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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en la lista de los mejores libros de 2016 para Alberto Olmos

Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en la lista de los mejores libros de ficción en español del año de Alberto Olmos. El Confidencial:Magistral de Rubén Martín Giráldez

«Así las cosas, los libros de narrativa española que a lo largo de 2016 han satisfecho el paladar de este lector abnegado han sido estos pocos: ‘Fosa común’ (Random House), de Javier Pastor; ‘Magistral’ (Jekyll&Jill), de Rubén Martín Giráldez; ‘Érase una vez el fin’ (Anagrama), de Pablo Rivero; y ‘Estrómboli’ (Impedimenta), de Jon Bilbao, que seguramente es el mejor libro del año en lo que a “inventar historias” se refiere.»

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Magistral de Rubén Martín Giráldez en El Confidencial por Alberto Olmos

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Alberto Olmos

Alberto Olmos reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en El Confidencial.

‘Magistral’, el libro más extraño publicado este año en España es una genialidad
El escritor catalán Rubén Martín Giráldez plantea en ‘Magistral’ un delirante divorcio tanto del castellano como de la literatura española, y se inventa su propia lenguaMagistral de Rubén Martín Giráldez en El Confidencial por Alberto Olmos

Un total de 200 lectores estima Rubén Martín Giráldez que tendrá su novela ‘Magistral‘ (Jekyll&Jill). Doscientos y pico, para ser exactos, pues así define su libro: “Libelo breve y ambicioso, un masaje de tortura para doscientas y pico personas”. La literatura es la única expresión artística donde las reseñas llegan a más lectores que la obra de la que hablan.

En su carta de presentación al editor Siegfried Unseld, Thomas Bernhard se despedía con esta afirmación: “Sigo mi propio camino”. Rubén Martín Giráldez también va por libre, bailando sobre el asfalto de su genialidad. Si nuestro autor fuera de Chicago o de San Francisco, tendría más traducciones que ahora lectores. Pero el pobre hombre es de Cerdanyola del Vallès, que también es ocurrencia. En esta su segunda novela, Giráldez inventa el independentismo idiomático, que no lleva al catalán, sino mucho más lejos: al galimatías.

 

Matrimonio perfecto

Rubén Martín Giráldez ha encontrado en Jekyll & Jill la editorial a su medida: que levanten la mano aquellos que hayan comprado alguna vez un libro de Jekyll & Jill. Pues eso.

Si nuestro autor fuera de Chicago o de San Francisco, tendría más traducciones que lectores. Pero el pobre hombre es de Cerdanyola del VallèsSito en Zaragoza, este pequeño sello propone con cada nuevo libro una edición interventiva, esto es, meterle mano a la forma tradicional del libro. Aunque aún los hacen con páginas, suelen enriquecer sus libros con minilibros adheridos al interior de la cubierta, añadir fotos polaroid entre capítulo y capítulo, láminas con bordados, mapas, pegatinas, dibujos, calcomanías… Hay alguna imprenta en España que está hasta las narices de Jekyll & Jill, pues nunca le encargan un libro que no parezca los juegos reunidos Geyper.

Ay, todo esto resulta apestosamente romántico: un escritor que sabe que va a vender 200 ejemplares y una editorial que no tiene empacho en publicarlo. Permítanme decir que este tipo de editor y este tipo de autor son los que vale la pena querer. A los demás, que los quiera Muñoz Molina.

 

Apalear lo español

Necesito unos segundos de reflexión para tratar de explicarles qué diablos es ‘Magistral’ y por qué me parece una genialidad. Digamos para empezar que la novela de Rubén Martín Giráldez no se parece a nada que nadie haya leído nunca. ‘Magistral’ no tiene trama, no tiene personajes, no tiene ni siquiera propuesta: ella misma es la historia de su propia recepción.

'Magistral', de Rubén Martín Giráldez.

Al igual que hizo en su anterior obra, ‘Menos joven’, el ocurrente sardañolense (o ‘cerdanyolenc’) se inventa autores y libros que no existen, juega con todas las coordenadas canónicas de la novela y convierte la propia lectura del libro en un recorrido por cómo el libro ha sido recibido. “En las presentaciones todos compraban ‘Magistral’, lo empezaban a leer allí mismo y ya no paraban de sangrarles la narices”.

O también: “Cuando un periodista me escribe para decirme que está leyendo ‘Magistral’ y que le está pareciendo fabulosa, yo sé que no está leyendo ‘Magistral’ y que no le está pareciendo nada”.

El libro, sobre todo en sus primeras páginas, apalea con gusto cualquier cosa que tenga que ver con el idioma español, particularmente su literatura. Así, sobre los escritores españoles, considera que “más parecía que estuviesen de vacaciones de verano en el lenguaje que escribiendo”, pues su estilo puede calificarse como -ojo al juego de palabras- “prosas estercolares”. Lo dice también de otro modo (no deja de decirlo, de hecho): “Mis coetáneos y yo fuimos el menor problema de la literatura para poder ser el mayor problema del lenguaje”, o mejor así: “Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo”, quizá debido a las “interminables listas de agradecimientos” que aparecen al final de las novelas -y que a mi juicio señalan con exactitud cuánto le interesa a un autor la literatura y cuánto la vida social-.

Los lectores también reciben lo suyo: “¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?”.

¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?Y la crítica: “En España no se puede escribir la primera frase de ‘Magistral’, pero sí puede uno escribir cosas como “me miro mis manos” y recibir elogios al día siguiente.”

Y, claro, el propio idioma (“Puede que haya llegado la hora de hacerle al castellano un hoyo en la hermosura”) y el propio autor (“Soy un fraude refugiado”).

El estilo de Giráldez, como hemos visto, es ingenioso, neologista (‘viceprimersiguiente’, ‘demográciles’), poético y un punto esnob. Me encanta.

Me encanta porque, cada pocas páginas, fragua en una frase memorable (“Lo que más come esta boca es voz”) y porque, pretendiendo huir del castellano a lomos de acritud y vocablos inventados (a la manera de Oswaldo Lamborghini en ‘El fiord’, digamos), deja la sensación de que en literatura española aún puede hacerse algo nuevo, radical, nada complaciente.

“Este libro, si ve la luz, se come la luz y os ahorra veros las caras tal y como son de verdad”.

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