Maleza viva de Gemma Pellicer en Détour



Maleza viva en revista Detour microrrelatos Gemma Pellicer

Óscar Brox reseña Maleza viva, de Gemma Pellicer, en Revista Détour:

«A menudo se tiende a pensar, quizá un tanto exageradamente, en el microrrelato como si se tratase de un ejercicio perfecto de miniatura literaria. Y lo cierto es que lo bonito de esas miniaturas radica en la tentativa, en las ideas que anotan y las líneas que exploran (y no necesariamente cierran); en esas pequeñas cosas que observan durante un instante de atención. Aquello que, en definitiva, despierta nuestra perplejidad. Cada vez que nos preguntamos por todo ese vasto universo de cosas, de lugares y de personas, de costumbres y de pensamientos, que a fuerza de mantener su parcela en el tiempo se han convertido en verdaderos misterios. Porque nunca nos obligamos a buscar su sentido, el porqué de su vigencia, la fuerza de atracción que nos impulsa a incluirlos dentro de la esfera de nuestra cotidianidad. Visto así, se puede decir que Maleza viva es un libro de relatos en el que su autora, Gemma Pellicer, se propone desenmarañar todos esos misterios que envuelven a la realidad que, tal vez porque está en nuestra naturaleza humana no reparar en ellos, pasan desapercibidos en el día a día. Desenmarañar, desarbolar, desarticular. Parodiar, en suma, con gracia e ironía, para detectar cada pequeña inconsistencia dentro de nuestra en ocasiones rutinaria manera de ver las cosas.

Maleza viva conjuga la prosa con la poesía, el texto corto con el relato dialogado, siempre en busca de ese momento de ingenio que derrame un poco de inteligencia allí donde solo queda un lugar común. Una idea banal. Una nada. Y lo consigue al precipitarnos contra los pensamientos de una estatua ecuestre que se pregunta por su inevitable falta de uso (al menos, en tiempos actuales); un árbol en plena caída de hojas que discute su identidad arbórea (¿es la corteza? ¿El majestuoso manto verde que adorna sus ramas? ¿Quizá todo aquello que respira a través de la resina?); o esa vejez que convierte en extrañas a aquellas figuras que han formado parte del paisaje por el que nos movemos (ya sea en bellísimos retratos como Estela de pájaro o La vagabunda). Es decir, al enfrentarnos a lo que queda en el fondo, al poso, de unas vivencias a menudo demasiado maquinales. Excesivamente automatizadas por los ritmos de la vida moderna. Esa en la que las pequeñas y grandes tragedias se ahogan con la comicidad que surge tras lo grotesco (Desacuerdo) o lo absurdo (Correspondencias). Tras esas palabras que, enmarañadas, parecen gastar su efectividad con tan poca cosa. Liándose unas con otras, enredadas, sin que parezca posible tirar de un hilo para desenmarañarlas» …seguir leyendo