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Abisal: entrevista a Álvaro Cortina Urdampilleta en revista LEER

Borja Martínez entrevista en revista LEER a Álvaro Cortina Urdampilleta con motivo de la publicación de Abisal, libro de zonas y de figuras.

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ÁLVARO CORTINA: «LA ESENCIA DEL ARTE ES VOLVER A TI MISMO CAMBIADO»

‘Abisal’ (Jekyll & Jill) aparece, voluminoso e imponente, bajo la apariencia de un personalísimo tratado de estética, pero esconde una propuesta literaria única e insólita en el panorama actual. Conversamos con su autor, Álvaro Cortina Urdampilleta, sobre este clásico instantáneo.

Veni­mos a decir que Abi­sal, de Álvaro Cor­tina Urdam­pi­lleta, es el libro más impor­tante de 2021. Y lo hace­mos con la inten­ción de que esto sig­ni­fi­que algo. Este exu­be­rante tra­tado de la ima­gi­na­ción, ori­gi­nal y des­me­su­rado, ambi­cioso y modesto a la vez, es un libro único que apa­bu­lla delei­tando. Un alarde de obser­va­ción e intros­pec­ción, de refle­xión e inven­tiva lite­ra­ria. Enri­que Vila-Matas lo des­tila con opor­tuno asom­bro en la faja pro­mo­cio­nal que Cor­tina (Bil­bao, 1983) ha con­se­guido arran­carle: «Pero, ¿qué has hecho Álvaro Cor­tina? ¿Quién te empujó a bus­car un tipo de fic­ción que intenta hacer algo que no se ha inten­tado nunca antes?».

Vila-Matas dice fic­ción, por­que este libro que pre­tende fijar un sis­tema esté­tico per­so­nal de vali­dez uni­ver­sal es ante todo lite­ra­rio. Sobre todo cuando su autor, escri­tor y doc­tor en Filo­so­fía, se erige en pro­ta­go­nista y emprende sus paseos gótico-románticos por la ciu­dad para sacarle punta a todo lo que se encuen­tra y lo que recuerda, hasta com­ple­tar las tese­las de este sis­tema per­so­nal, este «todo­mo­saico» com­puesto de zonas, figu­ras y dis­pa­ra­tes apor­ta­dos por los libros, las pelí­cu­las y el arte. Y todo ello escrito con esa inte­li­gen­cia sutil y extraña y el ori­gi­na­lí­simo talento que ya demos­tró en Des­hielo y ascen­sión. Y en algu­nas pie­zas de LEER que son frag­men­tos embrio­na­rios de Abi­sal, como su artículo sobre Moby Dick y la omi­nosa des­crip­ción de lo blanco de su capí­tulo 42.

Cor­tina lo des­pliega ahora en gran vuelo, en pro­di­gioso des­censo a los abis­mos de uno mismo y de la cul­tura que es este libro que nace clá­sico por­que es único. Por­que a la altura de este 2021 que ter­mina y en el que, ace­cha­dos por los demo­nios de la diso­lu­ción, la prisa y el tedio a los que el autor de Abi­sal comabisal­bate escri­biendo, ape­nas nos da la cabeza para leer dos líneas segui­das, nadie de su gene­ra­ción es capaz de escri­bir un libro así, denso en apa­rien­cia pero ligero como una nube majes­tuosa. Álvaro ha hecho por noso­tros el esfuerzo mayúsculo de con­cen­trarse y envien­trarse dan­tes­ca­mente, en la ciu­dad y en la esté­tica, para alum­brar esta obra deli­ciosa a la que aga­rrarse para salir volando de la caverna digital.

Con­ver­sa­mos sobre Abi­sal y salió una entre­vista larga como el libro al que pre­tende honrar.

¿Qué es ‘Abi­sal’?
Es en cierto sen­tido la des­crip­ción de una coti­dia­ni­dad mar­cada por la cul­tura. Es inten­tar ver y expli­car que la cul­tura impregna todo lo que vemos. Es un intento de com­pren­sión orgá­nica de cómo la cul­tura nos afecta en el día a día y nos lleva a enra­re­cer las cosas, a ver­las con dis­tan­cia. Para cap­tar la extra­ñeza y para cap­tar la fami­lia­ri­dad nos vale­mos de la cul­tura. Y lo que mues­tra Abi­sal es pre­ci­sa­mente cómo todos nos fabri­ca­mos un sis­tema de imá­ge­nes que yo llamo mito­ló­gico. En el fondo, Abi­sal es una espe­cie de tra­tado sobre la mito­lo­gía sub­je­tiva. Es decir, el poso que dejan en noso­tros los libros, las pelí­cu­las, los cua­dros. Las for­mas de la belleza. O de la feal­dad. O de lo terri­ble. Todos noso­tros nos fabri­ca­mos una espe­cie de casa de imá­ge­nes. No acce­de­mos nunca a la reali­dad en seco, sino a tra­vés de ellas. Nece­si­ta­mos imá­ge­nes para vivir. Diría que Abi­sal habla de la nece­si­dad de crear­nos un mundo artificial.

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NOLA, entrevista a Antonio Jiménez Morato

Esther Peñas entrevista a Antonio Jiménez Morato con motivo de la publicación de su libro, NOLA. En Solidaridad Digital:

«La Historia no es más que una rama de la literatura con pretensiones documentales»

nolaDespués de algunos títulos más que estimulantes (La piedra que se escribe, Mezclados y agitados o Lima y limón), del florilegio antólogo de Poesía en mutación o de la selección –como toda colección siempre impugnable– de cuentos del mejicano Alberto Chimal, Siete, este filólogo y maestro, también crítico literario llamado Antonio Jiménez Morato (1976) acaba de regalarnos una novela alucinada, densa como sangre de sacrificio en prosa, que nos atropella, nos seduce, nos embiste y nos fascina a partes iguales: NOLA (Jekyll & Jilles), un asentamiento en intensidad de escala (narrativo, emocional, lingüístico, sonoro) en la ciudad de Nueva Orleans.

«Suena horrible, lo sé, me imagino tu cara ahora mimo hipócrita lector», escribe el narrador cuando da cuenta del olor de los jóvenes que viven en la calle. ¿La buena literatura es aquella que incomoda al lector?

No sabría decir si tiene que incomodar como tal, porque la sensación de displacer no es la única característica de la buena literatura, quiero decir que la buena literatura no se caracteriza solo por ser displicente, pero sí creo que, desde luego, no puede dejar indiferente al lector. Iría más allá, no solo no debería dejar indiferente al lector, sino tampoco al estamento literario, ni a su industria o ámbito profesional, elija cada uno el término que quiera, ni siquiera al propio autor que la escribió le podría dejar incólume. Porque muchas veces se olvida algo tan sencillo como eso, que una literatura que el autor suelta como quien va al retrete no va a cambiar la literatura, ni siquiera va a permanecer allí mucho tiempo, apenas lo que se tarde en accionar la cisterna. Hoy vivimos en medio de una profusión de una literatura de consumo, contra la que no tengo nada per se, hay literatura de consumo que es estupenda, aunque conviene no perder de vista cuáles fueron sus objetivos y presupuestos, no dejar de lado como suele hacerse demasiado a menudo que tampoco eran especialmente ambiciosas en lo literario, y eso las lastra aunque no queramos verlo porque todos tenemos eso que ahora llaman «placeres culpables» y antes se denominaban «debilidades», estoy pensando en Zweig o Simenon, cimas de la literatura de consumo pero literatura de consumo a fin de cuentas. Sí que me resulta un tanto incómodo que el mero argumento de la cantidad de libros vendidos sirva como marchamo de la supuesta calidad de un libro, que sea un mecanismo objetivo no lo hace válido, ni sobre todo omnipotente, me temo. Nadie diría que un menú de una cadena de hamburgueserías es mejor que un filet mignon porque se vendan muchos más menús. Por ejemplo, bajando mucho el listón respecto a los ejemplos anteriores: todo el revuelo con los Carmen Mola. Parece que lo indignante sea que tres tipos se enmascaren tras un nombre femenino, cosa que leída de modo literal lo que evidencia es que sí se ha producido un vuelco real en la industria del libro y la institución literaria respecto a la situación del pasado, o sea, que esto debería haber sido leído como una victoria del feminismo más superficial y no como una afrenta, que es lo que ha sucedido porque no se quiere ver lo obvio, y en cambio ha pasado desapercibido y considerado como cosa perfectamente normal lo verdaderamente escandaloso: que se pueda fabricar, siguiendo unas directrices reconocibles a las que amoldarse un súper ventas y que sea exitoso, porque la mayoría de estos best sellers prefabricados no venden un carajo, por eso las librerías están llenas de libros malos hechos pensados para que se vendieran, en buena medida son malos por eso, porque quisieron ser los más acomodaticios de todos los libros, y en cambio estos dieron en el clavo, molaron podría decirse, como en su momento hizo Umberto Eco con El nombre de la rosa, por poner un ejemplo de alguien que era brillante, ahí están sus ensayos para demostrarlo y hacía buena literatura comercial o de consumo, porque el problema es que suele pensarse que los escritores de estos libros son menos brillantes que los otros, cosa que no es real. Pero lo que se confirma es que sí se puede fabricar un producto para un nicho de mercado reconocible, y esto viene además acompañado no ya de las campañas de publicidad y promoción lógicas y esperables de las editoriales para colocar sus productos, el otro día llegué a ver carteles por las calles como si de conciertos de pop se tratase, sino, y creo que es incluso peor, de una legitimación a manos de críticos de suplementos culturales, porque en los suplementos se publicaron críticas laudatorias de los libros de Carmen Mola como ya sucedió antes con los de Pérez-Reverte para legitimarlos y tantos otros ejemplos de por qué están las mesas de novedades de las librerías tan bastardeadas y llenas de lo que están llenas. Entonces, frente a esa literatura de mero consumo, intercambiable, casi podría decirse que desechable una vez ha servido a su uso, efímera y banal, sí que me gusta ensalzar una literatura que interpela, que incomoda, que hace pensar, que obliga a cuestionar cosas. Una literatura que conmueve, que remueve, que escapa a las clasificaciones y que surge de modo muy intuitivo, incontrolable y hasta cierto punto doloroso para su creador. No creo que todo eso suceda solo mediante la sensación de incomodidad, pero sí que, y en eso estoy de acuerdo con la mayor de la pregunta, está claro que desde luego no con o desde la de comodidad. Una literatura comodona y apoltronada no es buena, no puede serlo casi por definición, y desde luego no es algo que a mí me interese, ni como lector ni como autor. Pero de aquí surge otra paradoja que voy a explicar porque no querría ser malinterpretado. Llama la atención que mucha de la literatura que se nos vende, uso el verbo con toda la malicia del mundo, como «arriesgada» sea en cambio eminentemente comodona, porque requiere para funcionar de que se mantenga el estado de cosas. Digo esto porque, precisamente, una de las «marcas de identidad» de mucha literatura actual es la búsqueda del escándalo, pero lo hace recurriendo a una supuesta inmoralidad que en realidad impone, exige, la existencia de esa moral a la que se ataca. Por ejemplo, casi todo lo que leo sobre el poliamor da bastante vergüenza ajena, porque está cimentado en una actitud del tipo «qué salvajes e intrépidos somos, y lo somos porque hay que ver cuánto molestamos al burgués por follar con quien queremos». Luego necesitas la existencia de esa moralidad establecida y que se perpetúe para que alguien pueda sentirse escandalizado por tu libro. El día que eso se resuelva tu libro pasa a ser una rareza de museo, como mucho. Si la única virtud de tu libro es el escándalo, mal negocio. Si seguimos leyendo a Rimbaud, a Verlaine y a Flaubert es porque sus libros eran buenos, no por el escándalo generado en torno a ellos en la sociedad de su tiempo. De hecho, la mayoría de la gente que se acerca a ellos ni siquiera sabe que sus autores tuvieron problemas con la ley. Otro ejemplo más doloroso si cabe es la continua revisión del canon que se lleva a cabo de modo constante y un poco ingenuo desde filas feministas o poscoloniales: lo verdaderamente rupturista sería desactivar la idea del canon, no querer meter la cabeza y exigir formar parte de algo tan aburridamente burgués como la idea de un conjunto de modelos y referentes comunes, esto es, una imposición para los planes educativos, instituciones artísticas, gobiernos, etc. O sea, en última instancia no van contra el sistema que se ha revelado inoperante y excluyente, sino que quieren integrarse en él. Pues vale, me parece perfecto, pero volviendo al principio, entonces no te incomoda el canon, la idea de exclusión o de unos valores impuestos, te incomoda no estar en él, no ser doxa, y en ese fascismo dúctil e interesado me cuesta encontrar algo que me provoque simpatía.  SEGUIR LEYENDO

Entrevista a Álvaro Cortina Urdampilleta en Solidaridad Digital

Esther Peñas entrevista a Álvaro Cortina Urdampilleta con motivo de la reciente publicación de su ensayo Abisal, libro de zonas y de figuras. En Solidaridad Digital:
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«La vida cotidiana de cada cual es bastante más extraña de lo que después pensamos»

Hay libros que son tan frondosos como junglas y tan exquisitos y bellos como los jardines babilónicos, libros que son un entramado de conexiones delirantes, fascinantes, atrevidas, deliciosas. Libros de cartografía imposible pero trazada (en índices con sentido), libros de espíritu humanista y gamberro desplegado en un festín privado para el que se expenden venias. Abisal. Libro de zonas y figuras (Editorial Jekill&Jill), de Álvaro Cortina Urdampilleta (Bilbao, 1983). Por ejemplo. 

¿Qué nos dice de un escritor el hecho de que el índice sea una de las cosas de las que más orgulloso esté?

Seguramente, nos dice que siente que, pese al caos y a las contingencias, ha conseguido fijar un camino, una senda, y que la ha seguido. Prefijar sendas y realizar la marcha, hacer planes y cumplir planes: ¿no es esto, acaso, Esther, un reflejo de la vida y la medida de nuestros éxitos y nuestros fracasos? ¡Eso nos dice un índice, pero cuando el libro ya ha sido escrito, Esther, nunca antes! Antes es sólo un exoesqueleto, un cúmulo de promesas. Como ves, he tenido sentimientos muy intensos con mi índice.

¿La vida es esto mismo, un rizoma (por utilizar el símil de Deleuze), un entramado de conexiones? 

La vida, técnicamente hablando, tiene una estructura. Tengo entendido que el orden es: nacer, desarrollarse, morir. Entre medias, a veces, también encontramos la reproducción y la cotización en la seguridad social; otras, no. Pues bien, aquí hay una estructura. Otra cosa es la imaginación. La vida de la imaginación es más caótica, se crea por asociaciones, por ocurrencias y por apropiaciones: esto genera un magma portentoso, siniestro o cómico, y en todo caso abisal. El libro es un tratado sobre las formas de la imaginación. Un bestiario de estados de ánimo. Las zonas esenciales, los espacios vistos por los poetas, las figuras de esas zonas (pobladores y moradores), y las madréporas temporales son sus protagonistas. Esto es compatible con nacer, con desarrollarse y con morir. Técnicamente, es un mundo paralelo. SEGUIR LEYENDO

Entrevista a Raúl Quinto en Almería Hoy



LCDN

Entrevista a Raúl Quinto a propósito de la publicación de La canción de NOF4 en el diario Almería HOY

La canción de NOF4 contiene reflexiones y muy pocas respuestas sobre las razones por las que sobrevivimos

– En La canción de NOF4 vuelves a reflexionar sobre la comunicación y el hecho de escribir, algo muy presente en tu obra.
– Siempre me ha interesado investigar sobre el lenguaje para poder utilizarlo de la mejor manera posible en mi poesía. Reflexiono constantemente sobre la escritura, sus posibilidades y sus límites. Es cierto que dentro de mi obra existe un camino que transcurre por diferentes aspectos de la comunicación, como en La lengua rota o Ruido blanco. Hay una línea constante que consiste en la búsqueda de los límites del lenguaje. En el caso de La canción de NOF4 no es tanto el lenguaje en sí mismo como el hecho material de la escritura. Qué hay detrás del gesto de escribir palabras.
– ¿La acción de escribir por encima del lenguaje en sí?
– Así es. A lo largo de la Historia, escribir siempre ha implicado un proceso físico. Ahora lo hacemos de una manera quizás más fría, a través del ordenador, pero al principio consistía en devastar superficies arañándolas. Y, de un modo parecido a como los sumerios rayaban sus inscripciones en tablillas de arcilla, Fernando Oreste Nannetti, el protagonista de La canción de NOF4, rasgaba el muro del manicomio de Volterra con la hebilla de su uniforme de loco. Construía palabras por medio de ese proceso físico ancestral que es la escritura, y yo he pretendido acercarme a comprender qué hay detrás de ese gesto de escribir más allá de la comunicación. Qué hay en el fondo de la acción de la escritura en la mente y cómo ha condicionado a la especie humana para intentar luchar contra el tiempo, afirmar nuestra existencia, permanecer cuando ya nos hemos ido. La historia de Nannetti escribiendo el muro del manicomio suscitó mi interés sobre todos estos aspectos. SEGUIR LEYENDO

Entrevista a Rubén Martín Giráldez


Esther Peñas entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de su traducción del ensayo Este pequeño arte, de Kate Briggs (Jekyll & Jill, 2020), en Solidaridad Digital:

«Jekyll & Jill ha publicado uno de los ensayos más suculentos y luminosos de este annus horribilis, un texto que reflexiona sobre el arte del matute lingüístico, sobre el oficio de la alquimia semántica, la traducción. Este pequeño arte, de Kate Briggs, que tradujo a uno de los tipos más hondos en su pensamiento, Roland Barthes. Pero, ¿qué sucede en la traducción cuando lo que se traduce en un texto que habla sobre eso mismo? Hemos conversado con Rubén Martínez Giráldez, encargado de trasvasar al castellano esta celebración de contenido.  

Traducir un texto sobre la traducción, ¿no resulta un tanto inquietante?

A mí me cuesta más pensar en un texto o en una frase oída al vuelo que no estén reflexionando —aunque sea de una manera elíptica— sobre su propio desciframiento. O, más bien, que no llamen la atención sobre su cifrado. Seguramente eso explica por qué se me da mal hablar. Me parece que cada frase, incluso la que acabo de pronunciar hace un momento —«Cuando puedestepequenoarteas, ¿un café aquí fuera, por favor?»—, lleva su propio aviso de posible error del sistema. De manera que una traducción sobre traducción casi es un oasis de excusas para refocilarse en el sentido, paréntesis entre paréntesis dentro de un corchete en una nota al pie de los caballos. Aquí se puede confesar la convención, se puede hablar abiertamente de la convención, y nadie se va a escandalizar. Lo inquietante es que pasas al primer plano cuando se empieza a hablar del papel del traductor en segundo plano.

Un buen texto original, ¿resiste cualquier traducción, por pésima que sea?

Yo creo que un libro bueno se puede destruir cambiándole unas cinco palabras. En unos segundos puedes destruir la confianza del lector en que lo que hace el autor es fruto del estilo y no de una carencia, o que hay voluntad y no sólo suerte (vamos a decirlo así) en sus oraciones.

 

¿Cuánto de autoría tiene la traducción?

Al final, creo que se puede resumir diciendo que se trata de una colaboración, en sentido recto. Por citar a Briggs: «Nos llega escrito por partida doble; la segunda vez, de mano de su traductora.»

En su caso, ¿prima más el sentido general del texto frente a la exactitud del modo?

Me gusta mucho cómo lo plantea el libro echando mano de la traductora de Mann, Lowe-Porter: «[…] se espera, como de hecho sucede, que fusione materia y estilo en un todo orgánico. Las traducciones tienen que traslucir un esfuerzo parejo por parte del traductor».

Para que «este pequeño arte» funcione, ¿qué se requiere? ¿Qué cualidades ha de tener un buen traductor?

Una incomprensión casi absoluta de todo lo que no sean las palabras, a lo mejor. No lo sé; traductor o no, siempre hay que huir del aforismo. Igual eso es un aforismo, no hay escapatoria.»  Seguir leyendo

Entrevista a Rafa Cervera en Revista Influyo



Fruela Zubizarreta entrevista a Rafa Cervera con motivo de la publicación de su novela Porque ya no queda tiempo en la revista Influyo:

Rafa Cervera. Foto: @Álvaro Leivas
Rafa Cervera. Foto: @Álvaro Leivas

 

RAFA CERVERA: LOU REED Y YO

¿Qué ocurre cuando un niño despierto y brillante, impulsado por un gran corazón, sueña con ser líder de una banda de rock mientras hace playbacks en la soledad de su habitación pero —¡oh, maldición! — no sabe cantar? Que se convierte en periodista musical. Hoy no es un viernes cualquiera, hoy transformamos en protagonista —cual Mary Poppins desafiándose ante al espejo— a Rafa Cervera (Valencia, 1963), uno de los colaboradores angulares de influyo_ y parte imprescindible de la historia del periodismo español contemporáneo. Con su flamante novela Porque ya no queda tiempo, Cervera se demuestra a sí mismo que quien la sigue la consigue, que eso de contar la vida de otros está muy bien, pero que contar la propia —que también es fascinante— está aún mejor. Pasen y lean. Por aquí andan Lou Reed —la gran pasión de Rafa y con el que ha compartido instantes de intimidad trascendente en seis ocasiones—, Andy Warhol, Patti Smith, Ramones, David Bowie y hasta la mismísima Madonna. Ser periodista mola porque conoces a los más grandes de tu tiempo, pero ser uno mismo mola mucho más.

Periodistas, siempre entregando sus textos a última hora. ¿No tenías bastante con tus muchas colaboraciones en varias de las más prestigiosas publicaciones de este país como para meterte a escribir libros?
Al acabar esta novela me di cuenta de que todo lo anterior, todo lo que he escrito, era un camino de preparación para llegar hasta aquí. En el fondo, yo no quería ser periodista, quería ser músico, pero tampoco podía porque soy muy torpe y no sé cantar. Escribir se me daba bien porque leía muchísimo, sobre todo devoraba revistas musicales. Así que, finalmente, el periodismo se impuso como la mejor opción para estar cerca de la música. Hasta que, muchos años después, comprobé que había creado una voz propia huyendo, precisamente, de todos los corsés que conlleva el periodismo. Eso fue lo que me ánimo a escribir libros.

Empezaste contando la vida de otros —varias biografías de músicos y, sobre todo, el hit editorial Alaska y otras historias de la movida (Plaza & Janés)— y acabas ofreciéndonos Porque ya no queda tiempo (Jekyll & Jill), una novela centrada en ti que no es ni una biografía ni unas memorias, aunque tenga parte de ambos géneros. ¿Cómo andamos de ego, señor Cervera?
Con el libro de Alaska, que se acerca ya a los veinte años, tomé la determinación de priorizar lo narrativo sobre lo periodístico. Me esforcé en construir una historia que pudiese gustarle a cualquiera, fuese o no fuese fan de Alaska, de Radio Futura o los otros protagonistas que deambulan por el libro. Descubrí que quería ser narrador, no analista. Me ha costado, porque soy de procesos largos, pero, sí, creo que al final lo he conseguido. Y de ego, bien, el necesario. (Risas).

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Carlos Pérez de Ziriza entrevista a Rafa Cervera en Música Dispersa



Carlos Pérez de Ziriza entrevista a Rafa Cervera en Música Dispersa con motivo de la publicación de Porque ya no queda tiempo:

Rafa Cervera: «Sense música, em moriria com una planta sense llum»

Rafa Cervera (València, 1963), periodista de llarg recorregut, firma emblemática de la premsa musical estatal des de fa dècades (com a rúbrica habitual en El País, Ruta 66, Primera Línea, GQ España i moltíssims més mitjans), acaba de publicar la seua segona novela, Porque ya no queda tiempo (Jekyll & Jill, 2020). Un llibre híbrid, una mica indefinible i, alhora, fascinant. Molt personal, ja que no són unes memòries a l’ús ni tampoc un recull de relats convencional. Són pàgines que s’alimenten de la seua pròpia trajectòrica vital i professional, peró escrites sempre a la seua manera, convertint la pròpia vivència en un inflamable material narratiu al que ningú sabria dir on termina la realitat i comença la ficció. Vam parlar amb ell de tot plegat, del llibre i de la seua evolució com a periodista i escriptor, en una céntrica cafeteria valenciana.

Al teu nou llibre hi ha una intenció clara per apostar per una forma de narrar més fragmentària, més arriscada que en l’anterior, Lejos de todo (Jekyll & Jill, 2017). Encara recorde que d’aquell llibre deies que t’havia costat molts anys el donar-li la seua forma definitiva. Als que hem seguit els teus articles dominicals en Culturplaza durant en els últims temps, que ja jugaven amb molta d’aquesta matèria primerenca, tot ens sona familiar, però nou alhora, per la forma d’explicar-ho.

Aquest ha estat més ràpid, perquè ja comptava amb la seguretat de la resposta que va tenir l’anterior, i ha estat complicat a la vegada, perquè partia d’una base prèvia que interferia amb el que jo volia fer. Aquest llibre havia de ser un recull d’aquests articles, però em vaig adonar que no volia fer això. Perquè partien del periodisme, que és allò del que jo vull fugir quan faig ficció. Em fa anar a un terreny del qual jo vull eixir. Un cop vaig saber el que anava a escriure, vaig saber també que no volia fer el mateix que a Lejos de todo (2017). Aquell era minimalista, i aquest és maximalista.

Fa la sensació que tot en el llibre està molt meditat abans. Cada paraula, cada frase, cada paràgraf.

Més que el fruit de meditar les frases, crec que això és resultat d’un altre procés, i és que tot això porta dècades gestant-se en el meu interior. Això ho sé ara, és clar. El que en el llibre conte sobre les llibretes en què vaig anotant coses, que tinc moltes (de llibretes), però no tantes com sembla en el llibre, és cert. Apunte coses en llibretes des de fa anys, i quan les repasse i veig les meues reflexions al costat de cites d’escriptors, artistes, filòsofs; veig aquestes velles frases i em sorprèn veure que algunes estan molt bé. He anat conreant un món interior que ha anat cobrant força. En el moment en que he descobert que tot això tenia sentit, ix com quan obres l’aixeta de gas. Estic ja en aquest punt en el qual les coses que anava pensant mentre escoltava els Pixies caminant per la Plaça de l’Ajuntament de València, ja són part d’aquesta novel·la. I de la que ve. Perquè sé que tot això, si ho expresse bé, té un valor estètic i literari, i no són només ocurrències d’un ximple. Ara sé que em dedique al que em dedique perquè, en primer lloc, no sabia fer altra cosa, Quan vaig començar a escriure i a entrevistar, el periodisme era el que més s’assemblava a això, però llavors, als 18 anys, no estava capacitat per a fer això.

Sí, és el que comentes en el llibre sobre que el fet d’escriure de música t’ha permès trobar la teua pròpia veu. Però tot i això, supuse que fa 20 o 30 o 40 anys no t’imaginaves escrivint novel·les. O sí?

Fa 20 anys si, el que passa és que m’ha costat molt, supose que per falta de seguretat. Són coses que podria haver comptat abans, potser. Les coses simplement són com són … M’he format com a periodista musical perquè era el que m’agradava, perquè va ser el meu escapament quan vaig deixar d’estudiar perquè era un mal estudiant, però mai he estat un periodista musical a l’ús. Amb la pràctica he après a ser-ho, i com era la meva feina i a més m’agradava, no he tingut cap problema en aprendre i exercir. Però no tinc esperit de crític ni de periodista musical. Ho sé fer, perquè després de trenta i escaig anys, com no ho sabré fer? I crec que ho faig bé. Però és una feina. La música m’agrada moltíssim, però el que realment m’agrada, és el que m’agrada a mi. A mi, si em demanen ara que faça un article sobre rock simfònic, em fan un desgraciat. Perquè no suporte el rock simfònic. Ni als Flying Burrito Brothers. Ni a Linda Ronstadt. Ni moltes altres coses. Seguisc sent, en aquest sentit, com quan tenia 17, 20 o 25 anys. El que no m’agrada, no m’agrada. He aconseguit que m’agraden Fleetwood Mac una miqueta, o bastant – alguns discos -, però no m’interessen gaire. La meua curiositat està molt limitada. Quan em pregunten “què està passant a l’escena musical espanyola o valenciana?”, conteste “¿i jo què sé?”. M’assabente perquè et llegisc a tu, o perquè algú publica alguna cosa al facebook. Abans no em passava perquè tenia més curiositat i estava més en sintonia amb el que estava passant, però ara no sé el que passa, i només em preocupa en la mesura que he de seguir treballant en això. No és per menyspreu a res, senzillament és que considere que la meua missió ja no és aquesta. I que a partir que les coses han anat evolucionant i m’he fet gran, i que moltes coses han canviat per a mal, ja no.

Amb Barcelona al darrere (Foto: José Antonio Llamas)

¿T’hauries convertit en periodista si no és per la teua passió – prèvia – per la música?

Jo volia estar ahí. Amb els Glamour. Amb Esteban (Leivas). Eixir de nit, anar a concerts, estar amb músics … el que passa és que em vaig adonar que no volia ser només una persona que estiguera ací. Tenia coses a dir, i volia significar -me. Què podia fer? Escriure i fer entrevistes. Com havia llegit moltíssim, tant llibres com revistes, contes, històries, de tot, doncs tenia això interioritzat, i per a mi era molt fàcil escriure sobre música perquè portava anys llegint sobre música com si fos una religió. Vaig fer un fanzine, i després va vindre tot. Va ser com una eixida, però ja no tant professional, perquè jo no m’ho plantejava com una feina, sinó vital. Tenir un lloc, poder fer alguna cosa. No em conformava amb ser-hi i ser un més de la colla. Volia fer alguna cosa meua. Que la meua veu s’escoltara. Aquesta era la idea. Agafar una gravadora, seure amb els cinc Pegamoides i entrevistar-los: que et feien patir, els cabrons. Això ja li donava un altre significat a tot. A partir d’aquí, em vaig dedicar a això. Que ha estat molt bé, que ho seguiré fent, que no renegue d’això, perquè he sigut molt afortunat, però ara, amb l’edat que tinc i les circumstàncies que m’envolten, professionals i vitals, la meua il·lusió està dipositada en fer altres coses. La resta, el periodisme, m’interessa en la mesura que m’ho passe bé i puga guanyar-me la vida, encara que siga una miqueta. Però si demà ho he de deixar de fer perquè em toca el sou Nescafé, no ho vaig a trobar a faltar. Primer, perquè pense que el nostre públic va envellint i es va a esgotant. Tu ets més jove que jo, però crec que tenim un sostre de vidre pel que fa al nostre públic. La nostra era ha passat. I, en segon lloc, perquè em queden poques coses a dir. Intente acurar i ser exigent amb mi mateix, però no vull repetir-me, no vull viure del meu propi conte, encara que hi haja qui em puga llegir i no opine això. No vull més del mateix. Cadascú és molt lliure de llegir i escriure el que vulga. Però si jo m’avorrisc … és tan fàcil ara posar-te a escriure sobre Lou Reed o sobre Iggy Pop sense haver de sacsejar- te la mandra … per això tota la meua energia està bolcada en la ficció, que és el que a mi em dóna alegria i vida. Dit això, sense la música jo em moriria. Com una planta sense llum. I la música és el que a mi m’inspira per escriure. Igual és un suïcidi dir-ho, perquè vull que em prenguen seriosament com a escriptor. Però és el que m’inspira.

Aquí és a on també volia anar: amb freqüència es diu que els periodistes musicals, quan es fiquen en el terreny de la novel·la, són incapaços d’eixir de la música com a substrat narratiu.

Sí, jo en els dos casos, tant en Lejos de todo (Jekyll & Jill, 2017) com en Porque ya no queda tiempo(Jekyll & Jill, 2020), això és buscat i provocat. I de manera visible. Amb David Bowie de protagonista en l’anterior o amb Lou Reed com un dels protagonistes principals, en aquesta. Però ja està. Per a la propera, la base ja la tinc escrita, hi haurà música, però la detectareu els que presteu atenció veient determinades construccions o determinada musicalitat. No hi haurà noms propis. Ni títols.

David Bowie era l’ombra en Lejos de todo (2017). Aquí és Lou Reed. Em temptava preguntar-te si en la propera apareixeria Patti Smith.

Ningú, no apareix ningú. L’esborrany de la meua tercera novel·la, que està fet a mà, també per fugir de la temptació d’editar sobre la marxa, no té ni un sol nom al marge dels protagonistes. Sí que m’apropie de cançons, però no és com en els dos anteriors. Continue enxampant coses de cançons, això sí. Ahir anava escoltant una cançó de Songs For Drella (Warner, 1990), de Lou Reed i John Cale, i em vaig dir, “això ho he de filtrar”. Després hi ha la literatura que m’inspira. Agustín Fernández Mallo, per a mi, és una gran influència. O John Cheever. Em force a escriure frases a l’estil de John Cheever perquè m’agrada molt com ho fa. No sé si ho aconseguisc, però jo m’esforce en imitar-lo. Hi ha coses de Marta Sanz, Rodrigo Fresán, Vila-Matas, Chirbes, Iris Murdoch, que després, sense voler o volent, les he bolcat fent-les meues, frases i paràgrafs que m’apunte. Però el gran motor emocional, sobretot, és sempre la música. Per una qüestió d’humilitat o de prudència, o d’imprudència (no ho sé molt bé), a mi m’agradaria escriure el crescendo de “Land” de Patti Smith. Des de petit he volgut fer una cosa així. Com això no ho puc fer, i és una cosa que no he pogut superar mai, el que faig és que m’ho apropie directament i ho pose. I em quede tranquil. A mi m’agradaria escriure alguns dels versos de “Ennui” o de “Kill Your Sons” de Lou Reed. Doncs com no ho puc fer, directament els cite i així descanse. I m’agradaria escriure alguna cosa semblant a la lletra de “Smoke Rings” (Laurie Anderson). Però com que no puc, perquè ja existeixen i són immillorables, doncs directament intent apropiar-me del seu tempo i de la seua atmosfera.

El Tibidabo i Collserola: testics nocturns d’una novela que també mostra lligams barcelonins (Foto: Lluís Peix)

Les ciutats en què ha estat o en què has viscut estan també molt presents. Madrid, El Saler, fins i tot Barcelona, ​​i – és clar – València, de la que deies que se’t quedava petita quan eres jove, amb aquesta arrogància tan pròpia d’aquesta edat, que tots hem tingut. Una relació amb la ciutat que pot ser d’amor i odi.

València ha d’estar, perquè gran part de la meua vida l’he passat ací, i la meua infància i la meua joventut. Hi ha molt poques coses que resistisquen el pas del temps. I València, com totes les ciutats del món, a poc a poc es va convertint en una altra cosa, que no té res a veure amb el que era quan jo era petit. Tot el que explique del centre, d’el Barri del Carme, de la casa de Palomar 10, que fa anys que la van derrocar i ja no queda res. Està d’una banda aquesta mena de traïció inevitable que té el temps, que és una cosa que ho transforma tot. A la gent, als llocs, i tu et quedes amb la imatge anterior. Times Square és un horror ara, comparada amb el que va ser. I d’altra banda hi ha el que tu dius, que quan ets jove ets molt arrogant i tot et sembla malament, però també aquesta ciutat és com és, sempre ha estat així. Molt endogàmica. Ja era així en el 81 i em temo que segueix sent així. Ara tinc millor relació amb València, però crec que és perquè visc lluny d’ella (rialles). O siga, visc aquí, però estic al Saler. És que arriba un moment en què et puc fer un mapa d’aquesta ciutat en base a amics que he tingut, parades d’autobús de quan anava a l’escola, cases en les que he viscut amb la meua família, cases en les quals he viscut jo, cases en les quals han viscut els meus familiars, llocs en què he lligat, llocs en què he follat, llocs en els quals m’he emborratxat … i arriba un moment en què sents que la ciutat l’has consumit ja. Què té el Saler? Doncs que és un territori amb unes possibilitats infinites. Perquè allà tot canvia també, però canvia menys. Tot el que t’ofereix és sempre el mateix, i és bo. Excepte quan vénen les tempestes i les aranyes s’apropien de tot i et podreixen les plantes una i altra vegada i ho omplen tot de teranyines, aquest punt gòtic. Però el Saler el que té és que és un lloc fantàstic, perquè és un paratge natural que a mi m’inspira i em calma. No podria viure en un altre lloc. I m’inspira per crear un territori literari propi. Una cosa així com el camp de Cumbres Borrascosas o el Macondo de Cien años de soledad o el Twin Peaks de David Lynch. Com una mena de fotografia, de quadre, de paisatge, que m’ofereix un munt de possibilitats per a inventar-me coses. És la contraposició a la ciutat, tant me fa que siga ja València que Madrid o fins i tot Barcelona.

Sí, perquè a Barcelona no has viscut, però també té molta presència al llibre.

Barcelona és una ciutat a la qual estava molt lligat sentimentalment, però no d’una manera física, al principi, en la meua adolescència. Però aquesta relació mai es va consumar, es va consumar abans la de Madrid. El que passa és que l’he descobert més tard. I d’una manera que no és l’habitual, anant a festivals i aquestes coses. He anat molt allà perquè he fet amics nous i perquè em resulta una ciutat anònima. No perquè jo vaja pel carrer i la gent se’m tire al damunt demanant-me autògrafs, ni molt menys (rialles), sinó perquè quan estic a Madrid, per exemple, vaig a les discogràfiques, a les revistes, a les redaccions, i quede amb amics, amb familiars, i el meu temps està totalment dedicat a això, a gent que conec i a obligacions professionals, mentre que a Barcelona vaig i és com que ningú m’espera excepte els meus amics. Barcelona és a la fi de el llibre perquè l’he descobert fa relativament poc, és com aquesta espècie de pont cap a un futur què, al menys, espere traure-li tot el profit que puga durant el temps que em quede ací. En realitat, a totes. A València, a Barcelona, ​​al Saler i a Madrid.

M’ha cridat molt l’atenció la franquesa amb la qual parles sobre la família en el llibre. Els vincles familiars, sobretot els que ens uneixen als nostres pares, són complicats d’expressar. No sé fins i tot quines podrien ser les seues reaccions en llegir-lo.

Un dels objectius d’aquest llibre era dir una sèrie de coses a algunes persones. Si ara em cau un llamp i em fulmina, jo em quede tranquil després d’haver escrit això. És el que anomenen els anglesos coming to terms, arribar com a una espècie d’acord amb les coses. Què és la meua família? Què li vull explicar a el món sobre ella? Això. Perquè els meus pares són gent gran, tenen tots dos 82 anys. Perquè jo ja sóc un home gran. Per moltes coses. Per fer això, has de ser honest i, alhora, tenir molta cura, perquè si no corres el perill de caure en l’ajust de comptes. I jo no buscava això, per a res. Ni amb ells ni amb ningú. És tot una mena de conte, que de vegades és bonic i de vegades és trist. Missió complerta. Les famílies són ens molt complicats. Si tens la sort que et toque una família en condicions, tot va bé. Però de vegades són com un vesper, sense que ningú siga conscient. Hi ha una part d’aquest llibre que és per als pares, per a donar-los aquesta possibilitat de convertir-los en personatges que habiten un món paral·lel molt particular, molt semblant al què van viure. I destacar algunes coses que a ells els agradaria que destacara. Però escriure sobre tot això exigeix ​​honestedat i perdre la por al pudor. A part de l’entramat narratiu, hi ha coses que t’exigeixen ficar-te a l’aigua per complet, no només ficar-te fins ací. No vaig a utilitzar els altres per explicar coses que jo sent i que pense, per a després quedar-me jo ací, a mitges. Ha d’anar tot alhora, perquè si no, no seria honest. I l’honestedat és una part fonamental d’aquest llibre. Era tan important com escriure-ho bé o intentar ser poètic.

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Amadeu Sanchís entrevista a Rafa Cervera en Beat



Amadeu Sanchís entrevista en Beat a Rafa Cervera con motivo de la publicación de su novela Porque ya no queda tiempo.

Rafa Cervera: «Con esta novela no quiero contar mi vida, quiero contar quién soy yo»

El debut literario de Rafa Cervera (València, 1963), “Lejos de todo” (Jekyll & Jill, 2017), consiguió alzarse con el Premio de la Crítica Literaria Valenciana. Ahora publica su segunda novela “Porque ya no queda tiempo” (Jekyll & Jill, 2020) una novela sobre sí mismo con la complejidad de no caer en la autobiografía. Literatura en mayúsculas.
Foto @Xavi Ros

¿Cuál es el papel que juegan los músicos en tu novela, y por qué?

Los músicos aparecen en la medida en la pueden convertirse en personajes. Con esta novela no quiero contar mi vida, quiero contar quién soy yo. Se trata, por tanto, de hacer ficción a partir de cosas que me ha pasado, por eso a veces no cuento los hechos tal como han sucedido. A este nivel, la figura protagonista es Lou Reed, que me abrió los ojos a todo, no sólo a la música, también la literatura. De ahí que las entrevistas que le hice a Lou Reed sean como el sistema nervioso central de mi historia. Sus letras me interesaban mucho y me esforzaba por descifrarlas y traducirlas porque las referencias que tenía sobre ellas me parecían fascinantes. Quiero pensar que su pulso poético, después de cuatro décadas, ha terminado por contagiarme aunque sea solamente un poquito.

A lo largo de la novela relatas tus diferentes encuentros con Lou Reed. Cuando describes el último, lo haces con una especial belleza literaria. Como ocurre en muchos pasajes del libro, haces que el lector comparta esa vivencia tuya como si fuera propia.

En la novela cuento una historia en la que escucharlo y conocerlo a través de las entrevistas que le hice son elementos fundamentales. Y entre esos momentos está el abrazo que me dio. En este libro Lou Reed, el Rock and Roll, son elementos para crear literatura, que es algo que ya hice en “Lejos de todo”. Lo que pasa es que ahora la paleta de colores es mucho más grande, abarca mucho más ya que estoy rememorando casi 56 años de vida. Esos determinados recuerdos, desde los más memorables hasta las pequeñas anécdotas, me sirven para construir capítulos que tienen que ver con mi ella. Y al principio de mi propia historia, yo anhelaba entender todo lo que Lou Reed decía, quería tener sus discos, escribir sobre él, entrevistarlo. Por eso en el capítulo que mencionas, al entrevistarlo en un medio que no es el mío, la televisión, es tan importante que él se apiade de mi y que, además responda con afecto a eso que le digo posteriormente, en el camerino, “lo que hago lo hago por ti”. Cuando una persona está en una dimensión distinta a la tuya y la tienes antes tus ojos, es difícil transmitirle lo que le debes.

Cuando leo “Porque ya no queda tiempo”, consideras a Lou Reed tan relevante, cada uno con un papel diferente claro, como tu padre, tu amigo Andy o tu tío Rafa. Son piezas que encajan en tu vida , con un peso fundamental, ¿estoy en lo cierto?

Exacto. Aquí me interesa describir a los personajes tal como yo percibo, por eso me interesa como Lou Reed mueve las manos, como me mira, como vive con disgusto el proceso de ser entrevistado. Cuando hablo de mi tío Rafa, que falleció cuando yo tenía 10 años, recuerdo como marcó mi vida. Él advirtió que yo era una persona diferente, que necesitaba mi propio mundo, y se volcó en mí, lo que produjo una especie de confluencia que como resultado generó un mundo de felicidad absoluta. A mi amigo Andy inicialmente me unía era la afición por la música. Nos gustaba l mismo. Y la verdad es que no eran unos gustos muy comunes para unos adolescentes en aquellos años.

Con tu abuelo Juan también tienes una relación de aprendizaje…

Con mi abuelo Juan era diferente. Me acompañaba al cine, a comprar mis primeros discos o libros, y él era feliz por el mero hecho de acompañarme. Y todo aquel ritual de comprar libros, revistas o álbumes, almorzar juntos después en un bar que estaba en Mislata, era un círculo casi perfecto.

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Así llegamos a uno de los temas troncales de la novela: tus padres y la postguerra tan larga que sufrió nuestro país. Tu padre Ramón pasa una postguerra muy dura, que evidentemente marca a la familia, con esas terribles tribulaciones de tu abuelo paterno que fallece durante el conflicto.

El cómo todo eso te llega a afectar lo descubres con el tiempo, por eso cito a Agustín Fernández Mallo y su novela Trilogía de la guerra, en la que una de las conclusiones es que todos venimos de alguna guerra, estamos marcados por ellas. Cuando me puse a escribir la novela, me di cuenta de hasta qué punto la Guerra Civil Española ha marcado mi vida. Yo nací 25 años después de que acabara, y esa presencia está ahí, está en mis raíces, en la manera en la que tus padres te dicen si has comido bien porque ellos han pasado hambre. En los recuerdos, inevitables de mi padre en orfanatos franquistas.

Nueva York se convierte en varias ocasiones en escenario de la novela. Una de ellas es con el atentado de la Torres Gemelas.

Algo que para mí era indestructible, mágico, con lo que yo me identifico desde mediados de los 60 hasta principios de los 80, una especie de santuario mental, había sido atacado. Que una cosa tan brutal, tan horrible, suceda en Nueva York, me impactó muchísimo porque uno de los símbolos de mi mundo interior había reventado. De una manera inconsciente dejé de creer en la seguridad porque me di cuenta de que la realidad es muy traicionera. De aquel acontecimiento me estremeció el horror de algo tan cruel y tan calculado, hecho precisamente para eso, para mostrar al primer mundo, al mundo capitalista, lo vulnerable que podía llegar a ser.

Volvamos a las personas que han sido importantes en tu vida.

Por cuestiones meramente narrativas, hay gente importante de mi vida que tiene poca presencia. No es un ajuste de cuentas ni nada por el estilo. Es sencillamente que he seleccionado personas y situaciones que me servían para contar y destacar lo que quería contar. Eso, en una autobiografía, hubiese sido más discutible. Una novela te da libertad para hacer estas coas, de hecho, sería erróneo no hacerlas. Lo importante era la historia. Todos los personajes que aparecen son muy importantes en mi vida, gente como Esteban Leivas, que es prácticamente un hermano mayor al cual conozco desde hace casi 40 años; o como Xavi Ros y Nedi Soto, que aparecen al final de la novela y cuya aparición corrobora que la amistad es un milagro que puede darse en cualquier momento y que siempre es necesario.

¿Por eso tratas con mucho cariño a todas las personas que parecen en tu novela?

Claro, porque cuando se hace este tipo de ejercicio de recuerdos, bien sea una autobiografía o una novela sobre uno mismo como es este caso, se tiende mucho al ajuste de cuentas. Pero en este caso, si existe, es conmigo mismo, no con la gente que aparece aquí. Prefiero destacar a personas a las que quiero, que forman parte de mi vida, como por ejemplo Roberta Marrero, una artista que me deslumbró desde el primer momento por su capacidad y su fuerza ante un mundo adverso, y a la que dedico un capítulo.

La primera canción que aparece en el libro, por la importancia que tiene para ti es I Feel Love de Donna Summer, su letra, su puesta en escena, una afroamericana que triunfa en el mundo entero.

Con esa canción hay una recreación literaria, que yo he embellecido pero que es real. Yo no paraba de pedirle a mi padre que la pusiera en el radiocasete del coche, porque a mí esa canción me hipnotizaba literalmente, era una experiencia muy erótica, aunque yo no lo supiera en ese momento. Pero es que además era una canción que estaba adelantándose al futuro, porque está hecha completamente con máquinas. Toda esa combinación a mi me fascinaba y ahora ya sé por qué. Hablo mucho del futuro en toda la novela, y esa canción es premonitoria de muchas cosas, entre otras junto a Kraftwerk, del relevo del rock de guitarras.

Eso nos lleva a tu eclecticismo musical. La decisiva influencia de The Velvet Underground, hace que adoptes una visión amplia y que no aceptes ataques a músicos cuando exploran otros estilos, en definitiva, cuando la música es madurez.

Cuando empecé a escuchar música, había muchos compartimentos estanco. Yo mismo tenía mis prejuicios, como por ejemplo cuando decidí que la música de los 60 no me interesaba porque la consideraba la música de los mayores. The Beatles no me atraían en aquel momento porque era lo que escuchaban mis primos mayores, era su música. Yo quería escuchar a Patti Smith, Johnny Rotten o Donna Summer, es decir aquello que estaba surgiendo a la vez que yo crecía. Pero claro, yo diferenciaba a The Velvet Underground, que eran el primer grupo a contracorriente de los 60, me fascinaban The Doors con Jim Morrison como personaje y The Rolling Stones por esa imagen creada de malos del rock. Y eso a pesar de que Jim Morrisson era de las personas que Lou Reed detestaba de verdad, lo que ejemplifica que la vida está llena de contradicciones, se pongan como se pongan los fans de la música. En cualquier caso, enseguida llegan a mi vida los sintetizadores, de tal manera que me compro mi primer disco de Lou Reed en 1977 y tres años después ya estoy comprando álbumes de Human League. Así descubro que me gusta ese nuevo estilo, al igual que también me gusta la música funky y la música disco, que en aquel momento estaban muy mal vistas, porque nos encontrábamos ante un verdadero cisma. Y ese eclecticismo, esa falta de prejuicios, a medida que he ido creciendo, ha sido fundamental. En cuestiones literarias me ocurre igual. Como no soy un lector especializado, aplico mi propio criterio. Leo lo que me gusta y si no me gusta, no lo leo. Leo sin complejos y sin aspavientos para hacerme pasar por un lector culto, enterado o intelectual. El mismo filtro que tengo para la música o el cine, vaya.

Con 17 años vas al concierto de Lou Reed en Madrid, lo que me lleva a una pregunta fundamental, tu relación con Madrid y cómo se convierte en tu ciudad de adopción.

La paradoja es que al principio todo indicaba que la ciudad que iba a ser mi segunda casa, iba a ser Barcelona. Pero todo cambió cuando acompañé a Glamour a Madrid a grabar sus discos . En ese momento me encontré con la Movida en su momento más álgido, por eso cuando yo cojo mi grabadora y comienzo a entrevistar a esos grupos, mi vida cambia para siempre. No se puede olvidar lo que era la València de 1981, que empezaba a salir del letargo provincial del franquismo, pero aun así se encontraba a años luz de lo que significaba Madrid o Barcelona, por mucho que ahora se intente sublimar ese momento.

Estando en Madrid conoces a Carlos Berlanga, del que guardas un recuerdo muy vívido.

Lo conocí entrevistándole, fue uno de mis primeros entrevistados. Y las entrevistas, en algunos casos, han tenido mucho de epifanías. Carlos era una mezcla entre Caetano Veloso, Truman Capote y Andy Warhol. Era un artista nato, un personaje trágico. Una de las primeras cosas que me dijo cuando lo entrevisté, era que para él Warhol era lo mismo que para un cristiano Jesucristo. Esas cosas no las escuchabas en València, donde había un discurso musical elaborado por músicos, pero no de artistas haciendo música como podían ser Carlos o Poch. A mí me interesan los músicos que son artistas.

También rememoras la entrevista al único cineasta que aparece en tu novela, David Lynch, y lo haces contando una anécdota muy divertida.

Lynch es como Lou Reed, es como Andy Warhol, es como Agustín Fernández Mallo. Es un artista que está en lo que yo hago y he tenido la suerte de entrevistarlo, por eso debía de estar en la novela de alguna manera. Además, lo que cuento es verdad, yo le pregunté si conocía a los Pixies y él me respondió que no, a lo que yo le contesté que debía de conocerlos, le di el disco, y él me pidió que se lo dedicara. Me parece divertidísimo que en algún rincón de la casa de Lynch haya un disco que le regalé yo. Por cierto, toda esa aventura la viví con nuestro común amigo, el locutor y presentador Ramón Palomar. Lo que sucedió en realidad es infinitamente más loco que lo que cuento. Lo que cuento es una destilación de esa escena llevada a la ficción que me apetecía construir con todo eso.

De vuelta a la actualidad, está claro que tu idilio con Madrid llegó a su fin ya que ahora vives en el Saler.

Lo de El Saler fue como volver a un sitio que ya reconocía como un refugio. Llegó un momento en que Madrid ya no era la ciudad amable que yo había conocido, y me sentía más seguro volviendo a València. Allí acabé de escribir la primera versión de “Lejos de todo”, y entonces me di cuenta de que la novela me estaba escribiendo a mí, que no quería volver a vivir en el centro de València. La escritura, en definitiva, me enseñó mi sitio.

Cuando te leemos, aparece la figura de Esteban Leivas y tus influencias literarias, Julio Cortázar, John Dos Pasos y Onetti que dejan un poso en tu manera de escribir.

Hasta que conocí a Esteban yo era un lector con un rumbo muy concreto. Si Warhol era amigo de Truman Capote entonces yo debía leerlo, si Patti Smith citaba a Paul Verlaine y a Rimbaud, yo tenía que leerlos, así era todo. Con Esteban se abre un mundo nuevo, con su amplia visión musical y literaria, que comprende gustos que yo ya tenía, por ejemplo, Bowie o The Talking Heads con otros que hasta ese momento no habían sido relevantes para mí como Caetano Veloso, Serrat o Joni Mitchell. Ahora todo el mundo va de ecléctico pero en aquel momento no podías decir que te gustaban Javier Krahe, Kraftwerk y Paul McCartney a la vez porque te buscabas la ruina.

Por último, Rafa, hablemos de Jekyll & Jill. Has publicado con ella tus dos novelas. ¿Cómo definirías tu relación con la editorial?

Publicar la primera novela cambió mi vida a un nivel muy sutil, porque me permitió, al fin, ser la persona que estaba destinada a ser. He encontrado mi voz, he descubierto que sé hacer bien lo que quería hacer: ser escritor. Y todo eso ha ocurrido porque Víctor Gomollón creyó en mí y apostó por esa primera novela. Ahora ha hecho lo mismo con la segunda. Estar en una editorial de prestigio no es fácil y tener la relación que yo tengo con Víctor, tampoco lo es. Es un editor a la vieja usanza, una persona que se involucra al cien por cien en cada libro que saca. Estar en una editorial como Jekyll & Jill es un privilegio, es como estar en un sello independiente de los años 80, en el cual hay escritores de muchos pelajes estilísticos. Para mí, y usando un símil musical, es como estar en 4AD, el sello donde están los Pixies, los Cocteau Twins, donde Bauhaus sacan el primer single. En definitiva, me permite ser un autor estoy agradecidísimo de poder estar compartir catálogo con autores como Eduardo Halfon, Andrea Valdés, Rubén Martín Giraldez, Paco Inclán, Sergio Chejfec… Soy un privilegiado y siempre estaré agradecido a Víctor por haberme abierto sus puertas.

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Dadas las circunstancias libro de la semana en La estación Azul (RNE)



Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, libro de la semana en el programa La estación azul, de Radio Nacional de España. Lo entrevista Jesús Marchamalo. A partir del minuto 38:34.

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Entrevista a Andrea Valdés en Solidaridad Digital


Esther Peñas, del diario Solidaridad Digital, entrevista a Andrea Valdés con motivo de la publicación de su libro Distraídos venceremos:

«Escribir no consiste en dar una explicación al caos sino una unidad»

Esther Peñas / Madrid

Distraídos venceremos (Jekyll&Jill). Con este título, tomado de unos versos del inclasificable escritos Paulo Lemimski, Andrea Valdés (Barcelona, 1979) trisca con una voracidad y un apasionamiento arrolladores en la escritura (auto) biográfica de una huestes de escritores perdidos, orillados, casi imposible por la pureza que gasta. Algún nombre conocido, Rosa Chacel, por ejemplo, o Mario Levrero. Que este ensayo se abra con los versos catódicos de Leónidas Lamborghini es toda una declaración de guerra a lo adocenado. Valdés tiene una manera de leer a los otros y de contar (nos) que hace posible que aquellos de quienes habla nos resulten tan necesarios como la aurora.

¿Cuándo la escritura autobiográfica sana y cuándo enferma de gravedad?

Me es difícil responder así, en abstracto, a una pregunta tan compleja, pues cada cuerpo, circunstancia y obra es un mundo. Lo que sí tengo claro es que muchas veces la escritura es un acto transformador y esa es una de las cosas de las que hablo en Distraídos venceremos, en cómo cambió a ciertos autores. A veces son ellos quienes lo anuncian directamente (Carlos Sussekind, Jorge Baron Biza, Gloria Anzaldúa) pero otras es el propio texto el que lleva las marcas de esa transformación (Lopes Cançado, Viel Temperley…) A su vez quise hablar de cómo me afectó a mí su lectura, de ahí que mi voz esté muy presente en el texto. En ningún caso se trató de exhibir mi conocimiento sino de compartir mi perplejidad ante unas obras de las que igual no se ha hablado lo suficiente y que para mí son muy meritorias.

Ben Marcus , writer, Berlin 2013, American Academy, only for online purpose No image is to be copied duplicated modified or redistributed in whole or part without the prior written permission from Heike Steinweg mail@heikesteinweg.de

 ¿Se escribe para sobrevivir (se)?

En parte sí, pero espero que no sea el único motivo. De hecho, esto me recuerda a lo que dijo la poeta Ana Cristina César para quien escribir no es exactamente decir la verdad. Eso es imposible. “Y como es imposible opto por lo literario, y esa opción tiene que conllevar cierta alegría. Tiene que ser grata.” Cristina César se suicidó bastante joven, por eso me llamó la atención que insistiera en esto, en la escritura como un placer y no como una vía de escape, ni siquiera un consuelo. Dicho esto, me gusta pensar que quienes escriben muchas veces desconocen la razón. Creo que es importante dejar ese espacio. Asumir que no siempre tenemos una coartada clara o una intencionalidad que podamos expresar con palabras.

¿Puede cerrarse una herida con la escritura?

Yo creo que sí y la literatura está plagada de ejemplos. Memorias desde abajo de Leonora Carrington podría ser uno de ellos. También Borderlands/La Frontera de Gloria Anzaldúa o el resto de trabajos que comento hacia el final de Distraídos, donde las autoras escriben muy condicionadas por los territorios en que nacieron: una reserva, una favela, una frontera… En todos esos casos, la escritura busca restaurar un daño muy concreto, me refiero al de esas identidades que política e históricamente aún estar por completarse.

¿Cómo saber que eso que no se dice, “lo que está justo detrás”, es lo que el lector presupone que está escuchando?

Una vez escrito, el texto ya no pertenece a su autor sino a quienes lo leen y aquí cada cual interpreta las sombras que dejan las frases, porque para mí la mejor escritura es la que hace sombras. La transparencia es información. No pertenece a la literatura, que implica un riesgo. Ese riesgo es asumible si uno acepta que estamos llenos de incongruencias, que todo es movimiento, y que escribir no consiste en dar una explicación al caos sino una unidad.

En su aproximación a los diarios de Chacel, propone la hipótesis de que lo que oculta esta inmensa escritora es una infidelidad. ¿Tanto le dolió que no fue capaz de mentarla, siquiera?

No creo que su problema fuera la infidelidad en sí sino el hecho de que para abordarla ella tuviera que lidiar con algo para lo que no tenía palabras y es el erotismo o su ausencia, tema que desarrolló en La confesión, donde habla de otros autores y destaca el pudor de “sus maestros” (Unamuno, Galdós…) en relación a esta materia, pudor que ella acabó heredando.

Pienso en alguno de los autores que menciona en el ensayo, Lopes Cançado, por ejemplo. ¿La locura es a la escritura su quintaesencia o todo poeta habita una cierta locura? Siguiendo con esta autora, ¿es posible “matar al sistema” con la palabra?

La relación entre escritura y locura es muy compleja. Para mí es todo un misterio, considerando que el lenguaje es una construcción racional que tiene su gramática y convenciones. El lenguaje es un orden. Entonces ¿cómo crear estando fuera de él y, sobre todo, cómo hacerse inteligible? Imagino que cuando se escribe es sobre todo a pesar de la locura, en momentos de calma, lo que no impide que se puedan registrar esas alteraciones e incluso inventarlas, como propugnaron los surrealistas. O no reconocerse en lo que uno ha escrito y en ese sentido la entrevista de Viel Temperley que incluyo en el ensayo me impactó mucho. Creo que es de las más bellas y humanas que he leído. Habla como tomado por la palabra, sin filtros. En cuanto a Lopes Cançado, es difícil matar a un sistema con la palabra si ese sistema no te reconoce como interlocutora, de ahí que ella matara a una persona: para hacerse oír. Es como si una violencia alimentase a otra, pero quiero creer que gracias a su testimonio y a tanto otros hemos aprendido algo sobre la esquizofrenia, aunque aún quede mucho por hacer.

“La escritura es una voz”. Se detiene en tanto autores extremos, auténticos, que cuando uno regresa al panorama de novedades le resulta de un sucedáneo mayúsculo. ¿Cuándo se convierte el acto de escribir en una estafa? 

No sabría decirlo. Lo que está claro es que publicar con criterio es muchísimo más caro que hacerlo con cierto cinismo y acorde a las modas, que en el mundo editorial también existen. En realidad no haya nada más difícil que intentar construir nuevos lectores, sobre todo en este país donde la mayoría es muy conservadora, de ahí vino mi interés por sondear otras literaturas, al margen de la anglosajona, de la que no paran de traducirse cosas cuando en nuestra lengua hay tanto por descubrir. En ese sentido celebro la recepción de Distraídos venceremos, que escribí como quien lanza una botella al océano… Me hace feliz que gracias a él, otros se animaran a leer a Baron Biza o María Moreno.

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De todos los autores mencionados, ¿cuál le ha marcado más y por qué?

Me sería difícil decirlo pues con cada uno tuve una experiencia lectora muy distinta. De Carlos Correas me impactó su extrema negatividad; de Audre Lorde, el cómo convierte la ira en algo constructivo; de Gloria Anzáldua que me interpelase desde tan lejos; de Levrero fue más bien lo opuesto: es como si nos conociéramos. Quizás Lopes Cançado es quien me dio más bronca pues no es fácil leer desde la cordura a quien la está perdiendo, y en algún momento me preocupó esa asimetría.

Le devuelvo una pregunta, que trasciende los territorios literarios, ¿cómo convertirse en lo que uno es? 

¡No tengo ni la menor idea!

¿Es necesario comprometer la vida con la escritura o es al revés?

A saber dónde empieza una cosa y acaba la otra, pues para mí se necesitan mutuamente. Lo difícil es asumir que toda entrega tiene un peaje, pero también es lo bonito: el tener miedo a perder algo. Sin ese miedo no concibo la valentía, que es la conclusión a la que llegué en Distraídos venceremos, tras ponerle algo de humor, y creo que el título ya da una pista.

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Entrevista a Paco Inclán en Solidaridad Digital



PacoInclán

Esther Peñas entrevista a Paco Inclán en el diario Solidaridad Digital, con motivo de la publicación de su nuevo libro Dadas las circunstancias:

«Cada uno ubica el centro y el margen donde le place, tanto en la literatura como en la vida»

Esther Peñas / Madrid

Viajemos. Pero zascandileando por entre raros, sorteando los lugares a donde hay que ir para escoger aquellos en los que queremos estar. Habitémoslos. Busquemos la compañía de insurrectos. Roque Dalton. Julián del Casal. Por ejemplo. Caminemos. Aún hay gente que habla esperanto y tabernas en las que sentir el latido más reconfortante de la vida. Y leamos. Estas doce historias que nos comparte Paco Inclán (Valencia, 1975) en su última entrega: Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill).

¿Qué peso tienen, en el actuar de uno, las circunstancias?

Si nos atenemos a la definición de circunstancia supongo que debemos estar todo el rato actuando circunstancialmente, adaptándonos en la medida de nuestras posibilidades. No escogemos ni el lugar ni la época ni el entorno donde nacemos, cuestiones que influyen enormemente en nuestro devenir. Como dice un amigo: «Aquí, en la vida, cada uno hace lo que puede». Aplica también para la escritura.

Si hasta Plutón puede, en un momento determinado, dejar de ser planeta, ¿qué cosas hay en la vida inmutables? ¿Y en la escritura?

Hay dos momentos cruciales en la vida, uno no lo puedes recordar y el otro no lo puedes contar: uno es cuando naces, el otro cuando mueres. Entre uno y otro, pasan cosas.
Sobre lo inmutable en la escritura me lleva a pensar en la inalterabilidad de la letra impresa, algo que se ha perdido con lo digital. La emoción que provoca el cierre de un libro, el último cambio —una coma, un colofón, un detalle imperceptible— antes de que entre en imprenta. Una íntima trascendencia.

Aparte de traerle a la memoria al poeta Roque Dalton, ¿qué se encuentra en las tabernas, en las cantinas?

Durante muchos años fueron mi oficina. De hecho, mi cantina preferida en Guadalajara (México) se llama así, Mi oficina. Allí pasé algunas mañanas trabajando con horario de funcionario. Los bares han sido el espacio de trabajo idóneo donde recoger historias. De algunas me acuerdo, otras me las invento.

¿Qué tiene Roque Dalton que hace necesaria su compañía?

Dalton murió asesinado el año en el que nací, me he imaginado alguna vez que hubiéramos sido amigos. Me enganchó lo visceral de su vida y de su obra. Mi relación con El Salvador es curiosa. Es un país en el que nunca he estado pero que está muy presente en mi vida, a través de Dalton, del Mágico González, de amigos salvadoreños que he ido encontrando en el camino, de mis encuentros con José Luis Sanz, director del periódico digital El Faro, referente del periodismo bien hecho. Buena parte de salvadoreños viven fuera de El Salvador, quizás por eso sea un país que haya acabado conociendo también desde fuera, sin pisarlo. Si escribiera una guía de viajes sobre lugares en los que no estuve, empezaría por El Salvador: sus playas, sus gentes, sus bares, sus poetas, sus pupusas.

Julián del Casal, otro invocado en estas páginas. ¿La verdadera literatura transcurre en los márgenes?

Lo de los márgenes es cuestión de perspectiva. Cada uno ubica el centro y el margen donde le place, tanto en la literatura como en la vida. Recuerdo cuando tras un viaje tortuoso de muchas horas en camioneta llegué a un pueblo remoto  en los Andes colombianos y le comenté a una señora que estaban muy lejos. «¿Lejos de dónde?», me respondió. Para mí era una esquina del mundo lo que para ella era el centro. Ese es el lugar desde donde me gusta contar historias.

¿Qué se le pregunta al último hablante de una lengua?

Do you speak english?

¿Qué aprende uno en cada viaje?

A mí viajar no me gusta mucho, padezco bastante en los trayectos. Lo que me gusta es estacionarme en muchos sitios, practicar una especie de ubicuidad sedentaria. Me encanta sentirme parte del lugar donde me encuentro, he aprendido a desarrollar esto. Cuando llego a un sitio localizo enseguida el que será mi bar de la esquina, mi tiendecita, me saco el carné de alguna biblioteca, me apropio de lugares que no aparecen en las guías. Me gusta la idea de tener un sofá y una mantita en cada ciudad del mundo. En algunas lo he conseguido. Agradezco a las amistades que me han hecho creer que uno puede afincarse en el mundo.

¿Qué tienen en común los países a los que ha viajado el protagonista de esta docena de historias?

Creo que lo que tienen en común es la mirada que aplica el narrador sobre cada una de las realidades reflejadas en los relatos del libro. Una mirada que no se deja influir por estereotipos ni expectativas, dispuesta a dejarse sorprender e incomodarse. Normalmente nos encontramos con lo que ya teníamos previsto encontrarnos. Cuando rompes con esto, entras una dimensión desconocida que me sirve como material narrativo.

Morirse de risa… ¿es la mejor de las muertes posibles?

Me provoca cierto desasosiego imaginarme muriendo de risa. Me veo agobiado mientras asumo que la risa se me está yendo de las manos, que ya no la podré atajar y que la muerte será irremediable. Visualizo segundos de mucha congoja, salpimentada además con el miedo a estar haciendo el ridículo; es ridículo sentir miedo a hacer el ridículo mientras te estás muriendo. Así imaginé la trágica muerte de risa de Julián del Casal. Si hay que morirse, prefiero hacerlo durmiendo mientras sueño que estoy en una playa caribeña, por ejemplo.

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Sergio Chejfec, entrevista en Cuadernos Hispanoamericanos


Sergio Chejfec

«Apuntes para un panfleto»

Sergio Chejfec

© A. J. JOJI

Nacido en 1956 en Buenos Aires (Argentina), Sergio Chejfec empezó a publicar en revistas literarias al tiempo que se desempeñaba de librero, taxista u oficinista. Se trataba, en sus propias palabras, de «compatibilizar el “estudio” y la subsistencia». En 1990 se mudó a Caracas, donde formó parte de la redacción de la revista cultural y de ciencias sociales Nueva Sociedad. Radicado en Venezuela, Chejfec fue desplegando desde su país natal una bibliografía que, inaugurada con las novelas Lenta biografía y Moral —ambas aparecidas en 1990—, se compone fundamentalmente de obras narrativas, aunque también incluye la poesía —Tres poemas y una merced (2002), Gallos y huesos (2003)— y el ensayo —El punto vacilante (2005), Sobre Giannuzzi (2010)—. A sus dos primeras novelas de 1990 le sucedieron títulos como El aire (1992), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Boca de lobo (2000), Los incompletos (2004), Baroni: un viaje (2007), Mis dos mundos (2008) o La experiencia dramática (2012), así como los cuentos de Modo linterna (2013). Ha recibido prestigiosas becas literarias como las concedidas por la Civitella Ranieri Foundation, la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de Saint-Nazaire o la John Simon Guggenheim Foundation. Desde 2005 vive en Estados Unidos y ejerce la docencia en el programa de Escritura Creativa del Departamento de Español y Portugués de la New York University (NYU), donde es Distinguished Writer in Residence. Sus últimos libros, característicos de la hibridez genérica y la renombrada incertidumbre referencial que singulariza la literatura de este autor, son Últimas noticias de la escritura (2016), El visitante (2017), Teoría del ascensor (2017) y 5 (2019).

En su último libro, 5, que se propulsa narrativamente a partir de Cinco, un texto originalmente publicado en 1996 gracias a una residencia literaria en Francia, se desliza la idea de que sus primeras obras —Lenta biografía, Moral y El aire— componen una especie de protohistoria personal. ¿Podría describir de qué naturaleza era su imaginación literaria durante aquella época?
Supongo que en ese momento estaba captado, probablemente sin advertirlo, por cuestiones amplias. La memoria y la herencia, la constitución de la escritura, el espacio de la ciudad. Me parece que son novelas indagatorias, y además que están asociadas a la adquisición de una lengua de escritura, por lo menos al intento. Son un poco tentativas y enfáticas a la vez; novelas de alguien que comienza. También es verdad que no me abandonó la sensación de comienzo, debe ser porque he tenido con la literatura una relación de ajenidad.
La imaginación literaria ha sido un poco cerrada, o directamente reducida. Sigue siendo así. Me siento ajeno de la idea de peripecia. Aunque muchas veces la disfrute frente a buenos libros, es un terreno un poco vedado para mí, quién sabe por qué. Diría que más que literaria, mi imaginación es narrativa, y aun así es bastante acotada. Es una imaginación más volcada a la idea de relato, en general y casi abstracto. Una enunciación que puede asumir distintas formas. Una imaginación asociada al relato, por lo tanto una imaginación relativa…

Su primera novela, Lenta biografía, suele catalogarse como una novela de la «posmemoria», es decir, esa memoria de segunda generación que, en el caso particular de su libro, aspira a verbalizar el pasado de un padre judío empeñado en no recordar el Holocausto. Y todavía en Los planetas, de 1999, la huida de la persecución nazi se vincula con el terrorismo de Estado en Argentina. Este tipo de coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico se fueron adelgazando posteriormente en sus libros. ¿Cuál fue el detonante que le condujo a explorar la memoria y la identidad por otros medios y estrategias?
No creo que hayan sido completamente heredadas. Al contrario, supongo que esos otros medios y estrategias obedecieron al peso real, emocional y perentorio, de estas cuestiones. Me parece también que la distancia narrativa respecto de la dimensión más testimonial buscaba no rebajarlas como problemas ni como temas, y asignarles una dimensión dramática por otras vías.

En el contexto de la literatura argentina, Ricardo Piglia o Graciela Speranza han subrayado el florecimiento de ciertas poéticas narrativas que, especialmente a raíz del Proceso de Reorganización Nacional, reaccionaban frente a la narrativa del Estado, cuya monolítica voz aspiraba a controlar y centralizar las historias que circulaban en su seno. ¿Proviene de tal circunstancia su elección de ese «tono menor» (Enrique Vila-Matas), conjetural y prolijo, capaz de obrar un llamativo extrañamiento de la realidad circundante?
No creo. Supongo que más bien se relaciona con las lecturas amadas y una forma de mirar en particular. También con una confianza negativa en la literatura o la narración. No tanto como instrumento para describir la realidad como para preguntarse sobre ella.

Desde el principio, el espacio se configuró como uno de los aspectos esenciales y más problemáticos de su literatura. Ya en El aire, el paisaje de Buenos Aires acusaba la ausencia de la mujer del protagonista, revelándose nuevas dimensiones del diseño urbano a causa de ella. En 5, su último libro, las deambulaciones del narrador por Saint-Nazaire, una ciudad francesa de astilleros y vinaterías, continúan vertebrando el discurso. Estos lugares se alzan como agentes provocadores de la narración y se convierten progresivamente en su asunto principal. Pero también parece que, de alguna manera, al transustanciarlos en literatura, se convirtieran en un lejano y sospechoso recuerdo. ¿Hasta qué punto su escritura clausura de forma consciente esos espacios o se distancia sentimentalmente de ellos?

Mi impresión es que la narrativa depende demasiado de la idea de cronología para contar una historia. Nuestra percepción de los hechos es más simultánea que secuencial, aun cuando precisemos de las secuencias para que lo real sea comprensible. Me gusta pensar mis relatos en términos de espacio, más que de progreso temporal. La ilusión es que se liberen de ese modo de las presiones hacia una forma de representación unívoca.
Supongo que para mí el espacio en los relatos es un ardid para evadir el tiempo. El recuento de lo que ocurrió antes y de lo que vino después. Es verdad que no es claro apartarse de eso, pero me gusta pensar en otros ejes para desarrollar un relato. El espacio, en sus distintas configuraciones, podría ser uno de ellos. Porque brinda la posibilidad de suspender el tiempo.

Tal vez sea en Mis dos mundos donde ha problematizado en mayor medida la tradición moderna del flâneur y del paseante urbano. Allí, las excursiones en torno a un parque brasileño no implican ninguna revelación o hallazgo, más bien sumen al narrador en la asfixiante e intermitente vida de la ciudad contemporánea (fundamentalmente de la urbe latinoamericana). ¿Puede relacionarse este hecho con la suburbanización de estos espacios, es decir, con la transformación de una parte del mundo en una sucesión de barrios descoyuntados, slums y bidonvilles?
Puede y no, no lo sé. En cuanto al flâneur, para mí es una figura residual que encarna la decepción. Seguir levantando al paseante como un icono de la modernidad en realidad es un intento de dar oxígeno a una actitud agotada e imposible. Muchas veces se ha convertido en un lugar común que permite el desarrollo de historias llenas de guiños culturales inútiles y de tics previsibles, porque aluden a un paisaje meramente voluntarista.

Unos apuntes incluidos en Teoría del ascensor profundizan en una actitud vital que usted ha designado como «deserción psicológica» y que considero esencial para comprender su literatura. Se trata de esa especie de «frontera interior» respecto del mundo cotidiano que suelen establecer sus narradores y personajes. ¿Es su literatura una consecuencia de la conciencia hiperselectiva, defensiva y a menudo paranoide que suelen desarrollar quienes viven en un país extranjero?
No creo que un personaje deba tener atributos de la literatura del siglo xix, expresados en términos de transparencia social y psicológica. Creo que la deserción psicológica sirve para refutar buena parte de las coordenadas dominantes. En esas deserciones encuentro más posibilidades literarias que en procesos de elocuente identificación con algo en particular.

Modo linterna reúne nueve textos que trasladan su poética al ámbito del cuento literario. Si, por lo general, su literatura tiende a lo deambulatorio y lo divagatorio, ¿qué espacios concretos o qué acechanzas específicas le permite encarar este género?
Son relatos cortos que podrían haber sido extensos. A lo mejor en algunos casos con una extensión más novelística. No los diferencio gran cosa de los relatos extensos. Sencillamente en cierto momento decidí que hasta ahí habían llegado. Me muevo de forma intuitiva, y atendiendo un poco al deseo de seguir o no con eso. Lo que uno busca es más o menos igual en los relatos cortos o extensos. Para mí, se relaciona con la memoria del lector. No me interesa tanto que vaya a recordar una historia como que tenga la sensación de haber asistido a un momento desplegado a lo largo de cierta cantidad de páginas.

En la permanente imbricación entre memoria e identidad que distingue su literatura, resulta llamativo constatar que, pese a que sus libros suelen gravitar sobre estos ejes, no creo que se pueda afirmar que el lector conozca o acceda finalmente a las interioridades de los narradores y personajes, cuya actitud es con frecuencia dubitativa, insegura, elusiva o desconfiada. Son, como el título de uno de sus libros, Los incompletos. El lenguaje, obviamente, representa un problema para ellos. Pero, como dijo Richard Poirier, «el lenguaje es el único modo de sortear los obstáculos del lenguaje». ¿De qué modo el lenguaje les permite (o no) conjeturar su arduo lugar en el mundo?
El tono es importante. Mi idea es la de un tono conversacional, que de este modo se aproxime al soliloquio. Otro elemento acaso sea la actitud hacia la narración, que tiende a ser reflexiva. Mis narradores no se preocupan tanto por lo que ocurre sino por el significado de ello. Es que, en definitiva, tiendo a creer que la narración se trata del despliegue del pensamiento. A lo mejor por eso me siento más identificado con la dimensión ensayística de un relato, que le permite liberarse de los mandatos del sentido en términos de acción o resultados.

La ficción constituye literalmente un problema en Baroni: un viaje a la hora de representar a la singularísima y multidimensional Rafaela Baroni, pero también para describir la amalgama de tradiciones artísticas, creencias religiosas, paisajes y fenómenos paranormales que se entrelazan con la vida de este personaje. Sin duda, ese libro eleva varios interrogantes acerca de la naturaleza de la creación artística. ¿Es esa incertidumbre ante lo descrito, ese indefinido vaivén genérico (ficción, ensayo, relato de viajes, écfrasis) el inevitable corolario de una realidad múltiple y escurridiza, refractaria a toda representación fija o estable?
La pregunta que traté de hacerme en Baroni pasaba por entender de qué modo tan profundo me sentía yo atravesado por un arte que es más elocuente que sofisticado. Ello me llevó a la descripción de cosas relacionadas con el arte de esta artista, con su vida y su paisaje. Fue también una suerte de despedida de Venezuela, país en el que estuve quince años. Tanto el impacto de conocer a Baroni como el hecho de separarme de tan bello y escurridizo territorio me pusieron en el trance de la descripción. Sentía que si «contaba», violentaba. Y que si describía, ponía a mi relato fuera de las luchas explícitas por el significado legible. Aun cuando, claro, el significado siga siendo, espero, un interrogante fuerte en el libro.

Y en relación con la pregunta anterior, ¿cómo se relacionarían las estrategias de representación que ha ido desarrollando con su propósito explícito, durante la época de Cinco, de escribir «antiliteratura»?
La idea de antiliteratura no tiene nada de novedoso ni excepcional. Es algo muy básico, casi inocente. Pasa por contestar, en la medida de lo posible, el peso institucional de lo literario. Traicionar o rebatir un mandato de legibilidad, de intencionalidad, de circulación, de corrección, etcétera.

En medio de esta encrucijada de discursos y géneros, ¿qué otra disciplina artística considera que ha marcado en mayor grado su escritura y su dicción?
Me gusta escribir sobre poetas y artistas plásticos. Acaso porque, en general, ambos tienen una relación con la temporalidad, en sus obras, que yo añoro para la narrativa. La relación es de mayor inmediatez con la percepción, no tanto con el desarrollo.

Finalmente, dado el carácter performativo de su obra (donde se combinan y ensamblan géneros, materiales e incluso imágenes), cada libro que publica parece alzarse al cabo como una faceta, tesela o capítulo de un episódico libro de artista. Es obvio que ponerle un título a semejante obra sería demasiado comprometido. Pero, si aceptamos que esto es así, ¿qué lema o subtítulo (provisional, si quiere) podría rotular este work in progress?
Elegiría el propio título de una cosa que termino ahora: «Apuntes para un panfleto». No está en la naturaleza de mi escritura asumir una voz alta, pero a la vez existe un deseo de operar en términos de disolución. Quisiera que mi literatura fuera más destructiva de lo que es. Por eso apuntaría a un panfleto imposible, porque carece de volumen acústico y debe conformarse con los apuntes.

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5Teoría del ascensorÚltimas noticias de la escritura

Entrevista a Reinaldo Laddaga en El Asombrario



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Excelente entrevista a Reinaldo Laddaga con motivo de la publicación de la novela Los hombres de Rusia. Por Carlos Madrid, en El Asombrario.

Reinaldo Laddaga: «La extrema derecha aprovecha la victimización del varón blanco»

El avance de la extrema derecha ha sido un poco como el cuento del lobo. Podías intuir que cierta actividad había, aunque era más fácil obviarlo. Ahora, con una América con regímenes que hacen tambalear los soportes de la democracia y una Europa donde esta ideología toma peso, es sencillo apuntar: ¡Te lo dije! En España, el ascenso de Vox en las recientes elecciones ha venido sobre todo de la mano de loshombres menores de 30 años. El escritor Reinaldo Laddaga (Rosario, Argentina, 1963) plasma esta realidad en un libro que usa ficción y realidad a partes iguales: ‘Los hombres de Rusia’ (Jekyll & Jill).

 ¿Qué es ‘Los hombres de Rusia’?

Es una narración que se presenta como un texto encontrado. Este texto es escrito por el que suponemos es un militante de la extrema derecha norteamericana. El texto consiste en las memorias de un adolescente que recibe sus inicios en la educación sexual de manos de un miembro femenino de un grupo de identidad algo oscura que se hace llamar Los hombres de Rusia. Estos trafican con mujeres y drogas y desembocan en un zoológico abandonado y medio inundado que está dirigido por los padres de este adolescente. En el camino se reconstruyen ciertas genealogías de la extrema derecha a partir de la madre del muchacho y del líder de Los hombres de Rusia. Genealogías que van desde Italia hasta EE UU, haciendo un retrato más bien espectral de una tradición a medias cierta y a medias fantaseada.

¿Por qué usar esta dualidad?

El libro demandó un trabajo de investigación. Yo solía ser hasta hace poco un académico. De hecho, el texto se presenta como una suerte de saga a la antigua. Una narración hecha para conservar la memoria de una cierta tradición, una suerte de enciclopedia narrativa. En la trama del libro se engarzan grandes cantidades de información fáctica; hechos de personajes, de autores, de teorías… Sobre esta información fáctica, se montan una serie de alucinaciones que remiten a un mundo de fantasía.

¿Por qué te interesaba crear este juego?

Yo no sé si utilizaría la palabra interés. El trabajo de escritura de este libro, más que el de otros, me demandó una suerte de suspensión de la percepción entre la realidad y la ficción. El procedimiento fue desde el principio retener informaciones y usarlas como plataformas para dejarme llevar, sin pensar demasiado adónde iba.

Este juego lo haces extraliterariamente, pero también dentro de la propia obra. Todo el conjunto del libro va en la misma línea.

El libro juega con algunos de los procedimientos de la tradición: el documento encontrado; pero sobre todo la novela de formación, del fin de la infancia. Se produce un redescubrimiento de la sexualidad, sobre el trasfondo de una fantasmagoría política.

Esta fantasmagoría política es a lo que te referías antes con la extrema derecha y su desarrollo. ¿Por qué hablar de ella? ¿Es necesario en estos momentos?

Porque es crucial hoy por hoy. Con la elección de Trump en EE UU descubrimos corrientes subterráneas que no estaban o que no queríamos ver y que cobraron una potencia amenazante. Algo que ha movido la escritura del libro es una sensación de oscuro miedo.

¿Cuánto de soterrada estaba esa extrema derecha?

Quienes vivimos en las grandes ciudades no sabíamos de la dimensión de fenómenos que son propios, en EE UU, del mundo rural y los pueblos pequeños. Por eso la geografía del libro es la de la Florida rural. Hemos descubierto un país que no conocíamos y que no es tanto un país tradicional, sino en profunda crisis.

Unos movimientos que se alimentan de las épocas de crisis.

Exacto. Lo que a mí me pareció significativo, y creo que aparece reflejado en el libro, es cómo esta crisis, del trabajo, de los mundos sociales asociados a la economía industrial, ha desencadenado una crisis de masculinidad; una dimensión sexual de la crisis que me parece crucial. Sin esta crisis, al menos en EE UU, no se entiende el fenómeno. Por eso en la novela quería cruzar estas dimensiones. Y, por ello, la novela está centrada en la iniciación sexual.

¿Puedes desarrollar más esta idea?los-hombres-de-rusia-2

La principal fuerza de los trabajos en la industria eran los hombres: hombres que encontraban en su pertenencia al mundo del trabajo una fuente de respeto a sí mismos que a día de hoy ya no pueden. Las mujeres salen a trabajar y, por lo tanto, los hombres dejan de ser los dueños de casa y pasan a trabajar en empleos de servicios que en muchos casos ven feminizados: cocina, limpieza… De modo que hay una dimensión de pérdida de potencia sexual asociada con el tipo de crisis de esos mundos sociales.

Todo ello multiplicado por el elogio de la mujer en los medios y que ellos leen como corrección política. El caso particular de EE UU es que los varones blancos, por lo menos de cierta clase social, que han sido y siguen siendo privilegiados, sin embargo, están sufriendo una experiencia de victimización de la que la extrema derecha es su representación.

¿Funciona el libro como una especie de aviso para navegantes?

Yo he tratado en el libro de no ser didáctico. Mi posición en el libro es la de construir un mundo fantasmagórico, pero también complejo. Me preocupa la caricaturización de los votantes de la extrema derecha que se produce desde el lado progresista. El caso más claro es el de Hillary Clinton cuando tachó a Trump de ignorante. No es un libro fácil de leer y no sé si es una brújula que nos ayuda en la navegación. No es un libro pedagógico. Es un acto de expresión de una experiencia personal, de una experiencia de época que se expresa en colecciones de datos y de libros.

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Rafa Cervera entrevista a Andrea Valdés en Port de El Periódico


Rafa Cervera entrevista a Andrea Valdés con motivo de la publicación de su ensayo Distraídos venceremos, en PORT, de El Periódico:

Foto: Xuan Álvarez

Andrea Valdés: «Me interesa lo que han escrito manos que cosen, zurcen o limpian mierda ajena»

En Distraídos venceremos, la barcelonesa Andrea Valdés mezcla literatura y biografía invitándonos a leer a una serie de autores que la han fascinado y le han abierto puertas. Todos tienen en común, según la propia Valdés,que sus libros no son un lujo ni un adorno, porque se volcaron en ellos y se jugaron la vida para escribirlos.

Este libro nació con una sección de crónicas y entrevistas llamada ¡Cavernícolas! escrita desde Argentina. A su regreso a Barcelona, la escritora y periodista Andrea Valdés recibió del centro de arte La Virreina, el encargo que terminó por darle forma al que ahora es su primer libro. Distraídos venceremos es un ensayo sobre la literatura concebida como autorrelato hecho en el límite, y además está escrito con  un estilo que se mueve entre lo periodístico y lo narrativo, haciendo de la autora casi un personaje más de un libro hecho de historias fascinantes.

Apenas hay nombres conocidos en la selección de autores de su libro. ¿Un intento de alejarse de lo evidente?

Ahí se me ve el deje librero y esa cosa un poco anacrónica de ir a buscar lo que una no tiene al alcance: el tesoro oculto, lo que entra de contrabando o por otros cauces.  También lo que se considera “marginal” o “periférico” y aquí hago notar la connotación horrible de esta palabra. Periférico ¿para quién? ¿Según qué criterio? ¿Por qué  muchos de estos autores no han llegado a España o les cuesta encontrar un sitio, cuando el idioma debería hacerlo más fácil?

¿Se puede hablar también de una necesidad como autora de explorar nuevos territorios?

Estaban mis ganas de leer desde cierta ignorancia, para formarme un juicio sin demasiados apriorismos ni el peso de algunas cátedras. En este ensayo, como en todo lo que hago, hay una voluntad de quedarme con algo, un aprendizaje. Por eso autores como J. M. Coetzee, Agota Kristof o Pierre Michon acabaron cayendo de mi primera lista. Si algo hay en Distraídos venceremos es un guiño a lo malogrado y, sobre todo, a lo precario, en la vida y en la escritura, por eso en mi selección no me veía “dialogando” con invitados a la feria de Frankfurt ni finalistas al Man Booker Prize. Quería a autores algo más huérfanos, un poco de otra liga, aunque esa orfandad sea una proyección que yo me hago. También asumo esa posibilidad. Quizás me monté una película. De hecho me pasa a menudo.

Muchos de esos nombres, la gran mayoría, provienen de Argentina y Brasil. ¿El hecho de viajar y estar próxima a su contexto potenció su interés personal por ellos?

Más que potenciar mi interés por ellos, me dio acceso a su obra porque no nos engañemos: los libros que nos llegan de Sudamérica son sólo una pequeña parte y, sí, a Paulo Leminski, Maura Lopes Cançado, Héctor Libertella, Carlos Correas o María Moreno los descubrí en “su tierra”. En general, aproximarse a los lugares desde las ficciones o escritos que generan me parece muy interesante, pues siempre hay una brecha insalvable entre el papel y lo que una está viendo en ese momento, y más si una es extranjera. Aunque no he querido exotizar a nadie. Al revés, he intentado que esa barrera sea lo más estrecha posible pero sin perderla de vista, sobre todo en la última parte. Luego hay otro asunto que menciono en el ensayo, medio en broma, y es el pensar que también se viaja para poder leer tranquila, pues es fuera de casa donde suelo encontrar ese espacio. Además no concibo el viajar porque sí, para dar vueltas. De alguna manera estos dos viajes hicieron que yo me acabara de creer el proyecto, me autorizaron a hacerlo y esto es algo muy de mi género: el sentirse o no autorizada a algo. A ver si acabamos de una vez con eso.

Dice usted que no quiere que su escritura sea un mero acto de vanidad y en cierto modo, los autores seleccionados para Distraídos venceremos son la antítesis del narcisismo.

Totalmente. Ni son narcisistas ni experimentales, que es lo que suele pensar la gente cuando se habla de autores algo fuera del canon, que son raros o experimentales. No, para mí fueron heterodoxos y creo que la mayoría lo fueron porque la vida les empujó a serlo y ese empuje fue mi principal motor. Lo he estado buscando en cada texto. Está en Rosa Chacel cuando se pregunta si alguien alguna vez logró plasmar “la grandiosidad de esa sombra que avanza”. En Sarduy frente a un cuadro: “Y quería decirle algo, decírselo con fuerza, pero no supe qué”. En Levrero afirmando: “No me  fastidien con el estilo o la construcción. Esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”. O en Viel Temperley cuando menciona que se encuentra con supoesía al no saber cómo hacerla. Todos se enfrentan a algo que les rebasa y humaniza en extremo. ¿Y cómo no iba a interesarme pensar y escribir sobre ello?

Cuando alguien escribe sobre sí mismo no escribe desde la realidad absoluta. ¿Cuál es la diferencia entre escritura autobiográfica y autoficción?

Entiendo que me hagas esta pregunta que en Distraídos venceremos pasé bastante por alto, lo que clama al cielo siendo un ensayo que incide en la escritura y sus circunstancias, pero es que cada vez me interesan menos esta clase de debates y distinciones, por eso en el libro tuve la impertinencia de llevarlas a un estado crítico citando aún más etiquetas… Hablo de biomitografía, transbiografía, heterobiografía, autohistoria, escrevivencia, etc. Incluso me salió alguna de cosecha propia, frivolidad que no sé cómo recibirá el lector, pero esta clase de insolencias también me forman parte. No pude evitarlo.

¿Se puede hacer literatura sin hablar de uno mismo?

Imagino que depende de lo literal que seas con lo de hablar de uno mismo. Pienso que quizás sí, es hablar de uno mismo pero a través de otros y de ciertos artificios. Para mí la literatura implica una translación, que se hace de maneras más o menos afortunadas. No es algo que cae del cielo. Hay que trabajarla y para mí exige un compromiso muy grande. El resto son vomitonas, ruido.

Xuan Alvárez
Foto: Xuan Álvarez

Su ensayo está escrito desde la primera persona, en ciertos momentos parece una novela. ¿Es consciente de que eso ayuda a que un lector no especializado se vea absorbido por tu texto?

Desde el inicio me dije que si iba a hablar de autores no muy conocidos, con la ventaja que me otorga eso, el lector tenía que recibir algo a cambio, pues en ningún momento quise que Distraídos venceremos fuera un mero escaparate de mis conocimientos. ¿Qué me aporta eso? Incluso diría que fue al revés. Este ensayo viene de mi dificultad para escribir: la vivo tan a pecho que se me ocurrió buscar la escritura en quienes lo consiguieron en situaciones muy adversas. Y ahí vuelvo a la idea de verse empujado, abocado a algo. Es cierto que todo esto lo he dramatizado un poco e incluso me permití darle un tono paródico, además de tomarme algunas licencias. Me refiero a la mezcla de formatos, el uso de imágenes o el sampleado de diálogos, recursos con los que no sólo pretendo ganarme al lector. También es un guiño a la naturaleza extraña de La Operación Masotta, Borderlands/La Frontera o Sobre Sánchez, por citar alguno de títulos que comento. Todos pueden leerse de varias maneras y eso me fascina.En este sentido quise que este ensayo funcionara como una posible guía para ampliar referencias, pero también como un relato coral de gente que se ha estado buscando en situaciones muy adversas y que yo explico a mi manera.

¿Son las redes sociales una forma de autoficción para aquellos que no hacen literatura? 

Imagino que puede serlo pero son muchas otras cosas y algunas bien peligrosas.

En el texto hay una reflexión muy interesante acerca de la idea del bartleby en relación a la igualdad de género. ¿Es también este libro, aunque sea de manera indirecta, una reivindicación de lo que ha sido hacer literatura para muchas mujeres del siglo XX?

Sí. Este libro tiene mucho que ver con lo que elegimos y para mí era importante marcar que esas elecciones son muy distintas según el género, pero también la clase y el color de piel. No todos nos jugamos lo mismo al escribir. En este sentido me ha encantado descubrir la conexión de ciertas escrituras con las manos de quienes históricamente han tenido que lavar la mierda ajena y coser, zurcir con parches, lo que simbólicamente asocio a fragmentos de vida.

¿Hay alguna obra de las que hablas que recomendarías a la gente que lea tu libro? 

Para mí son todas muy relevantes. Quizás la más accesible por formato y acabado es precisamente la que explica la historia más dura. Me refiero a El desierto y su semillay en parte tiene sentido que sea así, pues creo que Jorge Baron Biza luchó mucho por hacerla legible. Y eso me parece muy bello, que se “salvara” tratando de ser un texto y dar una forma a lo inenarrable, a un acto monstruoso.

Entre los cimientos de tu mundo figura David Bowie. ¿Podemos considerarlo como el gran escritor de la literatura autobiográfica que no opera desde la literatura?

Para mí David Bowie fue sobre todo un impacto estético que me vino muy de niña. En casa teníamos el vinilo de Ziggy Stardust y recuerdo no saber cómo mirar aquel cuerpo, con qué criterio y si era un ser inventado o real. Eso también me desconcertó mucho, la intuición de que se podía encarnar una ficción hasta ese punto. De niña fui muy masculina y toparme con esa ambigüedad me llenó de placer. Luego vino la música. Escuché Five Years… y aunque por el camino me averiase con MC Hammer, Duncan Dhu y la pesca de Tocata, Bowie siempre estuvo ahí como algo que no era sólo música. Era una posibilidad… ¡y qué posibilidad tan bonita! Como la que me han dado los autores que aparecen en este ensayo, pues también ellos me abrieron otras puertas.

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Entrevista a Alejandro Hermosilla en la revista Quimera



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Fernando Clemot entrevista a Alejandro Hermosilla, autor de El jardinero, en el número 426 de Quimera. Revista de Literatura.

Alejandro Hermosilla

El jardinero (Jekyll & Jill) es la tercera novela de Alejandro Hermosilla tras Martillo y Bruja. Con estas tres obras ya se ha creado un hueco en la narrativa española más arriesgada. Sobre esta última novela en la editorial zaragozana conversamos con el autor.

Para un lector anónimo, ¿cómo definirías el jardinero? ¿qué se puede encontrar en su lectura?
Un libro extremo y salvaje donde asistimos a la lucha a muerte entre un jardinero y un conde por motivos que no terminan nunca de estar claros. Un retablo medieval un tanto esquizofrénico sobre nuestra época. Un retrato vivo y descarnado del odio a muerte entre dos facciones (tal vez izquierda y derecha; burguesía y proletariado) por el poder. Un jardín de las delicias de la era moderna. Aunque también es válido por supuesto verlo de maneras distintas. Tal vez como un sueño o una alucinación. Un maremoto violento y árido.

¿Qué ha cambiado en ti, en tu literatura, desde la publicación de Martillo y Bruja?
En aquellos dos libros era mucho más juguetón. Me los planteé casi como performances literarias. Me permitía realizar experimentos de todo tipo para probar mis límites y los de los lectores. Quería en parte transitar fronteras nuevas. Ensayar formas de escritura que no se hubieran puesto en práctica casi nunca, al menos de la manera desbordada en que yo lo hacía. Aunque tanto en uno como en otro no pude evitar reflejar el caos y el horror que sentía y percibía a mi alrededor. Sin embargo, en El jardinero me dedico básicamente a contar una historia de la mejor manera que puedo. Me interesa más el fondo que la forma. Me interesa el equilibrio entre las partes sin por ello perder intensidad ni un cierto ánimo transgresor. No me centro tanto en encontrar límites formales, sino en llevar hasta el extremo la historia que narro.

En tu presentación de Madrid comentaste que sin tu estancia en México no podrías haber escrito esta novela. ¿qué tipo de inspiración o experiencia te proporcionó este país para la redacción de El jardinero?

Yo vivía en Xalapa, una ciudad que se encuentra cercada por una vegetación frondosa y tropical y donde suele llover día sí y día también. La ciudad es una especie de jardín enorme. Debía ser preciosa hace décadas. Pero ahora, a pesar de su vegetación, tiene un aspecto decadente y sombrío que pienso que acabó afectando al libro. Al mismo tiempo, Xalapa se encuentra insertada en la región veracruzana, que se convirtió en una de las más violentas del país mientras yo vivía allí. Lo normal era levantarse y escuchar hablar sobre torturas y asesinatos a sangre fría en plazas y calles. La presencia del narco era omnipresente en el ambiente, con todo lo que eso significa, y era habitual ver fotos en los diarios de cuerpos descuartizados. Las atrocidades comenzaron a normalizarse y el odio y la desconfianza mutua pasaron a ser ingredientes cotidianos en la convivencia social hasta el punto de afectar a los actos más sencillos y habituales, algo que creo que quedó reflejado en El jardinero de una manera u otra.

En esta misma presentación hablaste sobre la extraña conexión que se presentó con la literatura del Conde de Lautréamont. también hay en la novela algo de Poe o de Bernhard. ¿de qué fuentes crees que bebe el contenido de el jardinero?

Las primeras frases del libro fueron insultos, maldiciones y descripciones de torturas, y fueron escritas en el 2003. Mi idea era trabajar con ellas para componer un libro kafkiano con influjo de Bernhard. Mi intención era emular a estos dos autores, pues sabía que, antes o después, aparecería mi voz mezclada con la de ellos y me obligaría a dar un pequeño giro a la forma de narrar. Esta voz no surgió totalmente hasta mis años mexicanos. Porque, como subrayé anteriormente, las situaciones extremas a las que el país somete a quienes habitan allí me condujeron a retratar el mal de una manera frontal y absoluta. A su vez, mis lecturas de Mario Bellatin contribuyeron en mucho a que no tuviera miedo de fragmentar el relato. Y en otro sentido, las lecturas de algunas obras clásicas antes de ponerme a escribir diariamente me dieron gran seguridad, la sensación de que el libro que estaba haciendo se integraba en una tradición que iba más allá de nuestro presente y, por tanto, su influjo podía no ser momentáneo. Quería mezclar lo instantáneo con lo eterno. En ese sentido, desde luego Los cantos de Maldoror me ayudaron. Pero también a veces la lectura de un poema de Baudelaire o un fragmento de un ensayo de Nietzsche.

Hay en algunas partes de la novela un entorno, mítico, que recuerda a los cuentos clásicos. ¿de dónde salió este escenario?

Creo que elegí un contorno medieval con aires fantásticos porque, además de que me parecía muy sugerente y suntuoso, me servía para referirme indirectamente a esta época. Pues, de algún modo, soy de los que piensan que vivimos en una nueva Edad Media, puesto que no hay en absoluto separación de poderes en nuestra mal llamada democracia. Lo que convierte a los presidentes en déspotas parecidos a los que retrató Pasolini en Saló. Es algo que me quedó muy claro en México, donde al despotismo hay que unir la degeneración. La pornografía de la violencia y la crueldad.

quimera¿De dónde sacaste los personajes del Conde y del Jardinero? ¿qué libros o experiencias se engloban ahí?
El jardinero nació de un conflicto real que tuve con un jardinero. Eran los años de la especulación económica en España y, debido a los negocios que este jardinero llevaba entre manos con el administrador y el presidente de la urbanización donde yo veraneaba, los jardines de aquel espacio quedaron todos fulminados, pues se primó el alargamiento de unos balcones por encima de las zonas comunes. Es decir, nuestro jardinero no dudó en destrozar los pocos árboles y plantas que había en nuestro recinto para obtener beneficios económicos. Eso me enojó mucho, aunque no pude hacer demasiado porque este señor había logrado recabar votos de decenas de personas de la urbanización que creían —como yo lo había hecho anteriormente— en su honestidad y no eran conscientes de que los manipulaba para controlar nuestro espacio, pues utilizaba la delegación del voto de los propietarios con el objeto ganar todas las votaciones y hacer su voluntad. En realidad, este hombre era imparable y finalmente me di cuenta de que era imposible de vencer. Pero quise hacer un libro para hablar de su tremendo y grotesco poder. El jardinero, por tanto, sería este señor y el conde una mezcla entre mis deseos de vengarme de él y una descripción subjetiva de cómo veo internamente a nuestros políticos. En cuanto a referentes literarios, el jardinero no los tiene, pero sí el conde, pues me inspiré en parte (muy levemente) en el príncipe Sarau que aparece en Trastorno, de Thomas Bernhard. Aunque ciertamente recuerda a los miembros cruentos de los Borgia o a personajes como Gilles de Rais, del que leí pequeñas biografías y recuentos de sus cruentos actos mientras escribía la novela.

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Entrevista a Sergio Chejfec en Poemas del alma


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 foto: Paco Fernández

Tes Nehuén entrevista a Sergio Chejfec en Poemas del Alma con motivo de la publicación de 5:

Sergio Chejfec: «Vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito»

P—A propósito de «5», ¿de dónde surge el título?
R—El título viene de «Cinco», una novela corta que escribí en 1995, en una residencia para escritores. Durante un tiempo quise dar otra forma a ese relato, un tanto fragmentario y dislocado. Pero al final lo tomé como excusa para escribir una historia sobre esa residencia en la que escribí «Cinco». Me pareció justo conservar el espíritu de la reescritura, aunque fuera en el título. Por eso 5, que es y no lo mismo a cinco. Este «5» incluye «Cinco» y una «Nota», y viene a ser explicación caprichosa de aquella experiencia como residente.

P—Según la Numerología el 5 está relacionado con la adivinación y esas fuerzas misteriosas que se activan en los viajes. Me gustaría saber si es una pura coincidencia.

R—Coincidencia. El título «Cinco» fue homenaje a Antonio Di Benedetto, y alusión, también agradecida, a un extraño relato suyo titulado «El pentágono». No fue el único título de ese texto, en una época Di Benedetto solía cambiarlos, no sé con qué criterio. Quizá no sea necesario tener un criterio, porque cambiar un título es la operación más económica que un autor puede realizar para modificar un texto. En cualquier caso, como título «El pentágono» me intrigó por la arquitectura que prometía, un campo de fuerzas orgánico, un sistema de cinco elementos. Es un relato geométrico, o por lo menos parece derivarlo del título gracias a esa forma de enunciar tan escueta y afilada de Di Benedetto. Por estos motivos fue una narración inspiradora, y por eso precisé brindarle homenaje y en cierto modo hacerla mía como «Cinco».

P—Me interesan mucho las formas en las que la escritura se transforma cuando es atravesada por la experiencia migratoria. ¿Cómo ha repercutido en ti la extranjería?

R—Prefiero llamarlo cambio de lugar. Durante un tiempo pensé que, en realidad, había salido de mi país antes de haberme ido. Sigo pensando así. Pero también que con cada libro se renueva esa condición de “no estar”. Igual a una llama que arranca con fuerza y luego se va debilitando, hasta que otro libro le da nueva vida. La pregunta por los efectos sobre uno mismo de no residir en el propio país es de las más abstractas. Supongo que vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito, que ya estaba desde antes.

P—¿Una extrañeza heredada?

R—Tendría motivos para hablar de una extrañeza heredada, pero creo que se trata más de una extrañeza adquirida. Claro, no deliberada. Una organización de las cosas.

P—Afirmas que la geografía es la verdadera motivación de la literatura, ¿qué quieres decir?

R—Quiero decir que la geografía, y la organización espacial en general, se levantan como desafío constante para lo literario. No me refiero al desafío de la representación, o no solamente a ello, sino a una negociación que amenaza con abolir a alguno de los contrarios. La geografía es lo que más resiste a quedar fijado por la narración o la poesía; la geografía sigue en pie, aunque cambie, es algo que debe asumir el relato, como si se tratara de una fuerza superior, una fuente de sabiduría. Creo que en esa imposibilidad permanente de lo literario está el motivo de su constante reproducción.

P—¿Es difícil escribir desde un lugar geográfico en el que no se han construido recuerdos?

R—No es más ni menos difícil. Al comienzo es diferente. El narrador establece una iconografía privada. Es igual de divertido porque se pone en escena una negociación.

P—¿No supone una mayor dificultad esta dicotomía en la identidad en cuanto a la toma de decisiones relacionadas con el punto de vista de la escritura; me refiero, por ejemplo, al punto de vista de la tradición a la que adherirse, tanto literaria como cultural?

R—No encuentro la dicotomía. La imaginación o la tradición te acompañan, con independencia del lugar. Uno advierte que no escribe para la comunidad inmediata en la que vive. Pero eso me ha ocurrido siempre, porque dejé de residir en Argentina a la semana que salió mi primer libro. Sin embargo mi inscripción es con la literatura argentina. Lo bueno de la literatura es que admite varias localizaciones simultáneas y no excluyentes.

P—¿Por qué te interesa moverte en ese territorio de orillas difusas entre géneros literarios?

R—En cierto modo en eso consiste la narración. Primero me oponía a la secuencia lineal de las historias, luego vi que ese tipo de historias, a veces, me llenaban de placer y me conmovían. Y sigue ocurriendo. Ahora pienso que una obra debe ser porosa a lo que no es; debe ser insegura respecto de la forma, porque esa inseguridad es un modo de hacer relativo el supuesto significado para, de ese modo, inducir más a preguntas que a respuestas.

P—Una calle inclinada en un barrio invisible. Esta imagen atraviesa la vida de María y la del niño, y sus destinos también. Lo veo mucho en tu obra: imágenes que sirven de disparadoras para explicar o plantear inquietudes casi sociológicas. ¿Cómo funciona en ti la asociación de ideas-imágenes en el proceso de escritura?

R—Esas ideas-imágenes tienen el valor de escenas, en su sentido teatral. O como si fueran vitrinas, atrios o espacios físicos en donde se producen las acciones y se dan las relaciones entre los objetos. Frente a una instalación no se supone una lectura lineal; cada quien arma el propio recorrido y contemplación. La mirada organiza lo visto en términos de secuencias simultáneas, porque todo convive en paralelo. Es lo que trato de explorar en mis libros; que el lector crea haber asistido a una constelación simultánea, con elementos que organizados en términos cronológicos, pero cuya presencia se prolonga a través de otros objetos o de una memoria interna que los relaciona.

P—¿No te preocupa que para alguien pueda perder rigurosidad un ensayo que se plantea como ficción o con cierta teatralidad?

R—Creo que no me preocupa. Tampoco me preocuparía lo contrario, por ejemplo que para alguien el ensayo de ficción sea lo más riguroso que puedo encontrar. En verdad no me hago cargo de lo que una persona encuentre, porque creo la lectura construye el relato y se interroga por sus significados de un modo abierto, no necesariamente al pie de la escritura.

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 foto: Paco Fernández

Sergio Chejfec: «Llega un momento en que la extranjería no depende del lugar»

Publicado por Tes Nehuén 20 de mayo de 2019

P—La adivinación como un desvío literario de la vida, dices. ¿A qué te refieres?

R—La adivinación como ficción posible. Al igual que otros, el relato adivinatorio precisa de elementos narrativos. Uno de los más ejemplares finales en la literatura es el de «La hora de la estrella», de Clarice Lispector. Allí una adivinación errada anticipa el desenlace (o acaso, el desenlace es errado en la medida en que no obedece la adivinación). No sabemos a qué habría conducido la vida sin ese error adivinatorio, como tampoco sabemos qué habría pasado si no hubiese estado errado. Pero el futuro dentro de la novela se impone como cancelación de la ficción. Como toda ficción, lo adivinatorio busca encauzar la vida.

P—Quiero preguntarte por esa forma estética en la que abordas la violencia; ¿hay límites que no se pueden atravesar a la hora de escribir sobre este tema?

R—La representación en sí no tiene límite. Lo problemático puede pasar por la actitud moral de la narración. La actitud moral no trata de una ética declarada, sino de una economía discursiva. Pero, como tal, es flexible y por lo tanto va cambiando según la sensibilidad.

P“Era asombroso ver cómo los barcos se construían con cosas de todos los días”, dices. ¿Explica eso que te aferres a un lenguaje que sin ser coloquial se hace de palabras conocidas?

R—Me sale intentar un tono de conversación, o más bien de una coloquialidad desplazada, versionada. Por un lado están las palabras, que deben ser “conocidas” pero no por eso difusas, al contrario; y por otro están las frases, que según mi idea deben reflejar los intentos de alguien que quiere darse a entender, aun cuando no conozca a veces el significado de lo que describe.

P—Esto también podría devolvernos a Linspector. Siempre me ha fascinado su capacidad para economizar el lenguaje sin perder la esteticidad y el buen gusto. Creo que en eso tu literatura comparte cualidades con la suya.

R—Para mí en Lispector hay una zona irreductible, al borde de la incomprensión. Es de una imaginación única, es una escritura entregada a representar otras formas de corporalidad y otras formas de vida. A veces parece que Lispector está más urgida por terminar la frase que por continuar o revelar aquello que busca. Es elíptica a veces; otras veces prefiere dejar la cosa en manos de su ritmo único –entonces es, a su modo, sincopada–. No estoy seguro de que sea muy cerebral. También se situó en las antípodas del buen gusto, tanto que no vio la necesidad de denostarlo.

P—Sergio, dices que la verdad en la literatura argentina ha abandonado el interior de los personajes. ¿En qué autores o autoras te apoyas y qué hechos históricos pudieron imponer ese giro en la narrativa nacional?

R—La frase es del prólogo a «Cinco», de 1995. No sé si ahora lo plantearía de ese modo. En esa ocasión pensaba en un momento de la literatura argentina, la década de 1950. Es una década marcada por su diversidad un poco asordinada, las cosas estaban a punto de rebasar, como ocurrió en los sesenta. Ahí en los cincuenta la interioridad de los personajes literarios es plataforma o metáfora de disyuntivas políticas, psicológicas y existenciales. Tengo la impresión de que esa aptitud de los personajes para convertirse en símiles de lo que ocurría en lo social, luego se perdió. Pero en ese momento permitió obras absolutamente excepcionales, que hacen de la textura psicológica el contraplano de un paisaje colectivo que se percibe como ajeno e incomprensible. Entonces, esa interioridad de los personajes, tortuosa en varios aspectos, precisaba de esas claves para ponerse de manifiesto como tal, lo que derivaba en densidad psicológica, que a su vez se acercaba a la impostación. Ese momento de libertad para construir personajes impostados, podía ser visto con nostalgia en los años noventa.

P—¿Y en que autores pensabas con nostalgia cuando escribiste eso?

R—No sentía nostalgia de ningún autor. Era una nostalgia prestada, dirigida a un momento de la literatura.

P—Nos interesa saber —queremos saber a toda costa— si lo que leemos es cierto, si ocurrió realmente. ¿Vivimos en una época rara en la que la ficción propiamente dicha ya no interesa?

R—Creo que la pregunta por la veracidad de lo que leemos obedece a que la noción de representación de lo real es insuficiente. Cualquier ficción debería presentarse como incompleta, e inepta, para cumplir con la pretendida función que tiene. Sería la única condición tuviera un alto grado de coherencia con la realidad. La ineptitud puede referirse a muchos aspectos; quiero decir, la ficción debe ser fallida, estrábica, aproximativa, como una forma mantener una identidad dentro de la literatura. Idealmente, cada ficción debería postular un momento de autonegación creando sus propios documentos interiores, que la amenacen como ficción. Estoy de acuerdo con que la ficción no es verdadera ni falsa; también con que es verdadera y falsa a la vez. Como esa contradicción parece irresoluble, entiendo que cada ficción crea su propio sistema de verdad y falsedad.

P—Te pregunté por la extranjería, dices que prefieres denominarla cambio de lugar. ¿Por qué?

R—Porque llega un momento en que la extranjería no depende del lugar, es algo que te acompaña en todos los lugares que estés. Por lo tanto es una palabra, para mí, con sus connotaciones particulares. Es menos trascendental o recóndita que cotidiana, práctica.

P—¿Cómo es actualmente tu experiencia de extranjería o cambio de lugar?

R—La experiencia está un poco encapsulada. Me refiero a la experiencia en general. El extranjero tiene varios tipos de barreras. No me han tocado las peores, tengo suerte. Creo que la extranjería, que como fenómeno habla de la espacialidad y cada vez más remite a una política específica e inapelable sobre los cuerpos de las personas, en términos de temporalidad se multiplica. El extranjero vive distintos tiempos en uno, porque el cambio de geografía lo lleva a considerar el pasado como un relato medio autónomo, no cancelado. Digamos, el extranjero adquiere autoconciencia de su pasado, similar a la autoconciencia tramada por algunos novelistas en sus narraciones.

ENLACE a la primera parte de la entrevista
ENLACE a la segunda parte de la entrevista

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Entrevista a Andrea Valdés en ABC



 

Inés Martín Rodrigo entrevista a Andrea Valdés con motivo de la publicación de Distraídos venceremos, usos y derivas en la escritura autobiográfica en el suplemento cultural de ABC:

Andrea Valdés: «La novela española actual me aburre»

Acaba de publicar su primer ensayo, Distraídos venceremos, en el que reflexiona sobre la escritura autobiográfica

¿Cuáles son tus intereses como escritora?

Suelo navegar entre varias aguas. Me gusta mucho la investigación y colaborar con otros agentes, que en estos últimos años han sido comisarios/as y artistas. En privado, sigo peleándome por dar con un lenguaje propio, que igual me viene de abrir una nuez con el culo de extintor. ¡Todo muy práctico!

¿Y como lectora?

Soy más de oído que de argumento, aunque también me gusta no darme por hecho y de pronto verme leyendo «Fortunata y Jacinta». Uno de los libros que he disfrutado últimamente es «Escrito en el cuerpo», de Jeanette Winterson. Tiene una locura tan bonita… sobre todo hacia el final, pero el ensayo me tira cada vez más y me encantaría leer sobre campos que desconozco, aunque los entienda a medias.

Depende de si es remunerado o no pero en lo que respecta a la vertiente más literaria no me fijo tanto en el tema, si no desde dónde escribo y me gusta pensar que es siempre desde un conflicto, por seguir el consejo de Rosa Chacel, que llevado al extremo me obliga a ponerme en riesgo y eso es lo que más interesa. Me protege de que acabe siendo únicamente un acto de vanidad. Hay tantos… ¡y a diario!

¿Dónde has publicado hasta el momento?

He publicado bastante en prensa. Últimamente en el suplemento Babelia de El País. También en la revista El Estado Mental, donde tenía una sección que me hizo muy feliz («¡Cavernícolas!»). Y en varios catálogos de Arte, siempre hablando de gente que me importa y respeto.

¿Con cuál de tus «criaturas» te quedas?

Tengo muy pocas porque borro y descarto mucho pero quiero creer que no será en vano. Así que me quedo con todo lo que tiré, aunque suene un poco raro… Y con mi ensayo sobre usos y derivas autobiográficas, que es el motivo de esta entrevista y donde ya empiezo a saber quién soy.

Supiste que te dedicarías a esto desde el momento en que…

Lo verbalicé por teléfono, a los 23 años. Llamé mi padre llorando desde París, donde estaba haciendo unas prácticas en el diario Le Monde Diplomatique. Estando ahí descubrí que yo no me veía siendo periodista, que en realidad quería escribir, que en mi cabeza era como morir alcohólica y rodeada de gatos. Las estupideces de una no tienen límite… Él no sé si se acuerda, pero seguro que se reía. De momento tengo una oca de plástico. Gatos ni uno. A ver.

¿Cómo te mueves en redes sociales? ¿Qué perfiles tienes?

En Twitter y sin entusiasmo. Me abrí un Tinder y me tiene fascinada, pero de ahí a cumplir su objetivo… Intenté ser de Instagram pero me aburrí por el camino y me fui de Facebook que es un chiringuito terrible. ¡Váyanse todos! Acabemos con esto.

¿Cuentas con un blog personal?

Contaba con uno que se llamaba Mcfly, ¿hay alguien en casa? Ahora vegeta, pero en su día me sirvió bastante, por eso no me atrevo a cerrarlo.

¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practicas?

Fui librera más de diez años a tiempo parcial y sigo comprando libros, que es lo más importante. ¡Compren libros! Escribo a veces sobre lo que publican otros y espero montar pronto un grupo de lectura con el que cruzar disciplinas (arte y cine) y seguir trabajando lo que planteé en mi primer ensayo.

¿Formas parte de algún colectivo/asociación/club?

No recuerdo… pero voy a todos los conciertos del grupo Low y soy muy leal a mis amigos. Con ellos hablo mucho de política. Nos preocupa.

¿En qué estás trabajando ahora?

Ahora estoy con un glosario sobre arte contemporáneo para una publicación que celebra el aniversario de Hangar y presentándome a todas las becas posibles. Quiero ir a Roma ¡como todos! Y escribiendo algo que aún no sé qué es y si llegará a cuajar… Ojalá. También tratando de convencer al mundo de que lea mi ensayo aunque no conozcan a la mitad de los autores, porque quiero que a Víctor de Jekyll & Jill le vaya muy bien. Se lo merece. Su editorial es uno de esos milagros que hay que cuidar. Además tiene una voz muy bonita y me explica de dónde viene la sangría y la composición de ciertas tintas. ¿No es una locura?

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¿Cuáles son tus referentes?

Mis padres. Virginia Woolf y Marguerite Yourcenar: que son mis cimientos y me moriré con ellos. Lina Bo Bardi desde que volví de Brasil. David Bowie y los berberechos. También algunas clavículas…Cualquier conversación con mis hermanos. Las borracheras de Aki Kaurismaki. Los cuadros de Caravaggio. Los bichos de Lygia Clark y los pulpos de Jean Painlevé. ¡Toma zoológico! Jack Lemon con peluca y Katherine Hepburn con un trozo de tacón en la mano. Jacinto Esteva en albornoz hablándole a un espárrago. Gaudí mojando una hoja de lechuga en un vaso leche. También las braguitas de Ripley, a muerte. El Partenón una y mil veces. O lo que queda de él. Y Lucrecia Martel, sin lugar a dudas. (Y qué pena que sean todos blancos… ¡Arréstenme!)

¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacarías?

Cristina Morales y la poeta María Salgado me interesan. Y los libros de mi amigo y escultor David Bestué, que regalo siempre que puedo. Por lo demás, lo admito: tengo un problema con la novela española actual. Me aburre. ¿Alguna sugerencia?

¿Qué es lo que aportas de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?

Lo que más he oído es frescura. También insolencia, pero no diría que es nuevo. No distingo entre géneros ni formatos y quiero seguir rompiendo eso, aun a riesgo de resbalar un rato porque no me veo escribiendo una novela en sentido estricto pero tampoco un cuento con un cierre perfecto. Sea lo que sea, asumo que tendrá que encontrar a sus lectores pero habrá humor y algún que otro portazo. Hay que darlos de vez en cuando.

¿Qué es lo más raro que has tenido que hacer como escritora para sobrevivir?

¿Lo más raro? Creérmelo, salir de ese armario… Sin duda. Es esencial porque es una carrera de fondo y todo está pensando para entorpecerla: desde internet, que tanto despista con sus memeces, a los sueldos de risa que nos obliga a encadenar encarguitos para comprar ropa inflamable en Zara y vuelta a empezar… Nos veo de hámster en la rueda. Aunque yo, por suerte, tengo a varia gente que me apoya. ¡No sé qué haría sin ellos! Espero no defraudarles. Me pusieron el listón alto.

 

Entrevista a Rubén Martín Giráldez en The Objetive



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Anna María Iglesia entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en The Objetive:

Rubén Martín Giráldez: «Hasta qué punto se puede respetar a un escritor que se abstiene de escribir algo porque no toca»

¿Cómo definir Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez? Hay momentos en que una debe reconocer su incapacidad de resumir este brillante, paródico y crítico diálogo entre Marcus y Martín Giráldez, entre dos autores que provenientes de campos literarios distintos proponen ¿un ensayo? ¿un panfleto político? ¿una diatriba literaria? De lo que no hay dudas es que reflexionan sobre el lenguaje literario, sobre la literatura como obra compleja -¿quién dijo que leer tenía que ser un mero y fácil pasatiempo?- y como ambición.

“Mis pinitos en pedantería” puede leerse como una apostilla, como un comentario al texto de Marcus, pero también se puede leer como un complemento al proyecto literario Magistral, con la diferencia de que aquí quien habla eres tú y no un narrador.

Lo veo como parte de un currículum del que también formarían parte traducciones como ¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green, el libro bilingüe con Adrià Pujol Cruells El fill del corrector|Arre, arre, corrector publicado hace unos meses por Hurtado & Ortega y otros asuntos que se trae entre manos Víctor Gomollón, el editor de Jekyll & Jill. Es mi manera de entender la autoficción o como queramos llamarlo. Faltan los diarios, para darle unidad a todo eso (la unidad igual es otra categoría de ésas que nos imponemos un poco automáticamente, ahora que lo pienso), todo se andará.

Cuando te entrevisté con ocasión de Magistral me comentaste: “El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor”. Estas palabras bien podríamos aplicarla a “Mis pinitos en pedantería”.

Creo que ya por entonces andaba picoteando los varios libros de ensayos de Gass, pero él lo decía mil veces mejor, claro (y eso que lo dijo de varias maneras, todas certeras): “Hasta el hecho de anotar estas pocas líneas me hace consciente de un ritmo emergente, un patrón de repeticiones, y en consecuencia de una atención a lo escrito que medirá qué escribir, como si las primerísimas palabras fuesen semillas en las que ya se prefigura la planta que será […] las ortigas que formarán, las alergias que terminarán exacerbando. Es decir: la oración busca su forma satisfactoria”. Imagino que en este panfletito, a diferencia de Magistral, opto por no manipular apenas al lector y plantear la relación técnica/naturalidad y las alergias que suscita, tomando como punto de partida el texto principal, que es el de Marcus.

Volviendo a la primera pregunta, ¿hasta qué punto suscribes lo afirmado por Samuel R. Delany: “no existe el contenido, sino el estilo”?

Pues tiene su dosis de boutade y despropósito, necesaria para lograr el objetivo primero de cualquier diálogo: la seducción (¿y la comunicación?, ¡la comunicación luego, cuando te acabes la seducción!), y eso al final casi confirma la sentencia y la hace verdad: la forma ha hecho aflorar el contenido. No lo sé, me hace pensar en el término bodacious, mezcla de bold y audacious. Pero soy consciente de que ésta es una pregunta de fácil (y múltiple) respuesta para los entendidos. En realidad, Mis pinitosaprende, avanza, recula y se equivoca obscenamente en público. No llego a conclusiones firmes y, si las hay, es probable que no las suscriba dentro de cinco años. Sería pavoroso no cambiar de opinión, por otra parte.

Dice Guyotat, tal y como citas en tu texto: “Cuando escribo, tengo la totalidad de la lengua francesa en el oído”. ¿Le pasa lo mismo a Rubén Martín Giráldez?

Qué más quisiera yo. No, mis conocimientos son muy limitados, olvido lo que leo y aprendo despacio. Me resultaría muy útil y hasta agradable ser un intelectual o ser capaz de hablar con solvencia de la materia que me interesa, pero el caso es que mi cerebro no funciona así. Me he criado entre nativos de un idioma humano para el que todavía hoy a los cuarenta años no he adquirido ni fluidez ni liquidez. Lo que sé o lo que creo saber lo sé durante un rato y si no lo escribo se disipa.

Eduardo Lago sostiene que Franzen representa “una manera de abordar la creación artística que tiene en cuenta las exigencias del mercado, cuya influencia sobre la creación literaria es peligrosamente decisiva”. Marcus añade un duro ataque al Franzen crítico literario. ¿Ambas críticas responden a la misma lógica?

En los dos casos es un Franzen que tiene como interlocutor mental a un lector a quien considera menos inteligente que él. Ahora nos da la sensación de que siempre nos ha querido hacer pasar el forraje por caviar, pero fíjate que hace unos años nuestra percepción (o la realidad) era la opuesta, incluso para el mismo Eduardo Lago, que decía de Las correcciones: “Lo fascinante del caso es que la buscaban porque estaban deseosos de aceptar el reto que les planteaba su lectura. Para cientos de miles de hombres y mujeres, enfrentarse a un libro así suponía la posibilidad de reencontrarse con algo que los nuevos tiempos parecían haber borrado de su horizonte vital: la buena literatura”.

El dilema Franzen-Marcus o Franzen-Escuela de la dificultad tiene un precedente en la diatriba John Gardner-William H. Gass. ¿Qué está verdaderamente en juego, sobre todo para Gardner y Franzen, una manera de hacer literatura o la ocupación de un lugar de privilegio en el espacio literario-editorial?

Diría que en el caso de estos dos autores había más honestidad literaria (aunque Gardner se recreaba un poco o mucho en sus desdenes) que en el caso de los franzens y franzenas. Seguramente, el que está en el lugar del califa después de no haber sido califa es más ansias que el que quiere ser califa en lugar del califa. Hay que ser comprensivos con los nuevos pontificadores y darles un margen para que lleguen a ser viejos pontificadores, piensa que van a dedicar toda su carrera a vetar la sucesión a su puesto. Tiene que ser agotador. Dicho esto, yo he disfrutado bastante con los ensayos de Franzen. Por otra parte, cabe preguntarse si esa honestidad grialesca ideal de quien busca el arte sacrificando la aceptación no tiene una parte de pura vanidad.

En este sentido, como tú mismo apuntas, ¿se confunde la pontificación (¿de la crítica y de la academia o también del mercado?) con la pertinencia?

Mi parte en el libro tiene que ver más con el género de la confesión que con el de la denuncia. Me propongo recitar mi bagaje para vergüenza pública, para no poder volver a echar mano de él sin que me pillen en falta. En el punto que comentas me pregunto si la solemnidad que proverbialmente atribuían los herméticos a su vocación no la ha usurpado hoy el escritor de oficio y tramita, mientras que el escritor de la tradición rival, el retórico, se percibe y se reseña como una especie de malabarista. Cuidado que me cito: “autores antiestetas y antiintelectualistas que empiezan a ser identificados por los lectores y por la crítica como abanderados de una literatura original o ambiciosa”.

¿El elitismo literario ya no tiene que ver con una defensa de una supuesta alta literatura sino con una defensa de una literatura que abra las puertas al estatus dentro del campo editorial, periodístico o académico?

Según el ensayito de Marcus, el elitismo literario no defiende la alta literatura sino que acuña y decide qué es alta literatura. Por lo tanto, por definición, las escritoras y escritores al margen, subversivos cada uno en función de sus capacidades e intereses (claro), no pueden conformar una élite. Pero tampoco vamos a darle tintes legendarios, simplemente cuesta más convencer a una editorial con un libro escrito en una lengua inhabitual. Se entiende. Si la editorial supiese convertir lo desafiante en comercial no dudaría, pero el noventa por ciento de la crítica hablará de malabares y “artefacto literario” (que me perdonen los usuarios de la fórmula). Recuerdo que Adrià Pujol describió El fill del corrector como «un libro extraño, un libro de leer».

En el “prolologuito” de El fill del corrector afirmas que “una época distinta exige no solamente palabras distintas, sino también pensamientos distintos”. ¿Hasta qué punto estas palabras define tu proyecto literario?

No del todo, porque el “prologuito” es una serie de retales de Feijoo, D’Ablancourt, Chapelain y hasta Deleuze, más bien una broma para introducir el tema de la belle infidèle de un zurdazo.

Si El fill del corrector es una “meditación sobre la idea misma de narración en traducción”, ¿podemos decir que el texto de Marcus y el tuyo son una meditación sobre la idea misma de narración y que ambos libros son un diálogo, dos textos que, en realidad, son uno que ensayan sobre la narración y su lenguaje?

Seguramente esa sensación se debe a que el intersueltito, en origen, tenía que ser una breve entrevista a Marcus que quedó en el aire por falta de tiempo. De manera que, sí, algunas de las interrogaciones que se dejan caer van dirigidas a él y ahora se trasladan al lector o a mí mismo, que en este texto en concreto prácticamente somos la misma persona.

“La industria literaria pasa por demasiados apuros económicos como para conceder un premio tremendamente visible a un libro ignoto y poco reseñado que es más lírico que narrativo, más cerebral que sentimental”, escribe Marcus. Y tú te preguntas “cómo se presenta una obra de literatura criada fuera de la convención” a un público general, ¿cabría preguntarse cómo presentar dicha obra a un sistema que castiga la ambición literaria?

Me da que la única posibilidad de prevalecer por un rato (en una mesa de novedades, en unas pocas mentes, en unas pocas reseñas) es aprovechar la ventana de un posible raro literario exigible por cuota. Imagino que los puestos necesarios son escasísimos y, de hecho, decir necesarios ya es exagerar, supongo que hablamos más bien de un poco de sal comercial… Y luego intuyo que raro es mejor que ambicioso, porque lo primero se puede ser sin lo segundo. No lo tengo claro, ya digo que me parece que todo es una cuestión de manipular percepciones: si se pudiese o interesase vender lo no convencional, el periodista es el primero que agradece que facilites un titular potente, y lo mismo la editorial, si le das pie a redactar un texto de contra atractivo. Y de nuevo es una falacia, porque lo convencional es el oxígeno y lo no convencional el dióxido de carbono, se van intercambiando el puesto.

Antes hablábamos del precedente norteamericano del debate Franzen-Marcus, ¿podríamos decir que, en parte, su versión española sería Montero-Benet -aunque habría que citar también a Ferlosio-, poniendo el acento en el realismo?

Bueno, mi excursito en principio se centraba en una sección que llamé «querulomanía ibérica» y que trataba las pendencias entre autores, pero acababa quedándose en el chascarrillo. Fue Eloy Fernández Porta quien me dio la referencia del debate entre Montero y Benet, que me pareció que servía para justificar un poco por qué le dábamos un texto norteamericano de 2005 al lector de 2018… un contexto.

Me gustaría preguntarte sobre la llamada “tradición rival”, donde conceptos como “vanguardia” o “experimentación” se han pervertido en nombre de una condena de la “pirotecnia verbal”.

Pues ahí me parece que sólo puedo citar el parrafito de Sukenick, que yo diría que es aplicable para los restos: «No escribo con una intención de vanguardia, y desde luego no escribo con una intención experimental, y desde luego no escribo con una intención alternativa. La cosa viene de una tradición rival, mucho más antigua y mayor que la tradición de la novela realista, que no comenzó hasta el siglo xviii. En cambio, estaotra tradición podemos situarla si nos remontamos a la épica, a Ovidio, a Rabelais, e incluso a los inicios de la tradición realista, a Laurence Sterne, y a Diderot, etcétera. […] Por un lado, la tradición de la lógica, que tiene que ver con el creciente predominio de la lengua escrita. Por el otro, la tradición de los retóricos, que es antitética, autocontradictoria y voluble. No la llamaría antilógica, exactamente, pero no presenta la misma lógica silogística basada en ideas filosóficas y definiciones. Es una especie de inteligencia improvisacional basada en cómo pensamos y hablamos más que en cómo leemos».

“Lo difícil es cuando las narrativas están todas cortadas por el mismo viejo patrón. Eso sí que es malo para la literatura y tal vez por eso la literatura lucha por sobrevivir, porque se confunde el compromiso con la ambición, y uno prefiere unirse al grupo a mantenerse al margen”, escribe Marcus. La literatura española, ¿ha preferido unirse al grupo? ¿El auge de la autoficción o de determinados géneros es ejemplo de ello?

No creo que arrimar ascuas y sardinas sea un signo de los tiempos sino un signo humano. Habrá libros que se escriban porque te lo pide el cuerpo y otros porque te lo pide el corpus, pero también, de vez en cuando, debe de darse el caso de que coincidan las dos intenciones, digo yo. Existe una literatura acertada, correcta, sin duda. Hay que preguntarse quién quiere hacer, leer o fijar una literatura correcta, adecuada. Y para qué sirve. Quién vela por ello y con qué intenciones. Particularmente, a mí la autoficción me parece un terreno riquísimo que ni mucho menos ha dado ya todo lo que tiene que dar. Conviene hacer con eso algo un poco inimaginable, digamos. Tampoco tengo la sensación de que sea una moda, yo no creo que hubiese nacido cuando se empezó a hacer. Me da, más bien, que está de moda decir que la autoficción, lo memorialístico o el diario de escritor se mueren, quizás en espera del revival de la muerte de la novela. Lo que sí parece es que hay un cansancio general con ese género. Pues barbecho. Creo que Marcus viene a decir esto mismo, que no sabe hasta qué punto respeta a un escritor que se abstiene de escribir algo porque no toca.

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Entrevista a Alejandro Hermosilla en La Verdad

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Foto: ©Javier Alcaraz

Minerva Piñero entrevista a Alejandro Hermosilla en el diario La verdad con motivo de la publicación de su novela El jardinero.

«La sociedad ha creado un confort que lleva al odio»

MINERVA PIÑERO

Un precipicio narrativo; una colilla literaria; el lienzo del egoísmo contemporáneo. Son algunos de los términos que describen a ‘El jardinero’ (Jekyll&Jill, 2018), el último libro publicado por Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974), quien se recuerda con un lápiz en la mano con tan solo cinco años, «desde que tengo uso de conciencia. Puede que incluso mi madre conserve ese primer cuaderno». Doctor en Literatura Comparada por la Universidad de Murcia, actualmente reside y forja sus historias en La Manga, después de haber vivido en México durante seis años.

-¿Cómo es el jardinero que da nombre a su obra?

-Todos hemos querido matar a alguien en un momento determinado. Es una expresión, un símbolo, como si esa sensación de querer matar a alguien no se quedara durante un segundo, sino que se extendiera en el tiempo y se convirtiese en tu archienemigo. Es una metáfora de lo que odiamos en el mundo; una novela sobre el odio. El jardinero existe y no existe al mismo tiempo.

 -¿Dónde sitúa la novela?

-En un castillo gobernado por nobles, en un condado, en un tiempo indeterminado. Creo que los grandes libros deben servir para todas las épocas. Quería hacer un libro que se pudiera leer dentro de cincuenta años con la misma intensidad que ahora. Pensé que era una especie de Edad Media, aunque mi editor me dijo que él lo veía más parecido al siglo XVIII. Es un condado con estructuras medievales; la obra se desarrolla en los años posteriores o anteriores a la Revolución Francesa.

el jardinerocover.indd-¿Con qué historia se encuentra el lector?

-Con una historia violenta, atractiva, morbosa, extrema. Un conde y un jardinero luchan a muerte. Ellos pueden ser la representación de la nobleza contra el pueblo, una metáfora del odio que sienten ambos bandos. Y como en el fondo son iguales, nobleza y pueblo tienen el mismo rostro. Son idénticos en su odio. A veces sucede que el pueblo llega al poder y se comporta como el tirano. El odio une tanto como el amor.

-¿Cuál es su mensaje?

-Si realmente lo supiera, no habría escrito el libro. Las novelas tienen que superar a los propios escritores: temo a quienes controlan sus libros. Lo que intento con la obra es trabajar el sentimiento del odio, ese que está tan presente en la sociedad contemporánea y a la vez tan mal visto. Se nos dice que no hay que odiar, pero yo digo que sí, para no reprimirnos con nosotros mismos. Debemos exponer ese sentimiento para trabajar con él. Lo reprimido, como decía Freud, siempre surge.

-Cuenta, además, que aborda el egoísmo contemporáneo.

-Creo que el egoísmo ha existido en todos los siglos, pero ahora, en los países del primer mundo, como es España, aunque aquí encontremos cosas del segundo o incluso quinto mundo, no somos conscientes de lo que realmente tenemos. Siempre nos estamos quejando por cosas bastante superfluas. No agradecemos, pedimos más. La novela es, en cierto modo, un reflejo de que la riqueza lleva al egoísmo y la perversión. En otras épocas teníamos menos medios y la tarea del ser humano era trabajar para mejorar la sociedad. Ahora la sociedad ha creado un confort que lleva al odio.

-¿Y qué le llevó a usted a escribir sobre ese sentimiento?

-Este libro nace después de un viaje por Argentina, Chile, Bolivia y Perú, cuando volví aquí, a La Manga, en 2003. Había una ola de calor, así que cuando llegué bajé a la piscina. Prácticamente no había dormido y me peleé con una persona. Y fue una estupidez, pero la pelea creció hasta que llegó la Guardia Civil. Empezaron a pelearse entre ellos incluso los vecinos; todo se convirtió en una verdadera locura. Pude observar muchas reacciones del ser humano que ni me imaginaba, así que tuve mucho en lo que pensar. Con los puños e insultos no se llega a ningún sitio. En 2003 ya sabía que tenía que escribir sobre esto.

-¿En qué proyectos trabaja ahora?

-Entre otros libros, estoy terminando ‘Tormenta’, que completa mi trilogía onírica. Las dos primeras partes fueron ‘Martillo’ y ‘Bruja’. También escribo sobre música, literatura, pintura y circunstancias en averiadepollos.com, mi blog. Siempre desde el punto de vista más personal.

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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Entrevista a Julio Fuertes Tarín en La Marina Plaza



Marianne López Griñón entrevista a Julio Fuertes Tarín, autor de Fábula de Isidoro, en La Marina Plaza.

Viaje al universo polifacético del escritor Julio Fuertes Tarín

Julio desarrolla software, escribe libros, traduce novelas y toca en un grupo. Pero algo que no dice por ahí es que me debe un café desde hace más de un año y medio.

De hecho, he empezado a idear una teoría sobre sus excusas de agenda y caos. Se remonta a 560 días atrás, Julio se levantó en medio la madrugada y preparó una cafetera. Mientras la cafetera suspiraba sobre el fogón, Julio que no Agosto se puso a imitarla primero como un ejemplar de “Cracticus mentalis”, un ave de Papúa Nueva Guinea; y después cuando se inició la supuración por el pistilo metálico, Julio apretó sus dientes y, golpeando con la lengua en el paladar, gritó al modo de locomotora: “chucu chucu chu”.

Acto seguido, se sirvió en una taza desportillada cual mosaico de cerámica y pegamento. A continuación, durante sus pensamientos de ducha y champú, consideró que necesitaba un plan B en caso de sequedad literaria. Este consiste en entregarme esa mísera de taza a la hora de la merienda y que yo germine un psicoanálisis sobre la cristalización del grano como si de una clarividente se tratase, mientras él anota mis observaciones para plagiar mi discurso en una novela. Pero, como podéis comprobar en esta entrevista, el café todavía no se ha evaporado.

– Si tuvieras que elegir un libro para definir tu biografía, ¿cuál sería?

-Sin ninguna duda sería Lírica española de tipo popular, de Margit Frenk (Cátedra, 1977).

– ¿Qué tiene de especial Valencia para ti?

-Dos cosas: una, el precio medio de los alquileres y de la jarra de cerveza. La otra, sin la cual no puedo vivir, es una escultura de hierro obra de Miquel Navarro, cuyo nombre es La Fuente Pública, aunque todo el mundo la conoce como ‘La Pantera Rosa’. Mide veintidós metros de alto y está en la calle Filipinas. De ella se ha dicho que “conmocionó a la sociedad valenciana” y cosas así.

– ¿Qué significó para ti ganar el premio Jóvenes Talentos Booket con tu relato Una deslumbrante muestra de esplendor heterogéneo?

-Seis mil euros. Me compré una Fender Telecaster que me ha acompañado hasta hoy y espero que siga en algún rincón de mi casa cuando yo muera. El resto lo gasté en frivolidades. También me aconsejaron que escribiera una novela sobre vampiros para publicarla en Booket, a lo que me negué tajantemente. Así me va.

– El humor es un elemento esencial en tu novela “Fábula de Isidoro”, en la edición infantil, ¿has considerado renombrarte como “Julio Fuertes Tararín” u otros retoques más desenfadados?

-No, pero la propuesta es hilarante. ¡Lo estudiaré!

– Siguiendo con esa misma novela, ¿por qué elegiste como ilustradora a Irina Vólkowa?

-Debo reconocer que es un seudónimo para el propio Víctor Gomollón, editor de Jekyll&Jill, ilustrador, tenista y, en fin, prohombre de genio y gran variedad de talentos. Me enseñó las ilustraciones y en ese instante prendió la llama del amor.

– ¿Cuál te parece qué es la palabra más bonita en castellano?

Raudo me gusta mucho porque parece una palabra elevada y con clase, cuando en realidad es como decir ‘abogao’. La relación entre rápido y raudo me gusta mucho. Rápido es un cultismo que algún monje llevó en brazos durante siglos, calco del latín rapidus, y en raudo conviven el relax articulatorio con la sensación de estar uno hablando muy bien. Parsimonioso, choripán e hipálage tampoco están tan mal.

– Como desarrollador de software ¿qué opinión tienes sobre los editores de texto?

Son gente que respeto porque son apasionados y, siguiendo la teoría general de la estupidez humana (y sus tipologías: inteligentes, incautos, malvados y estúpidos) de Carlo Maria Cipolla, caen del lado de los incautos. Los malvados obtienen ganancia a través de las pérdidas de otros, los estúpidos pierden y hacen perder a los demás, los inteligentes obtienen ganancia propia y hacen ganar a los demás. Los incautos pierden y proporcionan ganancia a los demás. Los editores son incautos, ¡y felices! Es el oficio que más respeto.

– ¿Cuáles han sido tus desafíos como traductor?

-Seguramente encontrar la manera de adaptar mi vigorexia estilística a textos cuya voluntad de estilo era cercana a cero.

– En tu banda Johnny B. Zero, tú te encargas del sintetizador. ¿Por qué te decantaste por ese instrumento?

-Johnny B. Zero es una dictadura benévola y el sintetizador me fue encomendado. Los motivos parecen ser que soy una persona que “resuelve problemas muy rápido” y tengo “buenas ideas”, además de que un bajista en un sentido más tradicional hacía que la banda pareciera más convencional de lo que en realidad es. La verdad es que me siento cómodo con un instrumento que es básicamente una máquina de vehicular ideas, donde no tengo tanta relación con el fresno, el aliso, o el calibre de las cuerdas sino que tengo que pensar rápido y obrar justa y rectamente al servicio de mis queridos compañeros.

– Finalmente ¿crees que terminarás tus días como el protagonista de “Un viejo que leía novelas de amor” de Luis Sepúlveda?

-Es muy probable que acabe mis días enfrentándome a un gran felino, rodando por la maleza y quizá tosiendo algo de sangre. Todos mis esfuerzos hasta ahora van dirigidos al cumplimiento de ese objetivo, pero nunca sabe uno cuándo le caerá una maceta en la cabeza, frustrando estas pretensiones tan épicas y tan tontas.

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Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon en Alicante Plaza

Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon con motivo de la publicación de Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018) y lo somete a un interrogatorio que gustará mucho a los bibliotecabizarradictos. En Alicante Plaza y Valencia Plaza:

SED BUEN@S Y LEED A LA SOMBRA: DIÁLOGOS ESTIVALES

Eduardo Halfon: «Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga»

29/07/2018 – ALICANTE. Leer, leer, leer, escribir, leer, escribir, escribir, verbos que se conjugan con vicio, con el convencimiento de una trascendencia que no siempre ratifica la realidad editoEstebanCh_NoticiaAmpliadarial. En el caso de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), el camino desde el aprendizaje de la escritura de un ingeniero, por el mecanismo inmersivo de la lectura, ha dado como resultado una sólida carrera hacia el canon, hacia un canon, pero no ciertamente hacia la canonización. Halfon es huidizo a su pesar, migrante obligado por fuerzas tan grandes como la violencia. Transita como un flâneur literario por los entresijos de su memoria familiar y afectiva, picotea aquí y allá y vampiriza su legado cultural para construir una de las más sólidas trayectorias literarias de la actualidad.

Escribía Alberto Manguel en La biblioteca de noche que “los que me visitan me preguntan con frecuencia si he leído todos mis libros; generalmente contesto que, sin duda, los he abierto todos. Lo cierto es que, para ser útil, una biblioteca no necesita ser leída en su totalidad: a todo lector le conviene un equilibrio razonable entre el conocimiento y la ignorancia, entre el recuerdo y el olvido”.

Y como un equilibrista entre el recuerdo y el olvido, Halfon ha reunido seis crónica literarias y personales de su relación con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros, y los ha empaquetado junto a Víctor Gomollón, editor de la zaragozana Jekyll & Jill, en un garboso volumen envuelto en una camisa a todo color, desde la que nos mira socarrón el guardaespaldas de Mario Sandoval Alarcón, fundador del Movimiento de Liberación Nacional y padrino de los escuadrones de la muerte, fotografiado en plena campaña electoral de 1981, por la reportera gráfica Jean-Marie Simon.

En una conversación off-line/on-line transatlántica, Alicante-Nebraska, Eduardo Halfon nos habla de ficción, de memoria, de autores, escritores, editores y lectores. Algunas de las preguntas de este cuestionario son sugerencias del lector, filólogo y profesor de literatura Rafa Teruel (Puente de Génave, 1970)

—¿Dónde se encuentran las influencias de Eduardo Halfon? ¿Cual es su filiación literaria? ¿Qué lees, qué escuchas, qué ves que luego se vierta en tus escritos?
—Las influencias son fuerzas, decía Raymond Carver, irresistibles como la marea. En mis primeros libros, en Saturno, en El ángel literario, incluso en De cabo roto, es evidente que lo que me estaba influenciando era mis lecturas. Tanto como lector —actividad en la que estaba muy entusiasmado, hasta un tanto enloquecido—, como por mi condición en aquel momento de profesor de literatura. Todo eso se iba metiendo en mi obra. Pero luego hubo un cambio. En 2007 me marché de Guatemala, a España. Renuncié a Guatemala, renuncié también a la docencia, y empecé a dedicarme sólo a escribir. Surge entonces El boxeador polaco, un libro que más que beber de influencias literarias empieza a beber de las influencias vivenciales. Es ya mi vida la que va marcando lo que escribo. Y digo mi vida muy ampliamente. Desde entonces, en esta última década, todos mis libros y cuentos y aun ensayos han sido producto de experiencias vivenciales. Una conversación con mi padre, algún viaje, recuerdos de la infancia, el nacimiento de mi hijo. No estoy retratando mi vida en mi obra. No estoy escribiendo mis memorias ni mi autobiografía. Sino que hay chispas de mi vida diaria que irresistiblemente me mueven a escribir. Las influencias, por tanto, ya son más vivenciales que literarias. Al menos por ahora.

—Pre-Textos, Fulgencio Pimentel, Libros del Asteroide, Jekyll&Jill, Páginas de Espuma, Alfaguara, Anagrama, AMG… ¿hay como un anhelo de libertad en esta dispersión bibliográfica?
—No sé si es un anhelo de libertad. No lo planifiqué así. Nunca fue mi intención buscar tantas editoriales distintas. De hecho, al mirar una estantería, me gusta cuando son iguales todos los lomos de los libros de un autor. Es muy agradable, como lector y comprador de libros, entender el conjunto de un autor como una obra única, visualmente. Pero en mi caso no se dio así. Quizás hay una razón: no creo en el matrimonio entre escritor y editor, entre autor y editorial, sino más bien en el matrimonio entre manuscrito y editorial. Cada manuscrito necesita su propia casa. Yo tengo libros muy particulares que requieren a un editor que sepa presentarlos y mimarlos de una manera bastante especial. Saturno, por ejemplo, es un libro breve y extraño que necesitaba un Jekyll & Jill, donde supieron darle a ese texto la presentación que requería: el diseño de la cubierta, las dimensiones del libro, etcétera. El ángel literario, publicado en 2004 por Anagrama, es un libro muy literario, metaliterario, híbrido de géneros, muy en la línea editorial de Anagrama, al menos la Anagrama de aquel entonces. No es un anhelo por la libertad del autor, entonces, sino un anhelo por la libertad del manuscrito. Hay que buscarle a cada manuscrito su mejor casa, su lugar en el mundo.

—¿Para cuándo subir un ocho mil narrativo, una novela larga? ¿O todo lo publicado hasta ahora se puede considerar capítulos de una gran novela?
—Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga. Es lo que se vende. Es lo que los editores y libreros quieren. Incluso es lo que los lectores quieren; lectores de novela larga, épica, que valga los quince o veinte euros que han pagado por ella. Pero ese no soy yo. Yo soy un escritor de distancia corta. Me siento muy cómodo en lo breve, en historia cortas, ya sean estas de un folio o de cien. Duelo, por ejemplo, es para mí un cuento de cien páginas, para ser leído de una sentada, con esa intensidad de lectura. Y la verdad es que, mientras estoy escribiendo, poco me importa lo que quieran vender los libreros y los editores. Yo tengo que escribir lo que tengo que escribir, no lo que se tiene que vender. Pero sí, si juntas mis libros, si reúnes y ensamblas todos esos pequeños libros, la suma es un solo libro. No me atrevo a decir una sola novela, o capítulos de una sola novela, porque la idea de novela es otra. Tal vez una novela episódica, fragmentaria, de las andanzas de un mismo narrador. Pero sí es un solo libro el que estoy escribiendo, y lo voy publicando por entregas, sin planificación, sin saber hacia dónde va, ni qué historia va a crecer, ni qué personaje me visitará de nuevo, de cuándo terminará o terminaré.

—¿En algún momento habrá un Halfon utilizando el inglés como lengua literaria? ¿Sería el mismo Halfon que en castellano?
—El inglés siempre está muy presente cuando escribo. Muchas veces sé lo que quiero decir en inglés y debo buscar las palabras para decirlo en español. Pasé mi infancia y adolescencia en Estados Unidos. Estudié ingeniería en Estados Unidos, antes de volver finalmente a Guatemala. Ahora estoy de vuelta en Estados Unidos: desde hace ocho años vivo en Nebraska, vivo nuevamente en inglés. Mi lengua literaria, no obstante, es el español. Sólo escribo en inglés si alguien me lo solicita. Por ejemplo, “Mejor no andar hablando demasiado”, el texto que cierra Biblioteca bizarra, es una crónica que me fue solicitada en inglés, la escribí en inglés, y después, para el libro, yo mismo la traduje al español, modificándola un poco, tomándome algunas libertades, no sólo con la historia sino también con el lenguaje. Pero incluso ahora, viviendo aquí en Estados Unidos, sigo escribiendo únicamente en español. Aunque escriba sobre experiencias en Estados Unidos, sigo escribiéndolas en español. No sé por qué. Tal vez porque es la lengua de mi infancia.

—¿Parte de tu obra se puede enmarcar dentro de la “literatura del lager”, a la manera en que lo es parte de la obra de Sebald, por ejemplo?
—Lo primero que se me viene a la mente cuando leo “literatura del lager” es literatura que sucede dentro del campo de concentración, dentro del lager, y en mi caso no es así. En mi obra nunca llega el lager. Aunque siempre está ahí, rondando, como una especie de fantasma. Estoy escribiendo sobre los campos de concentración nazi debido a mi abuelo polaco. Esa es mi herencia, mi obligación. Pero nunca he escrito desde adentro del lager. No soy quien para escribir sobre un campo de concentración nazi, sobre ese sufrimiento humano que experimentó mi abuelo. Pero sí puedo escribir sobre el lager en la distancia, a través de mi abuelo, desde el punto de vista de un nieto que ve ese lager con la mirada de su abuelo. Esto es algo que tenía muy presente cuando escribí el cuento El boxeador polaco. Durante años llevaba ese cuento metido en la bolsa, pero no sabía cómo contarlo, o quizás me daba miedo contarlo. Tardé mucho tiempo en lograr escribir ese cuento de apenas diez folios, y en parte creo que fue porque no quería escribir dentro de un lugar que yo no conocí personalmente. Resolví el cuento apropiándome de la mirada de la experiencia ajena, de la experiencia de mi abuelo, y entendiendo que en el fondo no era un cuento sobre el lager. No es literatura del lager, sino de algo más profundo y rabioso y universal.

—Obras como Signor Hoffman, Monasterio o Duelo, ¿crees que pueden ser lecturas para alumnos de 4o de la ESO o Bachillerato, 15, 16 o 17 años, obras para seducir en la lectura?
—Aunque breves, no son libros fáciles, no son obras cerradas que se autoexplican. Son obras que requieren una lectura muy atenta, de un lector muy participativo, y creo que en eso reside su clave. Hay lectores pasivos que quieren que les des la historia, que se las cierres, que se las expliques, que se las sirvas sólo para comérsela mientras vuelan a la Riviera Francesa o a Cancún. Pero en mi caso no es así. Creo que tiene que ver con que soy en esencia un cuentista, que escribo con la intencionalidad de un cuentista. El cuento funciona en un plano más cercano a la poesía que a la novela. Hay algo que un lector debe sentir en el cuento, más que pensar o descifrar. Signor Hoffman, Monasterio, Duelo, Saturno, Biblioteca bizarra, requieren de un lector muy atento, muy participativo, tenga 15 ó 40 años. No es tanto la edad como el tipo de lector, su disposición. Si el lector joven o de bachillerato llega a entender esto, si su profesor logra inculcárselo, la literatura puede ser una experiencia muy enriquecedora. Y el lector entonces se vuelve mi cómplice, mi socio, y vamos escribiendo juntos.

“Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba”, así empieza el segundo de los seis textos que forman Biblioteca Bizarra, el volumen de Halfon editado por la editorial Jekyll & Jill, Los desechables, originariamente publicado en el libro Bogotá contada 4, por el Instituto Distrital de las Artes, en 2017. Doce páginas y una fotografía de grupo con los “desechables”, entre los cuales no sabemos identificar al preguntador con alma de entrevistador, el lanzador de las preguntas que Eduardo Halfon intenta responder a continuación, en diferido, tiempo después de haberlas intercalado en el relato, interpelaciones a bocajarro.

Preguntas ‘Biblioteca bizarra’ 

(Extraídas del texto Los desechables):

—¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?
—No crea en la certeza. No crea que toda decisión es definitiva. No me crea nada.

—¿Escribir, para usted, es como rezar?
—No, escribir es mucho más religioso.

—¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?
—No, si quiere escribir mejor. Sí, si quiere mejor sexo.

 —¿Y usted a quien honra cuando escribe?
—Al lenguaje, nada más.

 —Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?
—Sí, pero por las noches, al volver de mi trabajo como ingeniero.

 —¿Cuál diría usted que es su infierno?
—Mi propia mente. Ahí me construyo y destruyo a mí mismo.

—¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?
—Honestamente, no. Literariamente, sí. No es lo mismo. La honestidad de la literatura reside en saber mentir hasta que ya nadie recuerde y a ni le importe que aquello que has escrito es una mentira. Y un hombre muerto en la página, entonces, se convierte en mucho más que un hombre muerto.

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Lejos de todo: entrevista a Rafa Cervera en la revista GQ

Jesús Merino entrevista a Rafa Cervera en la revista GQ con motivo de la publicación de su novela Lejos de todo:

 

‘Lejos de todo’: David Bowie, sueños adolescentes e inocencia perdida en la Valencia de los 70

  • El periodista y escritor Rafa Cervera –firma habitual de GQ– nos acerca a la figura del Duque Blanco desde un punto de vista inédito e intimista.
  • ¿Te imaginas a su Bowiestad en la playa de El Saler? Él sí, y lo ha reflejado en una novela apócrifa excepcional.
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Rafa Cervera. Foto ©Fotolateras

 

Mucho se ha escrito sobre David Bowie, y más ahora que se cumple el aniversario de su muerte. Sin embargo, nadie ha logrado hacer un retrato tan original y magnético del Duque Blanco como el que acaba de publicar el periodista y escritor Rafa Cervera en ‘Lejos de todo’ (Jekyll & Jill, 2017), su primera novela. En este sensacional relato apócrifo, Cervera, quien lleva años colaborando con esta casa en calidad de crítico musical –es una de las personas que más sabe de música pop de este país; palabrita de niño GQ–, entrelaza dos tramas en la Valencia de mediados de los 70 con la figura del músico británico como núcleo del texto.

Por un lado tenemos un adolescente que entabla amistad con una pareja de hermanos en playa de El Saler. Con él comparte la fascinación por Bowie. Hacia ella siente una irrefrenable atracción. Así, aislados en el escenario que impone un paisaje que actúa como un personaje más, los tres pasan a formar un extraño triángulo. Su relación se va definiendo a medida que el verano transcurre hasta convertirse en una mezcla de anhelos, secretos y sueños que acaban diluyendo el límite entre la fantasía y la realidad. Por otro lado está David Bowie sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína. Decide aislarse en algún lugar perdido que le permita ser anónimo y así poder encontrar una salida al caos que le domina. Dejándose llevar por el azar elige Valencia, donde se refugia durante unos días de la primavera de 1976 acompañado por sus dos amigos más fieles: Jimmy –Iggy Pop– y Coco. Una vez allí, su camino se cruzará con el de uno de los protagonistas de la historia anterior.

GQ: Bowie e Iggy Pop pasando desapercibidos por la Valencia de los 70. ¿Era ésta una situación realmente factible?
RC:
No porque, seamos sinceros, en esa época ni Iggy Pop ni David Bowie ni ninguna estrella se habría fijado en un sitio como Valencia, una ciudad provinciana y pequeña perdida en un país oscuro y maltratado como lo era entonces España. Precisamente por eso los metí en Valencia, porque no es que resulte una situación inverosímil, es que es una situación perfecta para una ficción. Si a eso le sumamos que Valencia en los setenta era un lugar donde ya se libraba la eterna lucha que todavía perdura, el folclore entendido como bandera cultural de la izquierda contra una modernidad que siempre nos quedaba grande por más que se empeñen políticos de todo pelaje en intentar convencernos de lo contrario. Poner a Bowie e Iggy acompañados por Coco Schwabb en esa Valencia es una maravillosa y dulce venganza contra la realidad. Es algo bastante cruel, si lo pienso mucho, porque en realidad, lo que hago es despojar esos escenarios de gente y dar relieve a los edificios y los paisajes. Lo demás es atrezo y figuración. No me interesaba lo más mínimo, sólo como escenario para incrustar en ello a personajes casi mitológicos como lo son estos dos. Y la verdad es que la combinación es perfecta. Porque yo los uso para explicar a través de sus ojos ciertos escenarios, pero sólo algunos. Los que me encajaban para la historia y con los personajes. No hay fallas, no hay Malvarrosa, no hay Cabañal. Sólo hay postales estupendas al servicio de una ficción.

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GQ: ¿Cuánto tiene el texto de autobiográfico?
RC:
La intención de la novela nunca fue contar mi vida. Es algo que no me apetece lo más mínimo porque ya me la sé y me aburriría mucho intentando revivirla. He usado muchos elementos que tienen que ver con mi vida, unos son muy evidentes y otros son privados. Pero eso da igual. Cuando me preguntan esto digo que este libro no es mi vida, este libro soy yo. Yo estoy en todos y cada uno de los personajes. Y con el que menos me identifico, uno de los personajes femeninos, lo que hice fue ponerle un nombre con mi apellido, para que no se librara de mí tan fácilmente.

GQ: Uno puede sentirse fácilmente identificado con el recuerdo nostálgico del personaje principal porque todos hemos pasado un primer verano de adolescente enamoradizo. ¿Cómo has logrado ofrecer un punto de vista tan universal desde una perspectiva tan personal?
RC:
La adolescencia es una etapa clave para todos. En mi caso, la recuerdo como un periodo muy confuso y doloroso porque yo, cuando mejor he vivido y más feliz he sido, fue de niño. Con la adolescencia empecé a darme cuenta de que lo bueno se había terminado y también empecé a ser consciente de lo que me esperaba. Así que lo que hasta entonces me había venido dado, que era tener un mundo propio de series de televisión (sí, yo de pequeño ya veía series y no perdonaba ni un capítulo), de dibujos animados de Warner Bros y Hannah-Barbera, libros de Walt Disney, coches Corgi de los Monkees y Batman, se acabó. Tuve que empezar de nuevo, buscar nuevos referentes para volver a tener un refugio. Entonces descubrí el rock y luego a Lou Reed y volví a sentir que estaba vinculada a algo que era para mí. Cuento todo esto porque creo que es el resorte que me ha llevado a escribir con tanta pasión sobre la adolescencia.

Y en cuanto al amor, yo en la novela veo más obsesión sexual que amor. Veo una atracción más allá de la razón, algo que toma el control de los sentidos. Ojalá mi adolescencia hubiese estado más dominada por eso y no por la noción del amor. Yo creo que he con seguido inyectar una pulsión erótica adulta a un adolescente, pero tampoco estoy seguro. Al final lo que cuenta es lo que le llega a cada lector.

GQ: Valencia es casi como un personaje más en la novela, ¿por qué decidiste darle tanta importancia a tu cuidad?
RC:
Eso mismo me pregunto yo. El otro día, un amigo asturiano me decía que si hubiese hecho lo mismo con Oviedo o Gijón ya me habrían puesto una plaza. Valencia está ahí como un personaje porque, a pesar de que he vivido casi 15 años en Madrid, es un escenario muy ligado a mi vida. El único lugar de la zona con el que mantengo una relación viva es con El Saler, que me mantiene cuerdo y en paz. El resto es como una colección de postales viejas que ya tengo demasiado vistas. Valencia y yo somos como dos amantes que hace años que terminaron pero que no pueden olvidar lo que tienen en común. Por eso está tan presente, para que quede claro que a pesar del hastío, el cansancio y la indiferencia, a mi manera la quiero. La mejor manera de demostrar mi afecto por algo o por alguien es que lo inserte en mis fabulaciones. Todo aquel que es secuestrado de la realidad y aparece transformado en mis escritos, está ahí como prueba de amor.

GQ: Si tuvieses que montar una banda sonora que acompañase la lectura de la novela, ¿qué canciones escogerías?
RC:
Sin duda estaría Low, que es el álbum que, supuestamente, va surgiendo en algunos de los capítulos de la novela. Pero yo creo que Lejos de todo se puede definir perfectamente con una sola canción, By This River, de Brian Eno. Cuando la escucho soy tan feliz, me siento tan reflejado, tan explicado por ella, que a veces creo que en realidad he escrito esta novela porque lo que quería era hacer mi propio By This River. Ese al menos podría ser el impulso inicial, porque cuando leo a Chirbes, a Marta Sanz, a Cheever, a Lucía Berlín, a Luisgé Martín, a Sara Mesa, a Agustín Fernández Mallo, a Rodrigo Fresán, a Banville, a Iris Murdoch, a Eduardo Halfon, a Vila-Matas, también quiero hacer esos libros que me dan tanto.

GQ: La historia es ficticia, pero da la sensación de que Bowie perfectamente pudo vivir una etapa como la que describes en la época que describes. ¿hasta qué punto te inspiraste en hechos reales?
RC:
Bowie se marchó a Berlín para terminar allí Low y sumergirse en un ambiente extraño que le protegiera y le inspirara. Yo he usado eso para crear una historia apócrifa, una especie de etapa breve e intermedia que supuestamente Bowie experimenta en Valencia y que le empuja a marcharse luego a Berlín en busca de nuevos aires. Como Bowie me gusta mucho no ha sido complicado documentarme al respecto. Hay cosas que suceden en la novela que en realidad sucedieron en Berlín. Otras son completamente inventadas pero podrían haber ocurrido perfectamente.

GQ: Tu primera novela. ¿Cómo ha sido el proceso que acompaña a la creación literaria? Me refiero a la búsqueda de la editorial adecuada, la edición, la revisión, la promoción… Todo esto debe ser un duro trabajo, ¿no?
RC:
Lo más duro ha sido escribirla, porque tenía miedo de no hacer lo que yo sabía que tenía que hacer. Por sus características, esta novela tenía que ser lo que es. La estructura, el planteamiento, el lenguaje. Es una apuesta que quizá para un escritor experimentado no sea en absoluto complicada. Para mí sí, porque necesitaba hacerlo bien, quería escribir literatura, si no corría el peligro de convertirme en un periodista musical que ha tenido una buena ocurrencia y la ha escrito con una cierta gracia, porque para eso está el oficio. Y no. En eso he sido ambicioso. Cuando mi querido amigo Agustín Fernández Mallo me dijo que podía estar tranquilo, entonces lo vi claro. Hasta entonces fue una lucha que, a pesar de todo, también me proporcionó momentos muy placenteros. Recuerdo perfectamente cuándo se me ocurrió el epílogo, que es determinante en la novela, cómo lo escribí y en qué momento, la facilidad con la que brotó.

Momentos como ese no los olvidaré jamás porque es cuando sabes que la narración fluye. Conseguir editorial tampoco era una tarea fácil, pero he tenido suerte. Jekyll & Jill siempre fue una de las primeras opciones y he tenido la gran fortuna de acabar publicando ahí. Me siento como en casa, con el privilegio de compartir catálogo con autores a los que admiro y formando parte de una labor exquisita. Trabajar con Víctor Gomollón, el responsable del sello, es una de las mejores cosas que me ha ocurrido jamás, a nivel profesional y a nivel humano. La promoción no es dura, quizá porque tampoco tengo un nivel de compromisos que me hagan odiarla. Me parece estupendo poder estar hablando de algo que para mí es tan importante. Lo único que sí me asusta un poco es que en algún momento que estoy hablando en público cierro los ojos para no perder el hilo de lo que estoy diciendo y luego, cuando me veo, me acuerdo de Jordi Pujol.

GQ: Ahora que has cogido ritmo, ¿para cuándo una segunda novela?
RC:
Ahora que veo que no se me da mal y que además tengo un hogar editorial en el que mis propuestas tienen cabida, habrá más ficción mía. No es que tenga muchas cosas que decir, o quizá sí y solamente seré consciente de ello con el tiempo. Pero sí, aún me quedan un par de libros de ficción más en la cabeza. Y el próximo no tardará demasiado en llegar. Estáis avisados.

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Entrevista a Diego S. Lombardi en ABC



Inés Martín Rodrigo entrevista a Diego S. Lombardi con motivo de la publicación de su novela La coronación de las plantas. En el diario ABC:

El selfie que Diego S. Lombardi dedica a ABC Cultural
El selfie que Diego S. Lombardi dedica a ABC Cultural – ABC

 

DARÁN QUE HABLAR

Diego S. Lombardi: «En Facebook a veces florece lo más imbécil de nuestra condición»

Su novela «LA CORONACIÓN DE LAS PLANTAS» es de lo más inusual y mejor que este año se ha publicado en España
¿Cuáles son sus intereses como escritor?

Ejercitar nuestra capacidad creadora, utilizar el lenguaje como herramienta mediúmnica para hacer manifiesto lo subyacente; explorar sus límites con intención de transgredir las estructuras, buscando un estilo propio y transitar los resquicios donde se manifiesta lo numinoso e impera la contradicción, la fusión y el caos. Reelaborar fantasías, vivencias y conceptos y desarrollar historias y mundos que, por su semejanza o contraste, tengan algo para decir de nosotros.

¿Y como lector?

Depende del ánimo y las inquietudes. A veces sólo busco información dura; otras veces, la sorpresa, la belleza, el horror, que me sumerjan en una manera nueva de ver las cosas, pues tal vez sea ésta la más importante de las utilidades prácticas de la lectura, la capacidad de acercarnos, aun con las limitaciones del medio y aunque sea por instantes, al lugar de otro.

Sobre procesos, fractales, costumbrismo, los distintos grados de conexión e intercambio que existen entre las diez mil cosas, la perplejidad que causa lo desconocido, el malestar en la cultura, la resonancia de la voluntad en la construcción de la realidad, el desamparo de estar a merced de fuerzas inmensurables.

¿Dónde ha publicado hasta el momento?

Mi primera novela se publicó en Cuba por editorial Arte y Literatura tras ganar el premio ALBA de Narrativa. Mi segunda novela, en España y por Jekyll & Jill. También he participado con cuentos y relatos en algunas antologías y revistas.

¿Con cuáles de sus «criaturas» se queda?

Con la criatura que forman todas ellas.

Supo que se dedicaría a esto desde el momento en que…

Resulta difícil de establecer por tratarse de un proceso paulatino, aunque el desconcierto de mis tempranos veinte y la frustración de una vida laboral cutre, amparados por el realismo sucio, inspiradoras lecturas beat y el narcótico spleen de Baudelaire, fueron quienes tal vez me condujeron a escribir cuentos y poemas con un compromiso inédito hasta aquel momento. Creo que así fue como comenzó el asunto, aunque escribir sea una actividad que irrumpe en mi vida de modo caprichoso, en oleadas de intensidad abrumadora y durante breves periodos de tiempo.

¿Cómo se mueve en redes sociales? ¿Qué perfiles tiene?

Tengo un perfil de Facebook que utilizo para informarme y distraerme. Soy un usuario bastante austero, aunque puedo tener brotes de entusiasmo que se desvanecen casi al instante frente a una plataforma que censura contenidos y continúa rigiéndose con moralinas victorianas, donde por momentos resulta inevitable que, tamizado por anuncios publicitarios, florezca lo más imbécil de nuestra condición.

¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practica?

¿Visitar bares?

¿En qué está trabajando justamente ahora?

Me encuentro realizando una investigación acerca de la posibilidad de establecer vínculos con energías contenidas más allá del tiempo y la materia, abocado a otorgar cualidades animistas a los distintos elementos de la ciudad, a encadenar figuras geométricas sobre atmósferas cósmicas mediante progresiones de acordes y oír revelaciones en el silbido del sable cortando el aire con un certero nukitsuke.

¿Cuáles son sus referentes?

Diré tres nombres, los primeros que aparezcan en mi mente: Lao Tse, Miles Davis, Mónica Bellucci.

¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacaría?

Me resulta muy difícil elegir alguno pues son muchos y la verdad es que casi no los conozco.

¿Qué es lo que aporta de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?

Sería pretencioso y risible que yo lo dijera. Mi aporte es otro registro del infinito territorio que abarca la existencia. Un intento más de explicarnos.

¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer como escritor para sobrevivir?

Por supervivencia y trabajo de campo incursioné en lugares de lo más disímiles, aunque no creo haber hecho nada especialmente raro o que no se haya visto en el cine.

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Alfonso Cardenal entrevista a Rafa Cervera en Sofá Sonoro



Alfonso Cardenal entrevista a Rafa Cervera en el programa Sofá Sonoro de Cadena SER con motivo de la publicación de la novela Lejos de todo:

Cuando Bowie se refugió en El Saler

El periodista musical Rafa Cervera debuta como escritor con ‘Lejos de todo’

David Bowie durante un concierto en Detroit en 1976David Bowie durante un concierto en Detroit en 1976 / GETTY IMAGES 

Tras una vida escribiendo de música, Rafa Cervera debuta como novelista con Lejos de todo, un relato evocador y melancólico sobre la adolescencia y los descubrimientos que se producen en esa etapa. El primer trabajo narrativo del escritor valenciano se construye alrededor de un surrealista viaje de David Bowie a El Saler en compañía de su asistente y de su amigo Iggy Pop. Una novela escrita con mimo y gusto que refleja experiencias vitales del autor y sentimientos lejanos que cobran vida en un relato que habla de música, de pasiones y de descubrimientos.

¿De dónde surge tu amor por Bowie?

Bowie empezó a gustarme tarde. Con esto quiero decir que lo mío no fue un amor apasionado y adolescente, como me ocurrió con Lou Reed y Warhol y los miembros de Velvet Underground. Ese era el universo que me absorbía. Y después, Patti Smith y todo el punk neoyorquino. Bowie llegó después. Escuché Ziggy Stardust y David Live y empecé a encontrarle la gracia. Hasta entonces me parecía un personaje muy teatral y un poco exasperante porque parecía que, si querías ir más allá de los Stones o los Beatles, entonces tenías que ser de Bowie. Y yo, que le era muy fiel a Lou Reed decía, “este tío no es para tanto, el que mola de verdad es Lou”.

Cómo viviste la muerte de Bowie

Con mucha tristeza. Sé que no es fácil explicar esto pero voy a intentarlo. Todos los días muere gente de una manera injusta, terrible, gente inocente que es víctima del horror que hemos potenciado en este mundo. Artistas como Bowie funcionan como filtro y también como antídoto a eso. Hablamos de Bowie pero podríamos decir lo mismo de Woody Allen, Paul Auster, Sabina, qué sé yo. Se trata de gente que crea un universo que te ayuda a convivir con la realidad, a entenderla, a soportarla. En el caso de Bowie, su proyección era fantástica en el sentido más literal de la expresión. No era sólo música y letras, era también los vídeos, las portadas, la proyección que él hacía de sí mismo. Seguir a Bowie era excitante, era un aliciente a la vida, y si además acertaba de lleno, como ocurrió con The Next Day, entonces era perfecto. Me enteré de su muerte por la app de la SER y empecé a llorar. La muerte de Lou Reed me costó más asimilarla porque era demasiado tremendo para ser cierto. Creo que la muerte de Lou Reed fue como un punto de inflexión, se abría un nuevo escenario. La muerte de Bowie fue la constatación de que esto era así. Si Lou Reed había muerto, ya todo era posible. Es una sensación que también tiene que ver con el hecho de llegar a determinada edad, esa edad en la que los que son mayores que tú empiezan a marcharse.

Si no hubiera sido él e Iggy los protagonistas de tu libro, ¿a quién hubieses elegido?

Solamente podía ser Bowie. En el fondo, lo he usado para hablar de mí. Me he valido de sus circunstancias en una época determinada, para secuestrarlo y traérmelo a un terreno que conozco muy bien, que es la ciudad donde nací y el lugar donde vivo ahora, que es la playa de El Saler. Bowie confuso y deprimido en 1976 es una máscara para hablar de mi tristeza y mi confusión. Tristeza porque nunca me ha resultado fácil encajar en el mundo y a medida que me hago mayor veo que esa perplejidad no se va, al contrario, aumenta. Pero la escritura es una gran defensa para este tipo de cosas, y también un arma. Cuando acabé de escribir el primer borrador de la novela, en 2008, me di cuenta de que donde tenía que estar era lejos de todo, en El Saler, un lugar desierto y apacible la mayor parte del año. ¿Podría haber sido Lou Reed uno de los protagonistas de esta novela? Yo creo que no, que en todo caso podría haberlo sido de otra. En cuanto a Iggy, en 1976 y 1977 estaba muy unido a Bowie, viajaba con él, grababan juntos; Coco fue su asistente y amiga desde 1974 hasta el final de sus días. Veía bien que fueran tres porque la otra historia también tiene tres personajes. En ambos casos, dos personajes masculinos y uno femenino. Ese reflejo me gustaba y también me obligó a buscar nombres poco habituales para los adolescentes. Si unos personajes se llaman David Bowie, Jimmy o Coco, los otros no pueden llamarse Ana o Fernando. Así que usé el nombre de Cala Cervera, que me hizo mucha gracia cuando se lo escuché a un amigo. Y en cuanto a El Regónzer, es una expresión acuñada por una amiga. Parece que sea vasco, pero en absoluto, es invención pura.

Después de tantos años escribiendo de música por qué crees que la novela ha surgido justo en este momento.

El grueso de Lejos de todo ya estaba escrito cuando murió Bowie. Era un texto imperfecto y estaba en un cajón. Su muerte me hizo retomarlo. A medida que fui reescribiéndolo me di cuenta de que lo tenía, de que la historia estaba ahí. Era cuestión de quitar paja y pulir, pulir mucho. E inevitablemente, a medida que tenía lugar todo ese proceso, que ocurrió entre abril y septiembre de 2016, se fue filtrando el luto por Bowie. Y se mezcló con la melancolía que ya anegaba la novela. Para mí era muy importante hacerla como tenía que hacerla y que viera la luz en la editorial adecuada. Ha salido ahora porque es cuando estaba bien, cuando era literatura, cuando el lenguaje estaba cuidado y equilibrado. Un libro así, o está bien hecho o es un fracaso, porque, de entrada, trata de hacer verosímil lo inverosímil.

El libro tiene cierto tono melancólico con esa mirada tierna a la adolescencia, una etapa de la vida en la que se definen muchas cosas, ¿qué cambió en ti en esa etapa que siga vigente hoy en día?

Creo que sigo siendo un adolescente. Hay una parte de mí que no se ha desarrollado según los parámetros sociales y vitales habituales. Tengo 54 y no tengo hijos, me dedico a escribir de música y vivo rodeado de discos, libros, revistas. No hay ninguna señal en mi vida, salvo las propias del envejecimiento, que me aleje de la adolescencia. No es que se un inmaduro ni me niegue a crecer, al contrario, creo que soy bastante consciente de mi realidad, demasiado a veces. Pero el modo en que vivo y revivo todo aquello que me hizo feliz y que, sobre todo, me hizo ser yo mismo, apenas ha cambiado. Y eso me produce una gran melancolía porque me veo a mí mismo al comienzo de todo y sé que hay cosas que a ese chico y a mí nos siguen importando mucho, pero en medio de todo eso, hay una inevitable franja de tiempo y experiencia que hace que ya no podamos ser exactamente la misma persona.

¿Qué libros sobre esta etapa vital te han inspirado?

Mientras escribía no leí libros que tuvieran que ver con la adolescencia. Me gustaría pensar que algo de El guardián en el centeno se ha filtrado en algún momento en alguno de los personajes adolescentes masculinos. Holden Caulfield en El Saler, la verdad es que también podría haber estado allí durante el verano en el que transcurre la historia. Yo creo que todo lo que tiene que ver con los adolescentes en la novela proviene más de las canciones que de la literatura. Son muchos años oyendo ciertas letras y absorbiendo ciertas emociones.

Los amores adolescentes, los primeros amores, son de los que más marcan, de los que más se recuerdan, son como la primera vez que escuchas un disco que acaba siendo parte de tu vida y creo que eso se refleja en tu libro con esa doble pasión por Cala y Bowie, no sé si te pasa que hay ciertos discos u artistas que están de un modo extraño ligados a ciertas personas…

Estoy de acuerdo con lo que dices, pero he de decir que todo lo que se cuenta en la novela es invención. La historia es ficción. Me valgo de ella para contar determinadas cosas que son mías pero que pueden pertenecer a cualquier otra época de mi vida. Lo de que hay discos que están ligados a determinadas personas también lo veo así. Eso lo contó muy bien Fernando Navarro en Martha. Lejos de todo habla también de ese tipo de pasiones que marcan, pero está contado con piezas de mi propio puzle vital. Se trataba de expresar una serie de sentimientos a través de la ficción. Lo hice porque me parecía una buena historia, un buen tema, pero no estaba buscando exorcizar mi pasado. Estaba exorcizando mi presente a través de los chicos y sus pasiones, y también a través de un Bowie que aparece en un lugar que les completamente ajeno en el cual se siente bien. Ese misterio que tienen los lugares desconocidos, sitios en los que eres un completo extraño y sin embargo, o por eso mismo, te quedarías una larga temporada en ellos.

Tu forma de escribir me ha resultado relajante con unas descripciones pausadas y evocadoras, qué estabas leyendo mientras escribías o antes de ponerte a ello…

Gracias…Puedo decir que en la última fase de escritura sí hubo una influencia buscada de Lucia Berlín. La descubrí y la leí a la vez que me enfrentaba a la versión definitiva del texto. Fue una iluminación porque me ayudó a cortar las frases, frases que en muchos casos estaban escritas hace años y en las que yo ya no me reconocía. Lucia Berlín fue determinante para acabar la novela y darle ritmo. Alguien me dijo a través de Facebook que había cosas que le recordaban al estilo poético de Lou Reed. Ojalá fuese así, sería un triunfo enorme porque he pasado más de la mitad de mi vida escuchando y leyendo sus letras, que son gran literatura.

Enlace a la entrevista

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Revista Shangay con Roberta Marrero



Agustín Gómez Cascales entrevista a Rafa Cervera y a Roberta Marrero con motivo de la publicación de la novela Lejos de todo en la revista Shangay:

Rafa Cervera y Roberta Marrero, unidxs por Bowie


Fotos: Miguel Ángel Fernández

 

Rafa Cervera es uno de los grandes periodistas musicales de nuestro país, experto en contar historias que tienen que ver con la realidad de muchos artistas –sirva como ejemplo su libro Alaska y otras historias de la movida. Con Lejos de todo, su primera novela se revela como un gran fabulador, y con la manera en que fusiona realidad y ficción atrapará tanto a quienes conocen su trabajo como a quienes se dejen atrapar vírgenes por su propuesta. En ella, Cervera cuenta dos historias paralelas que se entrecruzan: una la protagonizan adolescentes en pleno proceso de dejar atrás la inocencia en la Albufera valenciana; la otra refleja un momento clave en la trayectoria de David Bowie, que arranca, de modo misterioso, en Valencia. Es una novela breve, con un aire melancólico y sugerente, en que Cervera demuestra que, con una enorme economía de recursos expresivos, se puede contar mucho. Es además una muestra de la devoción por uno de sus grandes iconos, y también una carta de amor a su pasado teen. Aunque nunca tienes del todo claro qué es real y qué no en lo que cuenta.

La crisis de los 40 de Rafa supuso el punto de partida de esta novela, la primera que ha escrito, “que empezó siendo un cuento y se fue haciendo largo”. Pero no es una novela esencialmente autobiográfica como cabría imaginar, dado que una de las historias que cuenta es la de un adolescente que se enfrenta a ciertos ritos de iniciación sexual y emocional. Uno, de primeras, piensa, que es Rafa contando su historia, pero no. “Hay detalles autobiográficos, pero son como agua subterránea”, apunta. Y no están donde uno iría a buscarlos, sino en la otra historia que vertebra Lejos de todo, protagonizada nada menos que por David Bowie, y en Valencia, ni menos ni más. “Se me ocurrió durante una crisis existencial, y decidí transferirle a Bowie mis angustias (la necesidad de buscar soluciones, de intentar averiguar quién eres y qué haces aquí), que coinciden en cierto modo con las que tenía él en el año 76”, que es donde ha situado la acción.


«LA NOVELA SE ME OCURRIÓ DURANTE UNA CRISIS EXISTENCIAL, Y DECIDÍ TRANSFERIRLE AL PERSONAJE DE BOWIE MIS ANGUSTIAS» (RAFA CERVERA)


Lo que Bowie ha unido, que no lo separe nadie. De ahí que tenga todo el sentido que sean dos los protagonistas de este reportaje. Cervera y la artista Roberta Marrero, autora del reciente libro El bebé verde –en que relata cómo ha vivido su transexualidad desde pequeña–, son amigos desde hace años, y comparten la pasión por el desaparecido icono. Rafa la conoció cuando ella llegó a Madrid a principios de los 00. “Me encantaban sus discos y sus vídeos, como me sucede con su obra plástica. Qué bien poder ser amigo de alguien con tanto talento”. Tuvo claro, incluso antes de proponérselo, que Roberta tenía que ilustrar la portada (“antes de acabarlo, o incluso de tener editorial, ya pensaba que la portada sería perfecta si la hacía Roberta”).

En un viaje que hizo Roberta Marrero a Valencia –precisamente a participar en una charla sobre Bowie–, su amigo Rafa le dio el manuscrito de la novela para que la leyera. Y le atrapó: “Me gustó que, con imposible que es lo que cuenta, lo de imaginarse a Bowie en Valencia, Rafa logra que resulte supercreíble y que fluya con naturalidad. También me gustó ese tono melancólico relacionado con la adolescencia, que tiene que ver con ese deseo de estar en otro sitio o ser otra persona. Y es que en ese sentido los creadores siempre estamos haciendo un autorretrato, al hablar no solo de las cosas que nos han pasado, también de las que nos gustaría que nos pasaran”. Inspirarse en Bowie no era algo nuevo para ella. “Le he usado hasta la saciedad en mi trabajo, me fascina su imagen. Y nunca lo he hecho por dibujarle, sino para hablar de otras cosas; incluso, siendo muy atrevida, me he hecho autorretratos como David Bowie, porque me gusta utilizar a personas que admiro como máscara”.


«SI ME LLAMARAN PARA ILUSTRAR LA PORTADA DE UNA BIOGRAFÍA DE RAJOY, DIRÍA QUE NO… HOMBRE, ¡SALVO QUE FUESE PARA PONERLE A CAER DE UN BURRO!» (ROBERTA MARRERO)


Hasta aquí, todo idílico, porque ambos muestran su admiración por el trabajo de su amigx en esta novela. Pero ¿qué hubiese sucedido si a Roberta, que fue de las primeras en leerla, no le hubiese gustado? ¿O si a Rafa no le hubiese convencido la ilustración de Roberta para la portada? Con ambos cara a cara, era el momento perfecto de plantear la hipótesis, una de esas que puede dar al traste con una amistad si no existe la suficiente confianza entre dos personas. Roberta se arranca diciendo: “Yo soy superrespetuosa con el trabajo de los demás. Y si la novela no me hubiese gustado, jamás se lo habría dicho”, confiesa. “No me vería con la autoridad moral de decirle eso a nadie. Pero la novela me gustó; normalmente, mis amigos hacen cosas que me interesan”.

A la hora de trabajar en la portada, Marrero se lo tomó como lo que es: un encargo. “Tenía claro que mi trabajo iba a estar sujeto a su criterio”. También tenía claro que iba a hacerlo porque, sí, le gustó la novela, y afirma que solo se implica en proyectos que le interesen. “Si me llamaran para hacer la portada de una biografía de Rajoy, diría que no… Hombre, ¡salvo que fuese para ponerle a caer de un burro!”. A Rafa le encantó la propuesta de portada que le envió Roberta, estaba muy tranquilo en ese sentido. Le preocupaba más la opinión de Roberta sobre la novela, porque además sabía que si no le gustaba, lo podría intuir. “Es prudente y diplomática… pero hasta cierto punto”, y ambos se echan a reír. “Su respuesta entusiasta me dejó tranquilo, porque era de las personas a las que quería que le gustara”. Final feliz pues.

ENLACE a la entrevista


Rafa Cervera

Entrevista a Rafa Cervera en la revista Primera Línea



Paco Gisbert entrevista a Rafa Cervera con motivo de la publicación de su novela Lejos de todo en la revista Primera Línea:

Rafa Cervera, entre Bowie y la Valencia de los 70

Nuestro compañero Rafa Cervera, crítico musical en esta revista desde hace más de un cuarto de siglo, debuta como novelista con ‘Lejos de todo’, una obra llena de referencias musicales y de ensoñaciones eróticas.

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PACO GISBERT / FOTOS: FOTOLATERAS | 11/12/2017 – 13:05

La máxima que afirma que un periodista especializado en fútbol es un futbolista frustrado se puede aplicar perfectamente a Rafa Cervera. El valenciano quiso ser estrella de rock’n roll en su juventud y, dada su impericia como músico, se dedicó a escribir sobre lo que más le gustaba. Y no le ha ido mal, como podéis comprobar desde hace más de 27 años en nuestras páginas. Ahora debuta como novelista con ‘Lejos de todo’, una novela en la que se mezclan dos historias: la del descubrimiento de la sexualidad por parte de unos adolescentes en la playa de El Saler y la de la breve estancia de David Bowie en una Valencia en plena Transición. Pero mejor que sea el propio Cervera el que nos destripe su novela.

Después de tantos años oficiando como periodista, te has decidido a escribir una novela. Cuéntame cómo ha sido el parto.

Lo cierto es que escribir ficción es algo que siempre he querido hacer. Durante años acudí a talleres de escritura creativa y aprendí a hacer relato corto y novela breve. “Lejos de todo” viene de ahí, aunque ha sido un proceso lento. La empecé a escribir hace bastante y tuvo un par de versiones iniciales que no cuajaron. Al final la historia encontró su camino incluso a pesar de mí, que soy lento e inseguro en estos asuntos. Ahora que ha visto la luz espero que lo siguiente que haga fluya mejor.

Muchos periodistas freelance se escudan en el día a día para no dar el paso de convertirse en novelistas. ¿Ha sido tu caso? ¿Por qué acabaste dándolo?

Cuando empecé a escribir ficción podía permitirme el lujo de reservarme unas horas sólo para eso, y trabajar con tranquilidad. Hoy intentar repetir eso sería prácticamente imposible. Los dispositivos móviles son una distracción pero sobre todo lo que ha cambiado son las circunstancias generales. Un periodista freelance intenta diseñar su supervivencia día a día. Si no estás con la antena desplegada no hay propuestas que hacer, si no tienes reflejos puede que llegues tarde con ellas; hay que proponerlas, escribirlas, rezar para que se publiquen y esperar a cobrarlas. No es el mejor escenario para concentrarse en algo que, si en algún momento cristaliza, es bastante improbable que te saque del atolladero económico. Así que, precisamente por todo eso que acabo de contar, escribir ficción se me antoja como la mejor de las rebeliones. La realidad pesa más que nunca por eso da más gusto ignorarla y plantarle cara inventándote historias en las que tú eres el que manda, y no ella.

Rafa Cervera

¿Cómo surge la idea de las dos historias que se cuentan en la novela?

La historia de los tres adolescentes es algo que estaba en mi cabeza desde hace tiempo, tanto que ya no recuerdo por qué esa obsesión. Supongo que proviene de la necesidad de revisitar la adolescencia. Al final, con los años, la nostalgia ha ido dando paso a una fantasía que sigue teniendo mucho que ver con esa fase vital. Lo de Bowie tampoco recuerdo exactamente de dónde vino. Fue hace mucho (insisto en que los orígenes de esta novela se remontan más de 10 años atrás, soy muy lento) pero recuerdo vagamente el momento en que dije, “¡Sí! ¿Por qué no?” Y convertí un relato en primera persona que tenía hecho como ejercicio para el taller en el comienzo de la historia de Bowie.

¿Cuánta porción de autobiografía contiene la novela?

Por los ingredientes que tiene, es inevitable pensar que parece autobiográfica, sobre todo por los escenarios donde transcurre y esa fijación idólatra con una estrella de la música pop. La historia es pura ficción construida con elementos que le he robado a la realidad. Es como una realidad paralela soñada por el autor de la obra. “Lejos de todo” no es la historia de mi adolescencia, pero yo estoy en cada uno de los elementos que configuran la novela.

¿La idea de que Bowie visitó y vivió durante un breve periodo de tiempo en Valencia tiene algún referente real? Me refiero a si Bowie fue alguna vez a Valencia o si te has basado en otros músicos que sí lo hicieron.

Cuando tenía 15 años fantaseaba con la idea de que Lou Reed (que el músico que en realidad me abrió los ojos y me cambió la vida) actuaba en Valencia o se materializaba por el barrio del Carmen, como una aparición mariana. En 1977, la idea de que alguien que parecía proceder de otro planeta pudiera colarse en tu vida cotidiana era un sueño. Sobre todo si vivías en un lugar tan remoto como Valencia. Los músicos importantes iban a Madrid y Barcelona, Ibiza era una especie de oasis en ese sentido porque era un lugar de libertad aislado del agobio franquista y eso atraía a la bohemia musical. En cuanto a Valencia no venía casi nadie a actuar. La historia ha terminado por demostrar que esas cosas ocurrían más de lo que nos atrevíamos a creer entonces e incluso ahora. A medida que el tiempo avanza y aflora la información, descubrimos que por España pasaron de incógnito algunas estrellas del rock. Hace poco leí en ‘Valencia Plaza’ que Keith Richards se acostó por primera vez con Anita Pallenberg en Valencia, en 1967. Y Bowie pasó unos días con Bianca Jagger en 1977, en la Costa Brava. La idea de meter a Bowie en el Carmen y hacerlo pasear por el Micalet con Iggy Pop en lugar de colocarlos en Berlín, proviene de esa fascinación. De esa posibilidad milagrosa fraguada en la adolescencia en una época en la que estas cosas eran un sueño. Hoy en día nadie se extrañaría si, estando en Albalat del Sorells, apareciera Björk de repente. Las estrellas de la música han perdido gran parte de su misterio en el siglo XXI.

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En 1977 Valencia era una ciudad que despertaba del letargo franquista, pero quizás el Saler seguía dormido en aquella época…

Sinceramente, no lo sé. Yo pasé mi adolescencia en la playa de Pobla de Farnals. Mi familia tuvo allí un apartamento hasta mediados de los ochenta. Empezamos a frecuentar El Saler a principios de los noventa. El Saler es un lugar muy especial. Yo vivo ahí desde hace 10 años y cada día descubro algún detalle nuevo, casi siempre relacionado con la naturaleza. Es un lugar extraño, no por su geografía sino por sus circunstancias. Es una franja de tierra de dos o tres kilómetros de ancho que separa el mar de un lago de agua dulce que es el epicentro de folclore local. Posee una belleza muy particular. El aislamiento es uno de sus atributos. Y su propia historia. En los sesenta comenzó a ser urbanizado con la idea convertirlo en otro Benidorm. Se alzó un movimiento popular que acabó deteniendo esa tropelía y posteriormente se ha ido restaurando el mal realizado. Todo eso y algunos factores más contribuyen a hacer de todo ello un territorio extraño.

¿Bowie podría haber vivido en Valencia en 1977 o habría salido por piernas?

Si hubiese buscado lo que busca en la novela, habría sido un buen lugar para él. Los motivos por los que en esas fechas se trasladó a Berlín fueron resolver una crisis personal y buscar el anonimato. En Valencia lo hubiese encontrado seguro.

El adolescente que narra la primera historia descubre la sexualidad de manera muy intuitiva. ¿Es fruto de la época en la que vive?

Supongo que sí porque los recuerdos que puedo traspasarle a ese protagonista son los de mi experiencia. En aquella época apenas había información. Todo era un enigma y, por supuesto, un pecado. La única manera que se me ocurre para descubrir el sexo cuando se trata de un personaje introvertido y refugiado en su mundo interior es el instinto. No obstante, hay referencias veladas a autores malditos como Sacher-Masoch, al cual más de un adolescente de la época, -Alaska incluida- descubrió gracias a la canción “Venus in Furs”. Y la escena cumbre de la historia adolescente, la de la filmación, está inspirada en las primera películas experimentales de Warhol donde a veces aparecía una sexualidad muy estimulante, porque era casi pornografía mal hecha, realizada por amateurs, como pueden serlo ahora las grabaciones sexuales con el móvil.

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Me gustan los referentes a ‘Belle de jour’ y, evidentemente, los musicales. ¿Qué otros referentes te han inspirado para escribir?

Son pequeños guiños, también hay uno a “Lolita”, que recuerde ahora mismo. Hay muchas referencias de todo tipo pero al final, de tanto escribir, yo creo que todo ha quedado muy triturado y mezclado. El otro día mi padre me decía que algunas descripciones le recordaban a Blasco Ibáñez, pero jamás me inspiré en él. Yo creo que sí se filtra la influencia de Rodrigo Fresán, Vila-Matas, Agustín Fernandez Mallo al nivel que puedo filtrarla yo, sintiéndome inspirado por ellos. David Lynch también es otro referente, en este caso buscado.

¿Este es un libro para aficionados a la música?

Si no tienen prejuicios, sí. Pero sobre todo yo creo que es una novela para lectores que no necesitan ser fans de Bowie ni de ningún grupo. Quiero pensar que he hecho literatura más allá de cualquier otra consideración. La música es un elemento fundamental pero no es una finalidad en sí misma. Quería usar a un personaje tan poderoso como Bowie e incrustarlo en un paisaje que está muy lejos de ser el suyo. Si eso funciona, entonces ahí empieza la literatura y el crítico musical desaparece.

¿Y para los que siguen a Rafa Cervera como periodista musical?

Supongo que también, siempre y cuando tengan claro que esto es ficción y que la intención es otra en este caso. El lenguaje es otro, la intención es otra, aunque yo creo que sigo siendo muy reconocible para aquel que me haya leído como periodista.