Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Entrevista a Julio Fuertes Tarín en La Marina Plaza



Marianne López Griñón entrevista a Julio Fuertes Tarín, autor de Fábula de Isidoro, en La Marina Plaza.

Viaje al universo polifacético del escritor Julio Fuertes Tarín

Julio desarrolla software, escribe libros, traduce novelas y toca en un grupo. Pero algo que no dice por ahí es que me debe un café desde hace más de un año y medio.

De hecho, he empezado a idear una teoría sobre sus excusas de agenda y caos. Se remonta a 560 días atrás, Julio se levantó en medio la madrugada y preparó una cafetera. Mientras la cafetera suspiraba sobre el fogón, Julio que no Agosto se puso a imitarla primero como un ejemplar de “Cracticus mentalis”, un ave de Papúa Nueva Guinea; y después cuando se inició la supuración por el pistilo metálico, Julio apretó sus dientes y, golpeando con la lengua en el paladar, gritó al modo de locomotora: “chucu chucu chu”.

Acto seguido, se sirvió en una taza desportillada cual mosaico de cerámica y pegamento. A continuación, durante sus pensamientos de ducha y champú, consideró que necesitaba un plan B en caso de sequedad literaria. Este consiste en entregarme esa mísera de taza a la hora de la merienda y que yo germine un psicoanálisis sobre la cristalización del grano como si de una clarividente se tratase, mientras él anota mis observaciones para plagiar mi discurso en una novela. Pero, como podéis comprobar en esta entrevista, el café todavía no se ha evaporado.

– Si tuvieras que elegir un libro para definir tu biografía, ¿cuál sería?

-Sin ninguna duda sería Lírica española de tipo popular, de Margit Frenk (Cátedra, 1977).

– ¿Qué tiene de especial Valencia para ti?

-Dos cosas: una, el precio medio de los alquileres y de la jarra de cerveza. La otra, sin la cual no puedo vivir, es una escultura de hierro obra de Miquel Navarro, cuyo nombre es La Fuente Pública, aunque todo el mundo la conoce como ‘La Pantera Rosa’. Mide veintidós metros de alto y está en la calle Filipinas. De ella se ha dicho que “conmocionó a la sociedad valenciana” y cosas así.

– ¿Qué significó para ti ganar el premio Jóvenes Talentos Booket con tu relato Una deslumbrante muestra de esplendor heterogéneo?

-Seis mil euros. Me compré una Fender Telecaster que me ha acompañado hasta hoy y espero que siga en algún rincón de mi casa cuando yo muera. El resto lo gasté en frivolidades. También me aconsejaron que escribiera una novela sobre vampiros para publicarla en Booket, a lo que me negué tajantemente. Así me va.

– El humor es un elemento esencial en tu novela “Fábula de Isidoro”, en la edición infantil, ¿has considerado renombrarte como “Julio Fuertes Tararín” u otros retoques más desenfadados?

-No, pero la propuesta es hilarante. ¡Lo estudiaré!

– Siguiendo con esa misma novela, ¿por qué elegiste como ilustradora a Irina Vólkowa?

-Debo reconocer que es un seudónimo para el propio Víctor Gomollón, editor de Jekyll&Jill, ilustrador, tenista y, en fin, prohombre de genio y gran variedad de talentos. Me enseñó las ilustraciones y en ese instante prendió la llama del amor.

– ¿Cuál te parece qué es la palabra más bonita en castellano?

Raudo me gusta mucho porque parece una palabra elevada y con clase, cuando en realidad es como decir ‘abogao’. La relación entre rápido y raudo me gusta mucho. Rápido es un cultismo que algún monje llevó en brazos durante siglos, calco del latín rapidus, y en raudo conviven el relax articulatorio con la sensación de estar uno hablando muy bien. Parsimonioso, choripán e hipálage tampoco están tan mal.

– Como desarrollador de software ¿qué opinión tienes sobre los editores de texto?

Son gente que respeto porque son apasionados y, siguiendo la teoría general de la estupidez humana (y sus tipologías: inteligentes, incautos, malvados y estúpidos) de Carlo Maria Cipolla, caen del lado de los incautos. Los malvados obtienen ganancia a través de las pérdidas de otros, los estúpidos pierden y hacen perder a los demás, los inteligentes obtienen ganancia propia y hacen ganar a los demás. Los incautos pierden y proporcionan ganancia a los demás. Los editores son incautos, ¡y felices! Es el oficio que más respeto.

– ¿Cuáles han sido tus desafíos como traductor?

-Seguramente encontrar la manera de adaptar mi vigorexia estilística a textos cuya voluntad de estilo era cercana a cero.

– En tu banda Johnny B. Zero, tú te encargas del sintetizador. ¿Por qué te decantaste por ese instrumento?

-Johnny B. Zero es una dictadura benévola y el sintetizador me fue encomendado. Los motivos parecen ser que soy una persona que “resuelve problemas muy rápido” y tengo “buenas ideas”, además de que un bajista en un sentido más tradicional hacía que la banda pareciera más convencional de lo que en realidad es. La verdad es que me siento cómodo con un instrumento que es básicamente una máquina de vehicular ideas, donde no tengo tanta relación con el fresno, el aliso, o el calibre de las cuerdas sino que tengo que pensar rápido y obrar justa y rectamente al servicio de mis queridos compañeros.

– Finalmente ¿crees que terminarás tus días como el protagonista de “Un viejo que leía novelas de amor” de Luis Sepúlveda?

-Es muy probable que acabe mis días enfrentándome a un gran felino, rodando por la maleza y quizá tosiendo algo de sangre. Todos mis esfuerzos hasta ahora van dirigidos al cumplimiento de ese objetivo, pero nunca sabe uno cuándo le caerá una maceta en la cabeza, frustrando estas pretensiones tan épicas y tan tontas.

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