolina al día siguiente para trasladar carroña desde el zoo de Barcelona al Pirineo de Lérida y dar de comer a las aves.
—¿Y ha jugado en Internet?
—No, es que lo dejé hace años. Dejé de jugar al póker cuando mis hijos iban al instituto y sus compañeros les decían cosas como que tu padre ha desplumado al mío y este año no podremos ir a Benidorm. Era horrible. También es verdad que mis compañeros de mesa eran muy viejos y se dormían. Yo soy una persona con una gran ética y no podía coger el dinero y marcharme. Y el póker tampoco ha dejado gran poso en mi poesía. Solo un poema, ‘Casino en provincias’, que describe un poco lo sórdido de ese juego mitificado.
—De todas formas el mundo de Internet no le es ajeno. Tiene un blog, está en Facebook y es activo en la red, cuando a otros escritores de su generación les da urticaria.
—Eso es una pose. Yo todavía conozco gente que no solo no escribe en internet o en el ordenador, sino que sigue haciéndolo con lápiz. es una pose, como la gente que escribe en los bares, con ese tumulto… se ponen una bufanda y fuman en pipa…
—¿Y cuál es su método?
—Yo soy un obrero, un trabajador de la escritura. Le dedico entre 10 y 12 horas diarias, que no quiere decir que esté ese tiempo escribiendo, pero sí informándome, leyendo, en la red recabando información… Me encierro en mi habitación sin ruido y allí trabajo,luego a lo largo del día y estando en el Pirineo, me resulta muy fácil darme una caminata de una hora.
—Como barcelonés que vive fuera de Cataluña desde hace años, ¿Se le puede preguntar por la cuestión catalana o está hasta el gorro?
—Estoy agotado, ya no puedo más. No he vuelto a Barcelona desde el 68, pero la gente cree que todos los catalanes o todos los barceloneses pensamos igual y por suerte esto no es así. Barcelona es mi ciudad y me da pena que se esté convirtiendo en una capital de comarca. El provincianismo está llegando a unos extremos patéticos y la aventura a la que nos hemos unido todos, porque mucha culpa la tenemos los que no nos hemos enfrentado a ese movimiento nacionalista, no sé a dónde nos va a llevar. Soy muy pesimista.

Francisco Ferrer Lerín en El Pirineo Aragonés (14-8-2014)


José Ventura Chavarría entrevista a Francisco Ferrer Lerín en El Pirineo Aragonés, con motivo de la publicación del libro Mansa chatarra.

«Continente y contenido armonizan en la cuidada edición de «Mansa Chatarra» que ha corrido a cargo José Luis Falcó, profesor de Teoría de la literatura de la Universidad de Valencia. A la calidad del papel y el diseño de la maquetación, se unen varios elementos que convierten a esta obra en un reclamo para los bibliófilos y amantes de los libros bellos. La portada es un collage de Sobelman Corta y Pega –el nombre artístico de Elisa Gómez Sobelman– y está dedicada al animal yegua, muy presente en el universo onírico de Ferrer Lerín.»

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Jekyll & Jill en El País Semanal (10-8-2014)

Hoy domingo, 10 de agosto, en El País Semanal, Los guardianes del libro. Por Jesús Ruiz Mantilla. Fotos de Caterina Barjau.
Artículo con entrevistas a los editores Elena Ramírez (Seix Barral), Juan Cerezo y Beatriz de Moura (Tusquets), Sigrid Kraus (Salamandra), Jorge Herralde (Anagrama), Diana Zaforteza (Cuadernos Alfabia), Claudio López de Lamadrid (Penguin Random House), Belén López (Planeta), Chus Visor (Visor), Pilar Reyes (Alfaguara), Joan Tarrida (Galaxia Gutemberg), Luis Solano (Libros del Asteroide) y Jessica Aliaga Lavrijsen y Víctor Gomollón (Jekyll & Jill).

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Entrevista de Antón Castro a Francisco Ferrer Lerín con motivo de la publicación del libro «Mansa chatarra»


Foto: Fran Ferrer

Una versión reducida aparece publicada en la página 54 de Heraldo de Aragón (22-05-14)

-Dices: “Ferrer Lerín cree que sueña”. ¿Sueñas o no sueñas?

Sueño mucho, quiero decir que recuerdo muchos sueños porque me despierto muchas veces durante la noche, y es sabido que lo que llamamos “sueños” no son más que la memoria de los mismos. En cuanto a si creo que sueño despierto, cada vez menos. Y en cuanto a si los sueños, la memoria de los sueños, es un sueño, es la vigilia o es la realidad desde la que ahora escribo, tengo dudas.

-¿Qué sucede en tus sueños y qué no te pasa nunca?

Sucede lo que sucede en la parte de la vida que no consideramos sueños; los sueños son la vida misma, con algunas pequeñas ventajas como el don de lenguas, la capacidad de volar braceando y la extrema velocidad en el cálculo aritmético.

-Si les tuvieras que poner adjetivos, ¿qué dirías? Son atroces, eróticos, mortales, inquietantes, líquidos…

Hay de todo, como en la vida misma, como ya he dicho antes. La atrocidad se ejemplifica en la búsqueda despiadada del coche aparcado ya no sé dónde en la ciudad extraña. El erotismo, mejor la sexualidad, aflora cuando se acumula demasiada esperma. ¿Mortales?; no sé en qué sentido va la pregunta, quizá si se trata de contabilizar muertes sí se podría hablar de sueños ampliamente mortíferos, ese placer por aligerar el planeta. Inquietantes, muchos mucho. Líquidos, ¿qué es esto?; desde luego nunca he soñado con el mar, ese medio extraño; me reconozco como terrestre, eso sí con agua limpia para beber y lavarme ya que soy abstemio y de esmerada higiene.

-¿Qué diferencia hay para ti, y en tus textos, entre sueño y ensoñación?

Los sueños ya los he definido. La ensoñación suena a arrobamiento, a embobamiento; por ahí no van mis tiros.

-¿Qué te ocurre con las palabras: qué te dan, qué les das, qué puedes hacer con ellas?

Las palabras son la razón por la cual sigo vivo, me refiero a vivo pensante. Con ellas intento construir mi universo y construir mis poemas, que no son otra cosa que la nueva colocación de las palabras, que la doma del lenguaje hasta sus últimas consecuencias.

-¿Qué es lo más bello y lo más terrible de un sueño?

Siempre el despertar, ya que permite recordarlo (la memoria del sueño que es el sueño) y al mismo conduce a perderlo.

-¿Qué lugar ocupan el amor, la voluptuosidad y el deseo en tus cuentos, oníricos o no?

Estamos hablando de Mansa chatarra un libro en el que la selección de los textos se hace siguiendo un criterio; que tengan como denominador común su carácter onírico. Dicho esto, el porcentaje de pasión amorosa será el mismo que el que aparece en mis sueños; va menguando con el paso de los años dando el relevo a otras pasiones menos apreciadas en la sección de Sociedad de la Hoja Diocesana.

-¿Es el sueño el lugar ideal para seducir a una cuñada, por ejemplo?

La seducción o el intento de seducción de una cuñada en sueños es una actividad que fue relativamente frecuente hace unos años y que me ha dado después, al trasladarla al papel, algunos quebraderos de cabeza ya que para mí quedaba claro qué cuñada era la de los sueños pero resulta que fueron varias las cuñadas (me di cuenta que no sólo contaban las cuñadas sino también las concuñadas) que creyeron reconocerse en los diversos lances.

-¿En qué se diferencia la espalda de una mujer casada de una soltera?

La espalda de una mujer (joven) casada es más sabia, flexible y risueña que la de una mujer (joven) soltera. Aunque esta aseveración tiene lugar en un relato escrito hace cincuenta años, cuando las espaldas marcaban el rumbo de las relaciones internacionales.

-Insistes varias veces en la mujer que amas. O la que aman algunos de tus personajes. ¿Qué debe tener, cómo debe ser, existe o es una quimera?

Los personajes no son tales sino que son simples apariencias del autor. O sea que soy yo siempre el que realiza estas declaraciones de principios. Serían cosas de la infancia y adolescencia, de cuando uno se enamoraba y olvidaba con suma facilidad; aquello tan cursi de amar el amor.

-Repites al menos dos veces: “Debí equivocarme a menudo”. ¿Es retórica o tienes esa sensación?

Así como en la pregunta anterior me olvidé de añadir que la formulación también podía ser meramente retórica, aquí el equivocarme a menudo es una constatación firme; nada de lo que me rodea es unívocamente cierto, en los sueños y fuera de ellos.

-¿Desde cuándo te inquietan o te apasionan los monstruos?

Quizá desde la infancia he tenido afición por estas simpáticas criaturas. Los libros sobre teratología humana de la biblioteca de mi abuelo Ivo contribuyeron sin duda a forjar esta tendencia. En la entomología, además, surgen formas poco acordes con nuestra manera convencional de tratar el canon de belleza; y yo amo los insectos.

-¿Cómo son, qué hacen, de dónde vienen? [Los tuyos, claro]

Los monstruos, por regla general, los llevamos en la sangre y si se me apura, en la cabeza. Claro, las personas atentas y educadas tenemos más posibilidades de descubrirlos y, si la curiosidad es mutua, podemos convivir con ellos abriendo líneas de negocio que nos lleven a la concupiscencia.

-¿Has conocido alguna vez cabras que atormentan a los mineros?

Pasé largas temporadas en Mequinenza. Allí conocí a un profesor de la universidad de Lovaina dedicado al amaestramiento de cabras hechiceras, útiles semovientes que ayudaban en la extracción del carbón emitiendo raros balidos que quebraban la roca; otra cosa es que esa actitud, más propia de las sirenas, engatusara a algunos obreros que dejaron hogar y faena huyendo con las cabras hacia comarcas catalanas.

-¿Cuál es la clave de tus cuentos o microrrelatos: el extrañamiento, el estupor, la facultad de saltar al más allá, la inclinación a “despertar en cama extraña”?

Descubrir la clave es labor de exegetas. Yo puedo decir que el modelo de mis textos en prosa más recientes es el que sintetiza mi escritura: carencia de aditivos, brevedad, ritmo nervioso. Que se sustente en el mundo de los sueños permite, desde luego, dar esos saltos y sorprenderme a mí mismo con ellos.

-¿Cómo conviven la realidad y la ficción, la erudición y la cotidianidad, el amor y el horror? ¿Usas una fórmula secreta?
Tiendo últimamente a no dar nombres, a no acudir a las citas pero es inevitable reconocer que Jorge Luis Borges ha sido el mejor en esos campos. Nadie como él ha mezclado erudición con ficción de modo que no sólo no resultara excesivo sino que resultara necesario. Mi fórmula la desconozco; como tantas cosas, brota al ponerme a escribir, no necesitando para arrancar más que una leve historia soñada u oída en el tranvía, incluso a veces vale un palabra aislada pronunciada fuera de contexto por algún devoto.

-¿Tienes la sensación de que el escritor oculto Ferrer Lerín ya no existe?

No sé qué quiere decir exactamente “escritor oculto”; ¿el que no publica, el que publica poco y mal, el que publica pero no participa de la liturgia literaria? En los dos primeros apartados ya no consto, en el tercero consto a medias.

-¿En qué sigues siendo transgresor?
Antes ya he comentado cómo creo que ha de producirse el hecho poético; mediante la ilación forzada de palabras y sintagmas, mediante la obtención de resultados sorprendentes surgidos de la experimentación en el laboratorio lingüístico; no sé si todo ello es un trabajo transgresor, lo que sí sé es que sus frutos son bastante diferentes a los que se obtienen con los métodos de toda la vida.

-Kafka, Tomeo, Borges, Perucho, Perec, Cristóbal Serra. ¿Te sientes cercano a alguno?

Borges, ante todo; después Kafka.

-¿Tienes la sensación de que este es un libro nuevo, con su propio empaque y personalidad, o un libro de retazos, una antología?
Es un libro nuevo no sólo por el enfoque que le ha dado el profesor de la universidad de Valencia José Luis Falcó al seleccionar textos de marcado carácter onírico, no diferenciando, además, lo que tradicionalmente se conoce como prosa y verso, sino que muchos de los textos éditos recogidos actúan de hecho como inéditos, dado el tiempo transcurrido desde que fueron publicados, en ediciones hoy inencontrables.

-¿Crees que tus libros pueden leerse en clave contemporánea, que sirven para explicar la crisis, los problemas de identidad, el desconcierto existencial?
No creo. Contemporáneos está claro que sí son. Ahora si alguien busca resolver esos trillados dilemas hará bien en buscar otro tipo de géneros literarios como los manuales de autoestima y las tertulias televisivas.

-Última cuestión: ¿cómo te llevas con los géneros, dónde te sientes más cómodo: prosa poética, poema en prosa, microcuento, relato clásico, poema…?
Me siento cómodo escribiendo poemas paleográficos de señalado aspecto experimental y, desde que comencé a utilizar mi blog como mesa de operaciones (2019), me siento cómodo redactando informes y sentidas historias, oníricas o no, de breve extensión y bonita sintaxis.

Entrevista de Antón Castro a Francisco Ferrer Lerín con motivo de la publicación del libro «Mansa chatarra»


Foto: Fran Ferrer

Una versión reducida aparece publicada en la página 54 de Heraldo de Aragón (22-05-14)

-Dices: “Ferrer Lerín cree que sueña”. ¿Sueñas o no sueñas?

Sueño mucho, quiero decir que recuerdo muchos sueños porque me despierto muchas veces durante la noche, y es sabido que lo que llamamos “sueños” no son más que la memoria de los mismos. En cuanto a si creo que sueño despierto, cada vez menos. Y en cuanto a si los sueños, la memoria de los sueños, es un sueño, es la vigilia o es la realidad desde la que ahora escribo, tengo dudas.

-¿Qué sucede en tus sueños y qué no te pasa nunca?

Sucede lo que sucede en la parte de la vida que no consideramos sueños; los sueños son la vida misma, con algunas pequeñas ventajas como el don de lenguas, la capacidad de volar braceando y la extrema velocidad en el cálculo aritmético.

-Si les tuvieras que poner adjetivos, ¿qué dirías? Son atroces, eróticos, mortales, inquietantes, líquidos…

Hay de todo, como en la vida misma, como ya he dicho antes. La atrocidad se ejemplifica en la búsqueda despiadada del coche aparcado ya no sé dónde en la ciudad extraña. El erotismo, mejor la sexualidad, aflora cuando se acumula demasiada esperma. ¿Mortales?; no sé en qué sentido va la pregunta, quizá si se trata de contabilizar muertes sí se podría hablar de sueños ampliamente mortíferos, ese placer por aligerar el planeta. Inquietantes, muchos mucho. Líquidos, ¿qué es esto?; desde luego nunca he soñado con el mar, ese medio extraño; me reconozco como terrestre, eso sí con agua limpia para beber y lavarme ya que soy abstemio y de esmerada higiene.

-¿Qué diferencia hay para ti, y en tus textos, entre sueño y ensoñación?

Los sueños ya los he definido. La ensoñación suena a arrobamiento, a embobamiento; por ahí no van mis tiros.

-¿Qué te ocurre con las palabras: qué te dan, qué les das, qué puedes hacer con ellas?

Las palabras son la razón por la cual sigo vivo, me refiero a vivo pensante. Con ellas intento construir mi universo y construir mis poemas, que no son otra cosa que la nueva colocación de las palabras, que la doma del lenguaje hasta sus últimas consecuencias.

-¿Qué es lo más bello y lo más terrible de un sueño?

Siempre el despertar, ya que permite recordarlo (la memoria del sueño que es el sueño) y al mismo conduce a perderlo.

-¿Qué lugar ocupan el amor, la voluptuosidad y el deseo en tus cuentos, oníricos o no?

Estamos hablando de Mansa chatarra un libro en el que la selección de los textos se hace siguiendo un criterio; que tengan como denominador común su carácter onírico. Dicho esto, el porcentaje de pasión amorosa será el mismo que el que aparece en mis sueños; va menguando con el paso de los años dando el relevo a otras pasiones menos apreciadas en la sección de Sociedad de la Hoja Diocesana.

-¿Es el sueño el lugar ideal para seducir a una cuñada, por ejemplo?

La seducción o el intento de seducción de una cuñada en sueños es una actividad que fue relativamente frecuente hace unos años y que me ha dado después, al trasladarla al papel, algunos quebraderos de cabeza ya que para mí quedaba claro qué cuñada era la de los sueños pero resulta que fueron varias las cuñadas (me di cuenta que no sólo contaban las cuñadas sino también las concuñadas) que creyeron reconocerse en los diversos lances.

-¿En qué se diferencia la espalda de una mujer casada de una soltera?

La espalda de una mujer (joven) casada es más sabia, flexible y risueña que la de una mujer (joven) soltera. Aunque esta aseveración tiene lugar en un relato escrito hace cincuenta años, cuando las espaldas marcaban el rumbo de las relaciones internacionales.

-Insistes varias veces en la mujer que amas. O la que aman algunos de tus personajes. ¿Qué debe tener, cómo debe ser, existe o es una quimera?

Los personajes no son tales sino que son simples apariencias del autor. O sea que soy yo siempre el que realiza estas declaraciones de principios. Serían cosas de la infancia y adolescencia, de cuando uno se enamoraba y olvidaba con suma facilidad; aquello tan cursi de amar el amor.

-Repites al menos dos veces: “Debí equivocarme a menudo”. ¿Es retórica o tienes esa sensación?

Así como en la pregunta anterior me olvidé de añadir que la formulación también podía ser meramente retórica, aquí el equivocarme a menudo es una constatación firme; nada de lo que me rodea es unívocamente cierto, en los sueños y fuera de ellos.

-¿Desde cuándo te inquietan o te apasionan los monstruos?

Quizá desde la infancia he tenido afición por estas simpáticas criaturas. Los libros sobre teratología humana de la biblioteca de mi abuelo Ivo contribuyeron sin duda a forjar esta tendencia. En la entomología, además, surgen formas poco acordes con nuestra manera convencional de tratar el canon de belleza; y yo amo los insectos.

-¿Cómo son, qué hacen, de dónde vienen? [Los tuyos, claro]

Los monstruos, por regla general, los llevamos en la sangre y si se me apura, en la cabeza. Claro, las personas atentas y educadas tenemos más posibilidades de descubrirlos y, si la curiosidad es mutua, podemos convivir con ellos abriendo líneas de negocio que nos lleven a la concupiscencia.

-¿Has conocido alguna vez cabras que atormentan a los mineros?

Pasé largas temporadas en Mequinenza. Allí conocí a un profesor de la universidad de Lovaina dedicado al amaestramiento de cabras hechiceras, útiles semovientes que ayudaban en la extracción del carbón emitiendo raros balidos que quebraban la roca; otra cosa es que esa actitud, más propia de las sirenas, engatusara a algunos obreros que dejaron hogar y faena huyendo con las cabras hacia comarcas catalanas.

-¿Cuál es la clave de tus cuentos o microrrelatos: el extrañamiento, el estupor, la facultad de saltar al más allá, la inclinación a “despertar en cama extraña”?

Descubrir la clave es labor de exegetas. Yo puedo decir que el modelo de mis textos en prosa más recientes es el que sintetiza mi escritura: carencia de aditivos, brevedad, ritmo nervioso. Que se sustente en el mundo de los sueños permite, desde luego, dar esos saltos y sorprenderme a mí mismo con ellos.

-¿Cómo conviven la realidad y la ficción, la erudición y la cotidianidad, el amor y el horror? ¿Usas una fórmula secreta?
Tiendo últimamente a no dar nombres, a no acudir a las citas pero es inevitable reconocer que Jorge Luis Borges ha sido el mejor en esos campos. Nadie como él ha mezclado erudición con ficción de modo que no sólo no resultara excesivo sino que resultara necesario. Mi fórmula la desconozco; como tantas cosas, brota al ponerme a escribir, no necesitando para arrancar más que una leve historia soñada u oída en el tranvía, incluso a veces vale un palabra aislada pronunciada fuera de contexto por algún devoto.

-¿Tienes la sensación de que el escritor oculto Ferrer Lerín ya no existe?

No sé qué quiere decir exactamente “escritor oculto”; ¿el que no publica, el que publica poco y mal, el que publica pero no participa de la liturgia literaria? En los dos primeros apartados ya no consto, en el tercero consto a medias.

-¿En qué sigues siendo transgresor?
Antes ya he comentado cómo creo que ha de producirse el hecho poético; mediante la ilación forzada de palabras y sintagmas, mediante la obtención de resultados sorprendentes surgidos de la experimentación en el laboratorio lingüístico; no sé si todo ello es un trabajo transgresor, lo que sí sé es que sus frutos son bastante diferentes a los que se obtienen con los métodos de toda la vida.

-Kafka, Tomeo, Borges, Perucho, Perec, Cristóbal Serra. ¿Te sientes cercano a alguno?

Borges, ante todo; después Kafka.

-¿Tienes la sensación de que este es un libro nuevo, con su propio empaque y personalidad, o un libro de retazos, una antología?
Es un libro nuevo no sólo por el enfoque que le ha dado el profesor de la universidad de Valencia José Luis Falcó al seleccionar textos de marcado carácter onírico, no diferenciando, además, lo que tradicionalmente se conoce como prosa y verso, sino que muchos de los textos éditos recogidos actúan de hecho como inéditos, dado el tiempo transcurrido desde que fueron publicados, en ediciones hoy inencontrables.

-¿Crees que tus libros pueden leerse en clave contemporánea, que sirven para explicar la crisis, los problemas de identidad, el desconcierto existencial?
No creo. Contemporáneos está claro que sí son. Ahora si alguien busca resolver esos trillados dilemas hará bien en buscar otro tipo de géneros literarios como los manuales de autoestima y las tertulias televisivas.

-Última cuestión: ¿cómo te llevas con los géneros, dónde te sientes más cómodo: prosa poética, poema en prosa, microcuento, relato clásico, poema…?
Me siento cómodo escribiendo poemas paleográficos de señalado aspecto experimental y, desde que comencé a utilizar mi blog como mesa de operaciones (2019), me siento cómodo redactando informes y sentidas historias, oníricas o no, de breve extensión y bonita sintaxis.